Apenas un mes antes de estrenar Rambo (First Blood, 1982), Ted Kotcheff entregó una de las películas más interesantes de la década del 80, Split Image (1982), una realización que en buena medida -paradójicamente- fue condenada al olvido por el éxito inesperado en taquilla del clásico de acción con Sylvester Stallone. El director, uno de los representantes de la derecha cinematográfica del período con un registro muy amplio que supo abarcar obras como Wake in Fright (1971), Uncommon Valor (1983) y Weekend at Bernie’s (1989), construyó un retrato bien preciso del mecanismo de captación por parte de lo que en aquella época eran las primeras sectas místicas/ new age, algo así como un coletazo tardío del hippismo, el feminismo y los movimientos ambientalistas de los 60 pero ahora volcados a la típica manipulación de las religiones tradicionales y a esos ideales ascéticos y esa vida hermética y en comuna que tanto les fascinan a los calvinistas y los luteranos anglosajones.
La historia hace foco en Danny Stetson (Michael O’Keefe), un joven gimnasta con sueños de profesionalidad y competencias olímpicas que se ve inmerso en el submundo de una comunidad bastante freak gracias a Rebecca (Karen Allen), una bella chica que difunde el credo del grupo y en términos prácticos funciona como “carnada” para atrapar a Danny. El colectivo, de índole naturista/ religioso, se llama simplemente Homeland y está comandado por un tal Kirklander (Peter Fonda), un líder carismático que ejerce un control pasivo/ activo sobre los miembros mediante disertaciones, la implementación de ámbitos en común y la asignación de tareas. Luego de mensajes de Danny vinculados a que están “muertos en vida” y no quiere verlos más, los padres del muchacho, Kevin (Brian Dennehy) y Diana (Elizabeth Ashley), deciden aceptar el ofrecimiento de Charles Pratt (James Woods), un especialista en secuestrar y desprogramar a hijos de ricachones engatusados por Kirklander.
Desde el vamos llama mucho la atención la meticulosidad y complejidad del guión de Robert Kaufman, Scott Spencer y Robert Mark Kamen, un trabajo que nunca se aparta del todo del protagonista debido a que su máxima preocupación es comprender la metamorfosis de burguesito mimado a denunciador compulsivo de la codicia y la corrupción del mundo, a su vez una estrategia retórica que se complementa -sin renunciar a ese núcleo central- con el nihilismo de Pratt, la desesperación de los progenitores y hasta la presencia maquiavélica de Kirklander. De hecho, uno de los mayores puntos a favor de la película pasa por esta decisión de fondo de no convertir a la trama en una simple disputa entre la supuesta víctima y el supuesto victimario vía la demonización barata del personaje de Peter Fonda, un recurso en el que cayó gran parte del “subgénero sectas” (esto se debe a que Split Image evita el rótulo fácil para deambular sin obligaciones alrededor de los dramas identitarios).
Si pensamos en obras como Hardcore (1979), The Believers (1987), Patty Hearst (1988), The Magdalene Sisters (2002), Jesus Camp (2006), Die Welle (2008), Martha Marcy May Marlene (2011) y The Sacrament (2013), todos films brillantes que examinaron o explotaron distintas facetas del enclave de la separación familiar y/ o los cultos, el opus de Kotcheff ofrece un pantallazo mucho más despojado y cotidiano de la crisis psicológica que se produce cuando los diversos agentes del entorno comienzan a operar sobre el estado de vulnerabilidad -manifiesto o latente, realmente no importa- del niño/ adolescente/ joven adulto, generando un choque de discursos en torno al proverbial “sentido de la vida” y las concepciones de lo considerado positivo y negativo a nivel social. La rebelión frente a lo establecido, por lo general representado en la figura paterna, y el enamoramiento con imágenes y doctrinas alternativas van de la mano del ataque contra el egocentrismo actual.
Ahora bien, los pocos que recuerdan a la propuesta suelen ponderar en primera instancia el maravilloso naturalismo a partir del cual Kotcheff construye el vínculo entre Danny y Rebecca por un lado y entre el muchacho y la idiosincrasia gregaria de Homeland por el otro, y en segundo término la intensidad y perspicacia de las secuencias en las que Pratt trabaja sobre el intelecto fracturado de Stetson para devolverlo definitivamente a sus padres (detalle de color: varios capítulos de Los Simpsons homenajearon a estas escenas y al convite en su conjunto). Mientras que casi cualquier producto contemporáneo finalizaría la aventura con una refriega monumental entre los distintos personajes, Split Image en cambio opta por una solución muy acertada relacionada con el amor, la aceptación individual y con una verdad que se suele pasar por alto al sopesar las sectas, léase que no siempre sus supuestos son erróneos ni tampoco los sentimientos que viabilizan, en consonancia con la gratitud y la responsabilidad para con el prójimo. Precisamente, el leitmotiv de la película, esa multiplicidad de los humanos, apunta a contrastar las diferentes posiciones en juego para que finalmente prevalezca una mixtura de todas las vertientes. Mención aparte merece el desempeño de Woods y Dennehy, dos actores viscerales que se ubican en la orilla opuesta a Fonda, aquí también descollando gracias a unas miradas que distribuyen miedo de manera quirúrgica en esta pequeña epopeya de cambios pronunciados y batallas en pos de hacerse del control de una mente que sólo en los segundos finales termina de madurar…
Split Image (Canadá/ Estados Unidos, 1982)
Dirección: Ted Kotcheff. Guión: Robert Kaufman, Scott Spencer y Robert Mark Kamen. Elenco: Michael O’Keefe, Karen Allen, Peter Fonda, James Woods, Brian Dennehy, Elizabeth Ashley, Ronnie Scribner, Pamela Ludwig, John Dukakis, Lee Montgomery. Producción: Ted Kotcheff. Duración: 110 minutos.