A pesar de que comparten un marco temático más que obvio, léase esa homosexualidad de carácter algo mucho rimbombante y caricaturizada, y hasta el principal abordaje de fondo, específicamente la conjunción entre el ecosistema gay señalado y un relato policial con un misterio/ enigma/ intriga de base, lo cierto es que Cruising (1980), del norteamericano William Friedkin, El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, 2013), del francés Alain Guiraudie, y Pudriéndose al Sol (Rotting in the Sun, 2023), del chileno filmando en tierras mexicanas Sebastián Silva, cuentan con perspectivas narrativas casi opuestas, pensemos para el caso que la primera está enmarcada en el exploitation setentoso, la segunda en el drama naturalista y la tercera en una farsa que de a poco muta en una tragedia que de todos modos jamás pierde el sustrato irónico. Más allá del detalle de que Cruising es una joya, El Desconocido del Lago asimismo una maravilla y Pudriéndose al Sol una película fallida y demasiado extensa con algunas ideas relativamente interesantes, las tres mantienen una unidad involuntaria como si se tratase de una trilogía tácita y en diferido cuyos eslabones individuales se diferencian además en materia de la representación de la sexualidad y los intereses fundamentales del relato, a saber: el film de Friedkin insinúa el coito y fetichiza el cuero caliente del primer sadomasoquismo masivo metropolitano porque está obsesionado con la transformación de un policía heterosexual en gay, Steve Burns (Al Pacino), mientras busca a un asesino que acecha en la comunidad de turno, el opus de Guiraudie ya incluye tomas de pornografía hardcore en consonancia con su idea de retratar las reacciones de Franck (Pierre Deladonchamps) ante el descubrimiento de que su “objeto del deseo” es un asesino, Michel (Christophe Paou), y finalmente la propuesta de Silva nos bombardea con una iconografía homosexual para presentarnos la muerte accidental de una versión ficcional suya a instancias de la torpe sirvienta Verónica (Catalina Saavedra), quien trata de ocultar el cuerpo en cuestión de un modo precario y aun así consigue proteger su secretito sucio.
En pantalla lo único que sabemos de Franck es que trabajaba en un mercado popular de venta de frutas y verduras y quedó desempleado, por ello posee el tiempo suficiente para concurrir casi todos los días a una playa nudista a orillas del lago del título que es utilizada por la comunidad gay como punto de encuentro sexual y como espacio para conocer a otras personas, ya sea con intención de formar una pareja o mantener encuentros pasajeros sin ataduras. En el lugar nuestro protagonista conoce a Henri (Patrick d’Assumçao), un leñador panzón y solitario que se separó de su novia tiempo atrás y adora pasar sus vacaciones allí como una forma de relajarse y conocer gente porque es bisexual y en el pasado tenía una relación abierta con su pareja que los llevaba a concurrir a destinos clásicos del nudismo, el naturismo y el swinging o intercambio de parejas como Cabo de Agde/ Cap d’Agde. Lo que parecía una relación platónica se convierte en una entrañable amistad aunque el asunto desde el vamos se complica por la presencia de otro varón que capta la atención de Franck, nos referimos a ese Michel símil adonis perfecto que siempre se muestra cerca de un tal Pascal Ramière (François-Renaud Labarthe) en una situación que impide que el personaje de Deladonchamps pueda encararlo, algo que cambia cuando Franck lo ve a la distancia ahogando en el medio del lago a su amante y saliendo del agua lo más tranquilo. Mientras un oficial comienza una investigación cuando tres días después se descubre el cadáver, el Inspector Damroder (Jérôme Chappatte), el ex vendedor de hortalizas da rienda suelta a una relación romántica -y bastante macabra- con Michel basada en su silencio y la fascinación morbosa que despierta el susodicho a lo pulsión de muerte, no obstante el policía avanza en su pesquisa y de a poco va construyendo el elenco de testigos alrededor de un episodio que ya no parece un simple accidente sino un asesinato, detalle del que Henri asimismo toma conciencia porque percibe el dejo peligroso del ignoto Michel, el cual a pura obstinación no desea ver a nadie por fuera del lago y así nos deja con mucha claustrofobia a cielo abierto.
Guiraudie, gay él mismo, no abusa de los inserts hardcore como Catherine Breillat o el Michael Winterbottom de 9 Canciones (9 Songs, 2004), limitándose a una eyaculación y una fellatio, y se abre camino como una hipotética versión homoerótica de Claude Chabrol sin música incidental y apuntalada en tomas secuencias hipnóticas que siempre trascurren en locaciones naturales y jamás en estudios, especialmente porque el interés del realizador no pasa por la identidad del criminal -latiguillo hiper transitado por el film noir y el terror, aquí explicitado desde el principio- sino por las repercusiones concretas del delito, un homicidio que será condenable de por sí pero paradójicamente le permite al protagonista materializar su anhelo amatorio con el cazador trastornado, Michel, tótem vinculado a un riesgo/ peligro que erotiza y repele al mismo tiempo. Por momentos funcionando como un estudio de una promiscuidad de tubo de ensayo que se vuelca hacia una monogamia bizarra que parece reluciente aunque en verdad oculta la perversidad señalada como condición de su existencia, planteo incluso condimentado con los conflictos del dúo principal porque Franck es el adalid del compromiso y la “vida de pareja” hogareña tradicional mientras que el homicida resulta un hedonista gélido e independiente que no desea encontrarse con él en otro ámbito que no sea el lago, la película tampoco evita su faceta de comedia negra y ejemplos de ello son sus pinceladas cómicas en medio de esta situación de rango tenebroso buscado, recordemos para el caso al onanista que se pasea por el bosque para toquetearse viendo a los amantes del montón, aquel delirante/ despistado que busca a mujeres en una zona exclusivamente masculina, el “marido” ultra celoso (Sébastien Badachaoui) de un personaje también muy estrafalario que le quiere succionar el pene a Franck, Eric (Mathieu Vervisch), y por último la hilarante obsesión de Henri con la supuesta existencia de siluros gigantescos en el lago que podrían atacar a los nadadores o bañistas, en esencia un pez que en América se llama bagre y en Europa puede llegar a los excesivos cuatro metros de largo.
Si Michel es el psicópata insensible que busca eterna “discreción” -léase impunidad- en sus encuentros con desconocidos semejantes a presas intercambiables, pregonero de un cinismo irresponsable para con el prójimo que hace del anonimato su principal herramienta a la hora de atacar cobardemente, Henri en cambio, por cierto un señor que no se desnuda ni tiene sexo ni se baña en las aguas, representa el súmmum ético porque no tiene ningún vicio y es por lejos el mejor conversador del lago, suerte de vínculo sólido de impronta humanista que le garantiza a Franck unas seguridad y sabiduría que se contraponen a lo placentero efímero del lunático y el resto de la fauna local, de allí se entiende la división que impone el guión de Guiraudie en un protagonista que se siente cerca del leñador a nivel idiosincrásico o amistoso pero no puede esquivar el encanto del amante, masoquismo de por medio que para colmo lo transforma en cómplice en el asesinato de Ramière. Cuando en el desenlace el director mata a Henri, quien prácticamente se suicida al informarle a Michel que sospecha que es el responsable del crimen, deja flotando en un limbo la eventual segunda fase de la relación entre el gordo y Franck y sobre todo subraya que este último se mueve como un monigote patético del deseo, de la propia conciencia e incluso de la moralidad social más pragmática a través del acoso escalonado del inspector, el cual a su vez deja en claro que la compasión y la solidaridad del enclave gay desaparecen gracias al canibalismo homicida y cierto egoísmo monotemático sensual que sigue su marcha como si nada hubiese pasado. Con grandes actuaciones de todos los involucrados y un ascetismo formal prodigioso, la propuesta explora la mecánica de los rituales de apareamiento, desromantiza a la desnudez en el arte y el porno -aquí no un sinónimo de sinceridad sino de hipocresía nauseabunda- y se abre camino como un verdadero neoclásico posmoderno en este curioso entorno de los thrillers LGBT que no celebra ni condena a la homosexualidad, optando apenas por retratar sus mentiras y paradojas de seducción, por supuesto las mismas de la heterosexualidad…
El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, Francia, 2013)
Dirección y Guión: Alain Guiraudie. Elenco: Pierre Deladonchamps, Christophe Paou, Patrick d’Assumçao, Jérôme Chappatte, Mathieu Vervisch, Gilbert Traïna, Emmanuel Daumas, Sébastien Badachaoui, Gilles Guérin, François-Renaud Labarthe. Producción: Sylvie Pialat. Duración: 100 minutos.