Emilia Pérez

Revoltijo identitario para reescribir el pasado

Por Emiliano Fernández

Jacques Audiard, hijo de uno de los mejores y más prolíficos guionistas de Francia, Michel Audiard, se ha posicionado a lo largo de las últimas cuatro décadas como uno de los pocos directores galos siempre interesantes o por lo menos a tener en cuenta en ocasión de cada nuevo proyecto, siendo ello mucho más de lo que se puede decir del grueso de sus colegas y paisanos, tan mediocres como intrascendentes. Luego de una etapa primigenia en calidad de guionista para terceros, período en el que sobresalen el clásico de acción El Profesional (Le Professionnel, 1981), de Georges Lautner, el neo noir Una Mujer Inquietante (Mortelle Randonnée, 1983), de Claude Miller, la comedia negra de horror Baxter (1989), de Jérôme Boivin, y la farsa metadiscursiva Mala Fama (Grosse Fatigue, 1994), de Michel Blanc, el señor comenzaría una carrera como realizador bastante pareja y gratificante consagrada al retrato de personajes desde las excusas y los múltiples recursos que ofrece el cine de género evidentemente destinado a la exportación, amén de cierto fetiche retórico telenovelesco que se maquilla con la pirotecnia del artesano preciosista, en un primer momento haciéndose conocido sobre todo en su patria y en el circuito internacional de festivales de la mano de Mira a los Hombres Caer (Regarde les Hommes Tomber, 1994), otra propuesta sarcástica aunque ahora criminal, Un Héroe muy Discreto (Un Héros très Discret, 1996), sátira bélica sobre la Francia Ocupada de la Segunda Guerra Mundial, Lee mis Labios (Sur mes Lèvres, 2001), un recordado thriller romántico, y El Latido de mi Corazón (De Battre mon Coeur s’est Arrêté, 2005), ese drama musical/ identitario que ofició de remake muy heterodoxa de Dedos (Fingers, 1978), convite lamentablemente muy poco visto en nuestro Siglo XXI a cargo de un James Toback en modalidad Nuevo Hollywood y con un genial Harvey Keitel.

 

Audiard terminaría de popularizarse entre la cinefilia internacional gracias a un maravilloso drama carcelario de dos horas y media de duración, Un Profeta (Un Prophète, 2009), gran propuesta que elevaría sustancialmente su perfil y generaría dos obras estupendas al hilo, Metal y Hueso (De Rouille et d’Os, 2012), otra de sus tragedias románticas entre criaturas opuestas, y Dheepan (2015), epopeya de inmigración que retomaba la marginalidad de Un Profeta y citaba a Perros de Paja (Straw Dogs, 1971), de Sam Peckinpah. Como no podía ser de otro modo, con el poder acumulado el francés no pudo resistirse a probar suerte en el ecosistema anglosajón aunque bajo sus términos, así nos topamos con la muy bizarra Los Hermanos Sisters (The Sisters Brothers, 2018), una cruza de comedia negra y western con Joaquin Phoenix, John C. Reilly, Jake Gyllenhaal y Rutger Hauer que fue un fracaso de taquilla y lo acercó al terreno de lo que sería un típico pastiche posmoderno, en simultáneo simpático y tontuelo. La experiencia en su conjunto debe haber sido muy amarga porque Audiard reaccionó con un volantazo bastante violento en materia profesional, hablamos primero de París, Distrito 13 (Les Olympiades, Paris 13e, 2021), drama romántico hiper minimalista en blanco y negro, y segundo de Emilia Pérez (2024), relectura exacerbada de sus extravagancias del pasado, tanto aquellas explícitas de Baxter y Los Hermanos Sisters como las más sutiles del resto de su filmografía, que por un lado indaga en problemas en primera persona desde la música y el esperpento trash símil Tu Monstruo (Your Monster, 2024), de Caroline Lindy, y por el otro lado compagina melodrama, registro testimonial, thriller narco, faena de transformación exploitation, comedia negra y especialmente delirios musicales kitsch sustentados en pop, baladas, hip hop y mucha pompa semi hollywoodense.

 

Por suerte más cerca de Annette (2021), de Leos Carax, que de Guasón 2: Folie à Deux (Joker: Folie à Deux, 2024), de Todd Phillips, la historia arranca con Rita Mora Castro (la estadounidense Zoe Saldaña, de estirpe boricua y dominicana), una abogada talentosa y poco apreciada que termina siendo contratada por el jefazo de un cártel mexicano que desea cambiar de sexo, Juan “Manitas” del Monte (Karla Sofía Gascón, actor travesti español asentado en tierra azteca), por ello le consigue un cirujano israelí para la operación, el Dr. Wasserman (Mark Ivanir), y convence a la esposa del narco, Jessi del Monte (la cantante pop texana Selena Gómez), para que se mude a Suiza con sus dos vástagos. Manitas simula su propia muerte en un enfrentamiento con sus adversarios, se convierte en Emilia Pérez y cuatro años después contacta en Londres a una Rita que ya consideraba cerrado el vínculo, ahora insistiéndole para volver a contar con su ayuda en el “proyecto” de hacerse pasar por una prima lejana del finado que anhela vivir en México con los hijos de Jessi, todo porque de hecho el personaje titular extraña mucho a sus retoños y no puede estar un minuto más sin ellos. El asuntito en un principio marcha viento en popa, con Pérez empezando una relación seudo lésbica con Epifanía Flores (la mexicana Adriana Paz), fémina que celebra el óbito reciente de su marido golpeador y violador, y con la creación de una ONG por parte del ex mandamás del cártel y su compinche legal, La Lucecita, para identificar los cadáveres de la brutalidad alrededor del tráfico de drogas, sin embargo la calma desaparece cuando Jessi pretende llevarse a los niños porque planea casarse con un amante de antaño, Gustavo Brun (el venezolano Édgar Ramírez), a quien Del Monte/ Pérez hace golpear y amenazar sin darse cuenta de que provoca la rauda huida de su otrora esposa con la prole.

 

Si bien se supone que Audiard se inspiró en un capítulo de Escucha (Écoute, 2018), novela de Boris Razon, en realidad experimentamos un déjà vu con respecto al Cinéma du Look de Jean-Jacques Beineix, Luc Besson y el citado Carax y la obra retoma una antigua temática del séptimo arte, léase el renacimiento conceptual mediante cirugía estética o similares, que en su faceta moderna nace con el díptico de El Otro Sr. Hamilton (Seconds, 1966), de John Frankenheimer, y El Rostro Ajeno (Tanin no Kao, 1966), de Hiroshi Teshigahara, pretexto para la metamorfosis del protagonista grotesco de Gascón, en esencia un asesino en masa con un costado sensible/ rosa que eventualmente lo lleva a sentirse culpable y a reescribir su pasado/ pedir perdón de manera tácita mediante la labor de la ONG. La película sigue la estela de “corrección y poco más” de Los Hermanos Sisters y París, Distrito 13 y se ubica muy lejos de la trilogía de gloria europea mainstream, esa fascinante de Un Profeta, Metal y Hueso y Dheepan, no obstante el realizador y guionista se las ingenia para compensar con entusiasmo y belleza formal lo que falta en novedades o contenido discursivo más o menos coherente, así las excelentes puesta en escena y fotografía en general se dan la mano con canciones muy desparejas de Camille Dalmais -algunas buenas, otras un tanto flojas- y una transición burda entre el registro musical y la comedia dramática o delictiva o testimonial. Audiard garantiza un elenco sublime, se adapta muy bien a la cultura mexicana, más allá del cliché narco, y maneja con dignidad el castellano como idioma dominante, aunque este revoltijo identitario resulta demasiado caótico y artificial para tomarse en serio la vuelta de latiguillos como la violencia acechante, la atracción entre opuestos, el ascenso o descenso social, la misión autoimpuesta y la predilección por un pastiche ridículo y siempre lúdico…

 

Emilia Pérez (Francia/ Bélgica, 2024)

Dirección y Guión: Jacques Audiard. Elenco: Karla Sofía Gascón, Zoe Saldaña, Selena Gómez, Adriana Paz, Edgar Ramírez, Mark Ivanir, Eduardo Aladro, Emiliano Hasan, Gaël Murguia-Fur, Tirso Pietriga. Producción: Jacques Audiard, Anthony Vaccarello, Valérie Schermann y Pascal Caucheteux. Duración: 132 minutos.

Puntaje: 6