El Hoyo 2

Revolución y contrarrevolución

Por Emiliano Fernández

Para el promedio lamentable del cine de género del Siglo XXI, El Hoyo (2019), debut en formato largometraje del hasta ese momento realizador de cortos y comerciales Galder Gaztelu-Urrutia que fue distribuido en todo el planeta por Netflix, representó un soplo de aire fresco porque retomando la premisa de El Cubo (Cube, 1997), neoclásico canadiense de Vincenzo Natali con fuertes ribetes de claustrofobia laberíntica y kafkiana, redirigía a escala ideológica el asunto hacia una sátira del emporio capitalista presentándonos una prisión vertical con 333 pisos -y dos reos en cada uno de ellos- en la que una plataforma flotaba de arriba hacia abajo trayendo una serie de manjares que habían sido elegidos por los prisioneros como sus favoritos, en sí generando que los niveles superiores rapiñen el alimento a discreción, los intermedios coman las sobras y los inferiores pasen hambre y deban recurrir a la automutilación, el asesinato y el canibalismo. Englobada en otras reglas, como la prohibición de atesorar comida so pena de morir de frío o en llamas, la posibilidad de ingresar al complejo un objeto cualquiera del exterior y la misma rotación mensual de los internos al azar, planteo que los llevaba de la gula al ayuno forzado, la obra le pegaba duro y parejo al egoísmo maníaco de la pirámide plutocrática, sus mezquindades de todo tipo, la dialéctica del control institucional en las sombras y el absurdo de acumular riquezas y permitir la existencia de una cúpula cleptocrática o parasitaria burguesa cuando la enorme mayoría del pueblo sucumbe en la miseria y la abulia en el día a día o acepta sin cuestionar una distribución inequitativa o más bien cruel de los recursos de la sociedad en su conjunto.

 

Contra todo pronóstico El Hoyo 2 (2024), continuación tardía a cargo del cineasta vasco luego de la friolera de un lustro de preparación, plazo que nos habla de bloqueo creativo o secuela innecesaria, no se condice con El Cubo 2 (Cube 2: Hypercube, 2002), corolario tradicional de Andrzej Sekula, sino con El Cubo Cero (Cube Zero, 2004), aquella precuela de Ernie Barbarash que efectivamente transcurría antes del extraordinario film de Natali, el único bueno del lote, así las cosas este nuevo capítulo se abre camino como un opus digno pero inferior con respecto a El Hoyo ya que cae en el mismo problema de tantos relatos de origen de hoy en día, el tic de sistematizar una situación inicial que a su vez remite a otra situación inicial que nuevamente queda en la nebulosa, sin mayores precisiones. Ahora la protagonista es Perempuán (buen desempeño de Milena Smit), una artista plástica que en una exposición mató sin querer al hijo de su novio con una de sus esculturas, un perro con cuchillas afiladas como garras que representaban la brutalidad, y que arranca su derrotero en el hoyo en el piso 24 con un gigantón llamado Zamiatin (Hovik Keuchkerian), quien tiene problemas para adaptarse al flamante socialismo de los “leales”, léase el mandato de comer sólo el plato propio/ elegido, y termina quemándose a lo bonzo porque osó degustar manjares de fallecidos, alimento que debe desecharse porque de lo contrario el infractor será “pacificado”, ya sea molido a golpes, ejecutado u obligado a aceptar la amputación de un brazo por parte de las huestes seudo policiales de los “ungidos”, unos comisarios del pueblo de influjo comunista con atributos adicionales de juez, verdugo y autoridad militar.

 

Gaztelu-Urrutia, Egoitz Moreno y los guionistas de la primera entrega, David Desola y Pedro Rivero, como decíamos antes dejan en el pasado la revolución que desencadenó el socialismo en el hoyo y se concentran en analizar sus efectos, un marco comunal más justo que requiere una y otra vez castigos mensuales porque algunos de los nuevos reclusos no entienden razones e ingieren las viandas de otros colegas, por ello la necesidad de sucesivas “pacificaciones” reclama la autoridad de los ungidos y todo el esquema deriva en abusos que en pantalla se resumen en el segundo compañero de Perempuán, una mujer en la piel de Natalia Tena que de hecho se quedó sin un brazo por la resolución de un ungido sin ojos (Óscar Jaenada), señor que gusta de las amputaciones y del canibalismo tercerizado cuando alguien come lo que no debe o lo ayuda, por más que se trate de una persona famélica. La idea central de la propuesta es muy loable, eso de retratar una contrarrevolución encabezada por la protagonista y su tercer compañero, el Trimagasi (Zorion Eguileor) del opus previo, que se mezcla con la venganza contra el ungido no vidente y el ansia de escapar del hoyo durante el “intervalo”, el enroque generalizado de reos entre todos los niveles mediante un gas que los desmaya, a lo que se agrega una fábula complementaria sobre el darwinismo social y las anomalías contempladas por este sistema de explotación a través de un ejército de niños que empiezan jugando alrededor de una pirámide con un tobogán y terminan en una lucha encarnizada por llegar a la cúspide cual reality show del egoísmo, clara posición de privilegio símil estrato oligárquico que en la trama permite acceder a la cárcel de turno.

 

Lamentablemente la mezcla de sonido vuelve a ser desastrosa, con los diálogos en algunas escenas resultando inaudibles por la música y/ o los efectos del montón, y el desenlace derrapa por igual en imprecisiones a lo Lost (2004-2010), con un vacío por debajo del nivel 333 que hace de limbo porque allí todos parecen estar muertos, y en previsibilidades varias, de la mano de Perempuán salvando a otro mocoso, como hizo Goreng (Iván Massagué) en las postrimerías del primer film, y reencontrándose con su novio/ el progenitor del crío de la exposición fatal, de hecho el personaje de Massagué, sin embargo durante buena parte del metraje la historia logra recuperar los interesantes latiguillos conceptuales de antaño e incluso ampliarlos al explorar sin sutileza alguna la ortodoxia o fundamentalismo político, el fetiche gubernamental con los “castigos ejemplares”, la pugna entre la cooperación y el individualismo, el ansia de desquite por los atropellos, la confusión entre reparto comunista y defensa de lo propio y en especial esa tendencia posmoderna a la autoindulgencia y el despotismo cuando se tiene un mínimo poder sobre el prójimo. Más allá de las frustraciones de un final abierto a un hipotético tercer capítulo que se pierde en lo críptico humanista y la idealización naif de la niñez como si las generaciones siguientes suprimiesen en serio las atrocidades, El Hoyo 2 aprovecha la catarata de primeros planos, ofrece una buena tanda de gore salvajón, sabe burlarse de la génesis de la lacra neoliberal del opus de 2019 -mediante el otro fracaso, el del socialismo- y continúa enarbolando a la solidaridad y a la distribución justa de los alimentos como los pivotes cruciales de una comunidad equitativa o racional…

 

El Hoyo 2 (España, 2024)

Dirección: Galder Gaztelu-Urrutia. Guión: Galder Gaztelu-Urrutia, Egoitz Moreno, Pedro Rivero y David Desola. Elenco: Milena Smit, Hovik Keuchkerian, Natalia Tena, Óscar Jaenada, Iván Massagué, Zorion Eguileor, Bastien Ughetto, Antonia San Juan, Alexandra Masangkay, Emilio Buale. Producción: Galder Gaztelu-Urrutia, Carlos Juárez y Raquel Perea. Duración: 101 minutos.

Puntaje: 6