Además de padre indiscutible del cine Clase B y creador de muchísimos clásicos absolutos del acervo independiente norteamericano, el imponderable Roger Corman tuvo una faceta poco explorada en los análisis históricos como productor y/ o distribuidor de propuestas más serias, ambiciosas o quizás vinculadas al ecosistema heterodoxo/ arty/ cerebral de los festivales internacionales de cine, sobre todo a partir de Míralos Morir (Targets, 1968), genial opus de Peter Bogdanovich que es lo más parecido en la temprana carrera de Roger a un experimento, y ese díptico iniciático como distribuidor de films extranjeros de Gritos y Susurros (Viskningar och Rop, 1972), de Ingmar Bergman, y Amarcord (1973), joya eterna de Federico Fellini. Más allá de una sorprendente catarata de realizaciones de directores de renombre que también llegaron a estrenarse en las salas de Estados Unidos de la mano del prolífico magnate, pensemos en Akira Kurosawa, René Laloux, Joseph Losey, François Truffaut, Bruce Beresford, Volker Schlöndorff, Francesco Rosi, Nicolás Echevarría, Peter Weir, Uli Edel, Guido Pieters, James Ivory, Alain Resnais, el gran Werner Herzog, Arturo Ripstein, Roeland Kerbosch y los citados Bergman y Fellini, casi todos señores a los que regresó en diversas oportunidades, Corman dentro del gremio dramático también entregó maravillas que produjo a través de New World Pictures, como Gallo de Pelea (Cockfighter, 1974), de Monte Hellman, Nunca te Prometí un Jardín de Rosas (I Never Promised You a Rose Garden, 1977), de Anthony Page, y Crímenes de Pasión (Crimes of Passion, 1984), de Ken Russell, y algunas cosillas olvidables que osó distribuir en sintonía con Un Héroe no es más que un Sándwich (A Hero Ain’t Nothin’ But a Sandwich, 1977), de Ralph Nelson, La Casa Vacía (Leopard in the Snow, 1978), de Gerry O’Hara, y Cartas de Amor (Love Letters, 1983), obra menor de Amy Holden Jones con una jovencita Jamie Lee Curtis que, precisamente como el resto del lote, alejó temporalmente a Roger del cine de género más furioso especializado en exploitations de terror, ciencia ficción, comedia y súper acción.
Si nos concentramos en los proyectos más concienzudos del mega productor, en materia de cosechar un “prestigio” intra Hollywood que siempre le resultó esquivo, y si dejamos de lado dos epopeyas típicamente de autor, aquellas Gallo de Pelea y Crímenes de Pasión, representantes insignia respectivamente de la visceralidad de Hellman y el grotesco a toda pompa de Russell, lo que nos queda es Nunca te Prometí un Jardín de Rosas, propuesta basada en el bestseller homónimo semi autobiográfico de 1964 de Joanne Greenberg alias Hannah Green que simboliza de pies a cabeza la dialéctica de producción y los recursos formales favoritos del amigo Roger, aquí utilizando de sutil testaferro a Page y en esencia encargándole un rip-off espiritual de Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975), la obra maestra de Milos Forman sobre un neuropsiquiátrico de pesadilla con Jack Nicholson, Louise Fletcher, Will Sampson, Christopher Lloyd, Scatman Crothers y Danny DeVito, entre otros. Kathleen Quinlan, por entonces conocida por sus numerosos trabajos televisivos y sus mínimas participaciones en Locura de Verano (American Graffiti, 1973), de George Lucas, El Salvavidas (Lifeguard, 1976), de Daniel Petrie, y Aeropuerto ’77 (Airport ’77, 1977), de Jerry Jameson, hoy compone al alter ego de Greenberg/ Green, Deborah Blake, una adolescente cuyos padres, Ester (Lorraine Gary) y Jay (Ben Piazza), la confinan en una institución mental luego de un intento de suicidio cortándose las venas. La muchacha, una esquizofrénica que suele replegarse hacia un mundo imaginario llamado Yr y poblado por unos aborígenes prehistóricos y místicos, queda al cuidado de la Doctora Fried (Bibi Andersson, famosa por sus muchas colaboraciones con Bergman), eco ficcional de Frieda Fromm-Reichmann, una célebre psiquiatra alemana que emigró a yanquilandia con el ascenso del nazismo y se instaló como profesional en una institución del Estado de Maryland, Cabaña de Castaños (Chestnut Lodge), gigantesco manicomio donde trató a la autora del libro a lo largo de un puñado de años antes de volcarse del todo a la escritura.
Mientras conoce al colorido staff del lugar, fauna que va desde el enfermero sádico Hobbs (Reni Santoni), quien gusta de golpear e incluso manosear a las pacientes, hasta colegas del anterior aunque mucho más tolerantes, como el jefazo McPherson (Norman Alden) y una enfermera corpulenta sin nombre (Cynthia Szigeti), Blake queda progresivamente prendida del enfoque comprensivo y humanista de Fried, la cual la invita a reconocer y aceptar un dolor muy arraigado en su mente por una colección de factores traumáticos, por ejemplo un cáncer de uretra superado, las mentiras de los médicos, un cuasi abandono materno infantil y la paranoia sexual del padre vía advertencias sobre el “peligroso” gremio masculino. El ambiente no es el mejor ni mucho menos, siempre rodeada de un surtido de otras pacientes que en el corto o mediano plazo contagian sus compulsiones, entre las que se destacan la Señorita Coral (Sylvia Sidney), una anciana obsesionada con la geometría, Lee (la querida Susan Tyrrell), mujer hiperquinética e irónica que gusta de cantar y bailar, Helene (Signe Hasso), otrora actriz que suele caer en arrebatos de violencia, y Carla (Darlene Craviotto), una joven con la que Blake comparte habitación/ celda y que eventualmente consigue salir como paciente ambulatoria, por ello Deborah no puede evitar episodios de masoquismo rimbombante como quemarse con cigarrillos o abrirse un brazo con la tapa de una lata, a lo que se suma su autismo intermitente, algunos exabruptos y una colección de gritos y otros terrores nocturnos relacionados con su incapacidad de distinguir la fantasía de la realidad y con un aparente intento de fratricidio, cuando siendo apenas una niña estuvo a punto de tirar a su hermana bebé por una ventana. La psiquiatra, como su contraparte verídica, es una abanderada del psicoanálisis para tratar paulatinamente la esquizofrenia y por ello mismo privilegia las charlas con la protagonista por sobre otras alternativas que de todos modos intervienen a escala más o menos cotidiana, como la medicación, la termoterapia o terapia de calor y las infaltables manualidades en línea con la cestería y esa escultura con arcilla.
Page, fundamentalmente un director televisivo conocido por Mentiras Sospechosas (Pack of Lies, 1987), inspiración para Los Americanos (The Americans, 2013-2018), la magistral serie de Joseph Weisberg para FX, y por una trilogía de dramas históricos, Los Misiles de Octubre (The Missiles of October, 1974), Chernobyl: El Principio del Fin (Chernobyl: The Final Warning, 1991) y Las Lágrimas del Silencio (Silent Cries, 1993), tuvo una escueta carrera cinematográfica en especial en el segundo lustro de los 70 aunque siempre imitando -o más bien respetando- el estilo de terceros, en este sentido sus tres films más recordables siguen este marco mimético y basta con pensar no sólo en los rasgos paradigmáticos de Corman, en su faceta de productor contracultural, que pueden hallarse en Nunca te Prometí un Jardín de Rosas, como la intensidad de las actuaciones, la clara rusticidad de los sets, el poco vuelo de las secuencias oníricas/ fantásticas, la honestidad brutal antiinstitucional y una estructura narrativa deforme o caótica, sino también en la obsesión con la manipulación de Anthony Shaffer de Absolución (Absolution, 1978), guionista de Juego Mortal (Sleuth, 1972), de Joseph L. Mankiewicz, y El Culto Siniestro (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, y en la parafernalia hitchcockiana de La Dama Desaparece (The Lady Vanishes, 1979), efectivamente una remake del clásico original de 1938 del maestro británico del suspenso. Por supuesto que la película, cuyo título remite a una frase que la psiquiatra le dedica a su paciente sobre una realidad siempre paradójica, no es perfecta porque tiende a fetichizar en demasía el dolor de la criatura de la eficaz Quinlan y además su recuperación del último acto se siente apresurada y esquemática, no obstante el guión de Gavin Lambert y Lewis John Carlino vincula con suma sensatez a la locura con el contagio claustrofóbico institucional y trabaja bien los contrastes entre el afable McPherson y el sanguinario Hobbs, entre una madre idiota y tierna y un padre soberbio y gélido y entre la idealizada Fried y el ensimismado Doctor Royston (Paul Jenkins), un psiquiatra que sólo quiere tener la razón…
Nunca te Prometí un Jardín de Rosas (I Never Promised You a Rose Garden, Estados Unidos, 1977)
Dirección: Anthony Page. Guión: Gavin Lambert y Lewis John Carlino. Elenco: Kathleen Quinlan, Bibi Andersson, Ben Piazza, Lorraine Gary, Darlene Craviotto, Reni Santoni, Susan Tyrrell, Signe Hasso, Norman Alden, Sylvia Sidney. Producción: Roger Corman, Daniel H. Blatt, Terence F. Deane, Michael Hausman y Edgar J. Scherick. Duración: 93 minutos.