Ubicaba en términos históricos generales justo en medio entre las primeras adaptaciones posmodernas de cómics por parte del aparato hollywoodense, aquellas de las décadas del 80 y 90, y la catarata de tristes bodrios intercambiables posteriores de Marvel y DC en lo que respecta a copias redundantes, nimias e infladas del esquema patentado en cuestión a partir de su éxito en taquilla en todo el globo, la denominada Trilogía del Caballero de la Noche de Christopher Nolan no sólo demostró que era posible reformular hacia el ideario adulto y profundo el campo retórico de los superhéroes, ya dejando de lado los ejercicios previos en el rubro de turno en materia de un estilo que se comía toda sustancia conceptual/ riqueza de base, sino que también encumbró al realizador inglés como uno de los poquísimos autores trabajando en el mainstream del Siglo XXI, uno que precisamente suele estar volcado a las franquicias eternas de lo mismo, las reapropiaciones nostálgicas de esquemas narrativos del pasado remoto y una enorme mayoría de productos para infantes, adolescentes y adultos estupidizados que abogan por el antiintelectualismo, las sonseras, la nula efervescencia discursiva, el espectáculo de la oquedad y el escapismo más lelo, conservador o castrado. Yendo hasta extremos semejantes al Golpe de Estado, con revolución, tribunales populares, ejecuciones sumarias y eliminación de esas leyes tantas veces hipócritas, aunque asimismo incluyendo tópicos mucho más mundanos como la necesidad del heroísmo en comunidades fragmentadas, el rol del habitante común frente a la crisis ideológica, la idiosincrasia del terrorismo, el carácter despiadado de los grupos económicos, la inoperancia de la autoridad, el fracaso de las instituciones públicas, los caminos sinuosos de la venganza personal y la alternativa planteada por un orden anarquista que no tardaría en abrirse paso debido a la fragilidad del entramado gubernamental y policial en el contexto de un nuevo capitalismo especulativo, hambreador y siempre salvaje, Batman Inicia (Batman Begins, 2005), El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008) y El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, 2012) constituyen literalmente las últimas películas realmente valiosas basadas en historietas hasta -oh, casualidad- Batman (The Batman, 2022), de Matt Reeves, esta última una especie de solución negociada entre la oscuridad del personaje circa años 80, su paradigmático costado detectivesco inicial y la misma vocación neo noir de un Nolan que lee a nuestro campeón de la justicia furibunda y marginal como una figura romántica dispuesta a todo con tal de llevar adelante sus convicciones en lo que atañe a eliminar el envilecimiento en todos los estratos de la sociedad. Más allá del hecho de que Batman fue, es y siempre será el antihéroe del pueblo, el único que no tiene superpoder alguno y que suele inspirar a los lunáticos más peligrosos que siguen su ejemplo lanzándose en cruzadas autónomas similares sin más respaldo que la propia voluntad o egolatría, lo cierto es que la Trilogía del Caballero de la Noche logra cortarse sola en el universo atiborrado de sagas de los 90 en adelante gracias a su coherencia interna, sus planteos más bélicos que políticos tradicionales explícitos y su pretensión de escudriñar las paradojas y/ o “puntos muertos” de colectividades atravesadas por la connivencia, el soborno, las injusticias flagrantes, los traumas, esa insoportable estupidez estatal, las prebendas, la soledad ciudadana, un sentido común ausente, la extorsión, el hambre de sangre, los discursos mediáticos y dirigenciales mentirosos y la presencia de criminales varios con cuentas bancarias gigantescas, panorama que a la postre trae a colación la lenta muerte del idealismo y la incapacidad casi total de las distintas partes de llegar a un acuerdo incluso cuando todas gritan a los cuatro vientos que hablan en nombre de la civilización o la razón. Tanto a modo de celebración como de merecido homenaje, en lo siguiente repasaremos los pormenores de cada eslabón de la saga con vistas a repensar sus méritos particulares, el marco de su ambición y por supuesto el sustrato atemporal del latiguillo del esquizofrénico que divide su tiempo entre simular ser un playboy hedonista durante el día y salir de noche a patear cabezas de malhechores que van desde el pueblo raso hasta los oligarcas más acomodados del corporativismo elitista.
Batman Inicia (Batman Begins, 2005):
Luego de las dos trasheadas camp e hilarantemente homoeróticas de Joel Schumacher, los supuestos tanques para el consumo familiero global Batman Eternamente (Batman Forever, 1995) y Batman & Robin (1997), la primera pasable y la segunda un despropósito más allá de toda razón o mínimo sentido común, la franquicia del encapotado sufrió no tanto de un letargo sino de lo que padecen las personas con algún tipo de trauma o paranoia extrema, léase la compulsión a sobremeditarlo todo y por ello mismo el estudio en control de la saga, Warner Bros. Pictures, recalibró sucesivamente qué hacer a continuación por miedo a que la estantería se cayese nuevamente en términos tanto de taquilla como de crítica. Después de coquetear con distintos proyectos abortados a cargo de gente como Darren Aronofsky, George Miller, Joss Whedon, Boaz Yakin y el propio Schumacher, el estudio optó por encargarle la tarea a un Christopher Nolan que a su vez retomó la idea de un reboot hecho y derecho de Aronofsky, quien por cierto había trabajado en el guión con el mismísimo Frank Miller para una adaptación bien explícita de Batman: Año Uno (Batman: Year One, 1987), célebre cómic de Miller y David Mazzucchelli que eventualmente funcionaría como una de las influencias indisimulables de Batman Inicia (Batman Begins, 2005) junto con otras tres historietas neoclásicas recientes que también relatan la formación general de Bruce Wayne/ Batman, Batman: El Largo Halloween (Batman: The Long Halloween, 1996-1997), de Jeph Loeb y Tim Sale, su secuela Batman: Victoria Oscura (Batman: Dark Victory, 1999-2000), también de Loeb y Sale, y El Hombre que Cae (The Man Who Falls, 1989), de Dennis O’Neil y Dick Giordano, siendo esta última una compilación o refrito de tramas previamente publicadas por DC Comics y sin duda la fuente primordial del film de Nolan. El cineasta británico, el cual por entonces tenía en su haber un opus maravilloso, Memento (2000), y dos obras apenas correctas, la ópera prima indie Following (1998) y la remake demasiado literal Insomnia (2002), basada en el opus de 1997 del mismo título dirigido por Erik Skjoldbjærg y protagonizado por el inmenso Stellan Skarsgård, no sólo tira por la borda las retro inocentadas de Schumacher y el sustrato gótico exacerbado símil Hammer Film Productions del Tim Burton modelo Batman (1989) y Batman Vuelve (Batman Returns, 1992) sino que construye un blockbuster completamente ajustado a los tiempos esquizofrénicos que corren, en este sentido pensemos que los diálogos siguen recurriendo al viejo latiguillo reduccionista hollywoodense de dividir al mundo en “buenos” y “malos” aunque demostrando en los hechos -y en otros diálogos- que las cosas son mucho más complejas porque los héroes y villanos obedecen a una amplia gama de grises y todos, el pueblo, son culpables o cómplices de la debacle retratada por acción u omisión en la vida pública. Este sinceramiento ultra realista de la propuesta se traduce en pantalla primero en una mayor presencia de las dos personalidades del personaje titular, ahora en la piel de un perfecto Christian Bale, ese que tantas veces había sido opacado por los villanos en las otras encarnaciones cinematográficas, y segundo en una serie de intrigas que se ubican en el más alto nivel de las elites dirigentes maquiavélicas, en esta oportunidad pretendiendo intermitentemente controlar al vulgo o directamente eliminarlo cual limpieza étnica en tiempo de guerra fratricida, en función de ello Batman Inicia toma la forma de una gesta palaciega tácita con elementos de drama identitario, cine de acción, film noir de vigilantes, wuxia, terror alucinógeno y hasta faena romántica. El relato desarrolla los orígenes del encapotado empezando por su caída cuando niño en un pozo de la mansión de la dinastía lleno de murciélagos, continuando con el asesinato de sus padres Thomas (Linus Roache) y Martha (Sara Stewart) y su pretensión adolescente de venganza contra el ladrón y homicida en cuestión, Joe Chill (Richard Brake), el cual termina asesinado por orden del capomafia de Ciudad Gótica/ Gotham City, Carmine Falcone (Tom Wilkinson), y finalizando con una existencia marginal errante a lo monje ascético del automartirio que lo lleva a Bután y a conocer a los cabecillas de la Liga de las Sombras, Henri Ducard (Liam Neeson) y el jefazo máximo Ra’s al Ghul (Ken Watanabe), un planteo que por supuesto provoca el rechazo del protagonista ante los desvaríos justicieros brutales de la banda de forajidos ninja al punto de incendiar el templo de turno y motivar el regreso de Bruce a la metrópoli que lo vio nacer. Ayudado por su fiel mayordomo Alfred Pennyworth (Michael Caine), el oficial de policía honesto James Gordon (Gary Oldman), el infaltable “experto técnico multifunción” Lucius Fox (Morgan Freeman) y la ayudante del fiscal de distrito Rachel Dawes (Katie Holmes), interés romántico que se remonta a la infancia de Wayne, el personaje de Bale deberá hacer frente a un CEO inescrupuloso que pretende hacer público el imperio de la familia, William Earle (Rutger Hauer), al mismísimo Falcone y su red de políticos, jueces, líderes sindicales y policías corruptos, a un psiquiatra adepto a las drogas que inducen paranoia y conductas muy violentas, ese Doctor Jonathan Crane alias El Espantapájaros (Cillian Murphy), y al adusto Ra’s al Ghul y su plan bastante ambicioso de verter el veneno psicodélico del horror en el suministro de agua de Ciudad Gótica y después vaporizar el líquido a escala masiva mediante un emisor de microondas fabricado por Empresas Wayne/ Wayne Enterprises, para que la población caiga en la histeria y se canibalice a sí misma a través de asesinatos generalizados. A medida que se desarrolla la historia van apareciendo todas las obsesiones temáticas de Nolan, aquí escribiendo el guión junto a David S. Goyer, como por ejemplo la colección de inquietudes que acumula el antihéroe, desde la angustia, la voluntad de resistir y la crisis identitaria hasta la sed de venganza y los límites de la justicia y la ética, o los tópicos que traen a colación los distintos villanos, en línea con la avaricia capitalista de Earle, el envilecimiento social y delictivo que simboliza Falcone, la soberbia fascistoide de las instituciones públicas encarnada en el gran mandamás del Manicomio Arkham/ Arkham Asylum, Crane, y desde ya ese mesianismo genocida delirante de “limpieza total” de un Ra’s al Ghul que termina siendo Ducard, un álter ego que reproduce la dinámica de la teatralidad, los símbolos a temer y la máscara protectora del mismo Bruce/ Batman, ambos comprendiendo que los ideales materializados en una leyenda comunal siempre serán más valiosos y duraderos que unos bípedos comunes y corrientes que pueden fallecer, suelen equivocarse y se muestran paradójicos de tanto en tanto. Además del miedo, sentimiento natural de resguardo que puede ser paralizante y destructivo si se lo fetichiza, esquema que Wayne transforma en fortaleza porque toma su pavor visceral hacia los murciélagos como inspiración superadora para su archiconocido vigilante, otro de los pivotes fundamentales de la epopeya del creador inglés es la noción de una economía deteriorada como arma de destrucción ya que la miseria, la desesperación, la criminalidad y la violencia pública son consecuencias directas del plan aporofóbico de la Liga de las Sombras, en el que asimismo participan el capomafia y el psiquiatra lunático, y del accionar especulativo/ concentrador/ oligopólico de un “empresariado malo” representado por el infame Earle, contraposición evidente con respecto al carácter benefactor o filantrópico del que fuera el mayor emblema del “empresariado bueno”, el finadito Thomas. En Batman Inicia Nolan recupera con mano maestra viejos instrumentos del cine popular de antaño en sintonía con un elenco magnífico repleto de estrellas, un humanismo que sitúa a los personajes y sus dilemas por encima de todo, el cariño permanente hacia los practical effects, alguna que otra locación exótica para una odisea en mosaico o coral, una síntesis vasta en cuanto al público pretendido que no deja afuera a los preadolescentes y finalmente un arco narrativo digno de una faena de aprendizaje/ bildungsroman/ coming of age escueta y seria que sin embargo no renuncia a ese típico humor irónico que tanto aprecian los británicos a nivel cultural. Como suele ser común en las obras agitadas de Nolan, el montaje en las escenas de acción resulta un poco mucho caótico y no ayuda a apreciar las coreografías, como si el señor pretendiese duplicar -espiritualmente y con esteroides- el ritmo de la súper acción ochentosa, el terror de base cómica de la misma época o quizás el frenesí de aquellos productos de James Bond/ 007, y sinceramente el desempeño anodino de Katie Holmes desentona bastante dentro del popurrí de genios de la interpretación con el que nos bombardean, destacándose lo hecho por Bale, Murphy, Neeson, Caine, Wilkinson, Freeman, Oldman y Hauer. La estructura narrativa calcada de Superman (1978), de Richard Donner, y un diseño de producción a lo Blade Runner (1982), de Ridley Scott, al igual que la música ampulosa de Hans Zimmer y James Newton Howard y el look militar del traje y sobre todo del Batimóvil, hoy directamente un tanque bautizado Acróbata/ Tumbler, suman pirotecnia visual, ideológica y formal a una hazaña que celebra el éxtasis del “cine espectáculo” para adultos inteligentes de verdad y que fue revolucionaria en su momento al recuperar la conjunción de realismo y mitología lúgubre de la faceta posmoderna de los cómics, aquella correspondiente a los años 80 y 90.
Batman Inicia (Batman Begins, Estados Unidos/ Reino Unido, 2005)
Dirección: Christopher Nolan. Guión: Christopher Nolan y David S. Goyer. Elenco: Christian Bale, Michael Caine, Liam Neeson, Katie Holmes, Gary Oldman, Cillian Murphy, Tom Wilkinson, Rutger Hauer, Ken Watanabe, Morgan Freeman. Producción: Emma Thomas, Charles Roven y Larry Franco. Duración: 140 minutos.
El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008):
El potencial de Christopher Nolan en el terreno de los relatos revueltos y específicamente el misterio y/ o el policial negro, algo que ya había insinuado en ocasión de sus tres películas previas al salto al mega mainstream norteamericano, Following (1998), Memento (2000) e Insomnia (2002), termina de explotar primero en Batman Inicia (Batman Begins, 2005) y después en El Gran Truco (The Prestige, 2006), su maravillosa adaptación de la novela homónima de 1995 de Christopher Priest sobre el duelo entre dos magos de las postrimerías de la decimonónica Época Victoriana, Robert Angier (Hugh Jackman) y Alfred Borden (Christian Bale), no obstante el asunto probaría ser apenas un entremés para el verdadero estallido retórico, ese que corresponde a la primera secuela de la saga del encapotado, El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008), uno de los blockbusters de mayor riqueza intelectual, discursiva, formal y artística en general que haya dado Hollywood en toda su historia. Aquí el cineasta británico abandona el enfoque multigénero de Batman Inicia y opta por volcar toda su energía, precisamente, hacia un neo noir de neto corte posmoderno apuntalado en tres elementos paradigmáticos del cine de mafiosos, léase los chispazos de acción, el melodrama hiper trágico y las gestas fallidas de limpieza o redención en medio de un contexto envilecido que siempre tiende a ensuciar los ideales de cada individuo o sus utopías de legitimación comunal, por ello el carácter épico del relato está tan cerca de las epopeyas del rubro de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Sergio Leone como del sustrato incluso más visceral o decadente de Michael Mann, William Friedkin y Fernando Di Leo, entre muchos otros. En una coyuntura narrativa en la que la corrupción política, judicial, periodística, empresaria y policial continúa a tope, por momentos exacerbando lo visto en el eslabón anterior porque ahora genera consecuencias nefastas concretas, y en la que además la putrefacción moral suele combinarse con la abulia, el caos, la desesperación, una escalada bélica tácita, los dilemas forzados y la inefable locura por la pérdida del ser querido, quizás lo que más llama la atención de El Caballero de la Noche es su enorme capacidad -de allí la proeza de Nolan y el coguionista, su hermano menor Jonathan- a la hora de mantener siempre interesante al protagonista del título, una vez más interpretado por Bale, teniendo delante a su némesis por antonomasia, el Guasón/ Joker (Heath Ledger), no sólo el principal y más famoso exponente del colorido lote de villanos del cómic original creado en 1939 por Bob Kane y Bill Finger sino asimismo un personaje que siempre tiende a opacar a Bruce Wayne y su álter ego debido al combo de su personalidad lunática, su apariencia de payaso, esos proyectos maléficos ultra enrevesados y desde ya su propensión a complementar a la perfección al mismísimo Batman, este último fetichizando las reglas consuetudinarias mientras que el villano de la sonrisa eterna se burla de ellas cual inversión sarcástica del “hombre murciélago”, con el que de todos modos comparte la condición de marginado social, incomprendido o abiertamente demonizado desde el pancismo de unas autoridades públicas tan caprichosas como maquiavélicas. A diferencia de las acepciones bufonescas del pasado cual “tío chistoso y drogón”, como aquellas memorables de César Romero para Batman (1966-1968), serie creada por William Dozier para la ABC, y de Jack Nicholson en Batman (1989), film hiper gótico de Tim Burton, este Guasón del estupendo Ledger, a quien la realización está dedicada porque murió durante la post producción con apenas 28 años de edad a raíz de una sobredosis accidental de medicamentos recetados, es una entidad misteriosa que relata distintas versiones sobre sus cicatrices a ambos costados de la boca y pone en ridículo sistemáticamente a la policía, la mafia, el sistema judicial, los caudillos políticos, el aparato mediático y al justiciero de negro, en esencia un terrorista escalofriante que por un lado se mueve entre la anarquía y el nihilismo y juega con su sustrato de significante vacío aunque en simultáneo disruptivo, irónico y grotesco, siempre delirante hasta la médula pero sin descartar esa entropía purificadora que simboliza de lleno, y por el otro lado abraza una sinceridad absoluta, apenas usando maquillaje sobre su rostro en contraposición con respecto a la máscara cobardona del multimillonario Wayne, y representa una acracia que se opone al mandato del orden y de esta ética un tanto maleable/ paradójica/ hipócrita de los funcionarios públicos y el propio Batman. En este sentido el villano niega el gregarismo del vulgo y se vuelca a su indelegable “voluntad de poder” a lo Friedrich Nietzsche, se inspira en el look siniestro de Estudio a partir del Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez (Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X, 1953), la célebre pintura de Francis Bacon, y además retoma tanto elementos de “genios del mal” del ámbito literario símil Fantômas, de Marcel Allain y Pierre Souvestre, el Doctor Mabuse, de Norbert Jacques, Fu Manchú, de Sax Rohmer, y Svengali, de George du Maurier, como ingredientes varios provenientes del ecosistema específico de las historietas, sobre todo de Batman: La Broma Asesina (Batman: The Killing Joke, 1988), de Brian Bolland y el gran Alan Moore, la más famosa interpretación acerca del origen del Guasón como criatura obsesionada con probar sí o sí que todos pueden enloquecer si se los empuja hacia el “lugar indicado”, y Batman: El Largo Halloween (Batman: The Long Halloween, 1996-1997), de Jeph Loeb y Tim Sale, novela gráfica que presenta una conflagración entre las dos familias mafiosas más poderosas de Ciudad Gótica/ Gotham City, las encabezadas por Carmine Falcone y Salvatore “Sal” Maroni, y una sociedad entre el encapotado, el Fiscal de Distrito Harvey Dent y el Capitán James Gordon para detener cuanto antes a un asesino bautizado Festivo/ Holiday, el cual mata a sus víctimas durante los días feriados y/ o las celebraciones públicas. Hoy Nolan, como decíamos antes trabajando con un guión construido por él y Jonathan a partir de una idea primigenia del director y David S. Goyer, combina diferentes líneas argumentales que incluyen un intento de chantaje a Wayne por parte de un burócrata contable patético, Coleman Reese (Joshua Harto), que descubre la identidad secreta del magnate, el reemplazo potencial del vigilantismo cuentapropista de Batman a instancias de Dent (Aaron Eckhart), quien en Ciudad Gótica se convirtió en sinónimo de la lucha contra la corrupción y los sindicatos criminales, el triángulo amoroso entre el fiscal de distrito, nuestro huérfano estrella y Rachel Dawes (Maggie Gyllenhaal sustituye a Katie Holmes), la asistente y pareja de Dent que todavía arrastra aquella promesa realizada a Bruce sobre retomar la relación romántica entre ellos cuando abandone ya definitivamente el traje de murciélago, la consabida asociación entre Batman, el fiscal y James Gordon (Gary Oldman) con el objetivo de meter presos a los distintos capos del sindicato delictivo metropolitano, léase Maroni (Eric Roberts), Gambol (Michael Jai White) y El Checheno (Ritchie Coster), y finalmente el infaltable duelo entre el Guasón, ayudado por secuaces intercambiables, y Bruce/ Batman, nuevamente con la inestimable colaboración de su mayordomo y figura paterna por antonomasia, Alfred Pennyworth (Michael Caine), el nuevo CEO de Empresas Wayne/ Wayne Enterprises y especialista en cosillas tecnológicas del montón, Lucius Fox (Morgan Freeman), y el mismo Gordon, en esta oportunidad ascendiendo de teniente a comisionado y uno de los pocos oficiales honestos de policía que no reciben sobornos de Maroni y sus partidarios. Mediante dos excusas narrativas, hablamos de la presencia de un comodín discursivo que aglutina los registros de las matufias del crimen organizado y todo su dinero, el banquero hongkonés Lau (Chin Han), y la necesidad de los jerarcas delictivos de contratar al Guasón a cambio de la mitad de sus respectivas fortunas para eliminar al vigilante nocturno de una buena vez, algo que a su vez esconde las ganas de divertirse del personaje de Ledger ya que lo que pretende en sí es desatar el caos en Ciudad Gótica y demostrar que el “rayo de luz” del sistema jurídico a lo Robert F. Kennedy, Dent, también es corrompible y puede mutar en otro energúmeno más amigo de la codicia, el desquite o el individualismo capitalista más salvaje, el film desparrama secuencias magistrales como la del asalto bancario inicial, la de la irrupción del Guasón en la reunión de los cabecillas de la mafia, la de la extracción/ secuestro de Lau en Hong Kong, la de la acometida del villano en la fiesta de la alta burguesía de Wayne, aquella del intento de asesinato del Alcalde Anthony García (Néstor Carbonell), la magistral del convoy subterráneo que transporta a un Harvey que dice ser Batman para que se detengan las arremetidas homicidas del Guasón y por fin poder atraparlo, la del interrogatorio a los golpes del encapotado vengador sobre el adepto al maquillaje corrido, esa del triste dilema de rescatar a Rachel o Harvey, ambos secuestrados y próximos a volar por los aires gracias a los planes del villano pero también a la asistencia de oficiales corruptos al servicio de Maroni, la paralela a la anterior del escape del presidio del Guasón vía un teléfono explosivo introducido quirúrgicamente en el vientre de un gordinflón (Aidan Feore), la de la demolición del hospital y “nacimiento” implícito de Dos Caras/ Two-Face de la mano del dolor de Dent por el fallecimiento de Dawes, esa de la otra disyuntiva de los barcos atiborrados con cargas explosivas que deben sacrificar al colega marítimo si no quieren morir a medianoche y por supuesto un desenlace en el que Dent, ya habiéndose cargado a Maroni y unos policías corruptos, toma de rehenes a nada menos que la esposa de Gordon, Bárbara (Melinda McGraw), y sus dos vástagos pequeños (Nathan Gamble y Hannah Gunn), situación que demuestra que el Guasón no pudo forzar el envilecimiento general, porque ambos barcos decidieron no destruirse mutuamente para salvarse, pero sí resultó victorioso en su idea de mancillar al fiscal de distrito, garante de un idealismo algo mucho ingenuo que se vino abajo por la angustia y la psicopatía. Nolan se mete sin medias tintas en las redes actuales de vigilancia invasiva, en pantalla representadas por una tecnología de vanguardia creada por Fox que se sirve de celulares que funcionan como un sonar y mapean su rango de alcance, y no pierde para nada ese sentido del humor inglés marca registrada y por ello incorpora pinceladas ácidas a través de la aparición de falsos Batmans que se ubican entre los discípulos y los fanáticos más bobos e infantiles, un inesperado cameo del Doctor Jonathan Crane alias El Espantapájaros (Cillian Murphy), uno de los archienemigos de Batman Inicia que habían logrado escapar, y la genial autoparodia disimulada de un Michael Caine en verdad esplendoroso, cuyo Alfred efectivamente se debate entre la clásica “figura de autoridad” de los relatos hollywoodenses y la sátira para con su propio pasado de galancito todo terreno de los años 60 y 70. Todo el equipo técnico y el elenco en su conjunto están perfectos y sinceramente se agradece mucho el reemplazo de Holmes, quien hilarantemente rechazó participar en El Caballero de la Noche para filmar Locas por el Dinero (Mad Money, 2008), un bodrio olvidable de Callie Khouri, ya que Gyllenhaal es mucho mejor actriz y aprovecha en serio la amplitud de su personaje, en gran medida un catalizador dramático fundamental que corrige el sustrato anodino de la por entonces pareja de Tom Cruise al igual que la exquisita labor de Eckhart aporta el realismo y la sensatez que el caricaturesco Tommy Lee Jones no tenía en el contexto de Batman Eternamente (Batman Forever, 1995), opus de Joel Schumacher que incluía otra lectura de Dos Caras. Si Lau adquiere el talante de un bellaco de la pérfida especulación plutocrática y Maroni de un mafioso italiano bastante tradicional, el Guasón es un terrorista que hace gala de su libertad destructiva cuasi pueril, por ello lo vemos dos veces escapando a bordo de ómnibus escolares, y Dent por su parte se nos aparece como una construcción sardónica del anterior y específicamente de su doctrina hiper pesimista, nos referimos al egoísmo caníbal, predatorio o ventajista como único rasgo en común de toda la humanidad, aun así el final tiende al optimismo porque Batman rubrica su impronta quijotesca -digna de los hidalgos más altruistas- al hacerse responsable de los homicidios de Harvey y exacerbar incluso más su faceta de forajido buscado/ cazado por los esbirros estatales símil western revisionista, pretensión de por medio de mantener impoluto el prestigio social del fiscal de distrito. Esta profundización de la legalidad contradictoria que se parece y a veces resulta indistinta con respecto a la conducta violenta de los delincuentes, algo sostenido en la “vista gorda” de James -garante pragmático de la alianza anticriminal- en relación a los chanchullos de sus colegas y en esa justicia semejante al fundamentalismo religioso e igualada al azar que tanto aprecia/ admira su otrora adalid, un Dent metamorfoseado en Dos Caras, asimismo está complementada con la denuncia de la inclinación posmoderna a falsear continuamente la historia mediante relatos al servicio de los intereses de los popes de turno, detalle que no sólo abarca la jugada autoincriminadora de Batman de los últimos minutos para no manchar el legado del fiscal sino que incluye la vertiente amorosa de la faena, ahora con Pennyworth quemando una nota que Rachel le dejó a Bruce aclarándole que se quedaba con Harvey, flamante movida de manipulación aunque en este caso en el ámbito privado para ahorrarle sufrimiento al millonario y no aguarle su idea de que lo hubiese preferido a él por sobre su competencia directa sentimental y socio en esta cruzada contra el delito. Apoyados por un latiguillo musical minimalista de Hans Zimmer para los momentos de mayor tensión con el clown lúgubre en pantalla, pivotes conceptuales como la identidad tambaleante, el pánico, esa apatía contagiosa del pueblo, la ambigüedad moral, el oportunismo y el debilitamiento de las instituciones o sus pregoneros reaparecen con todo en El Caballero de la Noche vía sucesivos experimentos a cargo de un Guasón que por un lado le debe mucho a Johnny Rotten alias John Lydon, mítico líder de Sex Pistols y Public Image Ltd. o PIL, y a Alex DeLarge (Malcolm McDowell) de La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), la obra maestra de Stanley Kubrick, y por el otro lado pone en crisis la noción romantizada de un heroísmo por demás devaluado y presto a saltearse todas las leyes cuando así lo prefiera en pos de unos resultados que casi siempre terminan pesando mucho más que los medios para obtenerlos, de allí el énfasis puesto por el relato en la gran fragilidad de la civilización.
El Caballero de la Noche (The Dark Knight, Estados Unidos/ Reino Unido, 2008)
Dirección: Christopher Nolan. Guión: Christopher Nolan y Jonathan Nolan. Elenco: Christian Bale, Heath Ledger, Aaron Eckhart, Michael Caine, Maggie Gyllenhaal, Gary Oldman, Morgan Freeman, Chin Han, Eric Roberts, Joshua Harto. Producción: Christopher Nolan, Emma Thomas y Charles Roven. Duración: 152 minutos.
El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, 2012):
La llegada de la tercera película de nuestra saga, el cierre de oro El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, 2012), se da justo luego de El Origen (Inception, 2010), joya de la ciencia ficción más enrevesada con Leonardo DiCaprio, acerca de los recovecos de la identidad y la memoria, en la que participaron viejos conocidos de Christopher Nolan, como Michael Caine, Ken Watanabe y Cillian Murphy, y actores nuevos que reincidirían en ocasión del capítulo final de la trilogía del encapotado, hablamos de Tom Hardy, Marion Cotillard y Joseph Gordon-Levitt, profesionales al servicio de la que tranquilamente puede calificarse como la hazaña más intimista y dolorosa de las tres por la edad avanzada del protagonista titular, sus cicatrices psicológicas y físicas y el detalle de una identidad secreta revelada que pasa a ser conocida por innumerables personajes de su círculo cercano y no tanto, malvados incluidos. Las conexiones con los capítulos previos son de distinto orden y van desde lo temporal, pensemos en los siete años de Batman Inicia (Batman Begins, 2005) de viajes por todo el globo que llevaron a Bután a Bruce Wayne (un infatigable Christian Bale), hoy transformados en ocho inviernos desde el fallecimiento de Harvey Dent (Aaron Eckhart) en las postrimerías de El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008), y llegan a una dimensión material que abarca primero la expansión en lo que respecta al surtido de vehículos de impronta militar a disposición del millonario vigilante, por ello del Batimóvil del film original, aquel Acróbata/ Tumbler, y la Batimotocicleta del segundo eslabón, el Batpod, ahora saltamos a una combinación del Batiavión y el Batihelicóptero simplemente denominada El Murciélago/ The Bat, y segundo la metamorfosis en sí de la guarida por antonomasia del justiciero, esa Baticueva que sufrió daños a raíz del incendio de la mansión de los Wayne durante el desenlace de Batman Inicia y que en la propuesta siguiente mutó en un Batibunker en las afueras de Ciudad Gótica/ Gotham City cual “solución temporal” hasta que se reconstruyese la morada primigenia, algo que ocurre en El Caballero de la Noche Asciende y por ello el protagonista regresa al terreno que ocupó su parentela por generaciones aunque remozado y con una Baticueva inundada que oculta sus tesoros bajo litros y litros de agua. Sin embargo los principales puntos de contacto y de discrepancia obedecen a la comarca conceptual en sintonía con un ciclo vital que comienza a cerrarse (si en el opus del 2005 la inocencia y el primer aprendizaje dominaban en general el relato y en su primer corolario del 2008 la mediana edad estaba homologada al cenit irrefrenable de la justicia callejera, hoy es momento de pensar el lugar de los veteranos en la sociedad y en concreto de aquellos que todavía se sienten capaces de volver al ruedo cuando la coyuntura así lo reclama), la desaceleración de las escenas de acción (el montaje de los combates de Batman Inicia era casi siempre frenético porque se empardaba a la juventud del superhéroe y a su vez se movía en contraposición con respecto a la edición más pausada en el mismo rubro de El Caballero de la Noche, esquema que se lentifica incluso más para este tercer eslabón -llegando al nivel estándar del cine de acción ochentoso- por esta misma mayoría de edad y la condición de “jubilado tácito” de Bruce) y finalmente la transformación de los villanos mundanos de la película inaugural, los centrales Ra’s al Ghul (Liam Neeson) y Jonathan Crane alias El Espantapájaros (Murphy), y del sustrato revulsivo e irónico de sus colegas de la secuela, el Guasón/ Joker (Heath Ledger) y el mencionado Dent alias Dos Caras/ Two-Face, en la idiosincrasia monstruosa aunque calculadora y gélida de Bane (un perfecto y siempre camaleónico Hardy), la flamante adición al catálogo cinematográfico que nos ocupa (la omnipresencia de este gigantón todopoderoso con una máscara de temer, asimismo uno de los archienemigos más humanos de Batman porque incluso se permite llorar y debe respirar un gas analgésico para vivir, obedece a las figuras superpuestas de dictador y revolucionario y en esencia se encuadra en el cariño de Nolan hacia los villanos menos populares del acervo del encapotado y en su interés por seguir reimaginando desde la astucia retórica y el lenguaje adulto verdadero personajes que ya habían sido trabajados por el esperpéntico Joel Schumacher en sus films fallidos de 1995 y 1997, recordemos en este sentido la lectura caricaturesca y bastante burda del Dos Caras de Tommy Lee Jones y del Bane del malogrado adalid de la lucha libre Jeep Swenson, este último para colmo en un rol completamente secundario de guardaespaldas de aquella Hiedra Venenosa/ Poison Ivy de Uma Thurman). A pesar de que el director y guionista, una vez más compartiendo la autoría del guión con su hermano Jonathan y con David S. Goyer en lo que atañe al relato de base, afirmó que para la trama se inspiró en Historia de Dos Ciudades (A Tale of Two Cities, 1859), la famosísima novela de Charles Dickens sobre la Revolución Francesa, en realidad la influencia es algo lejana y se concentra en la segunda mitad del periplo ya que los trabajos verdaderamente importantes para comprender la génesis de la faena en cuestión son la novela gráfica El Caballero de la Noche Regresa (The Dark Knight Returns, 1986), neoclásico de Frank Miller acerca de un Batman cincuentón que debe salir del retiro para seguir luchando contra el delito en medio de una rimbombante persecución de corte policial y gubernamental contra su persona, y dos arcos narrativos colectivos de la década del 90, léase Batman: La Caída del Murciélago (Batman: Knightfall, 1993-1994), serie de cómics en la que Bane le rompe la espalda a Batman siguiendo el ejemplo reciente de La Muerte de Superman (The Death of Superman, 1992-1993), y Batman: Tierra de Nadie (Batman: No Man’s Land, 1999), retahíla concentrada en un escenario postapocalíptico basado en un terremoto y la evacuación y aislamiento de Ciudad Gótica, la cual termina gobernada por pandillas y maestros criminales de larga data. Una vez más, en una jugada típica del ideario del cineasta británico, la epopeya explora en paralelo múltiples líneas argumentales que tienen por pivote fundamental precisamente la jubilación del encapotado debido al trauma del fallecimiento de su amada Rachel Dawes (Maggie Gyllenhaal) y la necesidad de que Batman cargue con la culpa de los crímenes de Dos Caras para poder encarcelar a muchos delincuentes gracias a la llamada Ley Dent, norma que otorgó mayores poderes a la policía y prohibió la libertad condicional de los reos, un popurrí temático glorioso que incluye un proyecto avant-garde de Bruce de energía limpia que decide archivar cuando un científico ruso, el Doctor Leonid Pavel (Alon Aboutboul), publica un artículo sobre la utilización del reactor de turno como arma nuclear, la pugna física del millonario consigo mismo y con un Bane que en un principio parece ser un mercenario aunque luego despunta como una figura prominente de la resucitada Liga de las Sombras, el alejamiento con respecto a un Alfred Pennyworth (Caine) que se sincera en materia de su traición al quemar aquella notita que Rachel le había dejado al protagonista diciéndole que prefería a Harvey, el acercamiento progresivo hacia Selina Kyle alias Gatúbela/ Catwoman (muy buen desempeño de Anne Hathaway), una ladrona que es utilizada por un rival capitalista de Wayne y socio de Bane, el carroñero John Daggett (Ben Mendelsohn), para robar las huellas digitales de Bruce con vistas a conducirlo a la bancarrota y quedarse con Empresas Wayne/ Wayne Enterprises, la flamante relación romántica con Miranda Tate (Cotillard), otra magnate con conciencia social que apoya el plan del reactor de energía limpia y llega a ser la CEO de este otrora imperio familiar que cotiza en bolsa, el confinamiento en un hospital del Comisionado James Gordon (Gary Oldman) a posteriori de un trágico encontronazo con las fuerzas de Bane en su guarida, nada menos que las alcantarillas de Ciudad Gótica, el ascenso del bisoño oficial de policía John Blake (Gordon-Levitt), quien halla al malherido Gordon, es promovido al rango de detective y de hecho deduce la identidad oculta de Bruce porque lo conoció de niño siendo él mismo un huérfano que creció en un orfanato que fue financiado por la Fundación Wayne/ Wayne Foundation, y sobre todo el resurgimiento señalado de la Liga de las Sombras de la mano de una conspiración entre el descartable Daggett, un Bane sin escrúpulos y esa linda Tate que resulta ser la hija del personaje de Neeson, Talia al Ghul, loquita importante que pretende tanto venganza contra el verdugo de su padre como continuar su cruzada genocida con el objetivo de eliminar a Ciudad Gótica de la faz de la Tierra, incluso en su versión higiénica contemporánea libre de criminales. Empezando por un prólogo exquisito centrado en el secuestro de Pavel en el espacio aéreo de Uzbekistán por parte de Bane y sus acólitos, la propuesta cuenta con una estructura bipartita muy férrea en la que la primera mitad funciona como una acepción meditabunda o melancólica del neo noir de El Caballero de la Noche, centrada en la reclusión símil Howard Hughes de Bruce y el declive de su grupo económico al extremo del derrumbe a un segundo plano del ex CEO Lucius Fox (Morgan Freeman), y en la que la segunda parte apuesta a un cataclismo en línea con John Carpenter o George Miller aunque coqueteando con el cine testimonial y las odiseas bélicas de antaño, futurología involuntaria de por medio porque Hardy después colaboraría con Miller en la hiper desértica Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), contexto que en El Caballero de la Noche Asciende subraya el nacimiento de Bane a través de un presidio subterráneo y circular de pesadilla en Jodhpur, India, donde defendió a Miranda/ Talia de otros prisioneros mientras recibía una cruel golpiza a cambio y la joven escapaba luego de haber sido condenada a nacer allí por el amor de su madre, la hija de un caudillo mafioso vernáculo, con uno de los sicarios del susodicho, Ra’s al Ghul. Recuperando el análisis del daño que suele provocar la “autoridad moral” autoimpuesta y caprichosa sobre los demás, paradigmático agujero negro de las retribuciones sociales, la película pone constantemente de manifiesto las diferencias de clase y sus conflictos, basta con pensar en el desprecio de Kyle hacia la oligarquía parasitaria de Ciudad Gótica, el fetiche de Bane para con el submundo comunitario marginal -la prisión circular aludida, que termina siendo administrada por él mismo, y su base de operaciones en las cloacas de la metrópoli- y la condición de huérfano pobre de Blake cual espejo invertido del magnate estrella, por ello en el desenlace John hereda la Baticueva y sus tesoros en tanto jugada que ratifica la filantropía de toda la vida de Wayne y su idea de pasarle la antorcha a alguien que todavía no sucumbió ante el cinismo y la crueldad social, amén de que efectivamente abandona la policía asqueado de su torpeza, del sistema judicial de fondo y de funcionarios pusilánimes y necios como el segundo de Gordon, Peter Foley (Matthew Modine), siempre obsesionado con cazar al enmascarado. En este sentido la falsa revolución de Bane del último acto contra los ricos, poderosos y corruptos esconde un genocidio en cámara lenta vía esa energía limpia transformada en un artefacto atómico que estallará en cinco meses al separar al núcleo del reactor, otra paradoja como la del vigilante nocturno que sirve a la justicia y se ve continuamente perseguido por ella. Entre el secreto a voces de la identidad del murciélago, como afirmábamos con anterioridad ahora conocida por Bane, Blake, Tate, Gatúbela -saltimbanqui que suele trabajar con otra carterista menos talentosa, Jen (Juno Temple)- y en el desenlace hasta Gordon, y una graciosa reaparición del Doctor Crane de Murphy, aquí juez en procesos improvisados luego de que el villano de Hardy se apoderase de Ciudad Gótica atrapando a las fuerzas policiales en las alcantarillas, destruyendo todos los puentes que rodean la metrópoli menos uno, matando al alcalde Anthony García (Néstor Carbonell) y liberando a los reos de la Ley Dent, El Caballero de la Noche Asciende por un lado recurre a la metáfora de la sanación corporal del añoso pero aun vivaz antihéroe del título, quien efectivamente termina con una vértebra de su espalda sobresalida después de un combate con Bane y se ve obligado a trepar los muros de la rústica prisión hindú, y por el otro lado celebra la guerra civil “sincera”, a puño limpio y sin artilugios tecnológicos más sofisticados que los garrotes y la pólvora, entre los representantes del orden y los amigos del autogobierno sin prerrogativa alguna de clase, suerte de crítica camuflada a la derecha y la izquierda porque en esencia en pantalla ambas demuestran odiar al pueblo ya que los fascistas se divierten reprimiéndolo y los otros negándolo como insalvable al nivel del genocidio utópico de limpieza total de la Liga de las Sombras, de allí que aquel dilema crucial del opus previo, morir o matar al prójimo/ salvarse o rescatar al vecino, en esta oportunidad se convierta en la disyuntiva entre no hacer nada o enfrentarse a la horda del bando opuesto que controla la ciudad, un planteo que desde ya reproduce la lucha contra la criminalidad del pasado lejano pero teniendo en la vereda de enfrente a una falsa dictadura del proletariado símil régimen comunista que oprime tanto como la oligarquía capitalista especuladora de antes. Nuevamente ayudado por la pomposa música de Hans Zimmer y la excelente fotografía en formato IMAX de Wally Pfister, Nolan retoma de lleno el motivo del sacrificio en simultáneo generoso y egoísta aunque en versión sarcástica, con Bruce destruyendo la bomba y simulando su óbito para ahora sí jubilarse en serio y con su mito restablecido, y en suma edifica un blockbuster apabullante que en buena medida traslada la ambigüedad moral a Gatúbela y el idealismo naif a la criatura de Gordon-Levitt, éste más un nuevo Batman que una encarnación de Robin como insinúan los últimos minutos, ya que lo importante es darle paz a un “hombre murciélago” que hizo todo lo posible en lo suyo y al final se dedica a una vida burguesa anónima en Florencia, Italia, acompañado por Selina.
El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, Estados Unidos/ Reino Unido, 2012)
Dirección: Christopher Nolan. Guión: Christopher Nolan y Jonathan Nolan. Elenco: Christian Bale, Tom Hardy, Gary Oldman, Joseph Gordon-Levitt, Anne Hathaway, Marion Cotillard, Morgan Freeman, Michael Caine, Matthew Modine, Néstor Carbonell. Producción: Christopher Nolan, Emma Thomas y Charles Roven. Duración: 165 minutos.