Louis Malle ingresó al ecosistema del séptimo arte por la puerta grande, una enorme que sinceramente no se le abre a muchos realizadores y guionistas: sus tres primeros proyectos fueron El Mundo del Silencio (Le Monde du Silence, 1956), célebre documental codirigido por el propio Jacques-Yves Cousteau sobre las exploraciones submarinas de la tripulación del buque Calypso, Un Condenado a Muerte se Escapa, o El Viento Sopla Donde Quiere (Un Condamné à Mort s’est Échappé, ou Le Vent Souffle où il Veut, 1956), obra maestra existencialista de Robert Bresson en la que el susodicho ofició de asistente de dirección no acreditado, y finalmente Ascensor para el Cadalso (Ascenseur pour l’Échafaud, 1958), ópera prima ya en solitario de Malle -aquí en formato de film noir bordeando el thriller moderno- que es recordada tanto por sus méritos como por popularizar en todo el mundo a su protagonista, Jeanne Moreau, además de contar con música del mítico Miles Davis, un señor que improvisó el soundtrack a lo largo de una única sesión nocturna de grabación. La primera etapa de la variopinta trayectoria del francés, esa que en algunas ocasiones se desea enrolar en la Nouvelle Vague de modo apresurado y demasiado facilista porque el grueso de la producción artística de Louis supera a la corriente por mucho tanto en heterogeneidad como en rauda frescura, abarcó diversas joyas posteriores del entramado ficcional como por ejemplo Los Amantes (Les Amants, 1958), Zazie en el Metro (Zazie dans le Métro, 1960), El Fuego Fatuo (Le Feu Follet, 1963), El Ladrón de París (Le Voleur, 1967), Soplo al Corazón (Le Souffle au Coeur, 1971), Lacombe, Lucien (1974) y Luna Negra (Black Moon, 1975), despampanante colección a la que es preciso sumar el mediometraje William Wilson, protagonizado por nada menos que Alain Delon y Brigitte Bardot, en términos concretos su participación en la película colectiva Historias Extraordinarias (Histoires Extraordinaires, 1968), film basado en relatos de Edgar Allan Poe y a su vez codirigido junto a otros dos titanes del glorioso y refulgente cine de la época, aquellos Federico Fellini y Roger Vadim.
Dejando de lado Luna Negra, rareza absoluta dentro de su filmografía y una experiencia fantástica/ surrealista/ desquiciada que rodó en su casa solariega y campestre de Quercy bajo el más que evidente influjo de Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865) y A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí (Through the Looking-Glass and What Alice Found There, 1871), de Lewis Carroll, en realidad fue Lacombe, Lucien la última realización netamente francesa de Malle antes de emigrar a Estados Unidos para encarar una segunda e igualmente extensa fase profesional que incluye obras valiosas como Niña Bonita (Pretty Baby, 1978), Atlantic City (1980), Mi Cena con André (My Dinner with André, 1981), La Bahía del Odio (Alamo Bay, 1985), Obsesión (Damage, 1992) y Vania en la Calle 42 (Vanya on 42nd Street, 1994), sin olvidar un mínimo regreso al terruño en ocasión de Adiós a los Niños (Au Revoir les Enfants, 1987) y Milou en Mayo (Milou en Mai, 1990), todo parte del período previo a su fallecimiento en 1995 de un linfoma en Beverly Hills, Los Ángeles, a los 63 años de edad. Lo que se mueve por detrás de la decisión del cineasta de exiliarse en yanquilandia fue su interés por analizar con franqueza -y sin moralinas o condenas atolondradas, esas dignas del maniqueísmo del acervo masivo- temáticas bastante polémicas en su tiempo que fueron acumulándose de manera progresiva, pensemos que Los Amantes levantó revuelo por sus devaneos sexuales, El Fuego Fatuo trabajó la depresión y la “idea fija” del suicidio, Soplo al Corazón se metió con una relación incestuosa entre madre e hijo encarada desde una naturalidad socarrona y para colmo la odisea que nos ocupa se propuso expresamente terminar de quebrar el tabú en la cultura oficial sobre la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra Mundial, eso de dejar de representar al pueblo como anticolaboracionista rotundo y a los partisanos como héroes inmaculados del país, jugada desmitificadora que ya había empezado con El Ejército de las Sombras (L’Armée des Ombres, 1969), la maravilla del querido Jean-Pierre Melville.
Escrita por Malle y Patrick Modiano, futuro ganador del Premio Nobel de Literatura de 2014 y responsable además de las tramas de El Perfume de Yvonne (Le Parfum d’Yvonne, 1994), de Patrice Leconte, y Buen Viaje (Bon Voyage, 2003), de Jean-Paul Rappeneau, Lacombe, Lucien gira alrededor del protagonista del título en la piel del estupendo actor debutante y no profesional Pierre Blaise, por entonces un leñador, truquillo en pos de esa ansiada naturalidad bressoniana que en este caso derivó en tragedia porque Blaise fallecería en 1975 con apenas 20 años a raíz de un cruel accidente automovilístico durante una lluvia torrencial, todo luego de participar en tres películas posteriores de Dennis Berry, Roger Coggio y Mauro Bolognini. Lucien, ubicado a mitad de camino entre la amoralidad rústica de los adolescentes y cierto sustrato psicopático, trabaja barriendo los pisos en un hospicio católico del pueblo de Souleillac en 1944, durante los estertores de la Francia de Vichy, y se la pasa matando a pájaros, liebres y gallinas con el aparente objetivo de descargarse por el doble hecho de que su padre fue arrestado por los nazis y su madre (Gilberte Rivet) se acuesta con el patrón de la estancia, el Señor Laborit (Jacques Rispal), quien para colmo desalojó la casa donde vivían para trasladar a la hembra a su mansión, terminar de expulsar al joven y contratar a otra parentela de campesinos/ esclavos para esta sustitución laboral. Cuando escucha que el hijo de Laborit se incorporó a los maquis y esto enerva al veterano, se ofrece a unirse también a la Resistencia Francesa pero es rechazado por un reclutador de la zona, el docente primario Robert Peyssac (Jean Bousquet), por ello lo denuncia tiempo después cuando por casualidad, un día en el que se le desinfla una cubierta de la bicicleta, entra en contacto con los líderes locales de la Carlingue o Gestapo Francesa, los también improvisados Tonin (Jean Rougerie), Aubert (Pierre Decazes), Jean-Bernard (Stéphane Bouy) y Chauvelot (Jacqueline Staup), provocando que Peyssac sea detenido, torturado y eventualmente asesinado por subversivo. Lacombe no sólo ve a la organización parapolicial encargada de la represión vernácula como una forma de escapar del trabajo aburrido en el hospicio y del dominio del terrateniente Laborit sino que asimismo percibe el suculento negocio del saqueo y la extorsión que subyace en la Carlingue, institución conformada por colaboracionistas del hampa del período y orientada a aprovecharse sistemáticamente de los judíos y opositores políticos perseguidos y sus propiedades, así el púber toma de amante a una cuarentona que limpia el cuartel general de turno en un hotel requisado, Marie (Cécile Ricard), y queda obnubilado con una chica muy hermosa llamada France Horn (Aurore Clément), hija del adusto Albert (Holger Löwenadler), un sastre alemán y hebreo que vivía en París y que por el antisemitismo tuvo que mudarse con su vástago y su madre semi muda (Therese Giehse) a una ciudad cercana a Souleillac, donde es chantajeado por Jean-Bernard -mucho dinero y trajes a medida de por medio- bajo la falsa promesa de llevarlo a España.
Como hiciese anteriormente en las otras realizaciones citadas con tópicos controvertidos, el realizador en Lacombe, Lucien se mantiene muy fiel a una polémica que no abandonaría ni siquiera en su ciclo norteamericano, basta con tener presente aquella prostitución infantil de Niña Bonita o la xenofobia y el racismo de La Bahía del Odio, además aquí comienza una revisión de la historia francesa reciente que cerraría con la ya abiertamente autobiográfica Adiós a los Niños, otra faena sobre una Segunda Guerra Mundial alejada de todo heroísmo y atravesada por disputas populares en las que la cobardía, la sumisión y especialmente el oportunismo juegan un papel central. Es, de hecho, el maquiavelismo más pragmático, de clara base hedonista y económica, lo que motiva a la criatura de Blaise y no preocupaciones ideológicas, bélicas, familiares, políticas, estatales o de ese mentado orgullo chauvinista “mancillado” por la soberbia de los nazis o por el contrario, por la amenaza de una delirante conspiración judía y comunista de alcance internacional; algo que queda reflejado tanto en la homologación entre la matanza de animales del inicio y su rol ulterior como soldado de la Carlingue como en su flamante amor hacia los billetes y los objetos de oro que obtiene robando a las víctimas de la dictadura, por un lado, y hacia la misma muchacha cosificada en la anatomía de Clément, por el otro lado, una ninfa bautizada precisamente France para enfatizar que es la puta pérfida y oportunista en cuestión que se acuesta con el colaborador entusiasta de los invasores e incluso llega a enamorarse de él de manera sincera, trasfondo paradójico que tiene que ver con la dialéctica de la supervivencia a cualquier costo y con una inmadurez doctrinaria e intelectual que también es posible hallar en Lucien, personaje que hace las veces del bisoño aunque mortal “brazo armado” de la Francia de Vichy cual monigote al servicio del poder -el que esté en cada momento en la cúspide, no importa su afiliación- o emblema de segunda mano de un cinismo que siempre defiende sus prebendas hasta que es herido de muerte por el bando antagónico y complementario, esos opositores políticos/ bélicos que en el último acto descabezan a la Carlingue ametrallando a la fauna del hotel justo después de cargarse a Jean-Bernard cuando, a sabiendas del arribo de los aliados, pretendía huir hacia España con el dinerillo de Albert, su novia descerebrada, la actriz de reparto Betty Beaulieu (Loumi Iacobesco), y una gigantesca mascota, un gran danés con un pelaje semejante al de los dálmatas. Más allá de su condición de lienzo bien contextual, centrado en una pugna símil guerra civil con una ocupación nazi que oficia de catalizador, el film de Malle funciona sobre todo en tanto metáfora sobre los caprichos del predominio hegemónico, su fugacidad y el detalle fundamental de que la historia siempre la escriben los que ganan, por ello Lacombe no muta en un paladín del pueblo en la cruzada de eliminar a la insurgencia sino en uno de los tantos exponentes de la Carlingue que fueron ejecutados después de la liberación del país, cuando el botín pasa a manos de los aliados…
Lacombe, Lucien (Francia/ Italia/ República Federal de Alemania, 1974)
Dirección: Louis Malle. Guión: Louis Malle y Patrick Modiano. Elenco: Pierre Blaise, Aurore Clément, Holger Löwenadler, Therese Giehse, Stéphane Bouy, Loumi Iacobesco, Pierre Decazes, Jean Rougerie, Cécile Ricard, Jean Bousquet. Producción: Louis Malle y Claude Nedjar. Duración: 138 minutos.