Si nos situamos en el enclave de las adaptaciones cinematográficas de libros a priori en verdad infilmables, esos que generalmente fueron trasladados a la pantalla desde algún sector de la vertiente indie del séptimo arte, Matadero Cinco (Slaughterhouse-Five, 1972), constituye una de las grandes anomalías del rubro por la sencilla razón de que hablamos de un opus proveniente del Hollywood más poderoso e imponente que logra la proeza de construir una película artísticamente muy interesante que respeta casi a rajatabla la convulsionada estructura narrativa del libro original de turno, la excelente novela de 1969 de Kurt Vonnegut intitulada Matadero Cinco, o La Cruzada de los Niños (Slaughterhouse-Five, or The Children’s Crusade), obra maestra de la ciencia ficción satírica y una de las grandes epopeyas antibélicas y socarronas para con la cultura banal estadounidense y lo que implica en el devenir diario tener que acomodarse a los sueños plutocráticos de progreso, los ideales de familia tradicional y ese régimen escapista que condena a una suerte de vida paralela a gran parte de la población que busca/ encuentra en fantasías u otras actividades un “canal de sublimación” ante la frustración que la cotidianidad provoca una y otra vez.
El detalle que arroja más leña al fuego de la extravagancia de base pasa por la presencia detrás de cámaras de George Roy Hill, realizador de las recordadas Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969) y El Golpe (The Sting, 1973), entre otras: el señor de Minneapolis, aquí dirigiendo un guión prodigioso de Stephen Geller, tuvo una carrera bastante errática y volcada a una especie de comedia irónica muy sutil que siempre resultó muy extraña a ojos de los norteamericanos, y sin duda es precisamente por ello que Hill se abre camino como el cineasta freak/ insólito perfecto para adaptar un material freak/ insólito de esta envergadura. El eje absoluto de la historia es Billy Pilgrim (Michael Sacks), un hombre que padece -o disfruta, depende el caso- una dinámica de constantes saltos en el tiempo entre distintas fases de su vida, un esquema de superposición existencial sin freno cortesía de los habitantes del Planeta Tralfamadore, unos seres que viven en la cuarta dimensión y que secuestran y retienen al protagonista en un domo geodésico para estudiarlo y exhibirlo cual animal de zoológico, llegando al punto de facilitarle una hembra, la actriz erótica y modelo pornográfica Montana Wildhack (esa siempre hermosa Valerie Perrine), para que se aparee.
Las únicas referencias que tenemos de los progenitores de Pilgrim -“peregrino” en inglés, ni más ni menos- son un episodio en el que su padre (David Carlile) lo arroja de niño a una piscina para “hacerlo hombre”, lo que deriva en un casi ahogamiento, y los comentarios celebratorios de su madre (Lucille Benson), unos cuantos años después, en relación a su compromiso con una chica muy rica, la regordeta y bien aburrida Valencia Merble (Sharon Gans), cuyo padre es el dueño del instituto de optometría donde cursó sus estudios el buenazo de Billy. Antes del casamiento en sí el protagonista es reclutado para combatir en la etapa final de la Segunda Guerra Mundial, siendo capturado por los nazis en la Batalla de las Ardenas, trasladado a Dresde para trabajos manuales y eventualmente transformándose en sobreviviente de los infames bombardeos de los aliados sobre la ciudad alemana, esos que generaron 135.000 civiles muertos en una zona donde no había destacamento de tropas ni fábricas militares. A la vuelta a Estados Unidos, Pilgrim es sometido a electroshocks para tratar su estrés postraumático, se casa con Valencia, consolida su situación económica gracias a la optometría y la familia de ella, y engendra dos vástagos, el rebelde Robert (Perry King) y la anodina Barbara (Holly Near), no obstante el aburrimiento hogareño burgués le gana y termina atesorando más los momentos que comparte con su perro Spot y los mismos viajes temporales a expensas de unos tralfamadorianos que unifican pasado, presente y futuro en una filosofía de vida que no admite modificaciones en el discurrir de los hechos históricos tal y como están determinados por todas las causalidades acumuladas.
En un entramado retórico fragmentado que esquiva la linealidad y combina en dosis iguales realismo sucio, ciencia ficción, humor absurdo, surrealismo, melodrama, comedia negra, gesta bélica, erotismo y diatribas políticas pacifistas/ contraculturales/ inconformistas camufladas, el relato nos presenta la hilarante muerte de Valencia al inhalar monóxido de carbono luego de una serie de accidentes automovilísticos en pos de ver a un Billy que sobrevivió milagrosamente a la caída de un avión que asimismo transportaba a unos cuantos optometristas a una convención en Montreal; amén del encuentro de Pilgrim con diferentes personajes como Howard W. Campbell (Richard Schaal), un norteamericano nazi que pretende reclutar tropas para enfrentar a los comunistas, el Profesor Rumfoord (John Dehner), un negacionista patético de extrema derecha con respecto a la condición de crimen de guerra de los cobardes bombardeos de los ingleses y los yanquis sobre Dresde, Edgar Derby (Eugene Roche), un ex docente y hoy militar de mediana edad que se transforma en el mejor amigo de Billy durante su fase como prisionero de guerra, Roland Weary (Kevin Conway), otro soldado como Pilgrim que lo acusa de “asesino” por haberle pisado los pies gangrenados por accidente -los enemigos le quitaron los calzados en plena época invernal- mientras miraba a lo lejos a unas bellas prostitutas alemanas, y ni hablar del tremendo Paul Lazzaro (Ron Leibman), un payaso bien psicópata, narcisista y sádico que interpreta las palabras del anterior en su lecho de muerte como una orden tácita para cargarse a Pilgrim en algún momento del fluir futuro ya que “la venganza es la cosa más dulce del mundo”.
La película, del mismo modo que la novela de Vonnegut, contiene diversas lecturas que se corresponden con la multiplicidad de facetas abarcadas por la obra en sí: en primera instancia hablamos de un retrato muy cariñoso de la masculinidad, su punto de vista y sus “sueños húmedos” (la mediocridad de Valencia, una fémina egoísta e histérica que vive prometiendo -o mejor dicho, autoprometiéndose- que adelgazará ante un Pilgrim que jamás le pide nada, se contrapone a la efervescencia sensual de Montana, una ninfa esplendorosa y adorable que nada tiene que ver con el conservadurismo ramplón de la esposa del antihéroe, esa que le da dos hijos igual de previsibles y chatos), en segundo lugar viene la denuncia en torno a la masacre de Dresde y la utilización de los “niños soldados” en general en todas las guerras de la humanidad (no sólo son los varones los que luchan sino que la enorme mayoría de la tropa está conformada por niños y adolescentes varios que mueren en nombre de los ancianos y/ o veteranos que desde la pusilanimidad, la soberbia y el maquiavelismo de siempre deciden el destino de naciones enteras, algo que queda de manifiesto en el mismo subtítulo del libro y su sustrato autobiográfico, con Vonnegut habiendo sido testigo del holocausto de Dresde y en muchos sentidos tomando a Billy como un álter ego de su persona), a posteriori tenemos ese trasfondo de mega parodia de la vida ideal burguesa/ capitalista y el chauvinismo estadounidense estándar (la complicidad maquillada con el nazismo y en contra del comunismo, ese próximo enemigo construido desde la lobotomización pueril a gran escala, aparece a través de secundarios ya citados y en función de una hipocresía tan voraz y arraigada en la cultura yanqui que impide de lleno reconocer la culpabilidad en lo referido al catálogo de barrabasadas bélicas como por ejemplo las cargas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, los campos de concentración en Japón, la “táctica” compartida de los exterminios ejemplares, las violaciones y las limpiezas étnicas, la misma destrucción de Dresde y el derrotero por aquellos años en Vietnam, aportando en este último caso una lectura complementaria vinculada a la parábola sobre el empleo del Agente Naranja en el Sudeste Asiático y los bombardeos indiscriminados sobre Vietnam, Camboya y Laos), y finalmente está el alegato en favor del pacifismo y en contra de la manipulación marketinera seudo antropológica contemporánea (sin duda todo el planteo narrativo de Tralfamadore, más allá de pegarle a los imbéciles de las religiones new age y los neo hippies trasnochados posteriores al Flower Power, por un lado incluye -en cierta medida- una concepción budista a defender, relacionada con una ontología de la simultaneidad que pretende eliminar las preocupaciones y ambiciones mundanas en pos de un verdadero crecimiento espiritual, y por otro lado apunta a satirizar el fetiche actual para con las “herramientas” estadísticas y los estudios de mercado -considerando a los seres humanos como animales de zoológico a escudriñar, precisamente- que pululan hoy en día en el acervo comunicacional masivo de tipo conductista). Matadero Cinco, cuyo título hace referencia al edificio donde Billy y sus compañeros son confinados por los alemanes en Dresde por falta de recursos, nos propone fascinantes saltos de piedra en piedra que pasan de la juventud a la lucha armada, del fusil a los trabajos forzados, de la recuperada libertad a la esclavitud de la intolerable familia nuclear, y del arte de rememorar lo vivido a tenerlo presente a perpetuidad, hasta coronando el propio devenir mediante una coda final en la que obtenemos lo que siempre quisimos, léase estar con el amigo perruno y convivir con una pareja y un hijo utópicos -el que le regala Wildhack en el desenlace- dignos de nuestra imaginación primigenia, esa que la realidad nunca se cansa de sabotear de manera cíclica…
Matadero Cinco (Slaughterhouse-Five, Estados Unidos, 1972)
Dirección: George Roy Hill. Guión: Stephen Geller. Elenco: Michael Sacks, Ron Leibman, Eugene Roche, Sharon Gans, Valerie Perrine, Holly Near, Perry King, Kevin Conway, John Dehner, Richard Schaal. Producción: Paul Monash. Duración: 104 minutos.