Las Bestias (As Bestas)

Terrorismo rural entre vecinos

Por Emiliano Fernández

El thriller ocupa un lugar bastante paradójico en el entramado audiovisual contemporáneo porque por un lado es de hecho uno de los formatos más populares entre el público y quizás el más ofrecido por el mainstream a escala global, llegando al punto de la saturación de la mano de modalidades que abarcan el policial, la ciencia ficción, el drama, lo fantástico, la acción, la comedia, el cine bélico, etc., y al mismo tiempo -y por el otro lado- el thriller se transformó en un género a evitar en general porque es sinónimo de mediocridad o chatura cualitativa, típico embutido de la fábrica de chorizos del streaming de hoy en día y el cine que todavía llega a estrenarse en salas tradicionales, algo que se explica por una conjunción de factores como el bajo costo de producción, la garantía de “agite anímico” que promete para los espectadores inexpertos o poco curtidos, su generosa capacidad de adaptación a los distintos mercados o permeabilidad cultural, la desaparición ya definitiva de aquel suspenso meticuloso modelo Alfred Hitchcock y Henri-Georges Clouzot, la falta de ideas novedosas en todo el ecosistema artístico planetario del Siglo XXI y el hecho mismo de que el thriller depende de recursos retóricos duros/ inamovibles/ repetitivos -como el terror, su primo hermano aunque de nicho- y no tanto de estrellas que ofrezcan su rostro como las víctimas o los victimarios de turno, hasta las décadas del 80 y 90 un ingrediente crucial que abultaba los presupuestos para atraer al público, uno que en la actualidad parece adormecido porque se come cualquier cosa que le sirvan en la mesa de su casa ya sin ningún tipo de exigencia o requerimiento. Fue precisamente durante la segunda mitad y sobre todo las postrimerías del milenio pasado que el thriller experimentó una especie de período dorado en el circuito comercial anglosajón, ese que producía muchísima porquería aunque también un enorme volumen de productos extraordinarios que fueron elevando progresivamente el umbral de la tensión psicológica hasta niveles insospechados en décadas que -sin saberlo- dejaron “todo cocinado” para que eso suceda, hablamos por supuesto de los revolucionarios años 60 y 70.

 

Las Bestias (As Bestas, 2022), joya de Rodrigo Sorogoyen, es un thriller que retoma aquella tradición de incomodidad visceral y un miedo que duele hasta en los huesos porque tiene que ver con la distancia cultural y la poca paciencia mutua de todos para con todos desde la década del 80 en adelante, cuando el individualismo le ganó la pulseada a cualquier tipo de solidaridad para imponer a la antropofagia comunitaria como nuevo estilo de vida no sólo en la ciudad sino además en el campo. El film de Sorogoyen, todo un experto en el género como lo han demostrado sus dos colaboraciones con el gran intérprete Antonio de la Torre, Que Dios nos Perdone (2016) y El Reino (2018), la primera una epopeya sobre asesinatos en serie y la segunda una parábola durísima sobre la connivencia mafiosa y corrupta entre la clase política, el empresariado y los medios de comunicación, entrega su propia versión del linaje señalado, ese que trabaja la clásica antinomia entre quietud y ajetreo pero también entre jóvenes y viejos, entre locales y foráneos, entre la burguesía y el lumpenproletariado, entre la educación formal y el arte de sentirse autodidacta y entre anfitriones y los patéticos turistas; todas oposiciones que fueron exploradas por obras surgidas de un único tronco, el antropológico crudo de De Repente, la Oscuridad (And Soon the Darkness, 1970), el opus de Robert Fuest, Perros de Paja (Straw Dogs, 1971), de Sam Peckinpah, y Deliverance (1972), de John Boorman, preámbulo para una infinidad de variaciones -o lecturas bastante literales- en sintonía con el exploitation de Temporada Abierta (Open Season, 1974), de Peter Collinson, la acción de Comodidad Sureña (Southern Comfort, 1981), de Walter Hill, el melodrama de Gente como Nosotros (Shy People, 1987), de Andrey Konchalovskiy, el surrealismo de Calvario (Calvaire, 2004), de Fabrice du Welz, el horror hardcore de Wolf Creek (2005), de Greg McLean, Bosque de Sombras (2006), de Koldo Serra, y Eden Lake (2008), de James Watkins, y aquel marco existencialista de las infaltables discusiones entre vecinos de El 7º Día (2004), de Carlos Saura, y God’s Country (2022), de Julian Higgins.

 

Son, precisamente, los desacuerdos, las perspectivas contrastantes, la tozudez, el odio ciego y la insistente falta de autocrítica los grandes protagonistas de Las Bestias, desde ya mucho más cerca del querido film de Saura que del bodrio reciente de Higgins: la película, deudora de Claude Chabrol y Bertrand Tavernier, retrata un suceso criminal real que ocurrió en un micropueblo de Galicia, Santoalla, cuando el 19 de enero de 2010 Martin Verfondern, un granjero holandés nacionalizado español, desapareció en medio de una batalla cada vez más agresiva y delirante con sus vecinos desde que se mudase en 1997 con su pareja, la también neerlandesa Margo Pool, panorama que en un principio fue todo paz y tranquilidad entre Verfondern/ Pool, amantes de la naturaleza, y sus únicos vecinos de Santoalla, la parentela Rodríguez, compuesta por dos hermanos veteranos y sus progenitores, no obstante un entredicho económico por un pinar compartido dejó todo servido para que estalle la guerra ante el rechazo del holandés a la oferta de una compañía parasitaria energética en pos de instalar 25 molinos eólicos en sus tierras a cambio de seis mil euros por cada uno, así eventualmente el hijo menor, un tal Juan Carlos de unos 42 años de edad y con un retraso mental importante, le pegó un tiro a Verfondern y lo abandonó dentro de su vehículo, por ello su hermano, Julio, empujó el coche del finado por un barranco y allí quedó hasta que los tarados de la Guardia Civil lo encontraron cuatro años después, pudiendo achacarles el crimen a los hermanos aunque con penas mínimas que dejaron al asesino con diez años de cárcel y al encubridor en rauda libertad. En pantalla las víctimas del acoso son francesas, el matrimonio de Antoine (Denis Ménochet) y Olga Denis (Marina Foïs), quienes cultivan y venden tomates y otros comestibles, y los loquitos violentos son la familia Anta, formada por la madre (Luisa Merelas) y los dos vástagos, el mayor Xan (Luis Zahera), de 52 años, y el minusválido mental por un accidente Lorenzo (Diego Anido), de 45, una pugna que en un inicio parece deberse a la xenofobia, al sadismo de estos ganaderos y a la costumbre del galo de arreglar casonas abandonadas del lugar para que algún día lleguen otras personas a la región, algo rechazado por Xan porque considera que la cuasi gentrificación propuesta los terminaría expulsando de su propio hogar, sin embargo el verdadero motivo de nuestra disputa es mucho más vulgar y se vincula con la negativa del francés a la hora de firmar un acuerdo colectivo de venta de terrenos a una empresa de energía eólica para instalar un parque de aerogeneradores. Aquí los hermanos les orinan las sillas a los Denis, les tiran dos baterías en el pozo de agua para envenenarles con plomo los tomates y suelen amenazarlos con una escopeta incluso cuando descubren que Antoine adora grabarlos con una pequeña cámara de mano para tener con qué denunciarlos frente a la Guardia Civil, la cual nunca hace nada porque a nivel social se tiende a descartar las amenazas a la espera de la acción.

 

El realizador constituye un caso paradigmático de “artesano que hace bien una cosa muy específica y cada vez que intenta innovar el asunto deriva en propuesta fallida”, recordemos en este sentido la comedia romántica 8 Citas (2008), codirigida junto a Peris Romano, el drama identitario Stockholm (2013), ahora asistido por Borja Soler, y aquella alegoría bien bizarra sobre el duelo, Madre (2019), a su vez secuela del cortometraje homónimo de 2017, por ello hay que agradecer que Las Bestias nos devuelva al campo de la paciencia narrativa, el suspenso ampuloso, las subdivisiones del relato, el realismo sucio y el enorme cuidado en diálogos y escenas lúgubres de Que Dios nos Perdone y El Reino, dos trabajos asimismo ambiciosos que parecían englobar varias películas en una sola: el madrileño construye una hora y media inicial de encono y terrorismo rural que pone patas para arriba los estereotipos de ese thriller bucólico de “rusticidad versus sofisticación”, así los hermanos Anta no matan al perro de Antoine, Titán, porque lo aprecian -inversión del cliché inaugural de toda guerra fratricida- y en esencia siempre logran imponerse sobre el francés, un sujeto más fornido y a priori más intimidante que estos españoles desgarbados, porque cuentan con la sinceridad proletaria del shock en oposición a todo el pacifismo remilgado burgués del matrimonio y su tendencia ridícula a confiar en las autoridades, esas mismas que poca o nula importancia le asignaron a sus reclamos y denuncias del mismo modo que tampoco tuvieron en cuenta a Verfondern, hombre que también adoraba filmar esas agresiones de sus vecinos orientadas a forzar el cambio de opinión sobre el parque eólico; no obstante la última hora del metraje, la correspondiente a la fase posterior al asesinato/ desaparición de Antoine, el film tuerce el rumbo y ofrece una rara batalla a escala reducida entre Olga, que durante años recorre el perímetro donde pudo pasar su esposo antes de efectivamente ser acorralado y asfixiado por los hermanos Anta, y la hija de los franceses de visita en Galicia, Marie (Marie Colomb), una citadina presumida que se quiere llevar a la madre a Francia y pretende sermonearla sobre su estado psicológico por el hecho de quedarse allí, seguir buscando al marido y tener que convivir con sus verdugos. Si bien la primera mitad es mejor que la segunda, el remate del relato es muy digno porque le permite a Sorogoyen duplicar su minimalismo expresivo de autor recanalizando la disputa hacia lo femenino intra familiar e incluso extra parentela, pensemos en el “entendimiento implícito” entre Olga y la madre de los hermanos cuando en el desenlace la primera halla la cámara de Antoine y establece la escena del crimen. Con un estupendo trabajo de Ménochet, Zahera y Foïs y una fotografía quirúrgica de Alejandro de Pablo, Las Bestias en el fondo no demoniza del todo a nadie ya que comprende la pobreza insistente de los Anta y señala que detrás de la “mala sangre” entre vecinos existen anhelos, envidias, frustraciones, leyes comunales ortodoxas y versiones antagónicas de la justicia…

 

Las Bestias (As Bestas, España/ Francia, 2022)

Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Guión: Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Elenco: Denis Ménochet, Luis Zahera, Diego Anido, Marina Foïs, Marie Colomb, Luisa Merelas, Federico Pérez Rey, Javier Varela, David Menéndez, Xavier Estévez. Producción: Rodrigo Sorogoyen, Thomas Pibarot, Nacho Lavilla, Jean Labadie, Anne-Laure Labadie, Ignasi Estapé, Ibon Cormenzana y Eduardo Villanueva. Duración: 139 minutos.

Puntaje: 9