La Hammer Film Productions, compañía fundada en 1934 que empezó rodando comedias, thrillers criminales, obras de misterio y algún que otro drama y alguna que otra epopeya de espionaje, hoy suele ser recordada en primera instancia por sus inteligentes estrategias de comercialización, casi siempre condensadas en sucesivos acuerdos de distribución con empresas norteamericanas que garantizaban la siempre difícil exhibición en el mercado más jugoso e importante del planeta, el correspondiente a yanquilandia, y en segundo lugar por su vuelco hacia el terror a partir de Pánico Mortal (The Quatermass Xperiment, 1955) y Vasallos del Mal (Quatermass 2, 1957), ambas dirigidas por Val Guest, y Lo Desconocido (X the Unknown, 1956), de Leslie Norman y Joseph Losey, una jugada que generaría una especialización temática a partir de las tres películas que cimentarían el acervo por venir, hablamos de La Maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957), Drácula (1958) y La Momia (The Mummy, 1959), todas dirigidas por Terence Fisher, escritas por Jimmy Sangster y protagonizadas por la dupla inoxidable de Peter Cushing y Christopher Lee, equipo que pronto perdería algún eslabón central y en simultáneo desencadenaría una andanada de secuelas directas, nuevas reformulaciones de aquellos monstruos clásicos de Universal Pictures y desde ya diversas adaptaciones de novelas y personajes lúgubres del ecosistema europeo en general y anglosajón en concreto cuando fuese posible. Fisher en especial fue un director muy prolífico que había trabajado en la televisión y había dirigido una pluralidad de opus antes de volcarse con todo a la Hammer a partir de la recordada Cebo Humano (The Last Page, 1952), su primer encargo para la productora británica y un policial negro de femme fatale hasta la médula, pensemos en este sentido que en el período previo rodó desde melodramas, fantasía y ese mentado film noir hasta comedias, ciencia ficción, faenas de misterio, thrillers de múltiple envergadura, varios dramas tradicionales, productos deportivos e incluso películas de destino familiar, una experiencia heterogénea que lo fue fogueando poco a poco en la disciplina de adaptarse a cualquier circunstancia.
El largo derrotero de Fisher con la Hammer -y con compañías productoras semejantes de la época- se puede dividir sin estridencia alguna en tres vertientes fundamentales, primero sus continuaciones en materia de las franquicias más importantes en línea con La Venganza de Frankenstein (The Revenge of Frankenstein, 1958), Las Novias de Drácula (The Brides of Dracula, 1960), Drácula: Príncipe de las Tinieblas (Dracula: Prince of Darkness, 1966), Frankenstein Creó a la Mujer (Frankenstein Created Woman, 1967), Frankenstein Debe Morir (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969) y Frankenstein y el Monstruo del Infierno (Frankenstein and the Monster from Hell, 1974), casi todas sin dudas ubicándose entre lo mejor de sus respectivos lotes, segundo sus otras incursiones en el ámbito del terror gótico, léase El Mastín de los Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1959), El Hombre que Podía Engañar a la Muerte (The Man Who Could Cheat Death, 1959), Las Dos Caras del Dr. Jekyll (The Two Faces of Dr. Jekyll, 1960), La Maldición del Hombre Lobo (The Curse of the Werewolf, 1961), El Fantasma de la Ópera (The Phantom of the Opera, 1962) y La Gorgona (The Gorgon, 1964), asimismo prodigios del rubro por su eficacia narrativa y una imaginación visual siempre maravillosa, y tercero el pelotón de rarezas de otras comarcas como por ejemplo la comedia fallida El Horror del Asunto (The Horror of It All, 1964), la simpática faena de suspenso Sherlock Holmes y el Collar de la Muerte (Sherlock Holmes und das Halsband des Todes, 1962), las aventuras bizarras modelo Los Estranguladores de Bombay (The Stranglers of Bombay, 1959) y La Espada del Bosque de Sherwood (Sword of Sherwood Forest, 1960) y aquella ciencia ficción bastante errática de La Tierra Muere Gritando (The Earth Dies Screaming, 1964), Isla del Terror (Island of Terror, 1966) y Radiaciones en la Noche (Night of the Big Heat, 1967), en esencia una catarata de odiseas que le permitieron conservar su doble gustito por la variedad y la abundancia, algo típico del cine de género de los 50, 60 y 70 ya que se privilegiaba el flujo de trabajo por sobre esa quietud entre películas que tanto fetichizan, en contraposición, los directores del Siglo XXI.
Ahora bien, un caso raro en la carrera de Fisher y en el esquema productivo de la Hammer es El Diablo Cabalga (The Devil Rides Out, 1968), también conocida como La Novia del Diablo (The Devil’s Bride) y distribuida por 20th Century Fox, una cruza espiritual un tanto peculiar entre el satanismo clásico de La Noche del Demonio (Night of the Demon, 1957), el opus de Jacques Tourneur, esa apropiación claustrofóbica por parte de la Hammer de la magia negra de Las Brujas (The Witches, 1966), de Cyril Frankel, y aquellos aquelarres porfiados de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), de Roman Polanski. Basado en la novela homónima de 1934 de Dennis Wheatley, sexta parte de un ciclo literario de once libros alrededor del personaje del Duque de Richleau, el exquisito guión fue escrito por Richard Matheson, una figura mítica del terror y de la ciencia ficción por su novela Soy Leyenda (I Am Legend, 1954), por sus colaboraciones con Rod Serling en La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964) y con aquel Roger Corman adaptando a Edgar Allan Poe y por haber inspirado El Increíble Hombre Menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957), de Jack Arnold, Arde, Bruja, Arde (Night of the Eagle, 1962), de Sidney Hayers, Reto a la Muerte (Duel, 1971), de Steven Spielberg, La Leyenda de la Casa del Infierno (The Legend of Hell House, 1973), de John Hough, y La Caja Mortal (The Box, 2009), de Richard Kelly, entre otras obras: aquí el Duque de Richleau, Nicholas (Lee), lucha en 1929 en el sur de Inglaterra junto a Rex Van Ryn (Leon Greene) para rescatar a un amigo jovenzuelo de ambos, Simon Aron (Patrick Mower), de las garras de un culto ultra demoníaco que pretende incorporarlo en un bautismo durante un sabbath frente a trece “creyentes”, cónclave encabezado por el temible Mocata (Charles Gray), quien no sólo es un maestro del hipnotismo y puede invocar con orgías de sangre a Mefistófeles, hoy bajo la apariencia de Baphomet o el macho cabrío del ocultismo (Eddie Powell), sino que además utiliza a la magia negra para que el trío se someta y entregue a la otra candidata a unirse de inmediato a la secta, Tanith Carlisle (Nike Arrighi), una ninfa que despierta el amor de Rex.
A diferencia de otras propuestas del vasto ciclo de terror de la Hammer, El Diablo Cabalga no se traslada a un pasado tan remoto para desarrollar la acción, incluye relativamente poco gore y casi nada de sensualidad, nos ofrece a un Lee insólito del lado de los buenos y sobre todo apabulla con una intensidad que desde el vamos pasa al meollo del asunto con su tono dramático/ serio y su planteo de “rescate aventurero” símil los folletines de antaño, amén de estupendos delirios surrealistas como el control mental de ambas facciones, los crucifijos metamorfoseados en granadas, un Belcebú en formato caprino que dice presente durante un bacanal y finalmente las arremetidas espeluznantes de Mocata sobre el refugio maltrecho de los protagonistas, nos referimos a la casona bucólica de la sobrina del duque, Marie Eaton (Sarah Lawson), y el esposo de esta última, Richard (Paul Eddington), padres a su vez de una niña, Peggy (Rosalyn Landor). Fisher, como siempre, construye a Richleau como una alternativa superadora tanto del fanatismo ciego de las “ovejas de la fe” en sintonía con los necios destinados a ser salvados, la anodina Tanith y un Simon que se la pasa recibiendo trompadas cuando no quiere escuchar razones, como del escepticismo de los burgueses cínicos del montón a lo Richard y el mismo Rex, sujetos que hacen del pragmatismo ateo un deporte, de allí que la película tranquilamente pueda calificarse como una de las más conservadoras y místicas de la trayectoria del realizador y también del periplo de Matheson, en pantalla los dos dejándose llevar por el sustrato hilarantemente reaccionario aunque muy adictivo de Wheatley, lunático de derecha que no maquilla para nada su visión monárquica, cristiana y paternalista de la vida y la comunidad. Más allá del glorioso duelo actoral de semblantes imperturbables entre Lee, ya un prócer en lo suyo, y Gray, aquel archivillano bondiano Blofeld de Los Diamantes son Eternos (Diamonds Are Forever, 1971), de Guy Hamilton, y El Criminólogo/ narrador de The Rocky Horror Picture Show (1975), de Jim Sharman, el querido opus de Fisher se destaca -y mucho- por secuencias específicas como la del secuestro y sugestión de Aron a instancias del duque, la del demonio de tez oscura y ojos amarillos (Yemi Goodman Ajibade), la persecución automovilística de Rex detrás de Tanith, la de la misa negra, orgía e invocación del gran Baphomet, aquella de la incursión de Mocata en el hogar de los Eaton, la legendaria de los ataques nocturnos con la tarántula gigante y una Peggy apócrifa, la inmediatamente posterior vía la llegada a caballo del Ángel de la Muerte, la demencial del “llamado” a una fallecida Carlisle usando a Marie de médium para que revele el paradero de la mocosa secuestrada por el líder brujo, la batalla final con los satanistas en su aristocrática guarida y aquel epílogo, tan chiflado como el resto del metraje, centrado en la inversión del tiempo y vuelta a la normalidad, para colmo con el Ángel de la Muerte reclamando la vida de quien osó invocarlo para sus asuntillos personales, el impío Mocata. Si bien El Diablo Cabalga cuenta con elementos en común con la fase gótica de Fisher, como una fotografía fascinante y esta lucha de fondo entre la ética biempensante social y la exuberancia de una maldad que seduce y todo lo puede, en realidad el film se abre camino como rara avis que sintetiza a la perfección el desparpajo del director y su capacidad para asombrarnos con motivo de una trama que bajo el control de cualquier otro cineasta hubiese caído en abulia, trivialidades y diversas redundancias…
El Diablo Cabalga (The Devil Rides Out, Reino Unido, 1968)
Dirección: Terence Fisher. Guión: Richard Matheson. Elenco: Christopher Lee, Patrick Mower, Charles Gray, Nike Arrighi, Leon Greene, Sarah Lawson, Paul Eddington, Rosalyn Landor, Yemi Goodman Ajibade, Eddie Powell. Producción: Anthony Nelson Keys. Duración: 96 minutos.