Sueño de Libertad (The Shawshank Redemption)

Rita, Marilyn y Raquel

Por Emiliano Fernández

La curiosa popularidad de Sueño de Libertad (The Shawshank Redemption, 1994), de Frank Darabont, entre el público menudo que sinceramente mucho no sabe de cine no sólo está vinculada a su fuerte presencia en los canales de cable desde la década del 90 hasta nuestro presente o a ese “boca en boca” de recomendaciones entre los espectadores que empezó entre los fanáticos de Stephen King y luego se abrió al resto del abanico de consumidores culturales, basta con pensar que la realización a nivel constitutivo cuenta con elementos concretos que pueden llegar a apelar a prácticamente todos los públicos posibles, a saber: aquí tenemos a dos protagonistas principales que se corresponden a dos construcciones identitarias opuestas, primero un burgués contador, frío y muy inteligente, Andy Dufresne (Tim Robbins), y segundo un veterano cálido de color y “más del pueblo”, Ellis Boyd Redding alias Red (Morgan Freeman), por otro lado los villanos también siguen esta misma partición social porque al alcaide corrupto y maquiavélico de prisión, Samuel Norton (Bob Gunton), se contrapone su perro faldero y encargado de las palizas cual lumpenproletariado de la represión policial, el Capitán Byron Hadley (Clancy Brown), en consonancia el entorno del relato, la mazmorra brutal, y el lapso de tiempo retratado, nada menos que dos décadas, ofrecen una posibilidad de identificación muy fuerte ya que son los vaivenes de la vida, el dolor y la repetición los que están en un constante primer plano a nivel retórico, además el film ofrece un ejemplo muy poco habitual durante las últimas décadas de un clasicismo narrativo paciente y meticuloso basado en gran parte en las locuciones en off del personaje de Freeman, un recurso del que el Hollywood contemporáneo suele abusar para sobreexplicar porque ya casi no sabe narrar con imágenes, algo que aquí no ocurre gracias a que Darabont y su director de fotografía, Roger Deakins, no sólo se lucen apuntalando las palabras con tomas ilustrativas sino que consiguen un fluir visual de por sí atractivo que para colmo funciona como un retrato honesto de la lacra institucional y demagógica que controla Estados Unidos, perspectiva inusitada tratándose de un film salido del sistema de estudios del presente, detalle que se complementa con la pugna explícita permanente entre el conformismo de Redding, temeroso del exterior de los muros y de su dependencia para con el presidio, y la rebeldía de un líder culto con marco de mesianismo cristiano socarrón, Dufresne, amén de que el latiguillo de la amistad entre ambos es otro de los pivotes de índole universalista de la propuesta vía esta sutil fraternidad que prescinde de lo femenino.

 

El convite de Darabont puede basarse en la novela corta Rita Hayworth y la Redención de Shawshank (Rita Hayworth and Shawshank Redemption), del querido King, publicada en su recordada antología Las Cuatro Estaciones (Different Seasons, 1982), un claro ejemplo de su humanismo descarnado y truculento más cercano al drama que al terror estándar, no obstante el director y guionista lee al asunto, en esencia un retrato seco de la mediocridad y el salvajismo de prisión que deriva en cansancio existencial, un proyecto de fuga y una lenta ejecución del plan de turno, como una especie de popurrí con aire de “grandes éxitos” de ingredientes tomados prestados de una retahíla interminable de películas semejantes de encierro, angustia y necesidad imperiosa de evasión, cúmulo que abarca desde clásicos yanquis como Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), de Jules Dassin, Infierno 17 (Stalag 17, 1953), de Billy Wilder, Revuelta en el Bloque 11 (Riot in Cell Block 11, 1954), de Don Siegel, La Celda Olvidada (Birdman of Alcatraz, 1962), de John Frankenheimer, La Leyenda del Indomable (Cool Hand Luke, 1967), de Stuart Rosenberg, Papillon (1973), de Franklin J. Schaffner, Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975), de Milos Forman, Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, 1979), también del excelso Siegel, y Brubaker (1980), otra de Rosenberg, hasta opus europeos en sintonía con La Gran Ilusión (La Grande Illusion, 1937), joya de Jean Renoir, Un Condenado a Muerte se Escapa (Un Condamné à Mort s’est Échappé ou Le Vent Souffle où il Veut, 1956), de Robert Bresson, El Puente sobre el Río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957), de David Lean, El Criminal (The Criminal, 1960), de Joseph Losey, El Agujero (Le Trou, 1960), de Jacques Becker, Expreso de Medianoche (Midnight Express, 1978), de Alan Parker, y En el Nombre del Padre (In the Name of the Father, 1993), neoclásico de Jim Sheridan. La historia se centra en el vínculo afable y hasta en cierto punto complementario entre Andy, recluso en la Prisión Estatal Shawshank bajo cargos de haber matado a su esposa y el amante de ésta, y Red, también detenido por homicidio, y en el rol parasitario de la dirigencia para con las destrezas contables del primero, ex vicepresidente de un banco que muta en tesorero del alcaide en sus múltiples chanchullos de lavado de dinero relacionados a la mano de obra esclava de los reos en la obra pública, quedándose con dinero de los reclusos y materiales y recibiendo coimas varias de contratistas de la construcción y la tala para que Norton deje el terreno libre en determinados proyectos encomendando otros trabajos a todos los cautivos.

 

Así como Sueño de Libertad hace gala de una generosa carga de realismo e inconformismo de izquierda en lo que atañe a sus arremetidas contra el mandamás de prisión, un hombre que termina pegado a Dufresne porque éste le lleva los registros financieros e incluso creó un testaferro imaginario llamado Randall Stephens, y contra el salvaje de Hadley, adalid de la impunidad institucional y sicario por antonomasia adepto al sadismo, asimismo no puede evitar recurrir a viejos ardides del Hollywood ultra populista que coquetea con la debacle para eventualmente volcar todo hacia la alegría última de los personajes principales símil “final feliz” negociado entre la desesperanza y el optimismo paradigmático del mainstream, ejemplo de lo anterior es el recurso de condensar los peores atropellos -léase las muertes- en personajes secundarios como Brooks Hatlen (James Whitmore), un anciano que es liberado después de pasar casi toda su existencia tras las rejas y que se suicida al no poder adaptarse a la libertad, representante del triste condicionamiento de los barrotes, y Tommy Williams (Gil Bellows), un ladrón de corta edad que es asesinado por el alcaide y el capitán cuando descubren que pretende dar testimonio sobre la culpabilidad de otro cautivo de otra cárcel, Elmo Blatch (Bill Bolender), en los crímenes que se le adjudicaron al subyugado estrella, Andy, a lo que por supuesto se suma el destino de un Dufresne que no sólo logra escapar a través de un agujero en la pared, esculpido con una piqueta a lo largo de 19 años entre 1947 y 1966 y tapado con posters sucesivos de Rita Hayworth, Marilyn Monroe y Raquel Welch, sino que traspasa la frontera hacia México e incluso se reúne con Redding en Zihuatanejo, ciudad costera del Océano Pacífico y utopía de un lugar sin memoria en donde puedan dejar atrás el martirio estadounidense para abrir un diminuto hotel sobre la playa utilizando los 370 mil dólares que estaban a nombre de Stephens. Darabont, otrora guionista de La Mosca II (The Fly II, 1989), de Chris Walas, y Pesadilla en lo Profundo de la Noche 3: Guerreros del Sueño (A Nightmare on Elm Street 3: Dream Warriors, 1987) y La Mancha Voraz (The Blob, 1988), ambas de su amigo Chuck Russell, y director para entonces de la televisiva Enterrado Vivo (Buried Alive, 1990) y La Mujer en la Habitación (The Woman in the Room, 1984), legendario corto basado en un cuento de 1978 de King y uno de los inefables “Dollar Babies” del escritor, todas muy dignas por cierto, elige para su debut industrial castigar a los malvados, Norton y su esbirro, vía un cuaderno contable que el reo envía a la prensa para motivar el suicidio del jerarca del penal y el arresto de Hadley.

 

Sin duda la propuesta recupera y exprime con inteligencia tópicos recurrentes de los films de encierro como el contrabando de artículos del exterior a través de la lavandería, los cigarrillos transformados en moneda de cambio, el castigo del confinamiento solitario u “hoyo”, el leitmotiv discursivo de que adentro de la cárcel todos dicen ser inocentes y que el abogado los estafó, esos alimentos repugnantes que sirven en el comedor, el reo que tiene de mascota a algún animalito que cuida a escondidas, en este caso el fanático de las aves Hatlen, la manipulación de la mafia ignorante de los guardias mediante el conocimiento de sus siervos, el fantasma de la enajenación paulatina a raíz del cautiverio, la urgencia por escapar a los trabajos forzados o aquellos asignados de manera unilateral, el choque entre la uniformización kafkiana y la riqueza cultural, esta última simbolizada en la biblioteca que Dufresne construye prácticamente de la nada y en la escena en la que pone en los altavoces del presidio un pequeño fragmento de Las Bodas de Fígaro (Le Nozze di Figaro, 1786), de Wolfgang Amadeus Mozart y Lorenzo da Ponte, y desde ya la presencia de los infaltables sodomitas blancos que lo único que desean es violentar la retaguardia y la boca de sus colegas reclusos más indefensos, en esta oportunidad una pandilla llamada Las Hermanas y encabezada por Bogs Diamond (Mark Rolston), violador serial que termina en una silla de ruedas luego de la paliza del capitán por haber golpeado severamente a Andy al extremo de condenarlo a la enfermería de Shawshank durante un mes. Sin embargo hay algo realmente novedoso en Sueño de Libertad y es su muy astuta idea de no engolosinarse con el plan de escape desde el vamos y guardar para la sorpresa del desenlace las verdaderas intenciones del agente contable, eso de atesorar la creencia de que algún día podrá salir, lo que implica conservar su dignidad y no transformarse en un esclavo apático más del montón, en una movida que se subdivide entre la lenta construcción del agujero en su celda y en paralelo la esperanza de que las autoridades encuentren al verdadero homicida de su esposa y amante, algo que se viene abajo cuando lo traiciona el alcaide para retenerlo como cómplice eterno esclavizado al matar a su garantía de salida, Tommy, a quien además estaba ayudando a obtener el diploma de la secundaria. Este trasfondo amargo pero también lírico idealista de la película, descreída de las instituciones e incentivando la subversión individual contra el sistema y sus verdugos de la pluma y la espada, se condice con el quid hollywoodense de siempre y también se traslada a las ironías religiosas, por un lado enmarcando el accionar de Dufresne dentro del acervo espiritual cristiano y por el otro revelando que la piqueta estuvo escondida a lo largo de dos décadas dentro de un ejemplar de esa misma Biblia que tanto fetichiza el hipócrita chantajista de Norton, otro de los payasos de la administración pública que habla de rehabilitación de los internos cuando lo único que obtienen entre los muros de la prisión es calvario, disciplina maniática y una suerte de profesionalización delictiva que bien queda en evidencia en el relato mediante aquella recordada conversación entre los geniales Robbins y Freeman en una biblioteca que supo ser llevada por el ajado y ya derrotado Brooks, cuando el primero le comenta al segundo que afuera era un hombre honrado y adentro cayó en todos los vicios posibles en nombre de la supervivencia como sea. Darabont volvería a ofrecer otras dos adaptaciones interesantes de King, la melosa Milagros Inesperados (The Green Mile, 1999) y la nihilista La Niebla (The Mist, 2007), y otros trabajos asimismo vitales como El Majestic (The Majestic, 2001), reflexión algo bizarra acerca del macartismo, y Mob City (2013), su exégesis del film noir en formato de serie para TNT, aunque resulta toda una paradoja que el humanismo spielbergiano de Sueño de Libertad eventualmente terminase derivando en la jubilación/ retiro profesional tácito de Frank, un señor de pocas pulgas y temperamento explosivo, a posteriori de dos episodios que dejaron a la vista el costado más caníbal de la industria cultural yanqui, primero la expulsión de su propia creación para AMC, The Walking Dead, luego de haber lanzado la serie entre 2010 y 2011, por sus peleas con los ejecutivos debido a recortes masivos de presupuesto a pesar del éxito en telespectadores, y segundo el rechazo por parte de George Lucas del guión que había escrito para lo que eventualmente sería Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, 2008), un trabajo con el que el propio Steven Spielberg estaba encantado aunque Lucas atacó por aparentes celos, privilegiando un guión de David Koepp a partir de una historia original de Lucas y Jeff Nathanson que dejaba mucho que desear. La magia del film, al mismo tiempo conservador desde lo formal y rebelde para con lo que importa ser rebelde, hablamos de la basura estatal y el entramado hediondo plutocrático capitalista, radica en suma en el amor hacia la inmanencia redentora de los símbolos y las quimeras cotidianas que nos alejan de la despersonalización, sean éstas una simple película que nos fascina, como esa Gilda (1946), de Charles Vidor, que los reos ven con devoción, una colección de libros y vinilos, discos que van desde Mozart hasta Hank Williams, o la misma figura femenina que por su ausencia está más presente que nunca aunque no bajo el aburrido manto de la hembra real sino dentro del esquema de los tótems sensuales que nos impulsan a sobrevivir un día más en una coyuntura asfixiante, de allí se explica la picardía de ocultar el anhelo de autonomía, el agujero en la pared, con las imágenes endiosadas de las bellas Rita, Marilyn y Raquel…

 

Sueño de Libertad (The Shawshank Redemption, Estados Unidos, 1994)

Dirección y Guión: Frank Darabont. Elenco: Morgan Freeman, Tim Robbins, Bob Gunton, Clancy Brown, William Sadler, Gil Bellows, Mark Rolston, James Whitmore, Jeffrey DeMunn, Larry Brandenburg. Producción: Niki Marvin. Duración: 143 minutos.

Puntaje: 10