Herschell Gordon Lewis, un ejecutivo publicitario orientado al marketing y las relaciones públicas y devenido cineasta de dejo trash todo terreno, tuvo una carrera en el séptimo arte de apenas una década que demostró ser revolucionaria porque creó el cine gore moderno o splatter recuperando tanto la libertad del viejo acervo norteamericano del terror previo al Código Hays, el sistema de autocensura de Hollywood que operó entre 1934 y 1968, como el costado más cruento o ritualístico furioso de las carreras en Italia de Mario Bava y en el Reino Unido de Terence Fisher, dos artesanos que ya habían elevado muchísimo el umbral de lo que podía mostrarse en pantalla en cuanto a la violencia y a la sangre sexualizada, panorama que tampoco debe hacernos olvidar el largo paso de Lewis por una infinidad de comarcas interconectadas del exploitation y sintetizadas en una cuasi biopic sobre Hugh Hefner de Playboy, Living Venus (1961), el musical erótico Goldilocks and the Three Bares (1963), el proto roughie sadomasoquista Scum of the Earth! (1963), aquel hicksploitation de Moonshine Mountain (1964) y This Stuff’ll Kill Ya! (1971), la trasheada indescriptible Monster a Go-Go (1965), las epopeyas infantiles Jimmy, the Boy Wonder (1966) y The Magic Land of Mother Goose (1967), la fantasía ultra demente de Something Weird (1967), el musical rockero Blast-Off Girls (1967), el drama sobre control de natalidad The Girl, the Body and the Pill (1967), el exploitation de motociclistas y juventud descarriada de She-Devils on Wheels (1968) y Just for the Hell of It (1968), exploraciones “serias” acerca de promiscuidad e intercambio de parejas a lo The Alley Tramp (1968) y Suburban Roulette (1968), el exponente grasiento de ciencia ficción How to Make a Doll (1968), el western incestuoso Linda and Abilene (1969), aquella parodia política intitulada The Year of the Yahoo! (1971) y la catarata de sexploitation rutinario, modelo fantasías burguesas o nudie-cuties inofensivas de campo nudista, de The Adventures of Lucky Pierre (1961), Daughter of the Sun (1962), Nature’s Playmates (1962), Boin-n-g (1963), Bell, Bare and Beautiful (1963) y las ya tardías The Ecstasies of Women (1969) y Miss Nymphet’s Zap-In (1970).
El colorido derrotero de Lewis en el ecosistema splatter abarca cuatro fases que responden a distintas motivaciones históricas/ coyunturales, así la primera fue encarada en calidad de experimento y reproducida por su enorme éxito en taquilla, la segunda funcionó como una “apuesta a seguro” y por ello fue bastante más mediocre, la tercera estuvo influenciada por la propia incapacidad de dejar atrás el terror en términos comerciales ya que el resto de las aventuras en otros rubros del exploitation no estaban dando sus frutos, lo que por cierto rejuveneció el marco creativo del realizador y guionista, y finalmente el cuarto período en esencia está homologado a un regreso imprevisto al cine, ya en el Siglo XXI, luego de haberse retirado a principios de la década del 70 por varias razones, sobre todo el deseo de volver al mundo del marketing y la publicidad, una hilarante condena de tres años de cárcel por fraude y la misma transformación cinematográfica industrial porque para aquellos años el mainstream estaba comenzando a encarar obras más arriesgadas para “comerle” el nicho al gremio de los cineastas independientes o Clase B o underground como Lewis, un adalid del amateurismo símil Ed Wood -tan lelo como entusiasta y porfiado- aunque sin el frenesí contracultural de gente como John Waters, Russ Meyer y Jack Hill, más bien cayendo en el grupete de artesanos con un semi talento un tanto “especial” a lo Doris Wishman y William Castle. La primera fase, denominada por los fanáticos la Trilogía de la Sangre (Blood Trilogy) y producida por David F. Friedman, luego responsable del clásico nazisploitation Ilsa: She Wolf of the SS (1975), opus de Don Edmonds, cubre Blood Feast (1963), un proto slasher esotérico de trasfondo egipcio, Two Thousand Maniacs! (1964), gran clásico del hicksploitation sobre turistas masacrados por sureños de lo más rústicos, y Color Me Blood Red (1965), sátira tácita sobre el submundo artístico que le debe mucho a Roger Corman, en sí tres obras que rankean en punta entre lo mejor del director porque sus muchísimas desprolijidades están vinculadas al grotesco, el kitsch, el absurdo y las home movies más bizarras que le ofrecen al público una rebeldía por entonces inexistente en los blockbusters.
A uno le encantaría decir que con los años Lewis fue acumulando experiencia o mejorando su impronta trash pero sinceramente este no fue el caso, más bien se dio una especie de refinamiento o mejor aprovechamiento de recursos cuando éstos realmente existieron, por ello mismo -como afirmábamos anteriormente- nada de lo que hizo a posteriori superó al tríptico original del gore, pensemos en las propuestas de la segunda fase, las claramente inferiores A Taste of Blood (1967), una intentona vampírica, y The Gruesome Twosome (1967), una comedia hitchcockiana, en los dos films de la muy digna tercera etapa, The Wizard of Gore (1970), regreso al esoterismo de Blood Feast pero mucho más volcado a la ilusión surrealista, y The Gore Gore Girls (1972), relectura cómica del film noir, y en los exponentes de la cuarta fase, esa del regreso a la dirección, Blood Feast 2: All U Can Eat (2002), secuela amena aunque muy innecesaria, The Uh-Oh Show (2009), otra parodia del mundo del espectáculo en línea con The Wizard of Gore, y la póstuma Herschell Gordon Lewis’ BloodMania (2017), antología también olvidable codirigida junto a Kevin Littlelight y Melanie Reinboldt. Blood Feast, título bien descriptivo que equivale a Festín de Sangre, como tantas veces se señala es la primera película de la historia del cine que se obsesiona casi exclusivamente con las desmembraciones, extirpaciones y demás salvajadas que hacen a la industria de la carne y al arte de cocinar, de hecho el núcleo de la “no trama” de la propuesta porque aquí es Fuad Ramsés (el histriónico hasta el estereotipo Mal Arnold), un supuesto egiptólogo rengo y dueño de un tugurio de catering exótico que escribió un libro distribuido/ vendido por correspondencia, Antiguos y Extraños Ritos Religiosos (Ancient Weird Religious Rites), quien revienta a lindas señoritas para cocinar sus extremidades y órganos en un banquete en honor a la diosa sumeria Ishtar, todo mientras el psicópata se compromete con una burguesa idiota, Dorothy Fremont (Lyn Bolton), a preparar una cena egipcia para su hija, Suzette (Connie Mason, Playmate de junio de 1963 de Playboy), rubia que está en pareja con el detective a cargo de la pesquisa, Pete Thornton (William Kerwin).
Todos los rasgos de estilo del estadounidense y sus pivotes profesionales favoritos dicen presente en este splatter inaugural, hablamos de actuaciones en verdad malísimas, diálogos sobreexplicativos y bastante bobos, una edición por momentos algo torpe, una puesta en escena rudimentaria o improvisada, esas pinceladas de comedia negra, una imaginación estupenda en materia de los efectos especiales, muchos desnudos o señoritas hermosas por doquier, un ritmo narrativo errático que puede llegar a ser pésimo, la graciosa tendencia a alargar el metraje con escenas tontuelas que no suman nada, arrebatos repentinos de histeria dramática/ narrativa, vacuidad discursiva a montones, música desconcertante -hoy a cago del mismísimo Lewis- y errores como planos movedizos, lectura visible de diálogos, cortes abruptos, cadáveres que se mueven y problemas de continuidad, amén de un casting casi siempre desastroso con intérpretes más viejos o más jóvenes de lo necesario y ese apego paradigmático para con lo cultural extravagante aunque también hacia el trasfondo popular anodino de yanquilandia. Lo único importante en la vertiente truculenta de la trayectoria del realizador son las secuencias gore y allí el film crece gracias al ojo extirpado y la pierna cortada en la bañera del comienzo, aquel cerebro extraído de la fémina de la playa (Ashlyn Martin), la lengua arrancada de la pobre muchacha en el hotel (Astrid Olson), el corazón extirpado durante el flashback del Antiguo Egipto, la espalda lacerada a latigazos de la amiga de Suzette, Trudy Sanders (Christy Foushee), y desde ya ese desenlace con la pierna cocinada, el cuerpo muy estropeado de Sanders y el óbito un tanto patético de Ramsés en el camión de la basura, además de la carne erotizada símil sexploitation de la víctima inicial y las tres seudo adolescentes de la secuencia de la pileta en esta Miami tan poco propicia para semejante matanza, a priori hermanada al cine gótico. En parte se podría aseverar que Two Thousand Maniacs! y Color Me Blood Red resultan más entretenidas y The Wizard of Gore y The Gore Gore Girls más ambiciosas, no obstante Blood Feast continúa reteniendo esa frescura esperpéntica de la primera vez en el campo de los sacrificios rojos a toda pompa…
Festín de Sangre (Blood Feast, Estados Unidos, 1963)
Dirección: Herschell Gordon Lewis. Guión: Herschell Gordon Lewis, David F. Friedman y Louise Downe. Elenco: Mal Arnold, William Kerwin, Connie Mason, Lyn Bolton, Christy Foushee, Scott H. Hall, Ashlyn Martin, Sandra Sinclair, Louise Kamp, Astrid Olson. Producción: David F. Friedman. Duración: 67 minutos.