El Diputado

Sordidez y marginación

Por Emiliano Fernández

A pesar de que la etapa profesional más conocida de Eloy de la Iglesia en el Siglo XXI es la final centrada en el llamado “cine quinqui”, un exploitation de exclusión, criminalidad y drogodependencia juvenil basado en parte en la paranoia sensacionalista de los mass media, el colapso del Milagro Económico Español (1959-1973) y la generosa epidemia de heroína en Europa de los años 70 y 80, fase que cubre las faenas Miedo a Salir de Noche (1980), Navajeros (1980), Colegas (1982), El Pico (1983), El Pico 2 (1984) y La Estanquera de Vallecas (1987), en realidad el grueso de su filmografía está consagrado a las sátiras de índole sexual y llegó luego de otros dos períodos pero mucho más breves, primero aquel inicial melodramático de Algo Amargo en la Boca (1969) y Cuadrilátero (1970) y después ese consagrado al cine de género durante el Tardofranquismo (1969-1975), hablamos de la propuesta de ciencia ficción Una Gota de Sangre para Morir Amando (1973) y los thrillers cercanos al giallo El Techo de Cristal (1971), La Semana del Asesino (1972) y Nadie Oyó Gritar (1973). La fase que nos ocupa, la de las parodias sociales de índole libidinosa y muy sarcástica, cubre una primera trilogía de carácter complementario y primerizo, léase Juego de Amor Prohibido (1975), fábula incestuosa y sadomasoquista, La Otra Alcoba (1976), farsa sobre la esterilidad de la burguesía, y Los Placeres Ocultos (1977), film que explora la homosexualidad clandestina de entonces, un segundo tríptico aunque bastante superior, aquel de La Criatura (1977), obra zoofílica alrededor de la familia y la lucha política, El Diputado (1978), otra faena sobre los gays de clóset, y El Sacerdote (1978), ataque contra la represión sexual en la Iglesia Católica, y finalmente una dupla de propuestas tardías que en términos cualitativos se ubican incluso por debajo de la trilogía iniciática e indagan en el mundillo de los gigolós, nos referimos a La Mujer del Ministro (1981), reformulación de La Otra Alcoba, y Los Novios Búlgaros (2003), relectura muy heterodoxa de El Diputado.

 

Como si se tratase de una acepción politizada y trágica de Los Placeres Ocultos, su gran piedra fundacional en materia de la temática homosexual junto con La Semana del Asesino, De la Iglesia en El Diputado se centra en el devenir de Roberto Orbea (José Sacristán), un dirigente del Partido Comunista de España que viene de una debacle ignota que de seguro explotará en escándalo y por ello nos presenta un racconto cuasi surrealista -a mitad de camino entre el soliloquio tradicional y una defensa en primera persona en un hipotético juicio- de los acontecimientos cruciales hasta ese momento. Durante su etapa de estudiante de derecho en Madrid el protagonista comienza a militar en la resistencia socialista bajo el mando de un catedrático que eventualmente deviene en jefe del partido, Eusebio Moreno Pastrana (Enrique Vivó), y con el tiempo salta de la enseñanza a la práctica legal y se casa con una compañera de militancia muy comprensiva, Carmen (María Luisa San José), sobre todo por la demonización de una homosexualidad transformada en sinónimo de sordidez y marginación. En 1976, ya con la Transición hacia la Democracia (1975-1982) en marcha luego de la muerte del tirano Francisco Franco, es encarcelado por motivos políticos y en el encierro conoce a Nes (Ángel Pardo), chapero o taxi boy con el que revive sus experiencias adolescentes y durante la conscripción, algo que se reproduce cuando recupera la libertad y el joven le presenta a otros prostitutos masculinos con los que tiene sexo en su coche. Nes entra en contacto con una organización fascista parapolicial, colectivo encabezado por un tal Carrés (Agustín González), que se dedica a golpear y matar militantes de izquierda y a desprestigiar a los políticos comunistas, por ello se le encarga a otro muchacho amigo de Nes, Juanito (José Luis Alonso), la misión de acercarse al diputado para conseguir fotos en la intimidad y extorsionarlo. Roberto se enamora de un Juanito que termina simpatizando con las banderas socialistas de la democracia, la libertad, la paz y la justicia social plena.

 

En esencia combinando las premisas del chantaje por una homosexualidad criminalizada de Víctima (Victim, 1961), opus de Basil Dearden, y de la crisis existencial unificada a una pederastia como tentación irresistible de Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), de Luchino Visconti, además de un afiche al paso de la también hiper politizada 1900 (1976), de Bernardo Bertolucci, el film va más allá de la convivencia accidentada entre la burguesía intelectual en el poder y un lumpenproletariado hedonista a lo proto Movida Madrileña de la Transición, por ello por un lado juega con el contrapunto entre la vida pública militante y ese marco privado consagrado a secretos vergonzosos dignos de una sociedad oscurantista, dando a entender que la distancia entre discurso y realidad en el caso de la izquierda de la época era enorme ya que los pruritos contra los maricones no desaparecieron por más que el partido en general se mostrase “moderno” aceptando la salida masiva del clóset como un signo más de la rauda destrucción de las cadenas franquistas, y por el otro lado explora el cambio de contexto entre el terrorismo rojo contra los fascistas durante la dictadura y el terrorismo fascista contra los rojos bajo la flamante coyuntura democrática, un detalle que asimismo es utilizado como otro catalizador narrativo porque aquí Orbea encabeza una comisión de la Transición orientada a investigar y ya suprimir a los denominados “grupos incontrolados”, eufemismo por las milicias de extrema derecha que mediante asesinatos, operaciones de falsa bandera y los amedrentamientos violentos del montón pretenden hacer tambalear el régimen para regresar al absolutismo. De la Iglesia en un único movimiento piensa la sobrevida de la dictadura, vía la complicidad represora policial y la impunidad de los crímenes de antaño mediante los Pactos de la Moncloa de 1977, y el quid homofóbico intra Partido Comunista, algo que padeció en carne y propia y traslada al relato a través de la imposibilidad de Roberto de salir del clóset antes de ser nombrado sucesor de Pastrana.

 

Mediante un lindo arsenal retórico/ visual que incluye imágenes congeladas, interpelación a cámara, un registro semi documental, flashbacks y flashforwards, unos cuantos collages de impronta política irónica e incluso chascarrillos metadiscursivos como el cameo del célebre realizador Juan Antonio Bardem o la presencia de un periodista argentino que dispara “che” y “pibe” con acento español (Aldo Grilo), El Diputado quizás no cuenta con la imaginación inconformista de La Criatura y El Sacerdote pero se ubica entre los mejores exponentes de la veta profesional menos popular del amigo Eloy, esa faceta introspectiva que en su caso siempre mantenía el amor por el escándalo y las diversas provocaciones gratuitas, hoy por hoy sintetizas no tanto en sus típicas tomas alrededor de la anatomía masculina sino en las orgías y la recordada secuencia del ménage à trois entre Juanito, Roberto y una Carmen a la que curiosamente respeta en términos de la integridad psicológica del personaje, de hecho pudiendo ser una beata o una arpía cruel que juzgase sin piedad a su marido gay cuando en pantalla, en cambio, se mueve como una frustrada romántica light, en este sentido la tarea condenatoria le corresponde a Carrés y su ofensiva final contra el político, cuando le planta en su departamento el cuerpo ametrallado del amante. Sacristán está perfecto, por entonces atravesando su período de gloria como lo demuestran las geniales colaboraciones con José Luis Garci, Pedro Olea, Gillo Pontecorvo, José María Gutiérrez Santos, Mario Camus, Luis García Berlanga y el mismo De la Iglesia en obras futuras como Miedo a Salir de Noche y Navajeros, y la película recupera con suma perspicacia y valentía obsesiones del realizador y guionista como la marginalidad citadina, el naturalismo descarnado, esa estratificación social injusta, los dilemas y compulsiones del corazón, la identidad tragicómica española/ latina, la psicopatía de la oligarquía especuladora y fascista y la equiparación entre trabajo capitalista estándar y un coito que sobrepasa las barreras de la ética y todas las ideologías…

 

El Diputado (España, 1978)

Dirección: Eloy de la Iglesia. Guión: Eloy de la Iglesia y Gonzalo Goicoechea. Elenco: José Sacristán, Enrique Vivó, María Luisa San José, José Luis Alonso, Agustín González, Ángel Pardo, Queta Claver, Mari Ángeles Acevedo, Aldo Grilo, Juan Antonio Bardem. Producción: J.A. Pérez Giner. Duración: 111 minutos.

Puntaje: 8