La Conversión (Rapito)

Según el derecho canónico

Por Emiliano Fernández

La Unificación Italiana o Risorgimento (1848–1871), encabezada por Víctor Manuel II, Camillo Benso, Conde de Cavour, y el inefable Giuseppe Garibaldi, fue un largo proceso histórico en el que se pasó de un modelo administrativo feudal, de regiones independientes, a un Estado moderno centralizado mediante una serie de guerras, pactos y alianzas entre los distintos actores de peso a nivel de la península italiana y buena parte de Europa, lo que se originó en el ciclo de las Revoluciones de 1848 y a la postre dio por resultado la creación en 1861 del Reino de Italia, unidad territorial de tipo monárquica que se consolidaría con la ocupación militar de Roma en 1870 y el traslado de la capital de Italia a dicha ciudad al año siguiente. Uno de los enclaves de poder que más sufrieron esta vorágine unificadora de la época fueron aquellos Estados Pontificios al mando del Papa Pío IX, los cuales estaban protegidos por las milicias galas de Napoleón III y eventualmente caerían ante las huestes del flamante Reino de Italia, cuyo antecesor fue el Reino de Cerdeña controlado por la Casa de Saboya de Víctor Manuel II, en un momento en el que los franceses estaban “ocupados” rompiéndose las cabezas con la Prusia de Otto von Bismarck en la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), un paradigmático conflicto interimperialista de aquella etapa, así las cosas los territorios de los Estados Pontificios -para entonces apenas Roma y la zona circundante, el Lacio- fueron incorporados al Reino de Italia y recién en 1900 serían formalmente disueltos para en 1929 transformarse en la Ciudad del Vaticano de hoy en día, el más famoso de los micro-Estados del planeta producto de un acuerdo entre el líder fascista Benito Mussolini y Pío XI, el papa en el poder durante la fase de entreguerras o interbellum, entre 1918 y 1939.

 

Si bien Pío IX de por sí ya arrastraba suficientes cuestionamientos a su autoridad de origen divino, vista como vetusta al igual que los Estados Pontificios en medio de las revoluciones liberales, democratizadoras, nacionalistas y proletarias del Siglo XIX, uno de los episodios que más lo comprometieron en materia de imagen pública fue precisamente un escándalo internacional que podría haber evitado si el señor cedía ante las presiones de los opositores, hablamos por supuesto del Caso Mortara, léase aquel secuestro en 1858 por parte de las autoridades pontificias de un niño judío de seis años de Bolonia llamado Edgardo Mortara, quien vivía con su familia burguesa y supuestamente había sido bautizado cuando bebé por la sirvienta católica del clan, Anna Morisi, porque estuvo enfermo y lo creía cerca de la muerte, suceso que llegó a oídos del inquisidor de la metrópoli, el Padre Pier Feletti, el cual efectivamente había pagado por la confesión de la ninfa y así ordena la captura del purrete siguiendo el derecho canónico, uno que prohibía la crianza de cristianos por parentelas de otra fe. La cobertura de la prensa y las protestas internacionales no torcieron la voluntad del papa de retener al mocoso, en realidad una práctica cuasi común con huérfanos hebreos, y Edgardo continuó bajo el ala de Pío IX hasta la caída de Roma en 1870, momento en el que partió a Francia y luego a Bélgica para convertirse en sacerdote y morir en 1940 a la edad de 88 años, lejos del ojo público hasta que a fines del Siglo XX y comienzos del siguiente se comenzó a reinterpretar en términos históricos el Caso Mortara como uno de los factores cruciales que en parte motivaron el cambio de postura de Napoleón III, de apoyar al papa a soltarle la mano y ya abrazar por lo bajo la causa de la unificación de la península italiana.

 

La Conversión (Rapito, 2023), film de Marco Bellocchio, es un intento apenas correcto de pensar los entretelones del secuestro de Edgardo (Enea Sala de purrete, Leonardo Maltese como adolescente), la lucha infructuosa de sus padres por liberarlo, Salomone Mortara (Fausto Russo Alesi) y Marianna Padovani Mortara (Barbara Ronchi), y la testarudez de toda la curia de entonces, desde el Papa Pío IX (Paolo Pierobon) hasta su mano derecha, el Cardenal Giacomo Antonelli (Filippo Timi), y el propio Inquisidor de Bolonia, ese Padre Feletti (Fabrizio Gifuni). El simple guión del director, Susanna Nicchiarelli, Daniela Ceselli y Edoardo Albinati está basado en el libro El Caso Mortara (Il Caso Mortara, 1997), de Daniele Scalise, y respeta de manera rutinaria los hechos aunque privándolos del trasfondo histórico que les da sentido, el Risorgimento, y centrándose en el retrato un poco inconexo de personajes, así Marianna se nos aparece como una neurótica anacrónica, Salomone como un humanista algo pragmático y Pío IX como un pontífice tan frágil como caprichoso, para colmo pintado en proceso de reconversión hacia la locura o senilidad paranoica a través de dibujos animados basados en caricaturas satíricas contra su persona y mediante un par de episodios patéticos más, primero aquella pesadilla de circuncisión a instancias de judíos y segundo un acercamiento efusivo por parte de un Edgardo ya púber que deriva en la caída accidental del anciano. El botín de guerra, el muchacho en sí, tampoco se salva de cierto tratamiento burdo y por ello deambula entre la histeria ideológica/ religiosa, el Síndrome de Estocolmo y una homologación paradójica con Cristo vía una fantasía infantil en la que le quita los clavos a una escultura para que baje de la cruz y se marche del hospicio de turno.

 

Bellocchio, representante de la segunda generación neorrealista como Pier Paolo Pasolini, Ettore Scola, Lina Wertmüller, Bernardo Bertolucci y aquellos hermanos Paolo y Vittorio Taviani, sinceramente jamás logró recuperar el nivel de calidad de su recordada ópera prima, Las Manos en los Bolsillos (I Pugni in Tasca, 1965), con la salvedad de Noticia de una Violación en Primera Página (Sbatti il Mostro in Prima Pagina, 1972) y La Hora de la Religión (L’Ora di Religione, 2002), y se podría decir que La Conversión sigue la estela de epopeyas potables -un semi renacimiento creativo- que se acumularon en el nuevo milenio, muchas de ellas biopics o inspiradas en acontecimientos reales concretos como la odisea que nos ocupa, en este sentido conviene tener presente Buenos Días, Noche (Buongiorno, Notte, 2003), acerca del secuestro y asesinato en 1978 de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, Vincere (2009), sobre la primera esposa de Mussolini, Ida Dalser, Bella Durmiente (Bella Addormentata, 2012), retrato indirecto del caso de Eluana Englaro, una mujer en estado vegetativo por un accidente de tráfico que fue eutanizada en 2009, y El Traidor (Il Traditore, 2019), faena acerca de Tommaso Buscetta, un miembro de la Cosa Nostra que ofició de informante ante la ley. Con buenas actuaciones del elenco y montajes paralelos interesantes que ponen en tensión los rituales semitas y cristianos o esa metamorfosis en ferviente católico del joven y el juicio de 1860 contra Feletti por rapto, uno que deriva en su absolución, la película es tan lerda y anticlerical como siempre en el acervo de Bellocchio, quien sin duda creyó denunciar el oscurantismo de la Iglesia Católica pero sin darse cuenta termina retratando el choque de dos fundamentalismos espantosos, el cristiano y el judío…

 

La Conversión (Rapito, Italia/ Francia/ Alemania, 2023)

Dirección: Marco Bellocchio. Guión: Marco Bellocchio, Susanna Nicchiarelli, Daniela Ceselli y Edoardo Albinati. Elenco: Paolo Pierobon, Enea Sala, Leonardo Maltese, Fausto Russo Alesi, Barbara Ronchi, Filippo Timi, Fabrizio Gifuni, Andrea Gherpelli, Samuele Teneggi, Corrado Invernizzi. Producción: Simone Gattoni, Paolo Del Brocco y Beppe Caschetto. Duración: 134 minutos.

Puntaje: 6