Marat/Sade

Revolución y nihilismo

Por Martín Chiavarino

Corre 1808, quince años han transcurrido de las disputas entre jacobinos y girondinos que aún marcan la historia de los Estados nacionales y sus reyertas políticas entre izquierda y derecha, Napoleón ya ha sido coronado Emperador de una nueva Francia regida por los principios de la Ilustración, faro de la modernidad para una Europa sumida en las tinieblas. Las tropas francesas se aprestan a expandir las ideas de libertad, igualdad y fraternidad con sus bayonetas por toda Europa. En el manicomio de Charenton, una institución mental de París considerada de buenas condiciones para la época, el Marqués de Sade, recluido allí desde 1801, pone a prueba la radicalidad de sus ideas sobre el devenir revolucionario en una de sus obras teatrales de mayor contenido ideológico, la representación del asesinato del político francés Jean-Paul Marat por una joven partidaria de los girondinos, Charlotte Corday. La obra es interpretada por los reclusos del manicomio como parte de un experimento terapéutico basado en el arte, una noción de la Ilustración que cala hondo en los herederos franceses de Jean-Jacques Rousseau. Para Sade la obra es un púlpito desde el cual poner en entredicho las ideas de Marat y la Revolución que lo traicionó, para llevarlas hasta sus contradicciones últimas, mientras Napoleón Bonaparte conduce a las tropas galas alrededor de Europa, alentando a los residentes a apropiarse de las ideas revolucionarias y a rebelarse ellos mismos del yugo carcelario.

 

Ante la atenta mirada del director de Charenton y su familia y de otros prominentes ciudadanos, el Marqués de Sade expone su magnífica obra, luchando contra la censura del director del instituto, Monsieur Coulmier, que busca eliminar los pasajes más polémicos como las exhortaciones de Jacques Roux. Con un coro que canta las verdades del pueblo, un narrador y cuatro bufones, la obra hace retroceder al espectador a la época más crítica de la Revolución para situarse en 1793, año del asesinato de Marat, en pos de criticar la situación deplorable en la que el pueblo se encontraba después de la abolición de la monarquía, que veía como su revuelta contra el Antiguo Régimen solo había cambiado los nombres de los explotadores pero no la situación de explotación y las condiciones económicas que la habían desatado.

 

Aquí los actores se equivocan, son corregidos violentamente, intentan abusar de otros actores, son censurados, se rebelan contra la censura, son reprimidos, acosan a los espectadores, exponen sus ideas, observan a la Revolución desde sus contradicciones, desde sus falencias, a los ojos, para diseccionarla en su triunfo o en su fracaso.

 

Marat/Sade es la representación cinematográfica de una obra teatral de Peter Weiss, Persecución y Asesinato de Jean-Paul Marat, Representados por el Grupo de Actores del Hospicio Charenton bajo la Dirección del Señor Sade, por parte del director de cine y teatro Peter Brook. Escrita entre 1963 y 1964 por Weiss y estrenada en el Teatro Schiller de Berlín, Peter Brook se la apropió en 1966 realizando una puesta en escena en Londres que se convertiría en el punto de partida del film escrito por Adrian Mitchell y Geoffrey Skelton, hoy considerado una de las mejores adaptaciones del teatro al cine y una de las mejores representantes del género del teatro dentro del teatro o metateatro. Marat/Sade, el título abreviado con el que se conoce a la obra, es la tercera pieza teatral de Weiss, precedida por Coloquio de los Tres Caminantes (Das Gespräch der drei Gehenden, 1962), trabajo experimental en prosa con un estilo similar al de Samuel Beckett, y Noche con Huéspedes (Nacht mit Gästen, 1963). En estas obras Weiss demostró ser un creador cuya búsqueda siempre fue la de llevar el teatro hasta sus límites, visión compartida a su vez por Peter Brook y llevada a su máxima expresión en Marat/Sade.

 

La situación que podría ser obra puramente de la imaginación tiene en realidad una base literaria e histórica. Weiss se apoya en los relatos sobre la infinidad de obras escritas y puestas en escena realizadas por Sade a lo largo de su vida, ya sea en Charenton o en teatros, obras hoy desaparecidas, situación ejemplificada en el film con la ruptura del propio Sade del manuscrito durante la interpretación de la obra en un indicio de que a partir de ese punto sus intervenciones toman un carácter de arrebato de inspiración. La leyenda de las obras perdidas y la relación de ambos con la Revolución le sirve a Weiss para crear una puesta sobre el choque de ideas, un estallido que deja sus esquirlas y que revive las contradicciones de la Revolución Francesa en un momento en que las autoridades bonapartistas buscaban institucionalizar y pacificar los conceptos -ya vaciados de sentido- de libertad, igualdad y fraternidad.

 

La idea de interpretar el asesinato de Marat por los actores del manicomio ya era suficientemente transgresora, pero Weiss lleva la apuesta más allá. Hace acontecer la acción en los baños de la institución, dado que en sus últimos años Marat vivía aquejado por una enfermedad de la piel solo aliviada por una hidroterapia de baños calientes. La interpretación en los baños también denota la posibilidad de mirar hacia ese lugar privado y muy ajeno de lo público, un espacio íntimo al que lo público no debería acceder. Brook pone de hecho una reja entre el público general, que presencia la obra desde un afuera, y los actores, que se compenetran con la obra mientras luchan contra sus propias dolencias de todo tipo, como narcolepsia, depresión, manías sexuales y paranoia, interpretando sus papeles encadenados, con camisas de fuerza o guiados por los enfermeros guardias y las monjas que los mantienen tranquilos y sin armar alboroto.

 

Si la Revolución de por sí constituye un acto subversivo que rompe con el pasado y pone en el centro la novedad de las ideas vanguardistas de la Modernidad como proceso histórico y social de transformaciones y avances, la Revolución Francesa es el evento más importante en la irrupción de la Modernidad. Marat y Sade representan dos actores diversos y protagónicos de esta Revolución tanto para su desarrollo como para su devenir y su legado. Jean-Paul Marat fue un científico y medico muy respetado, con influencia en la Corte de Francia. Con la Revolución abandonó prácticamente esta profesión para abocarse a la política. Ferviente partidario de la abolición de la Monarquía, fue uno de los ideólogos del terror jacobino y atacó duramente a los moderados girondinos hasta su muerte. Aunque desordenadas y contradictorias sus propuestas contienen algunos de los preceptos que el socialismo iría gestando a partir de la experiencia revolucionaria francesa. El Marqués de Sade, también activo en la política de Francia durante los primeros años de la Revolución tras la Toma de la Bastilla, donde yacía prisionero, leyó una elegía durante el funeral de Marat sobre sus ideas y su rol en la Revolución. Marat y Sade, protagonistas y víctimas del proceso revolucionario. Marat asesinado, Sade hospitalizado en Charenton, ambos se reencuentran aquí a través de sus textos confrontando sus ideas, sobre la necesidad de avanzar en el proceso revolucionario por parte del primero y la desilusión nihilista que desemboca en ideas individualistas en el segundo, dos comportamientos igualmente comprometidos con su tiempo que interpelan la idea de Revolución y libertad aún hoy.

 

El tema principal de la obra es el rol de la libertad en la Revolución y cómo ambas se relacionan durante el proceso revolucionario. Tanto Marat como Sade son protagonistas de esa época, tanto por sus roles de científico y medico en el caso del primero como escritor polémico condenado por el contenido de sus páginas y prisionero de La Bastilla en el segundo. La Revolución y la libertad son dos conceptos distintos para cada uno. Si Marat defiende la profundización de los cambios sociales, Sade crítica la ilusión del igualitarismo y pone el dedo en la llaga de las contradicciones relacionadas con los derechos del hombre, la fraternidad y las máximas de la Revolución.

 

Sade coloca aquí a la experiencia como el centro de la vida, argumentando que lo que llevamos a cabo en la praxis es tan solo una sombra de lo que proyectamos realizar, mientras que Marat pone el acento en la promesa de la Revolución. Sade ve el presente como la única forma de vivir, y Marat como una forma de construir un futuro mejor. Marat ve que la Revolución se le escapa de las manos, que el nuevo mundo surgido de la Revolución le sonríe a la burguesía pero no se rinde en su afán de defender los ideales del pueblo, que a su vez lo ve como su promesa de salvación. Sade, en cambio, ha visto al hombre convertirse en bestia y lo aborrece, ha visto la peor cara de la Revolución, el terror, las masacres, la sangre correr y ha sentido el golpe en su humanidad. Sade habla de un mundo y de un devenir que Marat nunca verá, pero las ideas de ambos riñen y batallan hasta desfallecer, hasta la locura.

 

El autor de Justine o los Infortunios de la Virtud (Justine ou les Malheurs de la Vertu, 1791) expone a Marat como una víctima de su tiempo y de sus ideales revolucionarios, una víctima de las demandas del pueblo, de su entrega a las masas, y expone sus razones para defender su individualismo, una especie de proto anarquismo lejano de las ideas absurdas que sostienen los girondinos en la obra. El Marqués crítica cómo la Revolución se convierte para el pueblo en una especie de solución mágica a todos sus problemas, lo que la convierte en una utopía vacía de sentido en lugar de un proceso de transformación social. Marat a su vez es un personaje sumergido en la evolución, en su época, en la necesidad de tomar acciones concretas para que la Revolución no se convierta en una pantomima, en una tradición que finalmente solo coloca otros nombres en los puestos de mando sin cambiar nada. Sade se pone por encima de eso con el conocimiento del resultado, desde su carácter de excluido del proceso.

 

En este sentido, la obra tiene dos ejes, por un lado la discusión filosófica y política sobre la noción de Revolución, la vida, la muerte y la libertad en un debate en el que ambos personajes discuten solitariamente, y por el otro lado la interpretación histórica del asesinato de Marat por parte de los internos. Entre estos dos ejes se encuentran el coro y los cuatro cómicos con sus gorros frigios, que narran la situación de la Revolución o los acontecimientos históricos que se sucedieron desde la caída de Luis XVI hasta la proclamación de Napoleón Bonaparte como Emperador siguiendo la estética del musical popular. Tanto Marat como Sade analizan en la obra la transformación de los ideales de la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad, en significantes vacíos, lemas sin un significado concreto que solo sirven para engañar y manipular en lugar de mejorar la situación social del pueblo.

 

La obra ataca con vehemencia tanto el nacionalismo como el antisemitismo y el chauvinismo de la época, ideas que se convertirán en los pilares del discurso político de extrema derecha. Marat/Sade indaga en los inicios de la construcción de estos discursos en formación, aún caóticos, que van surgiendo del magma de las ideologías mutables, macerándose y tomando forma lentamente.

 

Si en la obra de Weiss la revolución y la locura se relacionan maravillosamente en una institución donde la libertad solo existe en la mente, en el film de Brook esta relación fluye a la perfección a través de personajes completamente enajenados que potencian las paradojas del acontecimiento histórico retratado. Patrick McGee compone espléndidamente a un Alphonse de Sade desencantado que busca agitar a los internos de Charenton con su polémica obra, mientras que Ian Richardson interpreta a un paciente paranoico que a su vez compone a Jean-Paul Marat, un revolucionario sumido en su dolor y en su rol en la Revolución. Glenda Jackson encarna de forma brillante a una mujer con narcolepsia y depresión que interpreta a su vez a Charlotte Corday, la asesina, mientras que Clifford Rose compone a Coulmier, el director de Charenton, y Freddy Jones y Jonathan Burn se ponen en la piel de dos de los bufones.

 

El film de Brook maneja con brillantez las escenas musicales y el cambio de perspectiva de los personajes con un montaje ágil que aturde y que conduce al espectador a través de la obra para desnudarlo de sus prejuicios y atacarlo con conceptos que discuten entre sí en un proceso de dialéctica negativa que deja al espectador indefenso, a merced de las contradicciones del pensamiento de Marat y de Sade, sin sacar ninguna conclusión, tan solo ofreciendo el caos como resultado de la agitación producto de la representación de uno de los acontecimientos clave de la historia de Francia. Los opuestos no generan así una síntesis o una conclusión o una nueva forma de ver el mundo, sino que dejan al descubierto la crudeza de la realidad a través de sus contradicciones.

 

De los espectadores no se sabe nada, ya que tan solo Coulmier y su esposa e hija aparecen en la obra, y solo Coulmier habla. Esta situación propone que todos somos espectadores, que al quedar del otro lado no somos los protagonistas, enfatizando la interpelación al espectador en su pasividad para arengarlo a atreverse a entrar, a convertirse en parte de la historia, ya sea como actor, loco o político, una misma trinidad indivisible.

 

La obra de Weiss encuentra en la Revolución Francesa y en los personajes de Marat y Sade una forma de intervenir en las discusiones de la década del sesenta, en las ideas de Revolución y Libertad que recorrían y siguen recorriendo el mundo hoy. Weiss pone el dedo en la llaga sin pruritos de ningún tipo para cuestionar hacia dónde va la Revolución, si la Revolución no es tan solo el prólogo de una larga serie de penurias que incluyen una contrarrevolución, una dictadura y aborrecibles genocidios por parte de asesinos desenfrenados y desapegados de todos los valores morales. ¿Es la Revolución tan solo una utopía inaplicable al mundo que vivimos o un proceso que conduce a una transformación social a largo plazo? Weiss deja la pregunta en carne viva, no le interesa la respuesta, si es que la hay. Marat/Sade tan solo ofrece dudas, preguntas irresolubles sobre el pasado, el presente y el futuro, sobre el cambio social, la libertad, quiénes somos y de qué somos capaces. Preguntas que duelen y que pueden revelarnos lo que no nos atrevemos a ver.

 

Marat/Sade es una pieza teatral sobre el vaciamiento de los conceptos, las manipulaciones de los mismos, las promesas incumplidas de la Revolución Francesa y el poder de las ideas como armas que inflaman el corazón de los hombres. Weiss y Brook demuestran aquí que la historia no se caracteriza por la evolución, sino que está signada por el eterno retorno y la repetición de los mismos errores y barbaridades, una tragedia anunciada que se repite hasta el hartazgo y el asco.

 

Marat/Sade (Reino Unido, 1967)

Dirección: Peter Brook. Guión: Peter Weiss, Adrian Mitchell y Geoffrey Skelton. Elenco: Patrick Magee, Ian Richardson, Michael Williams, Clifford Rose, Glenda Jackson, Freddie Jones, Hugh Sullivan, John Hussey, William Morgan Sheppard, Jonathan Burn. Producción: Michael Birkett. Duración: 119 minutos.

Puntaje: 10