Filipinas, país insular muy vasto y uno de los más poblados del mundo, estuvo tres siglos bajo dominio español hasta que el control pasó a manos de los Estados Unidos, junto con Puerto Rico, Guam y Cuba, en ocasión de la derrota de los europeos en la Guerra Hispano-estadounidense de 1898, lo que inmediatamente provocó una rebelión local en pos de una autonomía que sería aplacada de cuajo vía la subsiguiente Guerra Filipino-estadounidense (1899-1902), primera contienda de liberación del Siglo XX y una de las primeras refriegas en la que la potencia de turno, aquí Estados Unidos, utilizó campos de concentración para reducir y eliminar a la población civil, a la par de la Segunda Guerra Bóer (1899-1902), donde los ingleses hicieron lo propio con los colonos neerlandeses de Sudáfrica para que muriesen confinados a raíz del hambre y las enfermedades. El Imperio del Japón invade las islas en 1942 y las retiene hasta 1945, fase en la que instaura un régimen títere denominado Segunda República Filipina que se cae a pedazos cuando los norteamericanos retoman el control del archipiélago y deciden concederle en 1946 la independencia formal aunque no la política y económica concreta, paradigmática jugada del neocolonialismo capitalista que se unifica con la doctrina yanqui de la Guerra Fría de apoyar a cualquier déspota inmundo que garantice la represión de los militantes de izquierda en todo el globo. Dicho y hecho, los primeros veinte años de autonomía farsesca estuvieron marcados por gobiernos frágiles y extremadamente corruptos que dependían de los productos de Estados Unidos e incluso permitieron la instalación de bases militares, panorama que se incrementó y profundizó durante la dictadura de Ferdinand Marcos (1965-1986), quien se mantuvo en el poder a lo largo de otras dos décadas mediante fraudes electorales varios y un período de ley marcial entre 1972 y 1981 que le permitió endeudar enormemente al país, robar del erario público y perseguir, ejecutar y hacer desaparecer a opositores políticos, comunistas, ciudadanos comunes y corrientes y separatistas musulmanes, conocidos en Filipinas como moros. El desenlace del gobierno cleptócrata de Marcos, sostenido sólo por el apoyo de yanquilandia, llegó con la Revolución EDSA o Revolución Filipina de 1986 luego del asesinato en 1983 de Benigno “Ninoy” Aquino, principal dirigente de la oposición, y del hastío popular frente a tanto nepotismo y saqueo sistemático del tesoro nacional por parte del clan gobernante.
Uno de los grandes responsables del movimiento social pacífico que eventualmente llevaría al derrocamiento de la autocracia de Marcos, quien en aquel 1986 huyó al exilio en Hawái con apoyo de la administración fascista de Ronald Reagan en una jugada que dejó el poder en manos de la viuda de Benigno, Corazón “Cory” Aquino, la encargada de reinstalar la democracia en la nación, fue Lino Brocka, un Rainer Werner Fassbinder filipino que dirigió un gran volumen de realizaciones a lo largo de poco más de veinte años, sobre todo en las décadas del 70 y 80, y se volcó a una amalgama muy interesante de idiosincrasia política de barricada (dominan la denuncia de la pobreza, el hacinamiento, la represión, el hambre, la ausencia de vivienda digna y la profusión de esos proyectos edilicios fastuosos/ delirantes de Marcos y su esposa, la arpía Imelda Romualdez Marcos), un avant-garde documentalista pero ficcional de locaciones reales (el ámbito independiente se unifica con el cinéma vérité y un fuerte eco del neorrealismo de posguerra, ahora muy cercano a la impronta pasoliniana de esa poesía metropolitana de los excluidos) y finalmente los géneros clásicos o de moda durante aquella época (mientras que el grueso del mainstream filipino estaba orientado a los dramas románticos, los musicales, las comedias bobas, el cine de acción y el sexploitation light, Brocka se especializó en diversas variaciones del melodrama, el film noir y los relatos de venganza con resonancias iconoclastas y homosexuales, siendo él mismo un gay que no problematizaba el asunto). Las dos faenas con la que Lino se hace conocido en el mundo, léase las primeras filipinas en alcanzar una verdadera repercusión en el exterior, son sus dos obras maestras, Manila en las Garras de la Luz (Maynila sa mga Kuko ng Liwanag, 1975) e Insiang (1976), ambas protagonizadas por su actriz fetiche del inicio, Hilda Koronel, y ambas lidiando con el terror, la miseria y la corrupción generalizada del régimen de Marcos a través de aquel lumpenproletariado de Manila, la capital del país, adonde iban a parar los migrantes internos para terminar viviendo bajo condiciones infrahumanas que minaban su dignidad y representaban siglos y siglos de subdesarrollo cortesía de las potencias foráneas y de sus socios cipayos vernáculos, todos especializados en la brutalidad, las mentiras y las violaciones a los derechos humanos y dejando una clara tradición de derecha, esa que llevó al poder al pútrido hijo de Marcos, Bongbong Marcos, presidente de Filipinas desde 2022.
Manila en las Garras de la Luz, para muchos la mejor película del cine filipino a secas y una faena restaurada en 2013 por la World Cinema Foundation de Martin Scorsese, cuenta con un guión del debutante Clodualdo del Mundo Jr. que está basado en una novela de Edgardo M. Reyes, originalmente serializada entre 1966 y 1967 en la revista Liwayway y publicada en forma de libro en 1986. Julio Madiaga (Bembol Roco) es un joven pescador de la Isla de Marinduque que llega a Manila en busca de la que fuera su pareja, Ligaya Paraíso (Koronel), una chica que fue llevada a la capital por una reclutadora de una red de trata de blancas, la Señora Cruz (Juling Bagabaldo), mujer que convenció a la madre de la ninfa diciéndole que suministraba mano de obra a una “fábrica” de Manila y que Ligaya incluso podría estudiar mientras trabajaba. Julio, de unos 21 años, pasa meses y meses en Manila rastreando a Cruz debido al silencio epistolar de su amada, un período en el que comienza a desempeñarse como obrero de la construcción en los proyectos faraónicos del gobierno de Marcos, todos edificados con celeridad, bajo un régimen de explotación semi esclavista y de manera por demás precaria y peligrosa, como lo demuestran los insultos constantes del capataz, Balajadia (Pancho Pelagio), y la muerte accidental en una obra de un muchacho que deseaba ser cantante, Benny (Danilo Posadas). Madiaga, que identificó a Cruz en la calle y la siguió hasta un local/ departamento en la intersección de las arterias Ongpin y Misericordia, donde sospecha que Paraíso vive con un comerciante chino llamado Ah Tek (Tommy Yap), traba amistad con otros trabajadores de la construcción como Imo (Pio de Castro III), quien termina el colegio y consigue un puesto burgués en una empresa de publicidad, Atong (Lou Salvador Jr.), hombre que se lastima un pie durante el accidente de Benny, y Pol (Tommy Abuel), gran compinche que se enamora de la hermana de Atong, Perla (Lily Gamboa Mendoza), la cual a su vez se prostituye para sobrevivir después de un incendio en la villa miseria en la que vivía con su familia. El otrora pescador se queda sin trabajo y es tentado por un tal Bobby Reyes (Jojo Abella) para convertirse en taxi boy en un prostíbulo masculino, no obstante lo rechaza y eventualmente encuentra a Ligaya, chica que fue comprada por Ah Tek a Cruz y hoy tiene un bebé de cuatro meses con el chino, quien la asesina a golpes cuando la joven pretende huir y después simula una caída por las escaleras.
La alusión del título a la luminosidad que subyuga tiene que ver con ese sol abrasador bajo el cual trabajan los obreros de la construcción y bajo el cual se mueven los esbirros directos e indirectos de la dictadura, como la excrementicia Cruz, un Balajadia que manda a matar en la cárcel a Atong o aquel policía que le roba a Madiaga en plena calle un dinero que él y Pol habían ahorrado para Perla, la “viuda” del martirizado por un pleito salarial, suceso posterior al primer reclamo verdadero de Julio ante una entregadora que para colmo finge ser víctima de un asalto a manos del veinteañero. Esta idea de fondo de burlarse del cliché hollywoodense que vincula a la luminosidad con la bondad y a la oscuridad con lo malvado en pantalla corre en paralelo con el emparejamiento inestable de la luz con la peligrosidad y la corrupción de la noche, otro ecosistema de explotación aunque de anclaje sexual como lo evidencia el dominio de Ah Tek sobre la ninfa, Paraíso, y la relación homóloga en potencia entre Reyes y Madiaga, sin embargo la noche en Manila en las Garras de la Luz asimismo resulta visceral por la fotografía del también productor Miguel de León y cuenta con un sutil dejo de anarquía e indefinición que abre las puertas a la esperanza y a la protección clandestina ya que es durante la oscuridad que Julio dedica la mayor parte de las horas de vigilancia sobre el antro del chino a la espera de poder ver en la ventana a Ligaya, como su apellido lo indica un símbolo del retorno al terruño bucólico lejos del yugo sofocante de la gran ciudad, donde hay que pagar generosamente por cada uno de los supuestos “lujos” del caso. Si lo comparamos con Insiang, el film que nos ocupa es más extenso, más episódico, más obsesivo y más desesperante porque está encarado desde una perspectiva masculina que se contrapone a la omnipresencia de Koronel del opus de 1976, ya más centrado en los engranajes de ese melodrama de revancha femenino que se asoma sobre el final del mismo modo que su equivalente varonil aquí habilita el asesinato con un picahielos de Ah Tek a instancias del personaje del estupendo Roco, pronta víctima de la furia ignorante popular que sólo sigue intuiciones y nunca se informa acerca de nada. Todas las penurias del relato, aquellas de los trabajos diurnos y nocturnos, terminan igualadas bajo el halo de un mismo Estado hambreador que gobierna para las elites tecnocráticas neoliberales y que condena al ostracismo, el olvido, la angustia y la marginación al grueso de la población menesterosa…
Manila en las Garras de la Luz (Maynila sa mga Kuko ng Liwanag, Filipinas, 1975)
Dirección: Lino Brocka. Guión: Clodualdo del Mundo Jr. Elenco: Bembol Roco, Hilda Koronel, Tommy Abuel, Danilo Posadas, Lou Salvador Jr., Pio de Castro III, Pancho Pelagio, Juling Bagabaldo, Jojo Abella, Joonee Gamboa. Producción: Miguel de León y Severino Manotok Jr. Duración: 127 minutos.