Días de Furia (Affliction)

Sin lugar donde refugiarse

Por Emiliano Fernández

Cuando uno analiza los pivotes fundamentales del período de oro del cine independiente estadounidense, aquel correspondiente al Nuevo Hollywood contracultural de los años 70 que supo tomar la posta del primer cine underground e iconoclasta de la década previa, una y otra vez aparece la figura del querido Paul Schrader, un señor que sería piedra angular tanto de la etapa aludida, en la que el mainstream fue copado por un grupo de realizadores/ guionistas más intelectuales y cinéfilos que sólo “profesionales” vía una jugada que negaba el patrón estándar lobotomizado de los grandes estudios, como de la fase siguiente, léase esos años 80 y 90 en los que la industria recupera el escapismo hueco previo a los 60 y en cierta medida segmenta su mercado creando divisiones específicas dentro de las diferentes compañías encargadas de producir, precisamente, cine indie para el público en cuestión, el cual pasa a convertirse en un producto más con determinadas características que se mueven en paralelo con respecto a los blockbusters tradicionales de Hollywood. Este paso de la efusividad de los 60 y 70 hacia el producto de nicho y completamente compartimentalizado de los 80 y 90 en general hizo desaparecer el frenesí experimental de los trabajos de antaño aunque por lo menos el sistema de estudios permitía otras voces creativas dentro de su paraguas, algo que no ocurriría en el nuevo milenio porque en nuestro Siglo XXI los popes de Los Ángeles tienen por costumbre cerrar la canilla productiva para privilegiar sólo los tanques para el gran público y dejar al streaming como boca de exhibición para películas de bajo presupuesto que ya nada tienen que ver con el cine independiente porque no pasan de productos cutres y muy redundantes que reproducen al dedillo el lenguaje hollywoodense promedio. Schrader, en este sentido, se fue adaptando a cada circunstancia histórica y supo transformarse de guionista para terceros en los 70 a director por derecho propio en los 80 -a veces guiñándole el ojo al mainstream- y ese provocador de la década del 90 en adelante.

 

Basta con pensar en las mejores obras de cada etapa de la trayectoria del amigo Paul para comprender su dejo camaleónico, así la pirotecnia de Blue Collar (1978), Hardcore (1979), Gigoló Americano (American Gigolo, 1980) y La Marca de la Pantera (Cat People, 1982) pronto deja paso a la vertiente más apaciguada y meditabunda de Mishima (Mishima: A Life in Four Chapters, 1985), Luz del Día (Light of Day, 1987), Patty Hearst (1988), El Placer de los Extraños (The Comfort of Strangers, 1990) y Traficantes (Light Sleeper, 1992), una especie de preámbulo para la madurez heterogénea y casi siempre autorreferencial de Días de Furia (Affliction, 1997), Auto Focus (2002), Adam: Memorias de una Guerra (Adam Resurrected, 2008) y la reciente Trilogía de la Expiación de El Reverendo (First Reformed, 2017), El Contador de Cartas (The Card Counter, 2021) y El Maestro Jardinero (Master Gardener, 2022), amén de guiones para otros cineastas que también reconciliaron su fluir comercial -sobre todo mediante la presencia de estrellas- con las inquietudes masoquistas identitarias de Schrader -la misión autoimpuesta en un contexto de crisis- en sintonía con Obsesión (Obsession, 1976), de Brian De Palma, Tormenta Arrolladora (Rolling Thunder, 1977), de John Flynn, La Costa Mosquito (The Mosquito Coast, 1986), de Peter Weir, City Hall (1996), de Harold Becker, y sus cuatro colaboraciones con Martin Scorsese, Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), La Última Tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) y esa Vidas al Límite (Bringing Out the Dead, 1999). Días de Furia, sin duda, constituye un punto de inflexión en este derrotero primero porque abre un largo período de trabajos erráticos, ese que se cortaría en un cien por ciento con el tríptico reciente, y segundo debido al hecho de que es su último opus en verdad extraordinario en dos décadas, algo que conlleva la aclaración de que Auto Focus y Adam: Memorias de una Guerra resultan interesantes aunque caen unos cuantos escalones por debajo de la citada.

 

Aquí adaptando la novela homónima de 1989 de Russell Banks, un escritor que inspiró la recordada El Dulce Porvenir (The Sweet Hereafter, 1997), de Atom Egoyan, y al que Paul regresaría en ocasión de Oh, Canadá (2024), Schrader nos propone seguirle los pasos al tremendo Wade Whitehouse (Nick Nolte), un oficial de policía de un pueblito del Estado de New Hampshire, uno de los más chicos y menos poblados de yanquilandia, que atraviesa una constante penuria implícita porque todos lo ningunean o se burlan de él mientras trata de compensar las agresiones a diario con episodios de vehemencia repentina, por ello se hace valer a pesar de estar relegado a labores menores/ indignas como pasar la barredora de nieve por las calles o incluso controlar el tránsito en el ingreso y salida de los alumnos del colegio de la zona. Padeciendo además un dolor espantoso de muela que incrementa su irritabilidad, Wade no es muy querido que digamos por su única hija, Jill (Brigid Tierney), y por la madre de la nena, su ex esposa Lillian (Mary Beth Hurt), a raíz de estas ráfagas de ira que pueden estar dirigidas a la nueva pareja de ella, Horner (Paul Stewart), o al dueño del restaurant más popular, Nick Wickham (Wayne Robson), detalle que de todos modos no le impide ambicionar una nueva familia que pretende construir tanto con Jill, custodia legal de por medio, como con Margie Fogg (Sissy Spacek), una camarera que trabaja para Wickham. Cuando en pleno invierno muere un idiota con dinero, Evan Twombley (Sean McCann), aparentemente pegándose un tiro a sí mismo de manera accidental mientras cazada con un guía del rubro que resulta ser amigo de Whitehouse, Jack Hewitt (Jim True-Frost), Wade esboza unas hipótesis acerca del hecho -todas en parte incentivadas por su hermano menor, Rolfe (Willem Dafoe)- que involucran a Hewitt, la mafia de Boston, su empleador local, el concejal Gordon LaRiviere (Holmes Osborne), y el yerno del finado, Mel Gordon (Steve Adams), quien junto al anterior está creando un imperio inmobiliario.

 

En Días de Furia el suceso potencialmente criminal termina en un segundo plano ante el desarrollo de personajes y sobre todo la relación del protagonista con su padre alcohólico y tiránico, Glen (James Coburn), una persona con nula sensibilidad afectiva que golpeaba a sus hijos y su esposa, Sally (Joanna Noyes), a la cual Wade encuentra muerta de hipotermia ya que el marido no hizo reparar la caldera del hogar de este matrimonio de ancianos. Si en pantalla la crueldad se nos aparece como una enfermedad del vínculo cercano pero distante, siempre proclive a sabotear los pocos chispazos de felicidad, la familiaridad bucólica toma la forma de un sinónimo de abusos, arbitrariedades, impunidad, claustrofobia, vigilancia, sadismo, codicia, desconfianza, arcanos, compulsiones y una más que evidente locura que suele barrerse debajo de la alfombra y en otras ocasiones se exhibe a la vista de todos sin que haya mayores consecuencias al respecto, naturalización grotesca mediante. Utilizando el blanco y negro para las especulaciones detectivescas del oficial de policía truncado, el video granulado símil Super-8 para los flashbacks en torno a la niñez pesadillesca de los hermanos Whitehouse y el color tradicional para la pesquisa en el presente y el drama de la convivencia de Wade consigo mismo, por un lado, y con Margie y Glen, por el otro lado, Schrader obtiene actuaciones magníficas de Nolte y Coburn, dos bestias sagradas del cine norteamericano, y juega a sus anchas con dos de sus latiguillos temáticos preferidos, esa automutilación representada en el calvario de la muela, pieza dental que el esbirro de la ley termina sacándose con una pinza, y el deseo irrevocable en pos de reconstruir su identidad mancillada desde la parentela, por ello lucha por obtener la custodia de su hija y le propone casamiento a Fogg en plan de darle una “segunda oportunidad” al amor bajo un régimen de coexistencia. La propuesta, ubicada entre el neo film noir y la tragedia griega, es una de las más amargas del cineasta porque priva de refugio a nuestro adalid de las causas perdidas…

 

Días de Furia (Affliction, Estados Unidos/ Canadá/ Japón, 1997)

Dirección y Guión: Paul Schrader. Elenco: Nick Nolte, James Coburn, Willem Dafoe, Sissy Spacek, Jim True-Frost, Holmes Osborne, Mary Beth Hurt, Brigid Tierney, Wayne Robson, Sean McCann. Producción: Linda Reisman. Duración: 114 minutos.

Puntaje: 10