El Dependiente

Semblanza de la muerte liberadora

Por Emiliano Fernández

La carrera en el séptimo arte de Fuad Jorge Jury Olivera alias Leonardo Favio (1938-2012), criado en Luján de Cuyo, ciudad de la Provincia de Mendoza, y emigrado en la década del 50 a Buenos Aires, comenzó como actor y galán de la mano de una serie de trabajos para su padrino artístico, el célebre realizador Leopoldo Torre Nilsson, aunque también colaboró con artistas variopintos como Enrique Carreras, Fernando Ayala, Daniel Tinayre, Román Viñoly Barreto, José Martínez Suárez, Manuel Antín, Ricardo Becher y René Mugica, entre otros. Tanto le gustó el ambiente cinematográfico que eventualmente el mendocino se pasó al otro lado de la cámara en ocasión de esa trilogía inicial como director que lo situaría en un lugar destacado dentro de aquella Generación del Sesenta, movimiento rupturista para con la Época de Oro (1931-1955) que fue encabezado por Lautaro Murúa, Rodolfo Kuhn y el propio Torre Nilsson, así nos legó las excelentes Crónica de un Niño Solo (1965), una relectura algo tardía de los postulados del neorrealismo para una gesta de infancia marginal, Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1967), obra también conocida como El Romance del Aniceto y la Francisca, un retrato minimalista y poético de un triángulo amoroso con destino trágico, y El Dependiente (1969), joya también asfixiante de pueblo chico y personajes patológicos símil fatalismo tanguero rioplatense de probeta. Esta génesis autobiográfica, vinculada a la niñez pobre de Favio y sus años soportando el oscurantismo hermético de Luján de Cuyo, constituyó la antesala para una insólita metamorfosis como cantante popular cuando se cansa de los inconvenientes de siempre de la Argentina para financiar, rodar y sobre todo estrenar las películas, por ello graba para CBS el legendario Fuiste mía un Verano (1968), debut discográfico como baladista romántico con predilección por el recitado que lo llevó a una enorme popularidad en toda América Latina gracias a éxitos rotundos como O Quizás Simplemente le Regale una Rosa, Ella… Ella ya me Olvidó, yo la Recuerdo Ahora, Ni el Clavel ni la Rosa, la canción que intitula la placa y la sorprendente Para Saber Cómo es la Soledad, cover de nada menos que Tema de Pototo (Para Saber Cómo es la Soledad), Lado A del primer single de 1968 de Almendra, aquella querida banda de Luis Alberto Spinetta.

 

En paralelo a su trayectoria musical Favio encara una nueva trilogía que, como todos los trípticos del señor, es más histórica que conceptual por cierta heterogeneidad intrínseca que impide la uniformidad plena, en función de ello tenemos primero dos épicas taquilleras centradas en un pasado mitológico, Juan Moreira (1973), mega odisea gauchesca inspirada en el folletín homónimo de 1879 y 1880 de Eduardo Gutiérrez, y Nazareno Cruz y el Lobo (1975), exploración de la licantropía símil apología criolla del Luisón, monstruo perruno del acervo cultural guaraní, basada en el radioteatro del mismo nombre de 1951 de Juan Carlos Chiappe, y segundo un opus errático pero interesante que funcionó como su primera incursión verdadera en el ecosistema circense felliniano, Soñar, Soñar (1976), fábula sobre la vida errante de los artistas y la amistad masculina, en pantalla el púgil Carlos Monzón y el cantautor italiano Gian Franco Pagliaro. Debido a las espantosas amenazas de la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A, una organización parapolicial de extrema derecha, y especialmente luego del infame Golpe de Estado de 1976 que lleva al poder al genocida Proceso de Reorganización Nacional, dictadura que gobernó hasta 1983 y desató una brutal represión contra todo aquel que pensase distinto pero también contra ciudadanos comunes y corrientes para despojarlos de inmuebles y pertenencias cual mafia institucional de índole psicótica y cleptocrática, el director debe exiliarte en España y después en Colombia por su militancia peronista de izquierda, sobre todo debido al apoyo brindado al desastroso tercer gobierno de Juan Domingo Perón (1973-1974), al punto de que no regresaría a la Argentina hasta fines de los 80, instante en el que retoma con todo las giras musicales mundiales y la actividad cinematográfica de la mano de una última trilogía, aquella de Gatica, el Mono (1993), convite biográfico fellinesco -con pinceladas de obras similares de Martin Scorsese, Franco Zeffirelli y Ralph Nelson- sobre la vida y carrera del malogrado José María Gatica alias El Mono, boxeador sanluiseño de gran popularidad y existencia por demás trágica, Perón, Sinfonía del Sentimiento (1999), mamotreto fundamentalista y aburrido de casi seis horas acerca de la historia del peronismo, y Aniceto (2008), acepción apenas correcta de El Romance del Aniceto y la Francisca en clave de ballet preciosista de suprema artificialidad.

 

Si se deja de lado sus dos últimas y deslucidas obras, léase el documental militante y la autoremake musical innecesaria, la producción artística de Favio resulta bastante pareja y las “ovejas negras” son Soñar, Soñar, como decíamos antes una obra atractiva cuyas ideas en puesta en escena irían a parar a -y serían perfeccionadas en- Gatica, el Mono, y El Dependiente, un trabajo muy respetado por público y crítica en Argentina aunque desde cierta distancia porque aquí no tenemos los dos grandes focos lacrimógenos/ de empatía fácil de las dos epopeyas previas, hablamos de los mocosos sufrientes de Crónica de un Niño Solo y el triángulo romántico de El Romance del Aniceto y la Francisca, sin embargo la tercera realización de Leonardo es una obra crucial en su trayectoria no sólo porque sus problemas de exhibición de hecho ocasionaron que se vuelque al canto, fruto de la falta de apoyo de la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970), a su vez perteneciente al triste ciclo cívico-militar autodenominado Revolución Argentina (1966-1973), sino también debido a que El Dependiente se aleja de los ecos del neorrealismo italiano de la ópera prima y apuesta en cambio por exacerbar el grotesco, la claustrofobia y la faceta más lúgubre del segundo opus en lo que atañe al devenir castrador y desabrido de los enclaves del interior, de allí que el film pueda leerse como un retrato kafkiano de la apatía y la represión en una soledad angustiosa, casi atávica. El guión del director y su hermano mayor, Jorge Zuhair Jury, está basado en el cuento homónimo de Jorge de este mismo 1969, sin duda alguna el colaborador principal en las historias de casi todas las propuestas de Favio, y gira en torno a Fernández (Walter Vidarte), un dependiente y el único empleado de la Ferretería de Vila, bazar de herramientas varias que precisamente pertenece a Don Vila (Fernando “Tacholas” Iglesias), anciano deprimente para el que trabaja desde hace 25 años. La soledad del viejo encuentra su espejo exacto en la soledad de su vástago tácito, una criatura gris que no halla mucho para hacer en el pueblito inhóspito de turno más allá de enamorarse de una ninfa remilgada, la Señorita Plasini (Graciela Borges), quien vive en una casa cercana junto a su madre metiche, la Señora Plasini (Nora Cullen), un hermano retrasado mental, Estanislao (Martín Andrade), y un gato negro que es maltratado intermitentemente por la parentela.

 

Desde su habitual tono fantasmagórico o más bien onírico, uno que en esta oportunidad incluye soliloquios meditabundos por parte de Fernández, algún autoconvencimiento sobre la muerte del carcamal y alucinaciones con una versión infantil del protagonista (José E. Felicetti) reclamándole prontas novedades en esta existencia decididamente monolítica, Favio centra gran parte de nuestra “no acción” en una necesidad de escape de la rutina que se sintetiza en la posibilidad de heredar la ferretería cuando Don Vila fallezca, promesa al paso por parte del veterano que se transforma en la esperanza fetichizada del dependiente al extremo de sucumbir en constantes fantasías macabras que además podrían consolidar el amor con Plasini, la cual asimismo anhela escapar de su progenitora y su hermano y ve al empleaducho como una autopista a la libertad utópica. Apelando tanto al choque entre el conservadurismo y una rebeldía muy tenue de quiebre social, aquí vinculada a la obsesión de la familia Plasini con los chismes y la radio como si fuesen excusas para vivir lejos del mundo y en una prototípica paranoia burguesa, como a un título definitivamente sarcástico y de doble sentido, haciendo referencia al trabajo en sí de Fernández y a su condición existencial de subordinado a la “buena salud” de su patrón, la propuesta por un lado está estructurada a través de secuencias que ofician de sketchs dispuestos alrededor de los encuentros de la parejita en el hogar de ella y los momentos compartidos entre Don Vila y el personaje de Vidarte, siempre plagados de incomodidad y una frustración marcadamente nostálgica o funesta sin conocer del todo las razones de ello, y por el otro lado hace uso de un revoltijo de recursos de antaño e ingredientes nuevos en lo referido al arsenal expresivo de Leonardo, pensemos en este sentido en todos estos rituales patéticos del apareo, en la locura visceral e hiper somatizada, en la presencia misma de adultos infantilizados que se entregan permanentemente al cotilleo, en las reacciones bizarras de los seres en pantalla, en la idealización romántica en contraposición con respecto al puritanismo sexual/ erótico, en un realismo mágico ultra prosaico que es en simultáneo latinoamericano y fellinesco hasta la médula, en esas voces en off surrealistas de Favio y Edgardo Suárez y finalmente en un quid ascético sustentado en la vigilancia disuasoria empardada al encierro de nunca acabar.

 

El Dependiente hace gala de muchas tomas extrañas, unos cuantos travellings floridos pero también precarios, sobreactuaciones a toda pompa, diversos silencios y tiempos muertos, un poco de música melancólica cortesía de Vico Berti y Johann Sebastian Bach, unas arrebatos histéricos y/ o dementes sin ninguna explicación, variadas interrupciones en medio de las conversaciones e incluso una inmovilidad que podría categorizarse como más anímica que material, siempre planteando a lo femenino y lo masculino como neurosis intercambiables y ridículas y definiendo a la familia, los viejos, los imbéciles, el jefe y las parejas como una colección de “pesos muertos” que en su vida arrastran el varón y la mujer que lo imita. Si bien la realización analiza costumbres bien argentinas y latinoamericanas, en línea con depositar todas las esperanzas en un golpe repentino de suerte, irse de un extremo al otro en materia laboral y romántica o culpabilizar al exterior en lugar de asumir los propios fallos y las propias compulsiones, el film también posee resonancias universales por el eterno sueño del lumpenproletariado de ser propietarios de una vivienda digna o un negocio y por cierto lirismo tragicómico del amor fascinado por lo bello y de una cárcel en vida que mitologiza a la muerte como panacea de emancipación, amén de la omnipresencia de la parca bajo un doble ropaje espectral, el del viejito gagá delante nuestro y el del patriarca fallecido -un beato dictatorial y necio con supuestos poderes de vidente- que continúa esclavizando a los Plasini vía un hilarante retrato con la caripela de Vidarte, Complejo de Electra de por medio para la ninfa. El elenco está muy bien y consiguen brillar tanto el actor protagónico, aquel de La Patota (1960), de Tinayre, y Hombre de la Esquina Rosada (1962), de Mugica, como la jovencísima Borges, ya famosa por una serie de seis trabajos con el hoy productor Torre Nilsson, no obstante es el extrañamiento de la puesta en escena y del montaje críptico de Favio el que se lleva todas las palmas, esquema consagrado a una semblanza de la muerte liberadora que nos habla del sadomasoquismo y la petrificación de las relaciones cotidianas y de las ironías del destino porque nadie obtiene plenamente lo deseado y un yugo suele sustituir a otro, eje explicitado en el desenlace cuando Fernández se envenena y envenena a una Plasini que reemplazó a Don Vila en el rol del autócrata luego del óbito del anciano…

 

El Dependiente (Argentina, 1969)

Dirección: Leonardo Favio. Guión: Leonardo Favio y Jorge Zuhair Jury. Elenco: Walter Vidarte, Graciela Borges, Nora Cullen, Fernando Iglesias, Martín Andrade, José E. Felicetti, Leonardo Favio, Edgardo Suárez, Linda Peretz. Producción: Leopoldo Torre Nilsson y Juan Sires. Duración: 79 minutos.

Puntaje: 10