Memorias de un Caracol (Memoir of a Snail)

Salir del caparazón

Por Martín Chiavarino

Tras un largo proceso de producción que llevó prácticamente ocho años luego del éxito de Mary and Max (2009), finalmente Adam Elliot, el talentoso realizador australiano, logró terminar su segundo largometraje en stop motion, la esperada Memorias de un Caracol (Memoir of a Snail, 2024), escrita y dirigida por el propio Elliot y basada vagamente en sus propias experiencias.

 

Ambientada en las décadas del setenta y ochenta, la película narra el derrotero de Grace Pudel (Sarah Snook) y su hermano mellizo Gilbert (Kodi Smit-McPhee), dos inadaptados que viven en Melbourne junto a Percy Pudel (Dominique Pinon), su padre parapléjico y alcohólico, un artista callejero y cineasta de stop motion parisino que termina viudo tras la muerte de su esposa, Annie (Selena Brennan), durante el parto. Ambos deben lidiar durante su niñez, adolescencia y adultez con una vida de infortunios para poder reencontrarse. Grace, una joven solitaria sin amigos, separada de su hermano, su alma gemela, tras la muerte de su padre, relata su vida entera de penurias desde la niñez hasta la existencia adulta a su caracol predilecto, Sylvia (David Williams), luego de la muerte de su mejor amiga, Pinky (Jackie Weaver), una adorable anciana que se convierte en su única confidente y prácticamente su única familia.

 

Hasta el fallecimiento de su padre, Grace y Gilbert viven una infancia de mutua protección moderadamente feliz, con su hermano defendiéndola ante los abusivos que la molestan por su personalidad retraída y una cicatriz producto de una operación en su labio superior. Con la muerte de Percy, Grace y Gilbert son separados y enviados a distintos hogares en regiones alejadas una de otra en Australia. Grace es trasladada a Camberra, la capital del país, y vive con una excéntrica pareja de swingers adepta a la autoayuda, las terapias, el nudismo y los cruceros, cuestiones hedonistas que combinan continuamente, mientras que Gilbert termina con una familia de fanáticos religiosos que cultiva frutas cerca de Perth, armonizando su devoción cristiana con su entusiasmo por las manzanas, todo mediante un culto muy extraño en el que Gilbert es infructuosamente iniciado. El joven se da cuenta de que toda la familia está demente: la madre es una fanática, los hijos unos fanáticos lobotomizados y el padre un pobre infeliz que les saca el dinero a sus hijos para gastarlo en su vía de escape de la locura, las bebidas alcohólicas, lo que acentúa los choques entre él y la familia. Mientras que Grace se esconde en su colección de caracoles, Gilbert le escribe cartas a su hermana y perfecciona su habilidad en el manejo del fuego para seguir los pasos de su padre como artista callejero, lo que luego le servirá para enfrentar a su desquiciada familia adoptiva.

 

El personaje de Pinky, con la voz de Weaver, alienta a Grace a vivir la vida y es el testamento de la anciana el que finalmente logra derrotar los demonios de la joven. Memorias de un Caracol es una hermosa parábola sobre el amor fraterno, la amistad y la superación de los problemas para construir una vida fructífera. Durante toda la película Grace convive con el maltrato y el abuso de casi todos los que tiene a su alrededor, por lo que se refugia en la amistad con Pinky, la relación con su hermano y su obsesión por los caracoles, una manía que empieza con la herencia de una caja de música con un caracol adentro que desencadena una conducta que escapa al control de Grace y lleva a tratar a los caracoles como amigos y a coleccionar todo tipo de artículos con alguna referencia o forma de caracol, esquema que le sirve para convivir con la ansiedad y el trauma de la pérdida de sus seres queridos. Al igual que los caracoles, Grace se encierra en sí misma y en su mundo cada vez que se siente atacada, retrayéndose de todo. Esta obsesión por los caracoles le permite a Elliot trazar una potente y emotiva metáfora sobre la necesidad de crecer como persona, de aprender a luchar en el mundo exterior en lugar de recluirse en uno mismo para no quedar emocionalmente expuesto a los abusadores. El camino de Grace es el de transformar todo su acervo de tristeza en una vida de alegrías, para lo cual el arte, y especialmente la animación, le sirven como canal por excelencia.

 

La obra está enteramente creada a partir de distintos tonos del color beige, lo que refiere en el imaginario cinematográfico al cine de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, más precisamente a Delicatessen (1991), cuestión que tiene que ver con la percepción de Grace, dado que sus padres adoptivos son fanáticos de ese color, incluso sus mascotas, unos conejillos de indias, son de ese matiz, por lo que la protagonista crece con un trauma al respecto y al narrar sus experiencias revive todo bajo esa gama.

 

Adam Elliot hace un recorrido aquí por muchas de las obras literarias que marcaron su idiosincrasia, como la poesía y la prosa de Sylvia Plath, y juega con el lenguaje cinematográfico, la fantasía y el stop motion con gran soltura y maestría para darle vida a cada una de sus criaturas, generando una de las mejores películas de stop motion jamás realizadas. Para ello Elliot vuelve a las bases del cine, utilizando solo la voz en off de Grace para narrar la historia y sirviéndose de las voces de los demás personajes, salvo las de Pinky y Gilbert, como gruñidos o sonidos onomatopéyicos casi siempre, acorde con la percepción de Grace de lo extraño. También hay un homenaje al realizador francés Georges Méliès y un agradecimiento al Festival de Cine de Camberra, a la vez que se abraza la experimentación sin miedo a jugar con todos los géneros, incluso el terror, en esta obra de gran belleza y extrema tristeza.

 

El tono trágico de la película logra una extraordinaria amalgama con la comedia gracias a la música de piano y vientos de una compositora y pianista australiana nacida en Uzbekistán, Elena Kats-Chernin, para lograr el tono perfecto en esta aciaga pero a la vez alegre fábula, que juega constantemente con sus opuestos en una búsqueda constante de equilibrio entre las emociones que pone en movimiento. Al igual que en Mary and Max, Adam Elliot logra en Memorias de un Caracol narrar una historia emotiva y adulta a través del stop motion con un gran amor por el trabajo artesanal, mezclando la fantasía y la percepción personal de la protagonista con la realidad más cruda y difícil de digerir, ofreciendo una solapada aunque apropiada crítica social sobre muchos aspectos de la cultura australiana y celebrando la bondad y la ayuda al prójimo como caminos que abren bifurcaciones inesperadas y fructíferas hacia la formación de la personalidad.

 

Memorias de un Caracol (Memoir of a Snail, Australia, 2024)

Dirección y Guión: Adam Elliot. Elenco: Sarah Snook, Kodi Smit-McPhee, Jacki Weaver, Eric Bana, Magda Szubanski, Dominique Pinon, Tony Armstrong, Paul Capsis, Bernie Clifford, Nick Cave. Producción: Adam Elliot y Liz Kearney. Duración: 95 minutos.

Puntaje: 10