Todo Torrente

Sin mariconadas

Por Emiliano Fernández
“Yo cuando estaba en la Legión, en el Afrika Korps, pasábamos meses en el desierto y hacía tanto calor que freíamos boquerones en la carrocería del jeep, nos picaban escorpiones en los huevos, teníamos fiebres, tifus, el cólera, hasta paperas, y los moros, que son como franceses pero sucios, se comieron vivo al Cabo Palomeque y a su perro, ¿por qué estábamos allí? Porque no habíamos querido delatar a un compañero, porque teníamos aguante… aguante, chavales, aguante.”
 
José Luis Torrente (Santiago Segura), en Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998)
 

Alrededor de la figura de José Luis Torrente, el glorioso personaje creado e interpretado por Santiago Segura en ocasión de Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998) y sus cuatro secuelas, han girado lecturas tanto de izquierda, que piensan al señor en términos de una parodia monumental de los energúmenos nacionalistas/ fascistas/ conservadores de España y Latinoamérica, como de derecha, sobre todo considerando al susodicho una exégesis o representación celebratoria e hiperbólica de rasgos de una cultura local llevada al extremo de la intolerancia hacia el diferente. Por supuesto que la intención del artífice máximo está muchísimo más cerca de la primera acepción que de la segunda, esta última casi siempre esbozada por palurdos que se sienten identificados con el ex diletante de la ley como si estuviesen frente a un documental expositivo en vez de una sátira, malentendido que indefectiblemente colaboró por un lado en la masividad del personaje en España mediante un caso de éxito under imprevisto que explotó muy por fuera de su nicho insolente de base, generando sucesivos triunfos de taquilla con cada nueva entrega de la saga, y por otro lado en una muy buena acogida en nuestra América del Sur en su conjunto, una multitud de territorios que comparten muchos de los vicios y miserias de los que se mofa Segura de manera sistemática a lo largo de films que han sabido encarar a la corrupción de las esferas dirigentes y sus esbirros y a la marginalidad de los estratos populares desde diferentes puntos de vista, géneros y hasta configuraciones estéticas/ formales, empezando por los tonos oscuros a lo film noir mugroso del opus original, pasando por la luminosidad turística del espionaje de Torrente 2: Misión en Marbella (2001), los colores chillones del thriller de custodios Torrente 3: El Protector (2005) y los grises carcelarios de Torrente 4: Lethal Crisis (2011), y finalizando en la nocturnidad de neón de la heist movie apocalíptica Torrente 5: Operación Eurovegas (2014). Como si se tratase de un exponente exacerbado y demencial de los antihéroes del poliziotteschi italiano de las décadas del 60 y 70, Torrente curiosamente atesora más realidad en su idiosincrasia y sus venas que la enorme mayoría de los personajes castrados, insípidos y pueriles de buena parte del mainstream y el indie de nuestros días: hablamos de una criatura que se deriva de modo directo del sustrato cotidiano y que no está orientada al escapismo bobalicón promedio de la industria cultural y su tendencia a complacer a los mil segmentos en los que los imbéciles del marketing y la publicidad adoran dividir a ese público tan necio como acrítico de hoy en día. Refregándose en el traste el progresismo banal burgués, el feminismo censurador de maquillaje del léxico y las pavadas new age de los grandes centros urbanos, pero también los nuevos arrebatos conservadores de los “machos viriles” putañeros y descerebrados, siempre proclives a atropellar a cualquiera que se ponga en su camino hacia el horizonte fascistoide caprichoso de turno, Segura se lleva puesta con su espléndida creación a toda esta sarta de nuevos fundamentalistas poniendo de relieve cuán alejados están de la existencia real suburbana de la mayoría de la población, esa que nada en un mar de frustraciones, lucha día a día para alimentarse, está privada de los medios para satisfacer sus necesidades básicas, no sabe cómo reafirmarse frente a semejante olvido institucional/ social/ estatal y en esencia no le queda otra opción que consagrarse a una “competencia” entre pares que tiene mucho de lo que podríamos definir como un estado de antropofagia general permanente, en donde la abulia y la traición recíproca -ambas incentivadas desde las cúpulas y sus personeros en los enclaves de la represión, la burocracia y el aparato mediático legitimador- conforman el eje del devenir de los desesperados. En este sentido, Torrente es una de las mejores y más prodigiosas e inteligentes caricaturas de este panorama comunal de “sálvese quien pueda” que instauran las crisis cíclicas del capitalismo entre las legiones de menesterosos y los defensores del sistema, un enjambre grotesco de desclasados odiadores y privilegiados de cunas de oro que encuentran su santo patrón en el personaje de Segura por la sencilla razón de que el señor aglutina buena parte de estas paradojas y hasta gusta de sentirse en una posición de superioridad rodeándose de esos llamativos subnormales que pululan en cada una de las propuestas. Las exageraciones y el trazo grueso aquí amplifican la verdad de un cine que sabe que la capacidad de incordiar a los ortodoxos, los mojigatos y los retrasados mentales que jamás se preocuparon por la cultura -sea ésta de la vertiente que sea- es uno de los atributos más excelsos de las obras de arte, hoy más que nunca metamorfoseadas en herramientas estrambóticas del militar burlesco y su potencia desacralizadora propensa a reivindicar el uso de desnudos, violencia, estupidez, indigencia, depravación, vejaciones e insultos dentro de historias muy pegadas a lo prosaico angustioso, chocante y bien ridículo. Segura luego abriría su producción artística como director -hay que tener presente que sus primeras cinco películas fueron las de Torrente- con obras muy atendibles como Sin Rodeos (2018), reversión de la chilena Sin Filtro (2016), y Padre no Hay más que Uno (2019), remake de la argentina Mamá se Fue de Viaje (2017), no obstante su legado siempre estará vinculado a las andanzas del cavernícola metropolitano menos querible del cine español.

 

Índice:

 

Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998):

 

Todos aquellos que en su momento de estreno vimos Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998) tenemos muy presente aquel verdadero puñetazo cinéfilo que representó el arribo de uno de los personajes más viscerales y poderosos del cine hispanoparlante, José Luis Torrente Galván, madrileño nacido el 18 de julio de 1946, un ex policía que aglutina todos los rasgos prototípicos de la derecha de buena parte del mundo en general y de la latina en particular: el señor es chauvinista a escala caricaturesca, homofóbico pero con rasgos de gay reprimido, machista que lleva con orgullo su misoginia explícita, conservador a nivel cultural y político, maquiavélico/ manipulador en lo que atañe al trato con sus semejantes cotidianos, diletante de una enorme cobardía que siempre adapta a las circunstancias de turno para salir ileso, mitómano al extremo del paroxismo baladí, tremendo explotador de sus supuestos cofrades eventuales, racista y xenófobo permanente, adicto a las prostitutas, cocainómano al paso, incapaz de hilvanar un razonamiento lógico que no sea de lo más elemental y especialmente un alcohólico porfiado que se despierta y se duerme todos los días en un estado lamentable. La primera película de la legendaria criatura de Segura combina la comedia costumbrista, el humor mordaz de cadencia contracultural, las ironías sociales hirientes de la obra del también genial Luis García Berlanga y la parodia de los policiales hardcore norteamericanos que estuvieron de moda durante las décadas del 70, 80 y 90, dentro de un amplio espectro sardónico que por cierto incluye tanto la vertiente del nacionalismo nihilista heterogéneo símil Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971) como el costado fascistoide reaganeano -muy cercano al cine mainstream de acción del período- de la inconmensurable e hiper delirante Cobra (1986), de la cual el subtítulo del film que nos ocupa es una burla porque -precisamente- el opus protagonizado por Sylvester Stallone fue bautizado en España y en algunas regiones de Latinoamérica como Cobra: El Brazo Fuerte de la Ley. La historia aquí es casi inexistente y funciona como una excusa para presentarnos al personaje dentro de una sublime colección de sketchs que rankean en punta entre los más inspirados del séptimo arte de fines del Siglo XX y comienzos del XXI, girando alrededor del descubrimiento del protagonista de una red de tráfico de heroína bajo la tapadera de un local de venta de comida china, El Rollito Wai, controlado por Mendoza (Espartaco Santoni) y su mano derecha El Francés (Manuel Manquiña), un señor que gusta de torturar salvajemente a sus víctimas de ocasión. Torrente, todo un fanático del coplero El Fary y del club de fútbol Atlético de Madrid, en esencia se pasa el día borracho, robando artículos de tiendas varias, maltratando a pobres tontos que encuentra en su derrotero sin rumbo y comiendo y bebiendo gratis en bares y restaurants, amén de utilizar a su padre Felipe (Mefistófeles salve al incomparable Tony Leblanc, gran pivote de la faena) como principal fuente de ingresos desde que tiempo atrás fuera expulsado de la policía por su persistente corrupción y abusos de toda índole. De hecho, los primeros minutos de la propuesta nos brindan una lección magistral de cómo debería presentarse un personaje hiperbólico de estas características: luego de tomar una infinidad de tragos en el bar de su amigo Luisito (Luis Cuenca), Torrente sale a “apatrullar” la ciudad de noche y es testigo a carcajadas -y sin siquiera inmutarse- de robos, lenocinio, palizas y batallas campales, y lo único que verdaderamente le molesta es ver a un inmigrante latino, el Moreno (Santiago Barullo), vendiendo en la vía pública sin licencia para comer y por ello le quiebra un dedo de “escarmiento” y decide confiscarle las bolsas con productos que estaba comerciando; un planteo que pronto deriva en su vuelta con la luz del sol a ese derruido departamento que comparte con su progenitor hemipléjico y menesteroso, un hombre que cobra una pensión estatal por discapacidad y que José Luis lleva a determinadas esquinas de Madrid para que pida limosna y así robarle a posteriori todo lo que obtiene en billetes y monedas, a lo que se agrega esa suerte de amistad parasitaria que establece con una familia que se muda a otra unidad de su edificio y que atiende una pescadería, un clan compuesto por un muchacho bien freak y fanático de las armas, Rafael “Rafi” Jiménez Valera (Javier Cámara), su hermana obesa y con Síndrome de Down, Pili (Nuria Carbonell), la madre avejentada e ingenua de ambos, Remedios (Chus Lampreave), y la prima ninfómana de Rafi, Amparo (Neus Asensi), una señorita hermosa y pechugona que fue echada de su pueblito por su simpática condición de puta. Segura aquí juega de un modo brillante con la sorpresa de la revelación -ya en el último tramo del metraje y de la mano del Comisario interpretado por El Gran Wyoming/ José Miguel Monzón Navarro- de que el protagonista no sólo no pertenece a la policía sino que está “desprovisto de sus facultades mentales”, algo que asimismo se condice con un egoísmo acérrimo de corte franquista -y siempre propenso al whisky- que lo lleva a provocar la muerte de casi todos sus compinches de aventuras, desde Carlitos (Carlos Perea), un petiso semi ciego que vende billetes de lotería y hace de informante de Torrente, hasta los amigos de Rafi, de quien se aprovecha el ex oficial para convertirlo en un aprendiz que lo idolatre y sumar a la causa de enriquecerse robando el dinero de los narcos a otros jóvenes como el cinturón marrón Malaguita (Julio Sanjuán), el fanático del espionaje Toneti (Jimmy Barnatán) y el experto en electrónica e informática Bombilla (Darío Paso). A través de citas cinéfilas muy sutiles y una multitud de cameos como los de Javier Bardem y Gabino Diego, entre muchos otros, Segura construye un cóctel molotov que toma la forma de un retrato social de una España que jamás hizo una autocrítica real acerca de esa convalidación popular de décadas y décadas de dictadura fascista, regalándonos de paso un sinfín de momentos de comicidad suprema como esa introducción a la que nos referíamos previamente, el recordado episodio del ex uniformado utilizando un escarbadientes/ palillo en un restaurant y luego volviéndolo a dejar en el palillero, los disparos con ametralladora en un parque público que despiertan la ira de un “dominguero de mierda” (Andreu Buenafuente), el robo por parte de José Luis de unas bragas de Amparito que después resultan ser de Remedios, la escena del baño con los “dos tipos de hombres”, los que se lavan las manos antes de mear por respeto al pene y los pobres diablos que se las lavan luego, el episodio en el cabaret con una meretriz llamada Milagros (Mariola Fuentes) que estafa al opa de Rafi a espaldas de Torrente, la hoy mítica secuencia de las “pajillas” cuando arriba del auto el gordinflón le propone al muchacho una masturbación cruzada asistida -“sin mariconadas” de por medio- para aliviar las tensiones y el aburrimiento de la vigilancia enfrente de El Rollito Wai, el patético encuentro sexual entre el adalid de la falta de higiene o decoro y la ninfómana, el cual se contrapone a las fantasías tropicales de Torrente y su tendencia al escapismo ilusorio bien hipócrita, la escena en la discoteca en la que el protagonista ataca al DJ para sacar el house y poner de fondo un cassette de El Fary, y el maravilloso soliloquio de Torrente ante la muerte de Toneti cuando lo envía con un micrófono en una misión suicida a El Rollito Wai, discurso orientado a convencer a los otros jóvenes de que se mantengan fieles a su lado y no lo abandonen en sus caprichos y arbitrariedades autodestructivas, “yo cuando estaba en la Legión, en el Afrika Korps, pasábamos meses en el desierto y hacía tanto calor que freíamos boquerones en la carrocería del jeep, nos picaban escorpiones en los huevos, teníamos fiebres, tifus, el cólera, hasta paperas, y los moros, que son como franceses pero sucios, se comieron vivo al Cabo Palomeque y a su perro, ¿por qué estábamos allí? Porque no habíamos querido delatar a un compañero, porque teníamos aguante… aguante, chavales, aguante”. La película tampoco le escapa al lenguaje brutal y altisonante del terror, algo que definitivamente Segura aprendió de sus colaboraciones con Álex de la Iglesia en las demoledoras Acción Mutante (1993), El Día de la Bestia (1995) y Perdita Durango (1997), detalle que puede verse en la tortura a la que El Francés somete al repartidor Wang (Jake Nong) por haber perdido unos gramos de droga camuflados en comida que fueron robados involuntariamente por un hambriento Felipe, coloridos tormentos que incluyen golpes en el rostro y el abdomen, una oreja cortada con una navaja y hasta un sacacorchos atornillado en una pierna. El mundo que edifica Torrente: El Brazo Tonto de la Ley escupe realidad dolorosa maximizada ya que pone en primer plano la inoperancia y locura de las fuerzas públicas de represión, las miserias indisimulables de los distintos estratos sociales, las estupideces, los temores y el monumental fariseísmo de esos pueblos que siempre buscan chivos expiatorios para sus propias faltas, el desinterés promedio del capitalismo con respecto al destino del prójimo diferente, la banalidad soporífera de las mujeres y el hedonismo petulante de los hombres, las nulas oportunidades de progreso en comunidades profundamente desiguales e injustas, las mentiras que esconden tanto el inconsciente colectivo como las formulaciones cotidianas del vulgo, el apego de las instituciones hacia el olvido social, la pobreza intelectual como regla máxima insoportable de las comunicaciones contemporáneas y la misma dinámica de la crueldad cortoplacista que moviliza a buena parte de las acciones de los bípedos de la posmodernidad; nociones que Segura empalma con firmeza a una iconografía visual/ estética/ conceptual deudora del film noir, el grotesco más soez, la comedia de gags y la algarabía frenética de ese cine de acción y de artes marciales que acepta al ridículo como herramienta retórica fundamental. El inconformismo de barricada y de alcance marginal se unifica con el excelente desempeño de todo el elenco, cuya frutilla de la torta es sin duda la memorable interpretación de Segura como uno de los paladines estatales más despiadados, graciosos y deshonestos de la historia del séptimo arte.

 

Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (España, 1998)

Dirección y Guión: Santiago Segura. Elenco: Santiago Segura, Tony Leblanc, Javier Cámara, Chus Lampreave, Neus Asensi, Manuel Manquiña, Espartaco Santoni, Jimmy Barnatán, Santiago Barullo, Nuria Carbonell. Producción: Andrés Vicente Gómez. Duración: 97 minutos.

 

Torrente 2: Misión en Marbella (2001):

 

Si bien no es ni remotamente tan despampanante y astuta como Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998), la primera secuela de la saga, Torrente 2: Misión en Marbella (2001), continúa siendo una película interesante que por un lado expande el retrato del personaje principal y por otro lado lo resitúa en un contexto bien distinto a la Madrid suburbana de antaño, nada menos que la ciudad del título ubicada a orillas del Mar Mediterráneo, entre Málaga y el Estrecho de Gibraltar, un enclave metropolitano paradisíaco que Segura reinterpreta en términos de los convites de agentes secretos más desquiciados en sintonía con las entregas de la franquicia de James Bond/ 007, saga a la que la obra que nos ocupa cita en la secuencia de créditos iniciales mediante una apertura pomposa llena de una sensualidad, un peligro y una nocturnidad pensadas desde la parodia de izquierda. Como ocurre con muchas continuaciones del cine mainstream de nuestros días, aquí el brío underground sarcástico anterior termina algo mucho volcado hacia un absurdo más caótico que trata de aprovechar un presupuesto evidentemente más voluminoso sin descuidar el espíritu socarrón y lacerante del opus original, algo que el film por suerte logra gracias a un desarrollo atractivo que retoma el desenlace del eslabón precedente a través de un Torrente millonario y exiliado de Madrid luego de birlarle aquel maletín con dinero al capo narco Mendoza (Espartaco Santoni): cual colección de matrioshkas/ mamushkas que se contienen a sí mismas dentro de una lógica invariable, la trama juega con el ardid del chantaje vía un archivillano terrorista, Spinelli (José Luis Moreno), quien tiene de mascota a un mono titi llamado Luis Alberto, exigiéndole al corrupto Alcalde de Marbella (Juanito Navarro) una suma millonaria a cambio de no destruir a la metrópoli con un par de misiles de última generación, a su vez una especie de víctima de Mauricio Torrente (Tony Leblanc), dueño del Club Rivera, narcotraficante y fetichista de bragas de adolescentes guarras, un señor que le sustrae a Spinelli -mediante el doble agente homosexual Fabiano (Arturo Valls)- el microchip que dirige y detona los misiles en cuestión. Por supuesto que nuestro adalid de la bebida y el parasitismo social termina involucrado en todo este embrollo de la mano de su nueva profesión una vez que dilapida su fortuna en el casino tres años a posteriori de los acontecimientos originales, nada menos que la investigación privada y una “docencia” orientada a diversos chiflados que desean convertirse en detectives y/ o miembros de las fuerzas de seguridad, ahora reemplazando al otrora compañero Rafi con Cuco (Gabino Diego), un drogadicto con un estado psicológico un tanto degradado, y sumando al equipo a cofrades varios como el adolescente bobalicón Gayolo (Eloi Yebra), el grandulón Tirillas (Íñigo González), el retrasado mental Sebas (Jaime Noguera), el purrete parapléjico Pablo (Damián Ramos) y el linyera e informante Manolo Barragán (José María Rubio), amén de un bulldog francés bautizado Franco que Torrente compra por correo y confunde con un rottweiler (hasta llega a decir, siempre equivocándose al pronunciar aquellas palabras que desconoce, que tiene pedigrí y viene con un “manual de instrucciones” como si el pequeño perro fuese un electrodoméstico). El guión presenta en paralelo la eterna búsqueda de José Luis de un caso tan notorio que le permita ser reincorporado a la policía y el entramado de espionaje en el que él y Cuco se inmiscuyen sin saberlo cuando el segundo le sustrae el microchip a Fabiano -escondido en un pin del Atlético de Madrid- y se lo regala a Torrente, aquí una vez más cometiendo deliciosas e hilarantes fechorías como extorsionar con dinero y sexo a Francisca (Cristina Tárrega), una prostituta cuyo marido (Jesús Bonilla) lo contrata para confirmar el asunto, el hecho de abandonar al susodicho cuando le agarra un síncope en plena calle en el momento en que el protagonista le ratifica lo puta que es su mujer, el robar la cartera de una señora picarona que ganó en una tragamonedas que Torrente venía “trabajándose”, el erotizarse observando con un telescopio a un par de lesbianas en acción que debería estar vigilando a pura profesionalidad, el sustraerle unas bragas a una clienta de la alta burguesía que le solicita que encuentre un collar que a su vez fue robado por una lolita (Carolina Bona), el obligar a Cuco a acostarse con la casera de la oficina de la agencia de detectives (Paloma Cela) para que no les siga reclamando los meses atrasados del alquiler, el organizar en las sombras arremetidas infantiles de destrucción pública y robos de periódicos como publicidad encubierta y falsa necesidad de contratarlo para mantener el orden, el intentar hacerse del dinero que trae consigo el Sebas manipulándolo de forma burda, el meterse en una piscina de la oligarquía local y orinar en el agua, el propiciar que atropellen a Cuco para asaltar a un par de aristócratas y colarse en una fiesta, el meterle la mano en la vagina a la anfitriona de turno (Esther Cañadas) como remate de un chistecito, el reventarle una oreja por accidente a un tipo que osó criticar a El Fary por suspender un concierto, el matar a Luis Alberto cuando lo muerde en los últimos minutos del metraje, y el extraordinario detalle de redirigir uno de los misiles hacia el Peñón de Gibraltar, zona ocupada ilegalmente por el Reino Unido desde el Siglo XVIII y reclamada desde entonces por el gobierno español. Entre coqueteos con algún que otro travesti, un regreso al sketch de las “pajillas”, cameos de los actores del capítulo previo y el inesperado enamoramiento de Torrente para con una preciosa cantante del Rivera (Inés Sastre), la película exprime a conciencia el presupuesto multiplicando las escenas de acción aunque sin abusar de su espectacularidad o duración y desde la inteligencia de privilegiar sobre todo el sustrato farsesco y las calamidades automovilísticas, todo dentro de un planteo macro que hace de la comedia de enredos su fuerte con vistas a desparramar mucha más mordacidad y dardos humillantes en torno a la idiosincrasia estrafalaria, individualista, pueril y enviciada de un personaje que ahora resulta que tiene/ tuvo dos padres, el primero aquel Felipe de la obra de 1998 y el segundo este Mauricio que fue el hermano gemelo del anterior y embarazó a la madre de José Luis porque Felipe era un “completo perdedor”, un “blando”, símbolo caricaturizado frente al cual la derecha gusta plantarse en directa oposición con vistas a sumergirse -ya autolegitimada en su visión demencial de superioridad- en todo el desfile de barbaridades sin culpa que nos regala Segura. Otro factor a tener en cuenta, que diferencia al film de manera muy positiva en comparación con los corolarios futuros, es la presencia de Semos Diferentes de Joaquín Sabina, la mejor canción de todas las que fueron compuestas especialmente para las bandas sonoras de las entregas de la saga, una diminuta obra maestra musical que calza perfecto con el personaje y que además fue a parar al álbum Dímelo en la Calle (2002), incluso superando a la célebre Apatrullando la Ciudad de Segura del convite primigenio -cantada por El Fary, nada menos- y a la otra maravilla de Sabina en ocasión de Torrente 5: Operación Eurovegas (2014), Chirigota Torrentina (vale aclarar que a lo largo y ancho de las distintas realizaciones han pasado gente como Kiko Veneno, Rosa López, David Bisbal y Mónica Naranjo, entre tantos otros que colaboraron en materia de las canciones de apertura y cierre). Se podría decir que en Torrente 2: Misión en Marbella queda incluso más clara la intención de fondo de enfatizar que buena parte de los idiotas prosaicos, crean lo que crean y defiendan ideológicamente lo que defiendan, tienden a no comprender del todo lo que sucede a su alrededor cual títeres de medio pelo y se limitan a consagrarse a un egoísmo que -al igual que la oligarquía mafiosa y sus esbirros- aniquila a cualquiera que se cruce en su camino con tal de alcanzar un objetivo implantando desde las elites pero somatizado como propio, uno en el que nada importa más allá de ellos mismos, su sadismo demacrado y esa anhelada providencia y/ o bienestar futuro utópico.

 

Torrente 2: Misión en Marbella (España, 2001)

Dirección y Guión: Santiago Segura. Elenco: Santiago Segura, Gabino Diego, Tony Leblanc, José Luis Moreno, Eloi Yebra, Juanito Navarro, Arturo Valls, Damián Ramos, José María Rubio, Cristina Tárrega. Producción: Santiago Segura, Andrés Vicente Gómez y Juan Dakas. Duración: 99 minutos.

 

Torrente 3: El Protector (2005):

 

Puede que la magnífica apertura de Torrente 3: El Protector (2005) siga conservando los rasgos paradigmáticos de las películas de la franquicia de James Bond, el famosísimo personaje creado por Ian Fleming en 1953, sin embargo aquellas referencias al universo del espionaje de Torrente 2: Misión en Marbella (2001) en esta ocasión desaparecen para dejar paso a una sátira colosal y astuta de las películas hollywoodenses de custodios y yerbas semejantes, un subgénero del policial que incluye obras tan disímiles como En la Línea de Fuego (In the Line of Fire, 1993), El Guardaespaldas (The Bodyguard, 1992) y hasta La Pistola Desnuda (The Naked Gun: From the Files of Police Squad!, 1988), un esquema que el director y guionista asimismo vincula a las misiones grupales suicidas de Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967) y a la sensualidad bufonesca de la saga iniciada con La Pantera Rosa (The Pink Panther, 1963) y centrada en el también inolvidable Inspector Jacques Clouseau (Peter Sellers). Ya desde el subtítulo del film se aclara por dónde pasa el asunto hoy por hoy, léase el pretexto para más y más sketchs de Torrente aprovechando su reincorporación a la institución que tanto ama -detalle agridulce del desenlace del capítulo previo- y transformándose en el jefe de seguridad de la bella eurodiputada italiana Giannina Ricci (Yvonne Sciò), una mujer que viene cerrando fábricas y empresas contaminantes en todo el continente en pos de su defensa irrestricta de las leyes de protección ambiental, señorita que ve su vida peligrar a partir de su arribo a Madrid con motivo de su ponencia en el Foro Ecológico Internacional y lo que se espera será una condena enérgica del accionar de la compañía multinacional Petronosa, otro de los parásitos del capitalismo extraccionista global. Es precisamente el testaferro de la firma, un tal Montellini Roures (el querido Fabio Testi), el más interesado en asesinarla y para ello soborna a dos jerarcas policiales, Salas (Enrique Villén) y Menéndez (Luis Larrodera), para que asignen a Torrente pensando que su incompetencia y miserabilidad serán garantías suficientes del éxito de los tres aparatosos sicarios de turno, el francotirador Telescópico (Alfonso Aragón), el rubio forzudo Coloso (Martín Czehmester) y un personaje silente con una máscara de catch (Nicolás Rodríguez-Villar), sujetos que son contratados por Montellini en Bariloche, Argentina, mediante un intermediario (el estupendo Marcos Mundstock, de Les Luthiers). Por supuesto que la no tan insólita revalidación institucional del protagonista no impide que vuelva a estar rodeado de freaks e infradotados de variada naturaleza, ahora destacándose Juan Francisco Solís (Javier Gutiérrez), un joven oficial a la vez torpe y mortífero que le imponen sus superiores, Josito (José Mota), otro representante sufrido de las clases populares que hace las veces de una especie de asistente de Torrente en su “negocio” paralelo a la policía de cobrarle/ estafar a latinos, musulmanes y africanos en función de documentos de residencia que jamás llegarán a los hipotéticos beneficiarios, y finalmente Pepito Torrente (Carlos Latre), nada menos que el hijo que José Luis no sabía que tenía hasta que se lo comunica su abuela moribunda (Tony Leblanc travestido), un muchacho semi progre -le parece vejatoria la prostitución para la mujer y hasta defiende a esos inmigrantes que Torrente tanto maltrata- que igualmente no tiene ningún problema en salir de putas con su padre a pesar de que su propia progenitora fue una meretriz que le contagió la gonorrea a nuestro adalid, la Manoli (Marisa Medina). Segura se despacha largo y tendido con el entrenamiento de los doce ex oficiales/ energúmenos/ imbéciles/ criminales que el jefe de seguridad elige para la misión, el enamoramiento de Torrente para con Ricci, las arremetidas de turno de los secuaces de Montellini y hasta el clásico ardid narrativo del intento de inculpar al protagonista -el “perejil”/ chivo expiatorio en cuestión- de todo el asunto, ahora plantándole en el baúl de su proverbial SEAT 1430 Turbo evidencia comprometedora para que luego deba limpiar su nombre ante el ojo público salvando en serio a la eurodiputada del peligro que la acecha sin cesar. La película sigue siendo fiel al ideario del gordo galofóbico y propenso a las ventosidades anales y cae apenas un poco por debajo de Torrente 2: Misión en Marbella, lo que por cierto no nos priva de momentos de una gloriosa causticidad como por ejemplo esa introducción con un embate aéreo a manos de un par de terroristas árabes que reciben la asistencia involuntaria de Torrente al disparar su revólver dentro del avión, un episodio políticamente muy incorrecto que deriva en la destrucción de la Puerta de Europa/ Torres KIO de Madrid en una deliciosa alusión a los Atentados del 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos, el montaje de entrenamiento parodiando a la franquicia boxística que comenzó con Rocky (1976), las truculencias, sonseras y sadismo durante la preparación y evaluación de esa troupe que terminará siendo faenada protegiendo a Ricci, el instante en que Torrente le devuelve un pelotazo en la cara a un niño latino, la grotesca revelación de la existencia de Pepito, la escena en la que le consigue al muchacho un trabajo en una obra en construcción hiper ilegal que termina con la caída de un palé de ladrillos, los momentos en los que José Luis viola dormida a la prometida virgen de Josito, la histérica y conventillera Vanessa (Silvia Gambino), la pesadilla con el equipo de fútbol Barcelona y todos los involucrados hablando en catalán, los chispazos eróticos símil sexploitation con Ricci y su secretaria Fiorella (Ruth Zanon), el inusitado flashback del protagonista relatándole a su vástago cómo a los nueve años (Eduardo García compone al Torrente versión infantil) fue llevado a un cabaret por su Tío Mauricio (Tony Leblanc de nuevo), quien le trasmite su frase “las putas lo que tienen es que encima hay que pagarlas”, le inculca su costumbre de lavarse los manos antes de mear y en esencia desencadena su fetiche con las “pajillas” cuando en el baño del lugar se topa con un pederasta (Florentino Fernández) que le propone la experiencia, el violento exabrupto en el prostíbulo cuando Pepito le confiesa que es simpatizante del Real Madrid en oposición a su amado Atlético de Madrid, la cíclica intervención -reclamando 6.000 pesetas de whisky en tiempos del euro- de un secundario de Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998) que es en simultáneo amigo, proveedor de alcohol y acreedor del adalid, el casi autista Antoñito (Manuel González Savín alias Cañita Brava), la fantasía de José Luis con Giannina vía un paisaje nevado, un helicóptero que explota al arrojarle un hacha y una bala extraída con los dientes que deriva en sexo oral de agradecimiento, la secuencia automovilística en la que Josito y el protagonista utilizan una muñeca inflable para sacarse de encima a los uniformados de elite que los persiguen, la escena bien anticatólica en la que Torrente pisotea una Cruz de Caravaca justo a posteriori de haber jurado proteger a su hijo y respetar a los inmigrantes bajo la insistencia de su abuela, la presencia de El Fary mediante esa aparición mesiánica/ etérea del final en la que el oficial le birla la billetera después de abrazarlo, y el muy gracioso epílogo con Solís, Pepito, Torrente y Josito generando un derrumbe en el Despacho Oval de la Casa Blanca y teniendo que huir por haber matado al psicópata lelo de George W. Bush, presidente por entonces de yanquilandia. La simpleza de Torrente 3: El Protector y su predilección por mantenerse cerca de los latiguillos de los géneros y films referenciados no implican una merma significativa de calidad porque Segura insiste con sus arrebatos contraculturales y su ridiculización de la derecha fascista y hasta sorprende con una mayor y mejor utilización de las interpolaciones retóricas -recuerdos, utopías, delirios, etc.- y los cameos de realizadores internacionales como John Landis y Oliver Stone. Nuevamente la corrupción mafiosa del capitalismo y sus payasos del Primer Mundo constituyen el eje de una propuesta corrosiva y muy valiente que no se muestra condescendiente con nadie, subrayando la entereza de la izquierda eco-friendly de Ricci y denunciando el corporativismo decadente de las fuerzas de represión y su sometimiento a lo que sea que dicte el statu quo empresarial y político de nuestros días, ese que esquiva cualquier marco moral en favor de una plusvalía mitificada.

 

Torrente 3: El Protector (España, 2005)

Dirección y Guión: Santiago Segura. Elenco: Santiago Segura, Tony Leblanc, Yvonne Sciò, Fabio Testi, Javier Gutiérrez, José Mota, Carlos Latre, Enrique Villén, Luis Larrodera, Marcos Mundstock. Producción: Santiago Segura, Fernanda Cueva y María Luisa Gutiérrez. Duración: 91 minutos.

 

Torrente 4: Lethal Crisis (2011):

 

Si comparamos a la ambiciosa Torrente 3: El Protector (2005), una realización de alcance internacional y con un presupuesto más que generoso para el nivel promedio europeo que permitió múltiples y arriesgadas escenas de acción, con la primera aventura en 3D de la saga en cuestión, Torrente 4: Lethal Crisis (2011), se hace evidente que esta última toma la forma de una “vuelta a las bases” porque de hecho juega más abiertamente con el sustrato marginal del personaje protagónico y su capacidad de improvisación malsana ante los líos en los que se mete y/ o lo meten desde un exterior tan pérfido como él mismo; ahora retomando la premisa del eslabón previo, léase el tópico circunstancial de la incriminación, para de modo paulatino torcer el rumbo del relato hacia un nudo que vuelve a sorprender con ofrendas a El Gran Escape (The Great Escape, 1963) y Fuga a la Victoria (Victory, 1981) antes de reincidir en los engranajes de siempre de los thrillers de falso culpable y en esa reconstrucción de la reputación de nuestra “víctima”, acusada de un crimen que en términos prácticos pretendía llevar a cabo pero no cometió. Aquí el catalizador narrativo para que el desarrollo desemboque en el formato de las huidas de prisión, alguna institución mental o un campo de concentración se condice con el pequeño cataclismo que causa Torrente, hoy de nuevo volcado a la actividad privada y devenido personal de seguridad, en la lujosa boda de la putona Melanie Rocamora (María Lapiedra), hija del oligarca Román Rocamora (Francisco González Sarriá) y una chica que nuestro campeón de la ley y las instituciones encuentra besuqueándose con un camarero en plena ceremonia, lo que desde ya es utilizado por el señor para chantajearla obligándola a tener sexo con él a cambio de no contarle a su padre sobre el affaire y unos gramos de cocaína que halla en posesión de la muchacha. De repente José Luis y un reaparecido Juan Francisco Solís (Javier Gutiérrez), su compañero en materia de la seguridad, descubren a un paparazzi (Tomás Pozzi) que tomó imágenes de la felatio de turno y le quitan la memoria de la cámara con las fotos, provocando una persecución que arruina el casamiento, prende fuego el vestido de Melanie y termina en la muerte de unos cuantos invitados que cayeron en una piscina pronta a ser electrocutada por el protagonista en medio de otra de sus típicas “evasiones” cuando la cosa se complica. El episodio deriva en un tanto exasperado Rocamora mandando a matar a un enemigo dentro de la mafia capitalista, Fontanelli (Josemi Rodríguez Sieiro), e inculpando al ex policía a través de un intermediario, Ramírez (Enrique Villén), quien contrata a José Luis para que se cargue al ya fallecido y da aviso a los uniformados en el instante en que el obeso ingresa a la casa de la víctima. Segura recupera el vínculo de profesor/ alumno de los capítulos precedentes y le agrega una dimensión poco explorada en la saga como la traición, ya que hoy es el tarado de Julito “Rin Rin” (Kiko Rivera), un joven que encuentra baldeando pisos en un burdel, el que ocupa el lugar del compinche y quien lo entrega a las autoridades a cambio de una suma de dinero por parte de Ramírez y el magnate execrable Rocamora. Ya dentro del presidio, se topa con su Tío Gregorio (Tony Leblanc), el cual vocifera a los cuatro vientos que su sobrino es el “número uno” de la policía y así lo expone a ser asesinado por los otros presos hasta que interviene Peralta (Yon González), un muchacho experto en artes marciales que lo defiende porque considera a Gregorio un padre adoptivo, no obstante como pronto el joven termina confinado en soledad luego de una pelea no le queda otra opción para protegerse/ evitar ser violado en grupo que sumarse al patético coro del Padre Tobías (David Fernández), el cura gay del penal. Eventualmente Gregorio le pasa el dato de que un preso, El Colibrí (José Jiménez Fernández alias Joselito), está cavando desde hace años un túnel con una cuchara para fugarse, pero el plan no resulta factible porque la salida se ubica justo debajo del muro por donde pasean los guardias, a raíz de lo cual a Torrente se le ocurre -robando la idea de Fuga a la Victoria– proponerle al director de la cárcel, el Señor Castaño (David Venancio Muro), un match futbolístico entre los vigilantes y los reos que serviría de excusa camuflada para salir a través del túnel sin ser vistos. Llegado el mentado día de la huida Torrente desencadena un derrumbe y la muerte consiguiente de Peralta y El Colibrí, luego lavándose las manos con respecto al plan frente a Castaño y desconectando el soporte vital del único sobreviviente y testigo que lo podría complicar, su propio tío, lo que asimismo deriva en otro intento de huida -esta vez exitoso- utilizando como pretexto para salir de prisión a una competencia provincial de coros que posibilita que escape por la ventana de un baño, operación en la que lo ayuda un comando de subnormales compuesto por Torrelavega (Xavier Deltell) y los reaparecidos Manolo Barragán (José María Rubio) y Antoñito (Manuel González Savín). El director y guionista le saca el jugo a la venganza bizarra posterior porque su criatura encuentra a Julito en un prostíbulo rodeado de tres putas y rápidamente decide perdonarlo con vistas a que ambos unan fuerzas para extorsionar a Rocamora pidiéndole un millón de euros a cambio de no entregarle a la revista sensacionalista Interviú las fotos de Melanie practicándole sexo oral a José Luis. La temática siempre candente en Europa de los expatriados, esa que ya había sido trabajada en Torrente 3: El Protector, regresa con todo en Torrente 4: Lethal Crisis de la mano del nuevo “curro”/ berretín económico del protagonista de subalquilar su departamento derruido a decenas de inmigrantes indocumentados encabezados por Pacheco (Luis Carlos Huapaya), algo que enerva a su casera platinada (Belén Esteban) y se enmarca en el regreso -como afirmábamos al inicio- del sustrato callejero mugroso de Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998) con motivo de la criminalización del personaje central. Ahora los momentos cómicos más inspirados pasan por el prólogo de la boda en su conjunto, otra gran secuencia de créditos iniciales a lo 007, el exquisito monólogo ante la tumba y una estatua de El Fary (“desde que tú no estás esto ya no es lo mismo, Fary, España se ha ido a la mierda, el mundo entero se ha echado a perder: los maricones ahora se casan, los socialistas han arruinado ya al país por completo y en la Casa Blanca han puesto a un negro -referencia a Barack Obama, por supuesto- pero no para limpiar, no, de presidente, sé que parece un chiste, ¿qué va a ser lo próximo, una tía? Eso sí, también ganamos el Mundial el año pasado pero eso no cuenta, la mayoría del equipo era del Barça… ¿qué te parece? No digas nada, tu espíritu y tu música están con nosotros”), el episodio del señor cagando en el cementerio y limpiándose el culo con un ramo de flores, la escena del enfrentamiento por la comida de un tacho de basura entre Torrente y un grupo de seis niños con una navaja, la vuelta del “dominguero de mierda” (Andreu Buenafuente) del film original y cómo el ex policía incita una pelea entre los miembros de su parentela, la escena en la que José Luis termina acostándose con un travesti linyera y lleno de cirugías en el rostro (Carmen de Mairena) a cambio de un poco de vino, todos los hilarantes preparativos para el asesinato de Fontanelli con Rin Rin y otros chiflados varios de las villas miseria de Madrid, lo cual por supuesto incluye una nueva vigilancia y el retorno del sketch de las “pajillas”, los instantes con el inmundo y animalizado compañero de celda de Torrente (Paco Collado), la aparición en el patio de la penitenciaria de la banda de violadores compulsivos de Otxoa (Kiko Matamoros), la visita a Torrente de un Manolo vestido de mujer con el objetivo de acercarle un celular que el veterano se metió en el recto para que no lo requisen los guardias, lo que deriva en el aparato atiborrado de excremento y en una sesión homosexual improvisada entre ambos personajes, las secuencias de la selección y el entrenamiento para el partido de fútbol, la fantasía de la cárcel transformada en un club nudista, el match en sí con ese graciosísimo arquero tullido del equipo de los presos (Juan Manuel Montilla alias El Langui) y el pobre de G’Nomo (Jimmy Roca), un moreno que termina con una fractura expuesta a expensas del protagonista y sus lamentables ideas, la calamidad del túnel en general, el hilarante comentario de Torrente de la “Guardia Civil a las brasas” después del choque de un patrullero contra un tanque de gas propano, la incómoda escena en la que nuestro campeón y Julito toquetean a las dos hijas de Ramírez en su hogar familiar y terminan siendo echados a escopetazos y al grito de “¡maricones!” por parte del suegro de la casa (Juanito Navarro), el llanto posterior de Torrente cuando Rin Rin le ningunea a El Fary, la estampida de inmigrantes en su edificio por otra de sus mentiras, y el remate del final cuando el Comisario (El Gran Wyoming/ José Miguel Monzón Navarro) lo regresa al presidio porque un niño lo denuncia por haberle robado un helado a pura soberbia minutos atrás. Incluso más que en las secuelas anteriores aunque manteniéndose en el mismo nivel cualitativo, Torrente 4: Lethal Crisis logra la proeza de balancear a la perfección los recursos mainstream más clásicos de los géneros que trabaja, el trasfondo costumbrista español/ latinoamericano y ese amor por la comedia negra demencial que constituye desde el principio el quid mismo de la creación de Segura, hoy desarmando con una sucesión de extraordinarios absurdos la pantomima detrás de los sistemas jurídico y penal, amén de subrayar la putrefacción y el carácter vil de la policía y su rama privada, la correspondiente a esa sociedad civil supuestamente autónoma del Estado y en realidad casi siempre de rodillas ante él y sus “patrones” del entramado antojadizo capitalista que lo hegemoniza.

 

Torrente 4: Lethal Crisis (España, 2011)

Dirección y Guión: Santiago Segura. Elenco: Santiago Segura, Kiko Rivera, David Fernández, Tony Leblanc, Yon González, Enrique Villén, Javier Gutiérrez, Francisco González Sarriá, David Venancio Muro, María Lapiedra. Producción: Santiago Segura, María Luisa Gutiérrez y Mercedes Gamero. Duración: 93 minutos.

 

Torrente 5: Operación Eurovegas (2014):

 

La combinación que ofrece Torrente 5: Operación Eurovegas (2014) es quizás la más extraña e interesante de toda la saga porque aquí Segura apuesta a una mixtura de géneros e influencias de lo más particular que incluye la ciencia ficción semi apocalíptica y tendiente a la ucronía, las caper movies centradas en atracos planeados al dedillo y la comedia de impronta irónica caricaturesca, deudora a la vez del slapstick y del júbilo inconformista de los dibujos animados más anárquicos de mediados del Siglo XX. Como si se tratase de una extensión deforme y tangencial de sus colaboraciones como actor con “amiguetes” de la talla de Álex de la Iglesia y Guillermo del Toro, el mismo contexto desolador del relato constituye toda una anomalía para lo que suele ser la coyuntura estándar de las comedias en general y el cine grotesco social en especial: luego de los acontecimientos de Torrente 4: Lethal Crisis (2011) y una estadía en prisión, el señor sale en libertad en una Madrid de un 2018 alternativo visiblemente flaco cual metáfora de la propia España, una nación que está atravesando una crisis económica muy profunda que derivó en consecuencias tales como un aumento significativo del desempleo, la miseria y la recesión, en masas de menesterosos que roban y violan a discreción para que los dejen ingresar a las cárceles y comer a diario, en la independencia definitiva de Cataluña del gobierno central, en la reducción del salario básico, en la expulsión de España de la Unión Europea y la consiguiente vuelta a la peseta, y en pequeñas tragedias muy dolorosas para el protagonista como esa estatua vandalizada de la tumba de El Fary, el desmantelamiento de su SEAT 1430 Turbo -dentro del cual para colmo vive un inmigrante africano- y el abandono total del Estadio Vicente Calderón del Atlético de Madrid, club de fútbol que en 2017 se mudaría formalmente al Estadio Metropolitano y que viabiliza una escena muy graciosa en la que José Luis maldice a los responsables como aquel George Taylor de Charlton Heston de El Planeta de los Simios (Planet of the Apes, 1968). Decidido a no ser más un “ciudadano ejemplar” y un “referente de comportamiento y civismo” y a convertirse en un forajido, un “fuera de la ley”, el ex policía de inmediato recupera el tiempo perdido entregándose al alcohol, la comida, las putas y las drogas y se consagra al proyecto de robar el único casino actualmente operativo de Eurovegas, un proyecto faraónico de capitales norteamericanos que en nuestra realidad fue abandonado en 2013 porque los representantes del Estado español no accedieron a las peticiones abusivas de la compañía de turno, Las Vegas Sands, como hacerse cargo de las posibles pérdidas que pudiese generar dicho megacomplejo turístico volcado al juego y actividades asociadas en línea con la prostitución y el lavado de dinero. En este caso el ideólogo del plan es un tal John Marshall (el gran Alec Baldwin), un estadounidense que diseñó el sistema de seguridad del casino en cuestión y que desea vengarse porque la Comunidad de Madrid todavía no le pagó ni la mitad de la suma pactada de antemano por el trabajo, un señor que delega en José Luis y su séquito de incompetentes la ejecución concreta del robo para no verse involucrado. Segura retoma el recurso de diferenciar a los camaradas más cercanos, hoy por hoy un recuperado Cuco (Julián López reemplaza a aquel Gabino Diego del segundo eslabón) y su primo pajuerano Jesusín (Jesulín de Ubrique), de la desbordante fauna de secundarios/ cómplices, ahora una mezcla de viejos conocidos y novedades varias que incluye a Manolo Barragán (José María Rubio), Antoñito (Manuel González Savín), el dúo de hermanos homosexuales Bigotes (Luis Carlos Tortosa) y Dientes (Álvaro Tortosa), el butanero Genaro (Florentino Fernández), el hermano ultra freak del anterior Ricardito (Carlos Areces), el especialista en boquetes/ butrones Cuadrado (Fernando Esteso), una furcia tan hermosa como desalmada llamada Paqui (Anna Simón Marí) y finalmente la Chiqui (Angy Fernández), novia petisa de Cuco y amiga de la anterior. Jugando con detalles metadiscursivos, como el comentario de Torrente de que Cuco “parece otra persona”, y con citas explícitas a Once a la Medianoche (Ocean’s Eleven, 1960), asimismo comparándola con la remake del 2001 con George Clooney como ese Danny Ocean que supo interpretar Frank Sinatra, “El Fary americano” según el protagonista, la película se concentra en pequeñas tareas previas al golpe en sí, el cual coincidirá con la final del Mundial de Fútbol entre Cataluña y Argentina, como robar una pulsera magnética de uno de los miembros de la seguridad y la llave del hogar del director del casino; todo organizado desde la nueva e improvisada “base de operaciones” de José Luis, la casa de las reaparecidas Remedios (Chus Lampreave) y Amparo (Neus Asensi), ambas de Torrente: El Brazo Tonto de la Ley (1998) y la segunda adepta a acostarse por dinero con vejetes, consecuencia de la pérdida de su morada al ser confiscada por un banco. La estrategia de maximizar las participaciones internacionales de Torrente 3: El Protector (2005) vía la figura del perfecto Alec Baldwin, quien por cierto aceptó el papel a raíz del consejo de su esposa española Hilaria Thomas, va en consonancia con un guión más coherente y certero que sus homólogos de las entregas previas, historia que se sirve de los ingredientes infaltables de las heist movies para parodiarlos y reconfigurarlos hacia la arquitectura sardónica y costumbrista de la creación de Segura en un movimiento que hasta incorpora un homenaje a Tony Leblanc, fallecido en 2012 y a quien está dedicado el film, un hombre que aparece mediante material de archivo aunque por suerte escapando al clásico autobombo con imágenes de la saga en pos de recuperar una versión joven del actor e insertar a Torrente dentro del contexto de otra de las fantasías sarcásticas del personaje fundamental (aquí es una alucinación por una fumata de Cuco y Jesusín). Los momentos y/ o puntos más sobresalientes de Torrente 5: Operación Eurovegas son el tragicómico prólogo, la escena inicial del cabaret en contra del feminismo actual de cartón pintado que vincula automáticamente a pura necedad a la prostitución con la vejación esclavista como si el trabajo tradicional fuese mejor o siquiera más digno (la golfa de turno es una española que se prostituye para pagarse un máster en energías renovables), la destrucción en la vivienda de Marshall de una armadura de 400 años y una colección de whisky añejo por parte de los asaltantes símil La Fiesta Inolvidable (The Party, 1968), el episodio del circo a lo cine mudo en el que el pobre acróbata Kenny (Jimmy Barnatán) termina resbalando con una cáscara de banana por culpa del demagogo y rompiéndose bien la cabeza, todas las graciosísimas intervenciones de Ricardito, un muchacho algo autista y capaz de complejos cálculos matemáticos -mofa del Raymond Babbitt de Dustin Hoffman de Rain Man (1988)- que se vive masturbando en público y gusta de lamer a las mujeres, el reencuentro entre Torrente y Amparito, el regreso de las infaltables “pajillas” aunque en esta oportunidad llevadas al extremo de la perversión con frotadas presurosas sobre el glande y una asfixia a través de una bolsa de plástico en la cabeza, la secuencia en la que el travesti La Chelo (Rafael Ojeda Rojas alias Falete) se carga al director del casino (Josema Yuste), el taller textil infantil que tiene montado el tullido Cabañas (Juan Manuel Montilla) en un búnker de una zona marginal de Madrid, los intentos desesperados de la mujer de Cuadrado, Sonsoles (María del Carmen Martínez-Villaseñor), por evitar que el susodicho vuelva a juntarse con Torrente, esa conversación que el personaje de Segura tiene con Marshall que sirve para traer a colación a la Legión Extranjera, el Afrika Korps y el Cabo Palomeque, la ya citada alucinación protagonizada por José Luis, Felipe y Marshall que incluye un segmento animado, las hilarantes “reuniones de trabajo” en la casa de Remedios, la catarata de imprevistos, olvidos y fallos que atraviesa el colectivo de palurdos durante la operación, la escena del secuestro del “dominguero de mierda” (Andreu Buenafuente) y su familia y la posterior aparición de una Sonsoles celosa para con la Chiqui que recibe una andanada de golpes en la cara cortesía de un Torrente en la tradición del Doctor Rumack de Leslie Nielsen de ¿Y Dónde Está el Piloto? (Airplane!, 1980), el retorno de la costumbre del mandamás de tocarles las tetas a las mujeres que arrastra/ protege, el ingreso de la novia de Cuco al “cuarto de ordenadores” del casino desde el techo a lo Misión Imposible (Mission Impossible, 1996), ese vigilante histérico (Víctor Sandoval) que recibe una sucesión de disparos de dardos somníferos y golpes de porra hasta que finalmente deja de gritar, la escena de la granada de gas lacrimógeno y Cuco chupando pegamento, el descubrimiento en la bóveda del casino del Ecce Homo de Borja (1930) de Elías García Martínez en su versión destruida por la torpe e ignorante Cecilia Giménez Zueco, a quien en 2012 se le encargó una restauración que derivó en un repintado macro grosero, la muerte de Genaro a expensas de Ricardito y el mini festival gore en torno a lo que quedó de su cuerpo después de la explosión, el desenlace con el intento de mexicaneada cruzada entre Torrente y el norteamericano, la escena de acción -una de las mejores de toda la saga- en ese ficticio e irónico Aeropuerto de La Moraleja que en realidad es el Aeropuerto de Ciudad Real, la genial intervención de Ricardo Darín como el Comandante Cudilleros en un tutorial de YouTube que Jesusín y José Luis utilizan para despegar y volar un Boeing 747, y el epílogo apuntalado en Ricardito disfrutando en un hotel de República Dominicana del dinero del robo y de Amparo y en el resto del “dream team” varados en una playa de alguna parte de Sudamérica haciendo esa vida de inmigrante que tanto aborrecía Torrente desde el vamos, hoy vendiendo “collares de corales y elefantitos de marfil”. Torrente 5: Operación Eurovegas es sin duda la más inspirada de las continuaciones del opus original de 1998 y si bien no lo supera en ningún momento, algo que por cierto es prácticamente imposible, logra destacarse por derecho propio tanto a nivel de la eficacia con la que trabaja los géneros en cuestión como en lo que atañe a la edificación de un insólito sentimiento de hermandad entre los personajes, planteo ausente en las demás secuelas y que en la propuesta que nos ocupa se traduce en el menor número de muertes de cofrades de José Luis de toda la saga y en un desarrollo más integral y minucioso de cada uno de ellos a escala retórica. Aquí más que la inoperancia de las fuerzas públicas y el Estado y la corrupción de aquellas en función de sus vínculos con el capitalismo caníbal, lo que en verdad prima es la solidaridad entre los lunáticos de los márgenes en una coyuntura de yermo estéril a nivel social, económico, político y cultural que se combate sin bajar los brazos gracias a la improvisación popular folklórica y su bella picardía de cadencia justiciera, siempre en lucha contra la oligarquía empresaria especuladora y sus subproductos en todas las vertientes del mercado planetario.

 

Torrente 5: Operación Eurovegas (España, 2014)

Dirección y Guión: Santiago Segura. Elenco: Santiago Segura, Alec Baldwin, Julián López, Carlos Areces, Jesulín de Ubrique, José María Rubio, Fernando Esteso, Manuel González Savín, Florentino Fernández, Neus Asensi. Producción: Santiago Segura y María Luisa Gutiérrez. Duración: 105 minutos.