Opeth en Groove

Sobre infiernos encantadores

Por Pablo Rabotnikof

Vale la pena repetirlo: Opeth es una de las mejores bandas pesadas de las dos últimas décadas. Partiendo de un género periférico como el death metal, los suecos hicieron más que ningún otro grupo heavy por expandir su universo, incorporando todas las músicas que tuvieran a mano, como el jazz, el rock acústico, el metal sabbathico o el flamenco, sólo por nombrar algunos estilos que pueden convivir desprejuiciadamente en una misma canción.

 

Algo de esto se puede oír en discos como el excelente Pale Communion (2014) -el cual presentaron el sábado 18 de julio en Groove- cercano al prog rock, lleno de melodías y 100% libre de voces guturales. Pero considerar esto como “signo de madurez” o “evolución” es casi una ofensa. Porque esa madurez ya estaba presente en discos como los notables Still Life (1999) y Blackwater Park (2001), verdaderas cimas metálicas. Por eso el actual rumbo sólo se puede considerar como la elección de un camino diferente.

 

Opeth es en realidad la bestia bebé surgida del cerebro de Mikael Åkerfeldt, cantante, guitarrista, principal compositor y único miembro original. Lo secunda en bajo el uruguayo Martín Méndez, integrante del grupo desde hace casi dos décadas. El resto de los miembros (Martin “Axe” Axenrot en batería, Fredrik Åkesson en guitarra y Joakim Svalberg en teclados) se sumaron en los últimos años, aunque por lo bien que se amalgaman parece que siempre hayan tocado juntos.

 

La apertura de su tercera visita a la Argentina calcó el comienzo de su último disco: la climática Eternal Rain Will Come, seguida por la festejada Cusp of Eternity, quizás uno de los temas más pop de su discografía. Siempre que hablamos de “pop” desde la óptica de los suecos, o sea, prog-rock, nos referimos a múltiples partes y más de seis minutos de duración. Aclarado esto, aquella es una canción que no desentonaría estilísticamente en algún disco de Muse.

 

Después llegó The Leper Affinitty del gran Blackwater Park, en la que Åkerfeldt utilizó su voz cavernosa por primera vez en la noche, para caer en la mitad del tema en un pasaje acústico pleno de melodías y voces casi angelicales y finalmente volver a la furia deathmetalera. Esta es una de las armas letales de Opeth: generar climas que inducen al headbanging y llevar sin solución de continuidad al encendedor en alto. O viceversa.

 

Un pasaje instrumental de piano introdujo la impresionante The Moor de Still Life, mientras todo se teñía de rojo (partes de las tapas de los discos estaban en la pantalla). Otro verdadero paseo de sensaciones y climas, desde la enigmática intro, los ribetes de música española, la explosión metálica, el coro heroico de la mitad (con reminiscencias de Lay All Your Love on Me de ABBA), otra explosión, un pasaje acústico y la catarsis final. TODO en un alucinante trip de 10 minutos.

 

El cantante recién se dirigió al público después del cuarto tema, para responder a un “te amo, Miguel” con un lacónico “Muchas gracias. We’re Opeth and we came from Sweden”. El otro miembro histórico, el bajista Martín Méndez, contestó al saludo de “uruguayo, uruguayo” con un simple “¿qué onda, Argentina?”. Después llegaría Advent de Morningrise, presentado como un “viejo, viejo tema”, otra coctelera de estilos en la que -difícil de conseguir- nada suena forzado.

 

“Esto es algo así como una balada”, dijo Åkerfeldt antes de la delicada Elysian Woes del último disco, en la que el sueco destacó sus dotes de cantante. El clima intimista se mantuvo con To Rid the Disease desde Damnation, el álbum “acústico” de Opeth. La energía volvería de la mano de The Devil Orchard de Heritage, gran momento prog con su mantra “God is dead”. Al margen, es casi loable el esfuerzo del público argentino por intentar encajar los “ooohhhs” en absolutamente cualquier riff, inclusive en algunos que ya de por sí son complejos de tocar en guitarra.

 

Y Åkerfeldt es todo un personaje. Hay que escucharlo -después de cantar con una voz más podrida que la de Max Cavalera en un día de furia- encarar al público con una dicción y una solemnidad dignas de un documentalista de la BBC, para preguntarles “Do you like death metal? Do you like rock music? Do you like ELO, Supertramp, The Beatles, The Rolling Stones?” y terminar diciendo que Their Satanic Majesties Request era un buen título para un disco de black metal. Después dijo que iban a presentar su propio intento del subgénero con April Ethereal (de My Arms, Your Hearse), en el que el guitarrista Fredrik Åkesson, de gran humanidad y pelambre, se sacó el gusto con un solo alucinante que duró los últimos segundos (sí, segundos) del tema.

 

Pero todos los engranajes de Opeth son claves. El baterista “Axe” Axenrot tiene una versatilidad a prueba de cualquier estilo. El tecladista Joakim Svalberg, el último en sumarse a la banda, se luce especialmente en los pasajes calmos, además de sostener a Åkerfeldt con segundas voces, que generan armonías que más de una vez remiten a lo mejor de Alice in Chains. Y lo más interesante es que el obvio virtuosismo de la banda nunca es un fin en sí mismo: es sólo uno de sus vehículos expresivos para generar múltiples sensaciones.

 

El criterio de antología estricta de “un tema por disco” -salvo por los tres del último- hizo que por ejemplo quedaran afuera The Drapery Falls de Blackwater Park, una de las grandes canciones del metal de este milenio, o la muy Tool Ghost of Perdition, por lejos la más reclamada de la noche. “OK, hagamos un trato”, dijo el cantante, “no la vamos a tocar hoy, pero la próxima vez les prometemos que la tocamos… si es que quieren que volvamos”. Por respuesta, un “yeeeaah” ensordecedor. Gran lección de cómo meterse un público pedigüeño en el bolsillo.

 

Amagaron con un tema de AC/DC (“that’s a fucking riff”, dijo el cantante) y pasaron a Heir Aparent, un pesadísimo tema de Watershed, en el que el guitarrista volvió a sacarle chispas al diapasón.

 

“Tenemos que ir a Brasil. Nos tenemos que levantar a las cuatro de la mañana. ¿Quién de ustedes se tiene que levantar mañana domingo a las cuatro? ¡Tenemos que descansar!”, dijo Åkerfeldt anunciando el último tramo del show, para dar lugar al asesino The Grand Conjuration de Ghost Reveries, una montaña rusa de metal que armó un lindo mosh.

 

Era un gran final, pero nadie quería que se termine. Por eso pidieron por “una más y no jodemos más”, así en castellano (cosas que pasan si sos sueco y tenés un uruguayo en tu banda). Y hubo una vuelta y hasta hubo tiempo de cantarle el feliz cumpleaños en inglés, en castellano y en sueco, al guitarrista Åkesson. Y el bis fue para Deliverance, del disco del mismo nombre, para concluir un show de esos que se recuerdan por mucho tiempo. Porque Opeth brilló en vivo tanto como en los discos y nos dejó una noche para atesorar entre nuestras más preciadas joyas metálicas. Una tormenta perfecta.

 

Opeth en Groove. 18-07-15.

Mikael Åkerfeldt: guitarra y voz.

Fredrik Åkesson: guitarra.

Martín Méndez: bajo.

Martin “Axe” Axenrot: batería.

Joakim Svalberg: teclados.