Definir a Sparks, el dúo de los músicos californianos iconoclastas Ron y Russell Mael, es una tarea muy difícil orientada a que alguien que nunca los haya escuchado se haga una vaga idea de su idiosincrasia exagerada, fascinante y siempre inconformista y proto punk, por ello lo mejor sería saturar con referencias porque ese es de hecho el horizonte principal detrás del art pop bombástico y descabellado de los señores, su autotrazada misión de llevar al oyente al delirio por acumulación ciclotímica de emociones: Sparks es una especie de mixtura entre Frank Zappa, New York Dolls, Monty Python, la encarnación más teatral de The Kinks, Andrew Lloyd Webber, todo el rubro operístico en su conjunto, aquel primer Pink Floyd de Syd Barrett, Roxy Music, Little Richard, Alice Cooper, Captain Beefheart, las bandas sonoras hollywoodenses, Queen, The Beach Boys, Elton John, Jerry Lee Lewis, los musicales de Broadway, Marc Bolan, los geniales girl groups de Phil Spector, Liberace, Rick Wakeman y el kitsch que uno podía encontrar en ese circuito cultural norteamericano de fines del Siglo XX que quería parecerse a su homólogo europeo y sobre todo británico. En términos estrictamente generacionales la banda pertenece al glam de los 70, estilo que los hermanos combinaron con la música barroca, el rock progresivo y el bubblegum pop para generar el período más influyente de su trayectoria, ese que en esencia abarca su etapa inglesa y los álbumes Kimono My House (1974), Propaganda (1974) e Indiscreet (1975), los dos primeros producidos por Muff Winwood y el tercero por nada menos que Tony Visconti, célebre por sus colaboraciones con T. Rex, David Bowie, Badfinger y Thin Lizzy, amén de algunos elementos interesantes de los discos inmediatamente previo y posterior, hablamos de A Woofer in Tweeter’s Clothing (1973), típica obra de transición entre el debut producido por Todd Rundgren y los falsetes de Russell y esos teclados hiperquinéticos de Ron -el principal compositor- que pronto explotarían con la mudanza al Reino Unido, y Big Beat (1976), un insólito vuelco hacia la comarca del hard rock por parte de unos satiristas exquisitos que sin ser abiertamente políticos destruyen cada uno de los clichés de la cultura rock y del acervo norteamericano en general. Luego del olvidable y fallido Introducing Sparks (1977), la dupla regresa con todo con el que sería su otro mojón ineludible para la posteridad, No. 1 in Heaven (1979), un álbum revolucionario para su época producido por Giorgio Moroder que anticipó parte del synth-pop y la new wave por venir al combinar la música disco en boga con la proto electrónica bailable de unos clubs nocturnos grasientos.
El grupo, siempre obsesionado con amalgamar la parodia, una comedia muy seca centrada en personajes bizarros que ameritan canciones específicas y diversas observaciones sociales irónicas más o menos subrepticias a lo Oscar Wilde y Cole Porter, estuvo históricamente marcado por el look opuesto de sus dos componentes invariantes, nos referimos a la melena ampulosa de rock star setentoso/ ochentoso de Russell y al hilarante bigotito hitleriano o quizás chaplinesco de Ron, además de una dinámica de trabajo religiosa y semi patológica basada más en lo que sería un solista de dos cabezas que en el fluir de un clásico colectivo rockero ya que los hermanos se pasaron toda su carrera despidiendo a sesionistas de estudio una vez que éstos aportaban todo lo que tenían para ofrecer en términos de singularidad a la mezcla mutable y en ebullición de Sparks, ente de impronta experimental hasta la médula y ultra contradictoria con una tendencia a entregar por un lado una faceta positiva, léase este carácter indomable, desgarrador, imprevisible y cercano a endiosar los cambios para nunca caer en el conservadurismo deprimente de la fauna musical del Siglo XX en adelante, y por el otro lado un costado sumamente negativo que a esta altura del partido resulta innegable, en este sentido basta con considerar la manía del intelectualismo avant-garde por momentos placentera y a veces odiosa de los Mael con eso de sobreproducir las canciones, enredarlas en suites asimétricas o redundantes, abusar de la pirotecnia del estudio, desparramar ecos, coros y efectos por demás, no poder contenerse un poco en materia de los teclados y las letras y en general fetichizar la transformación identitaria por la transformación en sí, lo que en muchas oportunidades dio origen a metamorfosis innecesarias, vanas o ya vacías de contenido o talento, esquema que lamentablemente abarcó casi todos los discos siguientes al Terminal Jive (1980) y que nos dejó con la escuálida colaboración reciente con Franz Ferdinand en el supergrupo FFS (siglas de “Franz Ferdinand y Sparks”), esos coqueteos bastante deslucidos con el ecosistema clásico de Lil’ Beethoven (2002) y The Seduction of Ingmar Bergman (2009), la vuelta al formato de banda de Hippopotamus (2017) y A Steady Drip, Drip, Drip (2020) y finalmente la concreción de un viejo anhelo del dúo, el componer canciones para un film, lo cual derivó en Annette (2021), opus musical en el que sobresale el desempeño del realizador Leos Carax en detrimento de las composiciones concretas de Sparks, bastante erráticas y aburridas vía bases repetitivas de teclados y la recurrencia de muchas frases en las letras dignas de una impostación freak y algo psicodélica trasnochada.
Semejante recorrido calidoscópico, uno que abarca el glam y el power pop de comienzos de los 70, el synth-pop y el cuasi krautrock de fines de la década e inicios de la siguiente, el pop tonto y/ o irrelevante del grueso de los 80, el house y el techno hiper lavados de los 90, los pastiches posmodernos operísticos del nuevo milenio y esos intentos de regreso al glam desfachatado original y a la gran obra maestra de los señores, Kimono My House, ameritaba un documental tan explosivo, demencial, frenético y sarcástico como los propios Mael y en consonancia Edgar Wright por fin hace justicia con The Sparks Brothers (2021), un trabajo cinematográfico memorable dedicado al rock que viene a sumarse a The Beatles: Get Back (2021), de Peter Jackson y Michael Lindsay-Hogg, The Velvet Underground (2021), de Todd Haynes, Woodstock 99: Paz, Amor y Furia (Woodstock 99: Peace, Love and Rage, 2021), de Garret Price, Zappa (2020), de Alex Winter, Beastie Boys Story (2020), de Spike Jonze, y The Public Image Is Rotten (2017), de Tabbert Fiiller. Con segmentos animados ilustrativos, mucho registro en vivo inédito y entrevistas en blanco y negro a los hermanos, a cómplices eternos como Visconti, Rundgren, Moroder y Jane Wiedlin de The Go-Go’s, con quien grabaron Cool Places del In Outer Space (1983), al famoso escritor y guionista Neil Gaiman, a muchos sesionistas ignotos que participaron en los discos, a comediantes y actores en línea con Jason Schwartzman, Mike Myers y Weird Al Yankovic y a músicos como Beck, Thurston Moore de Sonic Youth, Steve Jones de Sex Pistols, Nick Rhodes de Duran Duran, Flea de Red Hot Chili Peppers, Alex Kapranos de Franz Ferdinand, Vince Clarke y Andy Bell de Erasure, Stephen Morris y Gillian Gilbert de Joy Division y New Order, Roddy Bottum de Faith No More y Bernard Butler de Suede, el documental les da espacio a Ron y Russell para que se luzcan como humoristas surrealistas y relaten sus idas y vueltas aunque siempre preservando la intimidad de la vida privada, así pasan la génesis en California, el mítico viaje a Inglaterra, la vuelta a yanquilandia, las primeras actuaciones televisivas, los éxitos pasajeros de This Town Ain’t Big Enough for Both of Us del Kimono My House y The Number One Song in Heaven del No. 1 in Heaven, las muchas dificultades acumuladas durante los 80 por la ausencia de un sello discográfico que los quisiese fichar, el regreso en los 90 con When Do I Get to Sing “My Way”? del Gratuitous Sax & Senseless Violins (1994), esos proyectos recientes ya citados y la mega locura de la serie de shows del 2008 interpretando todos sus discos hasta el flamante Exotic Creatures of the Deep (2008).
Quizás lo más interesante de The Sparks Brothers, más allá de su halo introductorio para aquellos que no conocían al grupo o lo descubrieron en alguna fase histórica y luego lo perdieron en el radar cultural, y de por supuesto la posibilidad de ver a los septuagenarios comentando y burlándose de su accidentado derrotero en pos de una fama mundial que jamás llegaría al extremo de reforzar el sustrato de siempre de banda de culto de Sparks, sea precisamente el retrato del vínculo de la dupla con el séptimo arte y en especial de sus tres legendarios proyectos truncos al respecto, hablamos del film Confusión que los Mael escribieron con Jacques Tati a principios de los 80 y que debió abandonarse por la muerte del francés en 1982, esa adaptación del manga Mai, la Psíquica (Mai, 1985-1986), obra de Kazuya Kudo y Ryoichi Ikegami, a la que los Sparks consagraron seis años entre 1988 y 1994 con el objetivo de que Tim Burton dirigiera la faena, pero el realizador eventualmente les daría la espalda para encarar sin más El Extraño Mundo de Jack (The Nightmare Before Christmas, 1993) y Ed Wood (1994), y finalmente la traslación a la gran pantalla de The Seduction of Ingmar Bergman, proyecto al que le dedicaron una década -ahora consagrado a combinar la ópera rock, el vodevil, el jazz, el pop barroco y hasta la polka y a retratar un viaje imaginario del legendario artista sueco del título al Hollywood de mediados de la década del 50- después de una escenificación teatral en Los Ángeles en 2011 a cargo del cineasta canadiense Guy Maddin, planes de adaptación que por cierto se vienen cayendo por problemas con el financiamiento y que derivaron en la sociedad con Carax en ocasión de Annette, suerte de “premio consuelo” luego de tanto sufrir por parte de una banda que nunca tuvo ni tendrá los recursos económicos de otros colegas que los copiaron, se hicieron millonarios y por ello sí poseen el capital necesario para darse el gustito de incursionar en otros formatos mediante la fusión de imágenes y canciones de propia cepa. Wright, el cual se incluye dentro del metraje en calidad de fan y cronista/ comentador ya que literalmente le dedicó tres años al documental mientras craneaba en paralelo El Misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021), erige un homenaje tierno y apasionante a un grupo norteamericano con sensibilidad británica que merece un mayor reconocimiento que el goza en el presente ya que su período de oro, aquel de la juventud efervescente de los 70, toma la forma de una usina sublime de mordacidad, desparpajo e ideas que, a pesar de su núcleo desorbitado, sin duda se ubican entre lo mejor y lo más vital de la historia del rock culto y autoconsciente…
The Sparks Brothers (Reino Unido/ Estados Unidos, 2021)
Dirección y Guión: Edgar Wright. Elenco: Ron Mael, Russell Mael, Tony Visconti, Jane Wiedlin, Giorgio Moroder, Todd Rundgren, Neil Gaiman, Alex Kapranos, Thurston Moore, Steve Jones. Producción: George Hencken, Nira Park y Laura Richardson. Duración: 141 minutos.