El Séptimo Jurado (Le Septième Juré)

Tan bella, tan libre, tan fácil

Por Emiliano Fernández

A pesar de que resulta indudable que Georges Lautner, uno de los directores franceses de cine de género más prolíficos y exitosos de la historia, volcó gran parte de su producción artística a las vertientes cómica/ autosatírica y dramática/ seria del derrotero criminal, de hecho casi siempre jugando con los límites o la intersección entre corrupción, credibilidad, responsabilidad social, absolución, verdad y sadismo en el caso del ciudadano común, lo cierto es que el señor atravesó diferentes ciclos profesionales y se paseó por una infinidad de comarcas retóricas que incluyen la comedia, la epopeya psicológica, el romance, las aventuras, el thriller, la faena bélica, el film noir, el cine de acción, las parodias polirubro, el misterio, la fantasía, los opus libidinosos e incluso el terror. Dentro de lo que podríamos llamar su fase primigenia, la más generosa en términos de propuestas interesantes, podemos encontrar tres trilogías, una propiamente dicha vinculada al cine humorístico de espionaje y centrada en Paul Meurisse como aquel Théobald Dromard, léase El Monóculo Negro (Le Monocle Noir, 1961), El Ojo del Monóculo (L’Oeil du Monocle, 1962) y El Monóculo Ríe en Amarillo (Le Monocle rit Jaune, 1964), y las otras dos decididamente más informales, la primera con el querido Lino Ventura y cercana a la parodia delictiva, hablamos de Mi Tío Tira Tiros (Les Tontons Flingueurs, 1963), Los Barbudos (Les Barbouzes, 1964) y No nos Enojemos (Ne nous Fâchons pas, 1966), y la segunda adusta y bastante heterogénea porque abarca Detén los Tambores (Arrêtez les Tambours, 1961), una odisea bélica correcta, El Séptimo Jurado (Le Septième Juré, 1962), genial clásico del polar o film noir galo, y Galia (1966), eficaz melodrama de triángulo amoroso. En el período posterior, correspondiente a la rauda madurez del cineasta, resultan destacables Pachá (Le Pacha, 1968), opus policial admirable con un veterano Jean Gabin, El Camino a Salina (La Route de Salina, 1970), misterio de dejo hipnótico que merece un mayor reconocimiento, y dos recordados thrillers con Alain Delon, Los Senos de Hielo (Les Seins de Glace, 1974) y Muerte de un Corrupto (Mort d’un Pourri, 1977), el segundo convite definitivamente mucho mejor que el primero.

 

Casi de inmediato llegaría la etapa tardía, esa caracterizada por las amenas colaboraciones de Lautner con Jean-Paul Belmondo, los thrillers de acción Policías y Ladrones (Flic ou Voyou, 1979) y El Profesional (Le Professionnel, 1981) y las comedias El Rey del Timo (Le Guignolo, 1980) y Felices Pascuas (Joyeuses Pâques, 1984), y luego la fase ya terminal del periplo artístico del cineasta, una decadencia en la que sólo es posible rescatar dos films, La Casa Asesinada (La Maison Assassinée, 1988), cruza muy digna de suspenso, melodrama y cuasi horror, y El Extraño en la Casa (L’Inconnu dans la Maison, 1992), un nuevo policial negro y trabajo final con el otrora taquillero Belmondo que también fue el último opus de Georges en estrenarse en salas tradicionales antes de dedicarse a diferentes encargos para TV durante el resto de la década del 90 y comienzos del nuevo milenio, falleciendo en 2013 a los 87 años de edad a raíz de un cáncer. Ahora bien, como en la vida los extremos suelen tocarse efectivamente su primera película atractiva o fascinante, El Séptimo Jurado, bebió del terreno formal que lo acompañaría insistentemente a futuro, la mixtura de polar, dramas criminales y gestas de misterio, y hasta se podría afirmar que exacerba el asunto en materia de severidad y discurso satírico tácito porque aquí el realizador, sirviéndose de una historia de Jacques Robert y Pierre Laroche a su vez inspirada en la novela homónima de 1958 del especialista en policiales negros Francis Didelot, retoma el motivo temático hitchcockiano del falso culpable, mucho del existencialismo marginal de Robert Bresson, algo de aquella dinámica judicial del Sidney Lumet de 12 Hombres en Pugna (12 Angry Men, 1957) y por supuesto esa perversidad humana que obsesionó al inefable Henri-Georges Clouzot, tanto la de pueblitos modelo El Cuervo (Le Corbeau, 1943) como la volcada a los engaños de Las Diabólicas (Les Diaboliques, 1955) y a la densidad psicológica y legal de La Verdad (La Vérité, 1960), trilogía de oro del susodicho en lo que atañe al suspenso y dos categorías que siempre terminan siendo mutables o laxas, la culpa y el castigo, asimismo homologadas a la incesante búsqueda de una belleza y una libertad que resulten verdaderamente asequibles.

 

El protagonista es Grégoire Duval (un sagaz Bernard Blier, actor fetiche de Lautner nacido en Argentina y padre del célebre director y guionista Bertrand Blier), farmacéutico exitoso de la diminuta ciudad de Pontarlier que arrastra un empleado muy metiche, Philibert (Jean Sylvère), y una esposa a la que no ama, Geneviève (Danièle Delorme), con la que tuvo dos vástagos hoy adolescentes, Laurent (René Tramoni) y Pauline (Paloma Matta), toda una existencia burguesa que siente semejante a un peso muerto porque extraña la felicidad, la aventura y la autonomía de la juventud, en esencia simbolizadas en una tal Nadia, ninfa a la que conoció cuando ya estaba comprometido con Geneviève, con unos 25 años, y a la que abandonó por influencia cultural después de encuentros efímeros, sin jamás volverla a ver pero recordándola siempre. Es durante una tarde de domingo a orillas de un lago y con su séquito ausente, Philibert dormido y su mujer e hijos paseando en un bote, que Grégoire se topa con una señorita a la que espió en alguna que otra ocasión aunque sin nunca hablarle porque se parece a Nadia, Catherine Nortier (Françoise Giret), hermosa muchacha que toma sol en topless y se asombra cuando el cuarentón pretende besarla bruscamente con ánimo de violación. En medio del forcejeo y los primeros gritos el farmacéutico decide de repente estrangularla con un pañuelo de ella oficiando de intermediario entre las manos y el cuello, movida que no deja marca alguna del atacante sobre la víctima y le permite a Duval seguir con su vida como ni nada hubiese ocurrido hasta que se entera de que el supuesto novio de la chica, Sylvain Sautral (Jacques Riberolles), es acusado del homicidio y para colmo el mismo Grégoire es llamado a comparecer en los tribunales como jurado, proceso legal de por medio en donde Duval sorprende a propios y extraños haciendo uso de su derecho de interrogar a los distintos testigos en pos de desligar a Sautral de toda sospecha, un fotógrafo gigoló que tenía otras amantes, al igual que la propia Catherine, y solía vivir de las mujeres. La hipocresía del asesino, sustentada en el no reconocimiento de su crimen y su defensa del falso culpable, corre por la senda de la contradicción moral y la frustración interna/ externa.

 

Fuente para otras películas, desde El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, 2013), de Alain Guiraudie, y la remake no oficial Jurado Nº2 (Juror #2, 2024), de Clint Eastwood, hasta el Ciclo de Hélène de Claude Chabrol, léase La Mujer Infiel (La Femme Infidèle, 1969), La Bestia Debe Morir (Que la Bête Meure, 1969), El Carnicero (Le Boucher, 1970), La Ruptura (La Rupture, 1970) y Al Anochecer (Juste Avant la Nuit, 1971), El Séptimo Jurado no sólo incorpora desnudos, recurso común en el cine europeo de la época aunque impensable en el puritanismo hollywoodense, y algún que otro floreo estético símil Orson Welles, en esta oportunidad la imagen reflejada/ distorsionada en una copa de una señorita bailando en el club La Escalera (L’Échelle), sino que además recupera mediante la trama y los soliloquios de Grégoire aquel absurdo de El Extranjero (L’Étranger, 1942), de Albert Camus, y El Proceso (Der Prozess, 1925), de Franz Kafka, y hace un excelente uso del Concerto Nº2- El Verano (L’Estate) de Las Cuatro Estaciones (Le Quattro Stagioni, 1725), de Antonio Vivaldi, a la postre inspirando un par de adaptaciones más del libro de Didelot, El Jurado Estrella (The Star Juror, 1963), episodio de Herschel Daugherty para La Hora de Alfred Hitchcock (The Alfred Hitchcock Hour, 1962-1965), y El Séptimo Jurado (Le Septième Juré, 2008), telefilm de Edouard Niermans. La película explora la indiferencia moderna, la cobardía de desligar responsabilidades, la represión sexual, la familia como sinónimo de grilletes, el infierno del pueblo solitario, el aburrimiento de siempre, el marco de apariencias como un régimen de impunidad, el descubrimiento de la propia psicopatía, la mediocridad de la burguesía, la justicia símil farsa caprichosa, la falta de amor en la pareja, las turbas sedientas de sangre -hoy los vecinos y amigos del protagonista, con quienes suele reunirse para jugar al bridge- y la ruina moral de las sociedades y los Estados actuales, en suma retratando esa actitud paradójica o esquizofrénica producto de la brecha generacional, así la promiscuidad de los 60 contrasta con la mojigatería de los años 50 y la muerte supone un castigo o potencialidad punitiva pegada a la desviación con respecto al redil comunal…

 

El Séptimo Jurado (Le Septième Juré, Francia, 1962)

Dirección: Georges Lautner. Guión: Jacques Robert y Pierre Laroche. Elenco: Bernard Blier, Danièle Delorme, Jacques Riberolles, Françoise Giret, Jean Sylvère, René Tramoni, Paloma Matta, Maurice Biraud, Albert Rémy, Francis Blanche. Producción: Lucien Viard. Duración: 105 minutos.

Puntaje: 10