18° BAFICI

Séptima Parte

Por Martín Chiavarino y Emiliano Fernández

Viviré con tu Recuerdo (2016, de Sergio Wolf, Competencia Oficial Internacional), por Martín Chiavarino

 

La cinta perdida

 

Tras la investigación y la entrevista a la popular actriz y cantante de tango Ada Falcón para el documental Yo no sé qué me han hecho tus ojos (2003), el título de la película y el de una de las canciones más notorias de la cantante, Sergio Wolf -uno de los directores de aquel trabajo- recupera un rollo de 16 milímetros que creía perdido con una de las primeras entrevistas, pero no logra encontrar la cinta de sonido de la misma.

 

La enigmática figura de la cantante desaparecida de la escena pública en 1942, tras varios extraordinarios éxitos internacionales en su carrera junto al violinista y director de orquesta de tango Francisco Canaro, dispara el interés del realizador y todo se mezcla con esa transición de la tecnología analógica a la digital que domina la producción cinematográfica actual. La pérdida de la cinta de audio sumerge a Wolf en reflexiones cinematográficas realmente interesantes. De esta forma, le pide consejo a su amigo y colega Edgardo Cozarinsky, quien aporta ideas extraordinarias para convertir el problema en una posibilidad de experimentación sobre la relación entre imagen y sonido.

 

Viviré con tu Recuerdo (2016) -otro título de una canción de la gran protagonista de la propuesta- se sumerge cada vez más en la obsesión de recuperar las palabras perdidas de Falcón en lugar de concentrarse en la construcción de un documental que complemente la historia de la cantante. Así los logros estéticos de la fotografía de Fernando Lockett y la música de Gabriel Chwojnik se disipan en escenas anodinas -sobre búsqueda de textos y expertos en lectura de labios- para terminar perdiendo el camino de forma definitiva y dejar una obra en la que abundan los claroscuros con escenas geniales y otras intrascendentes, aportando un sabor amargo a una oportunidad perdida.

 

 

Sangre de mi Sangre (Sangue del mio Sangue, 2015, de Marco Bellocchio, Panorama/ Trayectorias), por Emiliano Fernández

 

La invariabilidad del ser humano

 

La trayectoria de Marco Bellocchio es bastante singular si la comparamos con la de otros colegas y compatriotas que comenzaron a trabajar en el ámbito cinematográfico de mediados del siglo pasado, más precisamente dentro de lo que fue la segunda generación del neorrealismo italiano. El señor desde entrada fijó un estándar cualitativo muy alto con su ópera prima, la extraordinaria Las Manos en los Bolsillos (I Pugni in Tasca, 1965), circunstancia que lo terminó marcando a posteriori porque casi nada de lo que hizo en las tres décadas siguientes llegó a igualar ese comienzo de carrera. El panorama finalmente cambió con el estreno de La Hora de la Religión (L’ora di Religione, 2002), una anomalía tragicómica, y el díptico de reinterpretación histórica compuesto por Buenos Días, Noche (Buongiorno, Notte, 2003) y Vincere (2009), sobre la primera esposa de Benito Mussolini.

 

Acorde con esta suerte de revalorización de la figura de Bellocchio como director, se suele esperar con ansias cada nueva película y hasta cierto punto se puede decir que Sangre de mi Sangre (Sangue del mio Sangue, 2015) no defrauda, aunque tampoco abre terreno que no haya sido explorado con anterioridad. En esta ocasión tenemos un metraje dividido en dos secciones, cada una ofreciendo una trama que se articula con la otra en un desenlace unificador: una vez más el veterano realizador analiza el costado menos luminoso de Italia, un país que -al igual que gran parte del globo- continúa preso de un pasado fundamentalista e hipócrita y un presente en el que el usufructo capitalista y la corrupción pública son las únicas banderas válidas. Efectivamente, el desfalco, la soberbia religiosa y la inutilidad de la aristocracia son los tres pivotes centrales de esta semblanza de impronta cuasi sarcástica.

 

En la primera mitad/ capítulo por un lado somos testigos de las distintas “pruebas” a las que es sometida Benedetta (Lidiya Liberman), una mujer del siglo XVII acusada de pactar con el diablo para tentar a su confesor y llevarlo al suicidio, y por el otro lado presenciamos el derrotero de Federico (Pier Giorgio Bellocchio), el hermano del difunto, un hombre que pasa de querer asesinar a la mujer a sentirse atraído hacia ella. El segundo periplo de ubica en la actualidad, en la misma abadía en la que los inquisidores torturaron a Benedetta, ahora objeto de un conflicto entre un Inspector estatal (Pier Giorgio Bellocchio de nuevo, hijo del director) y un Conde (Roberto Herlitzka), a quien los lugareños acusan de “vampiro”. El Inspector pretende desalojar la propiedad, en la que habita el Conde, para la compra de la misma por parte de un músico ruso, lo que saca a relucir toda una cofradía de las sombras.

 

Hoy Bellocchio vuelve a señalar las características perennes del ser humano en general y de los italianos en particular, rasgos que permanecen inamovibles ante el paso del tiempo y las transformaciones sociales y económicas: a pesar de que resulta muy interesante que siga profundizando su crítica contra el doble discurso del catolicismo y su praxis castradora, aquí no le sale del todo bien su intento en pos de complementar el ataque contra la religión con una segunda mitad más light y algo difusa (el episodio del Conde y el Inspector es bastante inconsistente y no funciona al cien por ciento como una metáfora ácida acerca de la levedad simbólica y la especulación de nuestros días). Sangre de mi Sangre es una aproximación inteligente pero incompleta a las paradojas de la sociedad contemporánea, la cual está lejos de superar la cultura de la malversación y las mitificaciones oscurantistas…

 

 

Rosa Chumbe (2015, de Jonatan Relayze Chiang, Competencia Oficial Internacional), por Martín Chiavarino

 

Historia de la miseria

 

La miseria y la corrupción moral, política y económica van siempre de la mano y crean lazos profundos que conforman valores y esquemas de obrar, pensar y sentir que el fallecido sociólogo francés Pierre Bourdieu denominó como “habitus”. El debut cinematográfico del realizador Jonatan Relayze Chiang es una excelente película sobre la miseria social que se extiende a todos los estratos y a todas las prácticas.

 

Rosa es una administrativa de la policía que vive con su hija, una joven madre soltera con un bebé pequeño y otro en camino. Mientras la hija toma la decisión de realizarse un aborto dejando a su bebé solo, la madre, que desempeña sus tareas policiales con gran ineficacia (hasta quedándose dormida en el escritorio), debe hacerse cargo del cuidado del bebé.

 

Reflejando las injusticias y la desigualdad extrema del Perú, Rosa Chumbe (2015) funciona como una denuncia de las paupérrimas condiciones sociales, la hipocresía y el estado de indigencia en los que se encuentra el pueblo. La vida parece una penuria insoportable que agobia a los personajes, obligándolos a sobrevivir sumisamente y a desperdiciar el tiempo en lugar de reclamar por su dignidad.

 

La extraordinaria actuación de Liliana Trujillo como Rosa sostiene toda la película, manteniendo siempre una mirada y un espíritu agotado que transmite una angustia o una alegría efímera y desdichada al reír tenuemente. Rosa Chumbe es un film necesario para comprender el estado de Latinoamérica y así transformarlo.