Como tantos otros directores que comenzaron su carrera en el apogeo del cine de género de exportación de Francia, nos referimos a aquellos años 60, 70 y 80 del siglo pasado, Alain Corneau se paseó por distintos andamiajes retóricos pero en general se especializó en el polar o policial negro galo, acepción entre cruda y elegante del film noir norteamericano tradicional de las décadas del 40 y 50. Luego de un comienzo de carrera fallido con una comedia satírica cuasi godardiana, Francia, Sociedad Anónima (France, Société Anonyme, 1974), el señor da rienda suelta a sus tres exitosas colaboraciones con el maravilloso Yves Montand en el rubro de las epopeyas criminales, Policía Python 357 (Police Python 357, 1976), La Amenaza (La Menace, 1977) y La Elección de las Armas (Le Choix des Armes, 1981), y a la que a la postre sería su obra maestra, Serie Negra (Série Noire, 1979), un legendario retrato de la sordidez humana -con un sublime Patrick Dewaere como Franck Poupart- que estaba basado en la novela Una Mujer Endemoniada (A Hell of a Woman, 1954), de Jim Thompson. Es a partir de los años 80 que Corneau empieza a ampliar su registro artístico de manera errática porque su tríptico de aventuras en locaciones exóticas, léase las muy rutinarias Fuerte Saganne (Fort Saganne, 1984), Nocturno Hindú (Nocturne Indien, 1989) y El Príncipe del Pacífico (Le Prince du Pacifique, 2000), languidece mucho primero frente a su propuesta histórica más conocida, el estupendo drama musical Todas las Mañanas del Mundo (Tous les Matins du Monde, 1991), faena a su vez vinculada a otra odisea histórica aunque bastante inferior y acerca de la Segunda Guerra Mundial, El Nuevo Mundo (Le Nouveau Monde, 1995), y segundo ante sus dos inusuales exploraciones en torno al ecosistema femenino con la actriz Sylvie Testud, las correctas Estupor y Temblores (Stupeur et Tremblements, 2003) y Las Palabras Azules (Les Mots Bleus, 2005), lo que nos recuerda su fetiche con aquel Gérard Depardieu ampuloso y en lo mejor de su carrera de las mencionadas La Elección de las Armas, Fuerte Saganne y Todas las Mañanas del Mundo.
Más allá de alguna que otra salvedad como su participación en obras colectivas, sobre todo las antologías Contra el Olvido (Contre l’Oubli, 1991), nada menos que un encargo de Amnistía Internacional (Amnesty International), y esa Lumière y Compañía (Lumière et Compagnie, 1995), un experimento de cadencia retro utilizando el cinematógrafo creado por los hermanos Auguste y Louis Lumière, el director y guionista en el período maduro de su trayectoria volvería al terreno agridulce del polar -casi siempre aggiornado en función de los parámetros del thriller posmoderno- dentro de un rango cualitativo que va desde la interesante El Primo (Le Cousin, 1997) hasta la descartable y más cercana a la súper acción ochentosa El Niño (Le Môme, 1986), sin olvidarnos de un punto cualitativo intermedio que abarca sus dos exponentes tardíos en el formato, Crimen de Amor (Crime d’Amour, 2010), opus ameno que luego sería objeto de una remake a instancias de Brian De Palma, Pasión (Passion, 2012), y especialmente El Segundo Viento (Le Deuxième Souffle, 2007), convite un poco decepcionante aunque simpático que se entronca con dos de sus evidentes ídolos, hablamos por supuesto de Joseph Damiani alias José Giovanni, cuya novela homónima de 1958 constituye la base del film, y el mítico Jean-Pierre Melville, un cineasta que ya había trasladado el libro del anterior a la gran pantalla con actuaciones de Lino Ventura y Paul Meurisse en Hasta el Último Aliento (Le Deuxième Souffle, 1966), una de su serie de obras maestras. Así como su eficacia en el polar es incuestionable, del mismo modo Serie Negra suele opacar a la trilogía de trabajos con Montand, en sí un escalón simbólico por debajo dentro del cual a su vez la “oveja negra” siempre será La Amenaza, joya muchísimo más discreta -y menos popular, por consiguiente- que las pirotécnicas Policía Python 357 y La Elección de las Armas que constituye una gloriosa anomalía dentro del registro estándar del thriller de triángulo amoroso ya que apunta a retratar un seudo crimen que está destinado a tapar a otro seudo crimen, ironías del destino de por medio que no dejan títere con cabeza.
El protagonista es Henri Savin (un muy veterano Montand), francés que trabajó muchos años como camionero en Canadá y que al regresar a su país mantuvo una larga relación con Dominique Montlaur (Marie Dubois), una ricachona dueña de una empresa de transporte con una importante flota de vehículos que lo transformó en administrador de la compañía. El problema en la pareja surge debido al cariño de Savin hacia una muchacha que trabaja de recepcionista en un hotel, Julie Manet (Carole Laure), por lo que encara una suerte de fase de transición en la que está eligiendo a su sucesor en la firma, lidiando con la fuerte crisis de Dominique y pretendiendo iniciar una empresa propia con la compra de tres camiones, amén de frenar una movida mafiosa de un tal Belloc (Martin Trévières) volcada al ingreso clandestino a Francia de trabajadores portugueses escondidos en un tráiler frigorífico con carne. Después de coquetear con el suicidio, tanto a bordo de su lujoso Mercedes-Benz Pagoda como escenificando frente a Henri una falsa sobredosis de barbitúricos, Dominique pretende comprar con diez millones de francos la desaparición de una Julie que se niega porque quiere en serio al varón y está embarazada de él, detalle que lleva a una pelea entre ambas a orillas de un precipicio y al suicidio ya efectivo de Montlaur, quien deprimida se arroja al vacío, se golpea fatalmente contra unas rocas y termina tendida en el fango de la playa mientras Savin estaba lejos socorriendo a un camionero alcohólico cuyo vehículo se atascó, Paco (Jacques Rispal), otro más que sufre por amor porque fue abandonado por su esposa, mujer aparentemente harta de sus borracheras. El oficial a cargo de la investigación, ese Inspector Waldeck (Jean-François Balmer) que responde al Juez de Instrucción Baron (Marc Eyraud), construye un caso bien sólido contra Manet por un hipotético chantaje, un arañazo en su cuello y marcas en su coche que se corresponden a rastros en la escena del crimen, lo que genera un plan de parte de Henri para desligarse como posibles cómplices y luego encauzar las sospechas sobre sí mismo y edificar su misterioso homicidio en Canadá.
Aquí Corneau apuntala un dinamismo prodigioso mediante movimientos permanentes de cámara, criaturas casi siempre meditabundas, tomas ominosas o sugestivas, un claro apego para con la desesperación existencial, una edición muy tajante, toda esa frialdad digna de una tragedia griega, la música elegíaca tracción a saxofón de Gerry Mulligan y escasos pero reveladores y muy precisos diálogos, en conjunto un estilo muy propio del director y su idea repetida de inyectar tensión de entrecasa al polar primigenio apabullante de Melville -y de Jacques Becker y Julius Dassin- e incluso mechar inesperados homenajes a Un Toque de Zen (Xia Nü, 1971), la mega epopeya wuxia de Hu Jinquan alias King Hu que vemos en una pantalla efímera, y El Salario del Miedo (Le Salaire de la Peur, 1953), joya de Henri-Georges Clouzot con el mismo Montand en la piel de Mario Livi, gran camionero temerario de la historia del cine que parece el abuelito conceptual del Savin del último acto del film, uno consagrado a reorientar la pesquisa de Waldeck y después a desaparecer de la faz de la tierra con una Manet libre de culpa y cargo, incluida una fuga por lo bajo a Melbourne, en Australia. A pesar de que La Amenaza tiene mucho de duelo clasicista entre la ley ciega/ ortodoxa/ fundamentalista y una picardía que quiere esquivar la cárcel y hasta se podría decir que el verosímil promedio del relato se cae a pedazos por las movidas demasiado complejas de Henri para inculparse a ojos del inspector, la película por un lado cuenta con dos secuencias magistrales en ocasión del sinceramente insólito desenlace, esas escenas espectaculares del camión en llamas cayendo al vacío y la del automóvil compactado del personaje de Montand cortesía de unos camioneros vengativos y algo mucho demenciales, y por el otro lado hace un excelente uso de motivos varios del acervo cultural galo en línea con el amor loco/ “amour fou”, el falso culpable, la autoincriminación del mártir, el policía obstinado, la manipulación desde las sombras, esas obsesión y culpa que cercenan el alma y desde ya el “no crimen” de fondo símil bola de nieve tétrica que todo lo arrasa a su paso…
La Amenaza (La Menace, Francia/ Canadá, 1977)
Dirección: Alain Corneau. Guión: Alain Corneau y Daniel Boulanger. Elenco: Yves Montand, Carole Laure, Marie Dubois, Jean-François Balmer, Marc Eyraud, Roger Muni, Jacques Rispal, Michel Ruhl, Gabriel Gascon, Martin Trévières. Producción: Léo L. Fuchs, Richard Hellman y Jean-Pierre Martel. Duración: 117 minutos.