El exploitation o cine de explotación de las décadas del 60 y 70 fue un terreno fecundo para un acervo alternativo con respecto al mainstream y por cierto mucho más osado, ya que aprovechó con astucia la libertad en lo que atañe a la representación del sexo, las drogas y la violencia a posteriori del colapso del sistema de autocensura de los grandes estudios de Hollywood, el infame Código Hays, gracias a la militancia contracultural del período en cuestión. Una de las propuestas más curiosas de aquel tiempo es Acto de Venganza (Act of Vengeance, 1974), un film que se mete con un tema fetiche del cine indie de género de entonces, la agresión sexual, pero desde una óptica semi feminista de índole solidaria, más proletaria horizontal que burguesa egoísta. La epopeya fue dirigida por Bob Kelljan, en esencia un realizador televisivo cuyas escasas aventuras cinematográficas son todas del reino del exploitation, pensemos en las recordadas Conde Yorga, el Vampiro (Count Yorga, Vampire, 1970) y El Regreso del Conde Yorga (The Return of Count Yorga, 1971), dos opus disfrutables sobre el chupasangre titular, en Grita, Blácula, Grita (Scream Blacula Scream, 1973), secuela de una famosa obra del blaxploitation en modalidad terror, Blácula, el Vampiro Negro (Blacula, 1972), de William Crain, y en La Conspiración de Black Oak (Black Oak Conspiracy, 1977), faena de acción con aires de hixploitation que asimismo oficiaba de rip-off de Pisando Fuerte (Walking Tall, 1973), el estupendo trabajo de Phil Karlson. Vale tener presente que a diferencia de La Conspiración de Black Oak, producida y distribuida por aquella New World Pictures de Roger Corman, Acto de Venganza es un producto de American International Pictures como Conde Yorga, el Vampiro, El Regreso del Conde Yorga y Grita, Blácula, Grita, mítica empresa que entre muchas obras produjo la octología de adaptaciones de Edgar Allan Poe de los años 60 a cargo del mismo Corman. Los dos guionistas de Acto de Venganza, David Kidd y H.R. Christian, tenían experiencia en la Clase B porque el primero había escrito Las Porristas (The Swinging Cheerleaders, 1974), del maravilloso Jack Hill, y el segundo Encadenadas (Black Mama White Mama, 1973), un convite de Eddie Romero protagonizado por Pam Grier y Margaret Markov que refritaba el latiguillo de Fuga en Cadenas (The Defiant Ones, 1958), de Stanley Kramer.
Linda Shoemaker (Jo Ann Harris) es una señorita que conduce un camión culinario y tiene un novio que aparentemente no le paga la comida que sustrae, Tom (Steve Kanaly), no obstante ese no es su mayor problema porque una noche es violentada por un loquito con overol naranja y máscara de hockey, Jack (Peter Brown), psicópata que la hace cantar un tema clásico navideño de James Lord Pierpont, Suenan las Campanas (Jingle Bells, 1857). Cuando se dirige a la comisaría para hacer la denuncia se topa con el Sargento Long (Ross Elliott), quien le aclara que mucho no puede hacer para identificar a este maniático que ya acumula una generosa seguidilla de ataques a mujeres, entre ellas Nancy (Jennifer Lee Pryor), Angie (Patricia Estrin), Karen (Lisa Moore) y Teresa (Connie Strickland). Así las cosas, las susodichas deciden conformar una patrulla y grupo de apoyo para víctimas al que bautizan Escuadrón Antiviolación, de hecho pronto tomando clases de autodefensa con un cinturón negro en karate, Tiny (Lada Edmund Jr.), y eventualmente cayendo en un enérgico vigilantismo cuando vengan la arremetida impune contra otra ninfa, Joyce (Ninette Bravo), utilizando de cebo a Shoemaker con el objetivo de meterse en el hogar del perpetrador, Bud (Tony Young), para golpearlo, destrozarle la morada, atar al varón a su cama y teñirle el pene de azul, pudiendo ser reconocido de allí en más si pretende pasarse de “toquetón”. Mientras el psicópata graba sus pensamientos/ monólogos un tanto bizarros y estrangula accidentalmente a una mujer al penetrarla, Diane (Ginger Mason), el escuadrón arremete contra un tal Bernie (Stanley Adams), el cual realizaba llamadas inmundas a la reportera Gloria (Joan McCall), y después contra Percy (Jay Fletcher), chulo de color que golpea a una de las furcias de su establo, Kathleen (Marie O’Henry). Jack, siempre espiando y/ o fotografiando a diversas señoritas y teniendo muy presente el devenir del escuadrón, decide anular los esfuerzos de Linda y compañía y para ello les pone una trampa en un zoológico, en la que caen por un exceso de confianza que menosprecia al demente, ese que anticipó la máscara de arquero de hockey de Jason Voorhees de Martes 13: Parte III (Friday the 13th: Part III, 1982), de Steve Miner, y el mono/ traje de una sola pieza de Michael Myers de Halloween (1978), de John Carpenter, aunque en versión sureña, egocéntrica y violadora.
La realización combina el suspenso morboso de las arremetidas y el minimalismo del cine televisivo del momento con el retrato de la incompetencia policial, el raudo despegue de la brigada antiviolación y ese trasfondo sexploitation esquizofrénico que no se decide entre el empoderamiento femenino, la ridiculez del atacante, el querido desfile de culos y tetas y finalmente el esquema retórico de violación y venganza/ “rape and revenge”, tan popular en la época. En este sentido estamos ante una amalgama espiritual del seleccionado rosa de Los Ángeles de Charlie (Charlie’s Angels, 1976-1981), la serie de Ivan Goff y Ben Roberts para la cadena ABC, el desquite ciudadano fascistoide de El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), neoclásico de Michael Winner, y aquella mancomunidad femenina misándrica de El Engaño (The Beguiled, 1971), joya poco conocida de Don Siegel con Clint Eastwood y la propia Harris, amén de una cita a una obra maestra de Stanley Kubrick para verduguear al médico que atiende a Linda, aquel Doctor Schetman (John Pickard), hablamos de Dr. Insólito o Cómo Aprendí a Dejar de Preocuparme y Amar la Bomba (Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964). Viéndolo desde su época, el relato deja testimonio de los problemas vinculados a la denuncia del delito de turno como la insensibilidad policial, la falta de personal femenino en las comisarías, la poca importancia asignada a esta clase de crímenes, la necesidad de hallar esperma en tanto evidencia legal del asalto y el prejuicio infaltable para con la ropa de la hembra como si ésta “invitase” al abuso de manera consciente. Si por un lado su novio no le cree y sospecha que es una puta sucia e histérica, Tom, por el otro lado Linda a su vez dispara sucesivos comentarios homofóbicos para tratar de dar vuelta la situación en materia de una hipotética violación de un varón por parte de un marica apestoso, planteo que anula el dilema de la verdad a través de una resolución hilarantemente salomónica que abraza en simultáneo la misoginia y la misandria. El film incluye chistes de cavernícolas que banalizan la violación, la pacifista traumada que niega la violencia, Nancy, la típica cita que deriva en acoso sexual, aquella con Bud, y una referencia a la repulsión automatizada del cuerpo ante la posibilidad del coito futuro -o la presencia del otro género- después de haber sido agredido sexualmente.
Otro ingrediente insólito pasa por el oficial a cargo de la investigación, el Sargento Long, ya que exuda una idiosincrasia bienintencionada, en términos prácticos un burócrata que no puede dejar de ser un inútil absoluto como todo esbirro del aparato represivo, panorama que desde ya se extiende al Doctor Schetman y su cortesía automatizada y distante. El detalle de los soliloquios grabados de Jack le agrega a la odisea una pátina de grotesco fetichista, muy en sintonía con el giallo y sus villanos, estos últimos siempre adeptos a looks peculiares y presos de rituales de lo más coloridos al momento de planear y ejecutar sus atrocidades. Acto de Venganza se mete con distintas variantes del machismo de mediados del Siglo XX, como el propio del sexópata (Bud), el correspondiente a las llamadas obscenas (Bernie) y ese ultra estereotipado de los proxenetas símil blaxploitation (Percy). Todas las revanchas metódicas de las ninfas, más allá de una pretensión de fondo de visceralidad que ha perdido mucho de su potencia discursiva con el transcurso de los años, son fundamentalmente de índole capitalista porque superan la paliza reglamentaria y abarcan el sabotaje para con el trabajo de los victimarios y sobre todo la destrucción de sus posesiones, como el coche, la casa y el ajuar o lujos burgueses en general. Si bien se agradece la idea orientada a retratar la metamorfosis de Jack de violador a homicida, algo así como hacer un postgrado dentro del mundillo de los delincuentes seriales, sinceramente el guión es medio tonto, los efectos especiales/ el maquillaje dejan bastante que desear, las actuaciones resultan muy desparejas y la fotografía es tan pedestre como la del promedio de tantos productos de la American International Pictures de James H. Nicholson y Samuel Z. Arkoff, sin embargo el film en su conjunto siempre resulta entretenido y se abre camino como una anomalía de su tiempo por la introducción de una perspectiva nueva para explorar un tópico atemporal como el abuso sexual, más en aquellos años 70 por tratarse de una época decisiva en lo que respecta a la transformación del idealismo irrefrenable del Verano del Amor de 1967 en un hedonismo que pretende vaciar de contenido político a la libertad erótica inmediatamente previa para reconvertirla en una mercancía semejante a las drogas, apenas unos años antes herramientas de apertura sensorial y a mediados de los 70 un pivote hueco más del ocio metropolitano…
Acto de Venganza (Act of Vengeance, Estados Unidos, 1974)
Dirección: Bob Kelljan. Guión: David Kidd y H.R. Christian. Elenco: Peter Brown, Jo Ann Harris, Connie Strickland, Jennifer Lee Pryor, Lisa Moore, Patricia Estrin, Lada Edmund Jr., Tony Young, Steve Kanaly, Ross Elliott. Producción: Buzz Feitshans. Duración: 91 minutos.