Antebellum

Sobre limbos discursivos

Por Emiliano Fernández

Antebellum (2020) es la típica película fallida que resulta más interesante que tantas otras obras entre correctas, olvidables y lastimosas con las que hoy por hoy nos bombardean desde el mainstream y el indie de todos los rincones del planeta, inesperada rareza porque vivimos en una época en la que la producción artística -desde lo apenas pasable hasta los bodrios sin remedio- casi nunca pasa del envase vacío más lamentable y tontuelo: esta ópera prima de los directores Gerard Bush y Christopher Renz, incluso con sus múltiples fallas, logra pegarle una trompada al espectador con una fórmula que de original tiene poco y nada, léase la premisa de La Aldea (The Village, 2004), de M. Night Shyamalan, algo de la brutalidad de 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), de Steve McQueen, y bastante de aquella alta burguesía hiper enajenada que gustaba de ponerse la máscara del sadismo social de otras épocas de Westworld, la serie creada por Lisa Joy y Jonathan Nolan para HBO a partir de la película homónima de 1973 de Michael Crichton y su secuela de turno, Futureworld (1976); un combo a priori de impronta exploitation que en pantalla está trabajado desde lo arty lírico orientado al mensaje hiriente y el querido golpe bajo, algo que el grueso del cine remilgado, pueril y cobarde de nuestra contemporaneidad tiende a evitar.

 

Los directores, conocidos por haber sido los responsables del videoclip de Kill Jay-Z, la canción que abre el 4:44 (2017) del gran Jay-Z, desde el vamos continúan prendidos de la cámara lenta del corto por encargo porque inauguran el film con una majestuosa semi toma secuencia que incluye ralentí trágico, un maravilloso acompañamiento musical de Roman GianArthur y Nate Wonder y una magnífica introducción de personajes con steadicam que retrata las consecuencias de un intento de escape de unos esclavos negros en una aparente plantación del Siglo XIX. Lamentablemente esa secuencia y su homóloga final constituyen lo mejor de la epopeya, aunque hay que reconocer que el resto del metraje jamás aburre porque la fotografía del uruguayo Pedro Luque, colaborador de Fede Álvarez y Gustavo Hernández, está a la altura de una historia que juega con el tormento de una sirvienta negra y esclava sexual, Edén (Janelle Monáe), a expensas de un cruel general confederado (Eric Lange), a su vez la autoridad máxima de un campo de algodón de carácter penal que en segunda instancia es gobernado por el Capitán Jasper (Jack Huston) y una arpía llamada Elizabeth (la genial Jena Malone), quien anda paseándose por ahí con una mascotita blanca de corta edad que no tiene nombre y la obedece sin chistar (la pequeña Arabella Landrum).

 

La película pierde en gran parte el encanto de las salvajadas desnudas y sin anestesia a lo Mandingo (1975), incluido el detalle de marcar con hierro ardiente a Edén, fusilar a una mujer de color adelante de su pareja o patear a una esclava embarazada que luego se suicida ahorcándose al morir su crío, cuando salta al “presente” estadounidense y así descubrimos que antes de ser capturada la protagonista respondía al nombre de Verónica Henley y era una de estas feminazis que durante la última década descubrieron que el origen de todos los males del planeta -del planeta femenino, por lo menos- es el patriarcado, otro comodín conceptual inofensivo y/ o abstracción burguesa de moda en nuestros días. Henley, una académica mediatizada a full que vende libros de autoayuda mujeril y anda dando discursos en los que por lo menos incluye dentro de la ecuación de la marginalidad a categorías como raza y clase social, por supuesto despierta la atención de los fascistas y es raptada y llevada a la “plantación” en cuestión, versión invertida -e igual de desastrosa- de aquella retro utopía gregaria del opus de Shyamalan. A Bush y Renz les lleva demasiado tiempo llegar narrativamente/ ideológicamente al lugar donde quieren ir porque apuestan a prolongar la tensión con escenas adeptas a recurrir a latiguillos varios de los relatos de fantasmas, del thriller de acoso y hasta de la ciencia ficción de viajes en el tiempo, para confundir al espectador y luego terminar decantando por la explicación prosaica/ eficiente del parque de diversiones de estos racistas, dementes y oligarcas de hoy en día, cuya fantasía definitiva es precisamente regresar a un pasado en donde puedan torturar y asesinar a todos los que no piensan como ellos o que reúnan los requisitos de piel, origen o cultura de los considerados “inferiores” (desde ya que a las feminazis, los progres, los oligofrénicos new age y los diletantes de la corrección política, entre otros, también les encantaría hacer lo propio con el bando opuesto, aunque tienden a ocultarlo en vez de decirlo a los cuatro vientos en cada oportunidad on line, doble cobardía de por medio, una amparada en la autocensura y la otra en el supuesto anonimato virtual). Viéndolo desde la perspectiva del horror, el convite se queda corto porque tarda y tarda en apuntalar nerviosismo más allá del correspondiente al drama esclavista del inicio, aunque sopesándolo desde la óptica del suspenso psicológico por suerte suma unos cuantos puntos gracias a determinados actos de micro justicia como las llamas del final y gracias a los instantes previos a la desesperada fuga de la protagonista.

 

Queda claro que Antebellum es otra propuesta que pretende con candidez embarrarle al pasado los criterios del presente y por ello construye en Verónica/ Edén -cero sutileza en el nombre- una heroína todopoderosa que más que liderar a los esclavos hacia una rebelión negra autocontenida e independiente lo único que hace en última instancia es llamar a los blancos y sus agentes de represión -la misma policía que les rompe la cabeza en las calles en la realidad, nada menos- para que los vengan a rescatar de una buena vez así este paraíso de burgueses supremacistas desaparece y éstos pueden terminar de asumir -con algo mucho de retraso- que los confederados perdieron la Guerra de Secesión. Aun con sus problemas, vinculados con el cambio de tono sin transiciones, los diversos estereotipos genéricos y la extensión gratuita de un metraje que insinúa la resolución mucho antes de llegar el último acto, la película se las ingenia para combinar con gran astucia las dos facetas de Monáe, en esencia una cantante bastante mediocre del neo soul y el hip hop del nuevo milenio que está dando sus primeros pasos en la actuación, en esta oportunidad superando por mucho lo realizado en Luz de Luna (Moonlight, 2016) y Talentos Ocultos (Hidden Figures, 2016) y mostrando su idiosincrasia descarnada en la plantación de las pesadillas, por un lado, y su costado glamoroso en el afuera de la “normalidad”, por el otro. El personaje de Malone, la contrafigura que relativiza la idea de fondo de “todos los hombres son malos y las mujeres somos hermanas de lucha y modelos de conducta”, resulta fundamental ya que sin contar con el desarrollo suficiente le agrega esa pátina de peligro acechante que necesitan las escenas de Verónica dando charlas para mercantilizar su libro de ridículo “feminist power” (si hay algo que sobra en este mundo son los mamertos y mamertas que ponen su granito de arena para seguir dividiendo a las sociedades con etiquetas boludas mientras intentan disfrazarse de izquierda, una ultra destilada que nada tiene que ver con la verdadera, la que pincha sobre los Estados manipuladores cotidianos del capitalismo hambreador, los cuales tienen nombre, apellido y rostro en cada gobierno del globo). Antebellum, palabra latina que apunta al período de preparación para la Guerra Civil, trae a la mesa la discusión que hace falta, la del pasado negado o barrido bajo la alfombra, la esclavitud, pero se queda en un limbo discursivo que no profundiza en todas las conexiones con el presente, optando por denunciar a los neosegregacionistas y apoyar a los mentirosos salvadores institucionales…

 

Antebellum (Estados Unidos, 2020)

Dirección y Guión: Gerard Bush y Christopher Renz. Elenco: Janelle Monáe, Jena Malone, Eric Lange, Jack Huston, Arabella Landrum, Tongayi Chirisa, Achok Majak, Kiersey Clemons, T.C. Matherne, Robert Aramayo. Producción: Gerard Bush, Christopher Renz, Zev Foreman, Raymond Mansfield, Lezlie Wills y Sean McKittrick. Duración: 105 minutos.

Puntaje: 5