El Hombrecito del Mar, de León Gieco

Toda la posteridad

Por Emiliano Fernández

Hablar de León Gieco equivale a hablar de uno de los pocos próceres del rock argentino y de todo el rock en castellano, una síntesis suprema del legado musical de Bob Dylan, la actitud iconoclasta de John Lennon y la pluralidad cultural de Latinoamérica en lo que atañe al folklore y la música ciudadana. Defensor incansable de la solidaridad, los derechos humanos, la naturaleza, los humildes, la actitud crítica, los marginados sociales y las causas de izquierda, y luchador férreo contra la soberbia del poder, la corrupción, la codicia capitalista, el belicismo, la contaminación ambiental, los regímenes autoritarios, la enorme hipocresía burguesa, los atropellos policiales y militares, la explotación laboral y la falta de memoria del pueblo y sus gobernantes, el señor ha parido una catarata apabullante de joyas y clásicos varios como los iniciales En el País de la Libertad, Cada Día Somos más, Hombres de Hierro, Todos los Caballos Blancos, La Colina sobre el Terciopelo, Si Ves a mi Padre, Un Día Baltazar, John, el Cowboy, Ramos de Manzanillas, Los Chacareros de Dragones, El Fantasma de Canterville, Desde tu Corazón, El Loco y las Golondrinas, La Colina de la Vida, La Mamá de Jimmy, Viejo, Solo y Borracho, Solo le Pido a Dios, Ya soy un Croto, Cachito, Campeón de Corrientes, La Rata Lali, Un Poco de Comprensión, Continentes en Silencio, La Historia Ésta, Canción de Amor para Francisca, Tema de los Mosquitos, Quizás le Dancen los Cuervos, El que Pierde la Inocencia y La Navidad de Luis, los correspondientes a los años 80, pensemos en Pensar en Nada, Bajo el Sol de Bogotá, Soy un Pobre Agujero, La Cultura es la Sonrisa, Aquí, allá, hoy o mañana, Esos Ojos Negros, Don Sixto Palavecino, Para Pete, Cola de Amor, Canción para Carito, Yo Vendo unos Ojos Negros, Cantorcito de Contramano, Barrio Golondrina, Semillas del Corazón y Girasoles Amarillos, y finalmente la colección posterior, esa de los 90 en adelante de Los Salieris de Charly, Gira y Gira, Todos los Días un Poco, Mensajes del Alma, Cinco Siglos Igual, Ojo con los Orozco, El Imbécil, El Embudo (Homenaje a la Patagonia), El Señor Durito y yo, Bandidos Rurales, Ídolo de los Quemados, La Guitarra, De Igual a Igual, La Memoria, El Ángel de la Bicicleta, Ella, El Argentinito, Hoy Bailaré, Bicentenario, Fachos, El Desembarco, A los Mineros de Bolivia y Latido del Corazón, entre muchas otras composiciones que combinaron las abstracciones poéticas, el argot tan propio de Argentina y las queridas arremetidas contraculturales de las primera y segunda generaciones del rock autóctono, aquellas correspondientes a los años 60 y 70.

 

El debut del santafesino, León Gieco (1973), en parte replica el carácter errático del primer disco de Dylan de 1962, asimismo autointitulado y aún demasiado embrionario, y si bien incluye chispazos rockeros poderosos resulta indudable que funciona como una relectura bastante literal de los tres mega clásicos del folk minimalista y contestatario del cantautor norteamericano que siguieron a aquella ópera prima, hablamos de The Freewheelin’ Bob Dylan (1963), The Times They Are a-Changin’ (1964) y Another Side of Bob Dylan (1964). Ya con una agrupación estable como acompañamiento, León amplía su arsenal folk, en esta oportunidad sumando elementos de Cat Stevens, Simon & Garfunkel y el Neil Young inicial de Buffalo Springfield, Crosby, Stills, Nash & Young y sus primeros discos solistas símil After the Gold Rush (1970) y Harvest (1972), y por cierto finiquita del todo la incorporación del acervo dylaniano en Banda de Caballos Cansados (1974), primera obra maestra de su carrera y sin duda su álbum más rockero y más cercano a la igualmente gloriosa trilogía eléctrica compuesta por Bringing It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y Blonde on Blonde (1966), hoy más que nunca retratando el ideario de izquierda de la época y el costado social/ político ominoso del Tercer Peronismo (1973-1976), preámbulo para el genocida Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), la dictadura cívico militar más sangrienta que tuvo la Argentina. Suerte de cumbre hippona algo mucho trasnochada, PorSuiGieco fue un supergrupo compuesto por la base fundamental de Sui Generis, Charly García y Nito Mestre, más León, Raúl Porchetto y la por entonces pareja de Charly, María Rosa Yorio, cónclave que dejó un único y muy interesante registro discográfico, ese homónimo editado en 1976 en el que los mejores temas, por supuesto, son los de García y Gieco, dando a la placa un sonido híbrido entre el pop melancólico beatlesco, el folk/ country ampuloso, ese blues mayormente tácito y un rock sutilmente psicodélico en sintonía con The Byrds, Tyrannosaurus Rex, Donovan, The Yardbirds y Jefferson Airplane.

 

Como había ocurrido con PorSuiGieco y aquel Sui Generis de Pequeñas Anécdotas sobre las Instituciones (1974), Gieco en El Fantasma de Canterville (1976) sufrió la intervención de la censura de la dictadura mediante el infame Comité Federal de Radiodifusión o COMFER, un organismo estatal que cercena canciones y directamente prohíbe otras de lleno, lo que genera un álbum profundamente desparejo que se debate entre el folk alegórico o cuasi espectral modelo John Wesley Harding (1967), del querido Bob, el pop intimista de Simon & Garfunkel, aquel country rock símil The Basement Tapes (1975), de Dylan y The Band, y los primeros indicios de folklore argentino dentro del repertorio leoniano. La segunda obra maestra de Gieco es 4º LP (1978), un trabajo majestuoso que retoma la faceta más agresiva y directa de esa canción de protesta previa en un clima en el que el combo “denuncia + honestidad ideológica de izquierda + fusión musical” definitivamente pasó desapercibido en medio de la idiotez popular lavacerebros de la Copa Mundial de Fútbol de 1978 con sede en Argentina, por ello el trabajo se siente a la vez como una revancha ante los abusos fascistoides que sufrió El Fantasma de Canterville y como una expansión lógica del sonido anterior, por un lado puliendo el linaje folk desde el pop amigable y por el otro lado permitiéndose coqueteos ya nada sutiles con el chamamé y la música folklórica en general. Siete Años (1980), sin duda alguna el compilado más famoso de León por la esplendorosa selección de canciones inéditas y anteriormente editadas, hoy prácticamente todos himnos de la música latinoamericana, en su conjunto es también uno de los máximos ejemplos del humanismo batallante del artista, de su maestría para explotar líricamente la iconografía campestre o marginal y de su inteligencia/ talento/ carisma no sólo como compositor y cantante sino también como arreglador y productor meticuloso símil The Beatles o Steely Dan, en este último campo también sin nada que envidiarle a monstruos sagrados del folk y el rock del extranjero, incluso se podría decir que la producción discográfica del señor de los años 70 es mucho más elegante y está mejor redondeada en estudio que su homóloga de los 60 del idolatrado Dylan.

 

El extraordinario Pensar en Nada (1981), la tercera obra maestra del santafesino, constituye el modelo heterogéneo de álbum que adoptaría Gieco de aquí en más porque la producción se apropia de la sensibilidad amigable y desprejuiciada de la new wave urbana contracultural de comienzos de los 80 para expandir aun más el registro del cantautor, experimentar con el naciente rótulo polirubro de la “world music” y cubrir en términos concretos la chacarera, la cumbia, el tango y un efímero power pop a lo The Cars, Blondie o XTC. Proeza que combina la historiografía, la musicología, la sociología y la etnografía, De Ushuaia a La Quiaca (1985-1986) fue originalmente un disco triple orientado a explorar las diferentes acepciones del folklore argentino que abarcó un primer volumen en estudio, por cierto muy bueno aunque algo paradójico porque la producción del paparulo de Gustavo Santaolalla se volcó a teclados, programaciones y ecos grasientos ochentosos que no calzaban del todo con las celestiales canciones, y otros dos discos de temas registrados en vivo con una multiplicidad de intérpretes a lo largo y ancho del país, en términos cualitativos sinceramente muy inferiores con respecto a las composiciones de León pero por lo menos representativos del abanico estilístico y formal de una música valiosa de fusión colonial, indígena e inmigrante, única en todo el planeta. La entrada definitiva de Gieco en los años 80 y la modernidad se produce tardíamente en ocasión de Semillas del Corazón (1988), un disco maravilloso y esquizofrénico con una influencia muy marcada de esa estirpe jamaiquina que va desde el ska, pasa por el rocksteady y termina con el reggae, el dub y el dancehall, amén de gestos adicionales de apropiación cultural vinculados con la guajira, la polka, la música gallega, el soft rock y la intención de sintonizar con The Specials, Talking Heads, Madness y The Police sin perder la idiosincrasia combativa de siempre, una estirpe que se mueve entre Woody Guthrie y Pete Seeger por un lado y The Clash y Billy Bragg por el otro. El padre evidente de todos los discos de rarezas posteriores de León fue Ayer y Hoy (1989), un trabajo curioso aunque siempre interesante que unificó su semblante musical más tranquilo y meditabundo con un buen número de versiones alternativas, covers, colaboraciones en vivo y temas inéditos que en general incluyen la participación de gente como Charly García, Víctor Heredia, Alfredo Toth, Nito Mestre, Alejandro Lerner, Dino Saluzzi, Viuda e Hijas de Roque Enroll, María Rosa Yorio, Oscar Moro, Antonio Tarragó Ros, Osvaldo Fatorusso -célebre por Los Shakers- y el inefable Rodolfo Gorosito, compañero histórico de correrías de Gieco y aquí aportando La Rata Lali, estupenda canción de impronta socialista y muy irónica.

 

Ya dejando atrás los problemas de producción y distribución de su primera compañía, Music Hall, y los esfuerzos para grabar de manera independiente el álbum previo, Semillas del Corazón, en este caso mediante el sello propio Cañada, el maestro a comienzos de los 90 firma un contrato con la EMI-Odeón y se asocia con el que será su cocompositor o colaborador musical principal en adelante, Luis Gurevich, panorama de cambios que en medio del menemato neoliberal (1989-1999) desencadena la salida de Mensajes del Alma (1992), atípica y fascinante conjunción -muy noventosa, además- de poesía, soft rock, baladas, carnavalito, blues e incluso una especie de rap/ hip hop agropecuario, aquel de la inigualable Los Salieris de Charly, orientada al alegato revulsivo en pos de la defensa de la juventud de izquierda y el tótem del gran García. Contrariando la tendencia de la época de reversionar en vivo composiciones antiguas bajo el halo todopoderoso del ciclo Unplugged de MTV, el santafesino opta por meterse en un estudio y registrar un compilado acústico con viejas glorias del pasado más un tema nuevo craneado junto a Gurevich, Como un Tren, lo que da por resultado Desenchufado (1994), un disco exquisito que oficia de introducción para todo melómano que no conozca la carrera de León ya que los arreglos del productor Daniel Goldberg calzan perfecto con el enfoque en simultáneo crudo y apasionado de las canciones, la propuesta sonora minimalista y este proyecto magistral de influjo rockero, folk y country, signo del comienzo de ese fetiche nostálgico que pronto se apoderaría del grueso de la cultura occidental. Orozco (1997), poderosa mixtura de rap, tango, folklore, country alternativo y canción agitada de denuncia símil Neil Young, continúa la estela de Mensajes del Alma aunque ahora volcando el asunto hacia una actitud más rockera clásica que primero abandona en parte el dejo light a lo James Taylor, correspondiente a algunos pasajes de Semillas del Corazón y del disco de 1992, y segundo confronta con el lamentable popurrí histórico que mutaría en estándar en la Argentina de los 90 en adelante, ese que va desde la corrupción, la banalidad mediática, la contaminación ambiental, la impunidad de los represores de ayer y hoy y la soberbia de la clase media filofascista hasta la dignidad de unos sectores populares que vieron desmantelar durante el menemismo los últimos resabios del Estado de Bienestar para favorecer a sectores vernáculos especuladores como la banca, las empresas multinacionales, los servicios públicos privatizados y los pools agroexportadores y envenenadores de regiones completas del interior del país. La veta rockera de Orozco no se extiende pero se mantiene firme en Bandidos Rurales (2001), otro gran disco en el que conviven los ya clásicos temas tracción a piano de Gurevich con chispazos de candombe, baguala, chacarera, ese blues áspero símil The Animals y The Rolling Stones y los arrebatos de furia cuasi punk en favor de la memoria histórica y los excluidos y perseguidos del capitalismo y en contra de las mafias empresariales, políticas, culturales, mediáticas y virtuales/ digitales del Siglo XXI, amén de la desafortunada participación del bobo de Ricardo Iorio en el tema titular justo antes de lanzar opiniones antisemitas y de elogiar al carapintada Mohamed Alí Seineldín, uno de los cabecillas de la serie de sublevaciones militares luego de la vuelta a la democracia de 1983.

 

El primer kirchnerismo (2003-2007) le pegó mal a un Gieco que por primera vez se convirtió en oficialista al punto de desatar una doble polémica en Por Favor, Perdón y Gracias (2005) debido a las canciones Un Minuto, una muestra de apoyo a Patricio Santos “Pato” Fontanet, líder de la banda Callejeros y uno de los grandes responsables de la Masacre de República Cromañón de 2004, y Santa Tejerina, en este caso un homenaje a Romina Tejerina, un personaje bastante contradictorio y psicótico que mató en 2003 a su hija recién nacida con una aguja de tejer y que honestamente distaba mucho de la condición de “estampita” para la causa de la legalización del aborto en Argentina, más allá de ello la placa es indudablemente una de las más flojas, menos inspiradas y más burdas/ rutinarias/ sermoneadoras de la carrera del artista, hoy más que nunca mostrando en primer plano los agujeros éticos y doctrinarios de su acepción intempestiva y cuasi periodística de la denuncia rockera símil Some Time in New York City (1972), de John Lennon y Yoko Ono. Por suerte El Desembarco (2011) vino a corregir el automatismo musical y en letras y los errores políticos o de militancia de Por Favor, Perdón y Gracias y además nos devolvió ese sonido de “banda compacta” de los comienzos setentosos, no obstante las frutillas de la torta pasan primero por el regreso de PorSuiGieco para la excelente Bicentenario, encima a pleno con García, Mestre, Porchetto y María Rosa Yorio diciendo presente, y segundo por la clara comodidad del santafesino al momento de mechar poesía autorreferencial, el rock y el folk socialistas de siempre y los ataques variopintos contra la mentalidad derechosa, mediocre, testaruda y pusilánime de los estratos burgueses y todos los exponentes de las oligarquías urbanas y bucólicas, en suma sectores aporofóbicos que niegan los derechos humanos, toda conciencia social y la misma vida de aquellos a los que saquean, estafan y pauperizan a diario, el pueblo. El Hombrecito del Mar (2022), su flamante trabajo discográfico y primera colección de canciones nuevas en once años, funciona como una esplendorosa “solución negociada” entre la idiosincrasia rockera de El Desembarco, el eclecticismo de eterna curiosidad cultural de los lejanos 4º LP y Pensar en Nada y finalmente esa predisposición apaciguada de buena parte de Semillas del Corazón, Mensajes del Alma y sus múltiples colaboraciones correlativas con Luis Gurevich, una estrategia sostenida en Vinnie Colaiuta en batería, Leland Sklar en bajo, Dean Parks en guitarras y Luis Conte en percusión general que nos habla no sólo de la vitalidad y urgencia de la propuesta artística de León sino también de su astucia a la hora de homenajear a sus distintos referentes, incorporar a colegas muy diversos y sobre todo redondear canciones en verdad sublimes que están a la altura de su leyenda.

 

Similar a obras previas de denuncia furiosa antiburguesa como El Imbécil de Orozco, Ídolo de los Quemados de Bandidos Rurales o El Argentinito y Fachos de El Desembarco, Todo se Quema, con coros de Claudia Puyó, colaboradora de Fito Páez, Fabiana Cantilo y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, es una extraordinaria e igualmente rockera actualización de un discurso que se remonta a Un Día Baltazar, tema de Banda de Caballos Cansados que fue uno de los primeros ataques contra la abulia del privilegio, por ello aquí León canta a dúo con Jaime López, rockero azteca siempre insurrecto y autor de la famosa Chilanga Banda que versionó Café Tacvba, retoma parte de la letra de Los Salieris de Charly, específicamente la estrofa de los porcentajes en torno a la oligarquía y la ignorancia popular, y le pega -con mucha guitarra slide de fondo de Michael Thompson- a la apatía fascistoide de la clase media, las elites agrarias contaminantes, la política antiinmigración, la “gente de mierda que siempre odió a pobres, enfermos y viejos” y en especial al lavado de cerebros de los lobistas mediáticos y al olvido del genocidio indígena y de la corrupción asesina de dirigentes políticos que vuelven al poder una y otra vez por un voto mayoritario amnésico. Si bien Alimentación.com en términos de su jocosa letra, toda construida alrededor de una interminable enumeración de componentes/ ingredientes/ sustancias/ aditivos que forman parte de los alimentos asquerosamente adulterados y enviciados que vende la industria parasitaria del rubro, recuerda a los juegos verbales de impronta entre surrealista y alegórica de Ojo con los Orozco e incluso de otros temas rapeados como Bandidos Rurales, Los Salieris de Charly y Fachos, lo cierto es que la composición musicalmente es una de las más psicodélicas y libres de la carrera de Gieco porque se permite constantes digresiones y cambios de ritmo bastante lunáticos que la acercan a un sketch muy bien construido de los Monty Python y para colmo encarado con el artista mexicano Sergio Arau, líder de Botellita de Jerez y director de la recordada sátira social Un Día sin Mexicanos (A Day Without a Mexican, 2004). Con otro invitado de alto perfil proveniente de México, en este caso la cantante folklórica Lila Downs, la hermosa Soles y Flores baja las revoluciones y retoma el slide más etéreo símil Ry Cooder, David Gilmour o George Harrison, hoy a través de una guitarra resonadora Dobro a cargo de Jerry Douglas, para un folk baladístico que por un lado continúa denunciando el quietismo de los que no militan en nada, esos que ven pasar los acontecimientos nacionales protagonizados por otros, y por el otro lado reflexiona acerca de la industria de la muerte en el capitalismo, los fantasmas de la niñez de antaño y las ansias de terminar con la violencia y los antagonismos sociales omnipresentes de hoy en día a lo largo y ancho del globo.

 

La Amistad, como su título lo indica, es un lindo carnavalito que León canta con Santaolalla, precisamente amigo suyo desde que produjese su debut discográfico de 1973, nueva y certera ocasión para pregonar la libertad de pensamiento y burlarse con maestría de los burgueses idiotas del Siglo XXI vía versos como “no soy amigo del que piensa que el mundo se cambia hablando con el culo en un sillón/ gasta las horas que tiene y con filosa lengua entretiene al más tonto del montón”, amén de un homenaje al paso a Mercedes Sosa, una cita a La Colina de la Vida, algún recuerdo de su exilio durante la dictadura, ironías varias a raíz de la vejez y hasta una recapitulación solapada del viejo ideal hippie del “amor libre” sin casorios ni rúbrica institucional alguna. Entre el dream pop ochentoso, la música celta y el new age neoclásico, Las Ausencias está construida alrededor de mantras de sintetizadores y la intervención fantasmal de una nyckelharpa, un extraño instrumento de cuerda frotada de origen sueco semejante a un violín, y de la voz de la soprano francesa Emma Shapplin, quien calza perfecto como acompañamiento para una letra celestial sobre el duelo por la muerte del ser querido, la capacidad redentora del amor y “un mundo que está en la cruz” que tanto necesita sanar. Ahora con el coro infantil La Salle de Córdoba y el aporte de Carlos Núñez Muñoz, legendario flautista español, y Ligia Piro, cantante de jazz e hija de Susana Rinaldi, Dios Naturaleza es una composición entrañable que recupera aquellos primeros coqueteos con el folklore de León para una semi letanía -marcada por la sutil intervención de la flauta de Núñez Muñoz- sobre el entramado de la vida en el planeta y los riesgos de destrucción completa si se sigue el camino de la mentada “civilización occidental”, siempre vinculada a la rapiña, la ceguera plutocrática y esa cosificación de la flora y la fauna, transformadas en recursos para la generación de ganancias en una utópica curva ascendente infinita del imperialismo predatorio más psicópata. Retomando a escala espiritual aquella Alas de Tango de Orozco, otro tema firmado por Gurevich y la pareja desde hace décadas de Gieco, la letrista Alicia Scherman, la genial Estuche incorpora el bandoneón de Martín Sued y la voz de la fadista portuguesa Sara Correia y de hecho puede leerse a la par como otro de los homenajes del santafesino a la Capital, precisamente en la tradición de Buenos Aires (de tus Amores) de Bandidos Rurales, y como un ejercicio de melancolía porteña por antonomasia que nos regala latiguillos como la pensión solitaria, la danza nocturna, “un bandoneón que sangra” y el reencuentro nostálgico repentino de unos amantes distanciados dispuestos a curar heridas de otras épocas.

 

Gira, Gira Girasol, cover muy respetuoso de una suerte de canción de cuna de 1967 del mítico Víctor Jara, cantautor al que Gieco ya había homenajeado en ocasión de la monumental Los Chacareros de Dragones recuperando el episodio de la tortura y destrucción de sus manos y lengua por parte de la dictadura genocida de Augusto Pinochet durante el Golpe de Estado de 1973 contra el presidente socialista Salvador Allende, sorprende con el admirable violonchelo de Jacques Morelenbaum, el audio original insertado del propio Víctor y la insólita participación de Roger Waters, el genio de Pink Floyd y él mismo con una carrera solista brillante y una militancia política y social de izquierda semejante a su homóloga de León, en esta oportunidad aportando bellos poemas recitados entre estrofas cual homenaje explícito a Jara. La adorable Mis Heridas Curé, ahora con Hilda Lizarazu, vocalista de Suéter, Los Twist, Man Ray y el García solista circa Como Conseguir Chicas (1989) y Filosofía Barata y Zapatos de Goma (1990), se acerca a la faceta más sosegada y mesiánica de Traveling Wilburys, aquel supergrupo de Bob Dylan, George Harrison, Jeff Lynne, Roy Orbison y Tom Petty, y en general abreva en el country y el folk rock para repensar los caminos de la vida, la posibilidad de redención, el devenir concreto circense de los artistas y desde ya la sombra del revoltijo existencial de la alegría, el amor, la soledad, el dolor y la muerte, esta última una alusión traumática que tiene que ver con la condición de septuagenario del señor y la pérdida de tantos amigos con los años. En Por Hoy aparece en primer plano el infaltable piano de Gurevich y se suma el Cuarteto de Cuerdas Numen porque León profundiza aun más el costado nostálgico del disco y repasa la necesidad de afecto -y su contraparte, la de ofrecer cariño a cambio- en la niñez y adolescencia, la primera adultez y la tercera edad, nuevamente con el trauma nada disimulado del óbito en potencia a flor de piel y todo en plan de despedida escalonada de la vida dando gracias por el tiempo en la Tierra y por el hecho de haber podido dedicarse a lo que siempre amó, léase el arte y la cultura de raigambre popular.

 

El segundo cover del disco, ahora bastante más rockero y con un buen solo de guitarra de Lula Bertoldi de Eruca Sativa, pertenece a otro de los gigantes de la canción de América Latina, el cubano Silvio Rodríguez, quien dice presente en la archiconocida Sueño con Serpientes, canción de 1975 que supo ser interpretada por Mercedes Sosa y Milton Nascimento y que en este caso aparece potenciada por el aporte de la murga Agarrate Catalina, una vez más demostrando que este clásico de la Nueva Trova Cubana no ha perdido vigencia en tiempos de envilecimiento egoísta comunal y mentiras cíclicas por parte de los fascistas repugnantes que controlan buena parte de los Estados del nuevo milenio. El Final es una especie de continuación de Por Hoy y Las Ausencias que retoma la obsesión macabra del veterano, por supuesto maquillada mediante la poesía bucólica/ existencial/ quimérica/ nebulosa paradigmática de León y el maravilloso acompañamiento del piano y los sintetizadores reincidentes de Gurevich y el cuarteto electroacústico de cuerdas de la familia del violinista Gato Urbanski, Aqualáctica. El cierre hiper dylaniano se produce de la mano de El Orgullo, composición con pasta de nuevo himno que en El Hombrecito del Mar aparece arropada por el minimalismo de la guitarra y la harmónica desnudas de Gieco y una letra muy astuta que siga al pie de la letra la estrategia retórica de Bob de calzarse los zapatos de distintos personajes marginales como por ejemplo una niña trans expulsada de su hogar, un purrete qom que vende artesanías y es perseguido por la policía fascistoide, el poeta y actor avant-garde Fernando Noy, un músico parapléjico que creció en un orfanato estatal, un militante social que se gana el odio de la lacra burguesa y el aparato mediático de derecha y finalmente un hombre nacido en un campo de concentración del Proceso de Reorganización Nacional que lucha en favor del aborto y en contra de la mafia católica antiderechos y promilitares genocidas.

 

El título del disco, El Hombrecito del Mar, hace referencia a una frase de un nieto de cinco años de Gieco, Oliver, que a su vez aludía a una obra de arte, Reconstrucción del Retrato de Pablo Míguez (2010), la escultura en acero inoxidable de Claudia Fontes que aparece en la tapa del álbum -la primera sin el protagonista del convite, nada menos- y que se ubica en el Parque de la Memoria de Buenos Aires, un espacio público conmemorativo de catorce hectáreas que recuerda a todas las víctimas del Terrorismo de Estado en Argentina como precisamente el mismo Míguez, desaparecido en 1977 y asesinado en 1978 en los llamados “vuelos de la muerte” con sólo catorce años de edad por la dictadura que llegó al poder en 1976, un homicidio producido en el contexto de las razzias vinculadas a eliminar a las familias de los acribillados en la Masacre de Trelew de 1972. Este contexto político e históricamente cargado es típico de un artista como León que siempre fue a contracorriente del escapismo necio y oligofrénico del mercado capitalista cultural promedio, uno al que vuelve a patear con una placa con un acervo discursivo, ideológico y formal insólito para el mainstream y el indie contemporáneos, de allí que la riqueza de El Hombrecito del Mar se ubique en el mismo nivel de calidad y potencia contestataria de sus otros neoclásicos del nuevo milenio, El Desembarco y Bandidos Rurales, discos que coronan el legado de un cantautor que se toma su tiempo entre obra y obra en una movida que siempre justifica la espera porque las joyas del caso responden a las cúspides del rock argentino, el mejor por lejos en lengua castellana. Mientras que otras tantas figuras de su generación han pasado al olvido o con el transcurso de los años han renunciado a la minuciosidad y el afán perfeccionista de las composiciones, arreglos, ejecuciones y producciones de Gieco, el santafesino no sólo no baja los brazos sino que mantiene expectante a un público fiel que lo espera con devoción y sabe apreciar la honestidad, belleza, naturalidad y contundencia de sus canciones, hoy de hecho superando al material de los años 90 y colocándose casi a la par de su equivalente de aquellos años 70 y 80, planteo que sin dudas enfatiza que la llama del talento continúa firme en su lugar y allí seguirá por toda la posteridad.

 

El Hombrecito del Mar, de León Gieco (2022)

Tracks:

  1. Todo se Quema
  2. Alimentación.com
  3. Soles y Flores
  4. La Amistad
  5. Las Ausencias
  6. Dios Naturaleza
  7. Estuche
  8. Gira, Gira Girasol
  9. Mis Heridas Curé
  10. Por Hoy
  11. Sueño con Serpientes
  12. El Final
  13. El Orgullo