Las Canciones de los Boliches, tercer libro de Gustavo Yuste (Obsolescencia Programada, 2015, y Tendido Eléctrico, 2016) suena en el aire y remite a un pasado cercano, a la velocidad y la simpleza retórica de los poetas de la década del noventa del siglo pasado, pero con un estilo propio, urbano, melancólico y fiel observador de una realidad injusta, instalándose en la escena poética para durar algo más que una canción de pop.
Parece mentira que todavía nos dé vergüenza/ escuchar nuestras voces por teléfono/ y que yo no te haya podido confesar/ que las canciones de los boliches/ siempre me parecieron demasiado melancólicas/ Y por eso llevo más de cinco años/ sin poder bailar un solo paso.
A través de esta inherente simpleza melancólica Yuste construye Las Canciones de los Boliches (2017) sacando a bailar a sus lectores, ironizando sobre las situaciones de la vida cotidiana. El poema aparece allí en forma de lista de supermercado, en una tuca o en una declaración de principios amorosos, como en “No tira”:
La tuca de nuestra relación/ ya no tira/ ¿Te molesta si la desarmo/ para agregarla cuando arme/ algo mejor después?
Podría decirse que las voces de los años noventa también repican en Las Canciones de los Boliches cuando encontramos en cursiva algunas figuras claves como el correo argentino. Como si Gustavo quisiera inevitablemente recordarle a las nuevas generaciones que no siempre existió el correo electrónico, que las formas de conectarnos tuvieron alguna vez corporalidad.
Se emana entonces una nostalgia noventosa en esta tercer obra de Yuste que no es más que el preludio de una visión actual de las cosas. Como si acaso las canciones de los boliches sean esa melodía que resuena en nuestro ahora contemporáneo. Como si Yuste pudiera captar, la terrible desolación light y todopoderosa que se apodera de nuestros días. Canciones pop, canciones fáciles de cantar, con letras hechas puramente para bailar, para divertirse, para olvidar lo profundo y naufragar por los ciertos mares de la hipocresía y lo superfluo.
Y lo más irónico de Las Canciones de los Boliches es que no sabiendo bailar un solo paso tampoco hay un ritmo observable entre sus versos. Pero es justamente esta falta de ritmo lo que hace de Las Canciones de los Boliches un libro actual, sin miedo a decir nada.
Por otro lado Las Canciones de los Boliches es un libro corto, un poemario sólo compuesto por veinte poemas. ¿Será acaso la necesidad de que su lectura dure lo que dura un reggaetón?
Es en este gesto político y pop donde Las Canciones de los Boliches se adueñan del lenguaje superfluo y libre así de profundidad y barroquismo para abordar las observaciones cotidianas. Aquí emerge un Yuste más decidido, con una voz que ya le es propia y que camina entre las góndolas del chino, entre las calles de Buenos Aires con sabor a The Beatles, pero también por la costa atlántica, en busca de su propia historia.
Fotografía: Cari Aimé.
Las Canciones de los Boliches, de Gustavo Yuste, Editorial Santos Locos, 2017.