18° BAFICI

Segunda Parte

Por Martín Chiavarino y Emiliano Fernández

Paradise! Paradise! (2016, de Kurdwin Ayub, Competencia Oficial Internacional), por Martín Chiavarino

 

La banalización de la guerra

 

La ópera prima de Kurdwin Ayub es más un encuentro fortuito con una historia interesante que la búsqueda consciente de las contradicciones de su cultura. El padre de Kurdwin, un doctor que emigró durante la Guerra del Golfo Pérsico en 1991 a Austria junto a su familia, decide viajar desde Viena a Duhok, una ciudad del norte de Irak en tensión bélica por las disputas entre el nuevo ejército kurdo (los “peshmergas”) -entrenado por los servicios de inteligencia norteamericanos- y la guerrilla del Estado Islámico (ISIS), para visitar a su familia y comprar un departamento para regresar cuando se jubile. La directora acompaña a su padre en un viaje que se convertirá en un inesperado encuentro con la cultura kurda.

 

El documental banaliza todo lo que enfoca como un video familiar incapaz de ver más allá del viaje que los protagonistas realizan, no obstante el padre sale al encuentro del ejército kurdo, insiste en ir al frente de batalla y en la búsqueda de departamento descubre la realidad de un mercado inmobiliario insólitamente prospero en que se construyen edificios y casas a precios exorbitantes.

 

A pesar de Ayub, Paradise! Paradise! se sumerge en las paradojas de una cultura en guerra y en el anhelo de los inmigrantes de regresar y reencontrarse en su vejez con un país idealizado. Los personajes cobran interés allí donde la banalidad los convierte en paradigmas de los remanentes de un Irak invadido en proceso de reconstrucción de su infraestructura y disolución de su cultura en medio de una burbuja inmobiliaria.

 

 

El Vecino (Un Etaj Mai Jos, 2015, de Radu Muntean, Panorama/ Trayectorias), por Emiliano Fernández

 

Sobre el repliegue individualista

 

Una de las grandes obsesiones del cine europeo siempre fue construir pequeñas denuncias alrededor de la hipocresía, el conformismo y la afectación de la burguesía, por lo general definida como una clase social especializada en el doble discurso y ese clásico “sálvese quien pueda” cuando las papas queman. Las perspectivas de abordaje han sido de lo más variadas y sin duda fueron experimentando cambios a lo largo del tiempo; así podemos citar ejemplos paradigmáticos como la frialdad de Gran Bretaña y Francia, el grotesco tragicómico de los españoles e italianos y el sadismo tan característico de Alemania y los países escandinavos. Durante los últimos años el cine rumano aportó una nueva modalidad, el naturalismo lacónico, el cual reconstituye una serie de detalles y recursos formales de los representantes anteriores aunque adaptándolos a la sensibilidad algo apagada de los locales.

 

La propuesta en cuestión, El Vecino (Un Etaj Mai Jos, 2015), pasa a engrosar una lista más que generosa de films que vienen ensalzando las tomas secuencia, los planos fijos, una puesta en escena minimalista, el humor negro, diálogos un tanto disruptivos y el cúmulo de contradicciones de la sociedad rumana de la actualidad, con la transición del comunismo al libre mercado como leitmotiv principal de los relatos. En esencia el realizador Radu Muntean, conocido por su película previa, la discreta Aquel Martes después de Navidad (Marti, dupa Craciun, 2010), hoy toma prestado un catalizador de raigambre hitchcockiana/ depalmiana/ polanskiana para exprimirlo de a poco desde una cosmovisión que trabaja el sigilo y la contemplación de manera fundamentalista: como el título lo indica, la historia gira en torno al voyeurismo entrecruzado de dos residentes de un edificio de departamentos.

 

Un día luego de pasear a su perro, Sandu Patrascu (Teodor Corban), un gestor automotor de buen pasar, escucha una pelea puertas adentro en la escalera camino a su hogar: Laura (Maria Popistasu) discute con quien parece ser su amante, Vali (Iulian Postelnicu), un hombre casado que también vive en el mismo complejo habitacional. Al salir del departamento, Vali se cruza con Patrascu por unos segundos, encuentro que derivará en desconfianza mutua a partir del momento en que la policía -más tarde, durante esa jornada- descubra muerta a Laura. Si bien Patrascu se obsesiona con observar a su vecino a la distancia, éste en cambio no es sutil en su vigilancia y decide inmiscuirse cada vez más en la familia del primero, conformada por su esposa Olga (Oxana Moravec) y su hijo Matei (Ionut Bora). En plena investigación policial, Sandu guarda silencio sobre lo que escuchó.

 

Como tantas otras obras similares, la realización examina los resquicios de la conciencia y juega con los límites de la responsabilidad social, oponiéndolos a un instinto individualista de autoconservación en el que el concepto de “protección” suele estar empardado con los prejuicios, la cobardía y un repliegue progresivo hacia el círculo de afinidades habituales. Muntean, al igual que sus colegas Corneliu Porumboiu y Cristian Mungiu, aprovecha con inteligencia las paradojas detrás de sus personajes pero en ocasiones abusa de los tiempos muertos narrativos y el ritmo aletargado, sobre todo considerando que gran parte de los productos destinados al mercado de los festivales internacionales utilizan estos mismos recursos. Un punto a favor del guión de Alexandru Baciu, Razvan Radulescu y el propio director es que mantiene alta la tensión y no ofrece respuestas explícitas a la coyuntura…

 

 

O Espelho (2015, de Rodrigo Lima, Competencia Oficial Internacional), por Martín Chiavarino

 

El mundo invisible

 

Este mediometraje de Rodrigo Lima, O Espelho (2015), es un film bucólico basado en un cuento del siglo XIX del escritor brasilero Joaquim Maria Machado de Assis, sobre la dualidad del alma y la relación entre los misterios de la naturaleza y el espíritu inquisitivo del hombre.

 

Mientras un hombre recorre una propiedad al borde de un lago que surca un frondoso bosque selvático, una mujer que saca objetos perdidos en el agua, sale de la profundidad del lago como un antropomorfismo de un antiguo monstruo marino devorador de hombres, o tal vez como un pájaro. El erotismo y la simbología se mezclan en esta mimesis con la filosofía y las sustancias alucinógenas para develar los misterios de la naturaleza o reforzar su carácter enigmático.

 

Mientras diversos acontecimientos inexplicables se suceden, la mujer adquiere un carácter cada vez más seductor y oscuro ante el confundido hombre que vaga buscando su propia imagen. La figura de la mujer se convierte más que en un reflejo, en una experiencia sobre los profundos abismos insondables del alma humana. La protagonista se convierte así en una representación de una imagen simbólica de carácter mitológico que reconfigura el interior de los personajes como seres monstruosos.

 

La exquisita fotografía y las pretensiones poéticas no salvan desafortunadamente a O Espelho de caer en un diletantismo tedioso que no logra transformar el discurso poético en lenguaje cinematográfico. La poesía pierde su fuerza con la imagen y la alegoría que debería reforzar estos elementos la corroe, cayendo así en un argumento inconexo basado en un idealismo mal entendido.