El Día de la Lechuza (Il Giorno della Civetta)

Todos roban menos Colasberna

Por Emiliano Fernández

El Día de la Lechuza (Il Giorno della Civetta, 1968) forma parte de la trilogía de Damiano Damiani protagonizada por el inoxidable Franco Nero sobre las diversas conexiones entre las autoridades públicas, los sindicatos mafiosos, la policía, el empresariado y la población civil, aquella que se completa con Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción (Confessione di un Commissario di Polizia al Procuratore della Repubblica, 1971) y Por qué se Asesina a un Magistrado (Perché si Uccide un Magistrato, 1975) y que en sí puede englobarse en una vertiente específica del poliziottesco porque a diferencia de la mayoría de los realizadores que cultivaron el formato, en sintonía con Fernando Di Leo, Umberto Lenzi, Elio Petri, Carlo Lizzani, Enzo G. Castellari y Massimo Dallamano, Damiani solía construir historias criminales en las que el desarrollo de personajes, el quid institucional o social y la profusión de diálogos se ubicaban muy por encima de la catarata habitual de violencia, personajes grotescos, “mujeres fatales”, delirios ampulosos y misterios casi siempre intrincados, en cierto sentido laberínticos. Si bien el italiano ya había redondeado un par de thrillers previos, su ópera prima El Lápiz de Labios (Il Rossetto, 1960) y aquella El Sicario (Il Sicario, 1961), e incluso a posteriori regresaría una y otra vez al ecosistema criminal en films asimismo elogiables como La Esposa más Hermosa (La Moglie Più Bella, 1970), El Caso Está Cerrado, Olvídelo (L’Istruttoria è Chiusa, Dimentichi, 1971), Girolimoni, el Monstruo de Roma (Girolimoni, il Mostro di Roma, 1972), Tengo Miedo (Io ho Paura, 1977), Adiós & Amén (Goodbye & Amen, 1977), Un Hombre de Rodillas (Un Uomo in Ginocchio, 1979), La Advertencia (L’Avvertimento, 1980) y Contacto en Sicilia (Pizza Connection, 1985), la rauda verdad es que El Día de la Lechuza y Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción son sus obras maestras dentro del rubro porque se complementan, la primera trabajando la existencia bucólica y la segunda la citadina, y hasta utilizan a la perfección los mismos engranajes retóricos, un esquema que incluye un duelo ideológico y pragmático, una cruzada quijotesca de justicia y desde ya las tribulaciones que se desprenden de la posibilidad de brindar un testimonio comprometedor y/ o fulminante.

 

El guión de Damiani y Ugo Pirro, éste último un colaborador repetido de gente de la talla de Lizzani, Petri, Martin Ritt, Giuseppe De Santis, Valerio Zurlini, Sergio Corbucci, Mauro Bolognini, Vittorio De Sica, Luigi Comencini, Gillo Pontecorvo y Lina Wertmüller, está basado en la novela homónima de 1961 del por entonces muy cotizado Leonardo Sciascia, hoy recordado especialmente por Excelentísimos Cadáveres (Cadaveri Eccellenti, 1976), de Francesco Rosi, El Caso Moro (Il Caso Moro, 1986), de Giuseppe Ferrara, Puertas Abiertas (Porte Aperte, 1990), opus de Gianni Amelio, Una Historia Sencilla (Una Storia Semplice, 1991), de Emidio Greco, y dos películas estupendas de Petri, Aún Matamos a la Antigua (A Ciascuno il Suo, 1967) y Todo Modo (1976), ambas estelarizadas por el gran Gian Maria Volontè, sin duda una figurita repetida en las adaptaciones cinematográficas de los libros de Sciascia. Como siempre ocurría con el Damiani bajo el ropaje más heterodoxo del poliziottesco, la trama es bastante simple y gira incansablemente sobre un mismo eje, en este caso uno doble -y peculiar de los relatos sobre la Cosa Nostra- que abarca el asesinato en una carretera inhóspita de Salvatore Colasberna, uno de los dueños de una constructora que recibe disparos de escopeta mientras llevaba cemento en su camión, y la desaparición del principal testigo de la arremetida, un tal Tano Nicolosi que trabajaba para el anterior, vive cerca junto a su bella esposa Rosa (Claudia Cardinale) y presenció cómo Zecchinetta (Tano Cimarosa) fusilaba a Colasberna a instancias de uno de los mandamases de la mafia siciliana de la construcción, Pizzuco (Nehemiah Persoff), a su vez dependiente de la máxima autoridad local, el temible Don Mariano Arena (Lee J. Cobb, actor fetiche de Elia Kazan que en las años siguientes trabajaría muy seguido en Italia). Para evitar las clásicas corruptelas las autoridades nacionales mandan desde el norte a un nuevo capitán de policía, el parmesano Bellodi (Nero), quien junto a su segundo (Fred Coplan) inicia una pesquisa amparado en un informante que juega a dos puntas, Parrinieddu (Serge Reggiani), y en la disciplina de presionar a la viuda implícita y a los dos responsables directos, Zecchinetta y Pizzuco, para poder arrestar a Arena, el verdadero “pez gordo” que controla la obra pública.

 

Damiani durante aquellas décadas del 60 y 70 estaba en el pico de sus habilidades creativas y comerciales y por ello mismo para El Día de la Lechuza fue capaz de reunir a dos de las principales estrellas vernáculas, Cardinale y Nero, y al norteamericano Cobb, una jugada típica no sólo del poliziottesco sino también del giallo y el spaghetti western orientada a apelar al mercado yanqui y su homólogo internacional, algo que se reproduciría luego con la participación de Martin Balsam en Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción. Aquí el realizador y guionista explora con maestría el choque entre por un lado la “versión oficial” tácita de los hechos, en esencia un melodrama pasional inventado por la mafia -y los chismosos populares de turno- consagrado a una supuesta venganza de Nicolosi contra Colasberna por ser este último el hipotético amante de Rosa, y por el otro lado lo que todos en la zona saben que es la verdad incuestionable pero nadie desea reproducir en voz alta por la paradigmática cultura del silencio comunal y el respeto hacia el mecenas sacrosanto, Don Mariano, cual figura de autoridad, juez/ verdugo y empleador excluyente que reparte la torta de los contratos varios de construcciones y hasta el servicio de recolección de basura, hablamos de la poca “predisposición” de Colasberna a aceptar las normas impuestas por Arena y la costumbre general de falsificar los datos técnicos de las obras para gastar mucho menos en materiales que lo pactado, generando estructuras frágiles y muy peligrosas. La pugna entre Arena, quien respeta la inteligencia e integridad de su adversario aunque está muy tentado a mandarlo asesinar, y Bellodi, un elemento foráneo que prefiere saltarse los procedimientos éticos policiales para sabotear de lleno el entramado mafioso, anticipa en parte y con evidentes ironías el conflicto entre extrema derecha y extrema izquierda de los Años de Plomo (1968-1988), con Don Mariano santificado por aquella infame Democracia Cristiana y con el capitán volcándose al idealismo y dispuesto a falsificar confesiones para facilitar traiciones cruzadas entre los dos imbéciles en cuestión, Pizzuco y Zecchinetta, y a informar falsamente a Rosa acerca del hallazgo del cadáver de su marido, sólo para que mencione al personaje del genial Cimarosa como el brazo ejecutor del sindicato criminal.

 

A contrapelo del choque conceptual entre ¿Quién Sabe? aka Dios Perdona… ¡yo no! aka Una Bala para el General aka Yo soy la Revolución (1967), esplendorosa versión militante del spaghetti western según Damiani y uno de los “zapata westerns” más apasionantes y certeros del período, y Un Genio, dos Compadres y un Pollo (Un Genio, due Compari, un Pollo, 1975), reformulación bastante socarrona del género en tiempos de ocaso comercial y precisamente de una enorme necesidad de novedad para revigorizarlo como formato aún atractivo, la correlación entre El Día de la Lechuza y Confesión de un Comisario a un Juez de Instrucción, como decíamos con anterioridad, resulta más natural y coherente a raíz de la disputa entre los dos polos opuestos doctrinarios, hoy Bellodi y Arena y más adelante el Fiscal D.A. Traini (Nero) y el Comisario Giacomo Bonavia (Balsam), no obstante en esta oportunidad el personaje de la celestial Cardinale viene a complicar las cosas porque hace las veces de esa perspectiva popular acomodaticia y algo mucho anodina o mediocre que termina presa de su propia tibieza y por consiguiente atrapada entre ambos extremos, sometida tanto a las vejaciones de la derecha, esas que abarcan sucesivas acusaciones de puta y hasta un intento de violación por parte de un Pizzuco enviado a la casa de la mujer por Don Mariano, como a las manipulaciones más leves -pero manipulaciones al fin- de una izquierda idealista que en el relato posee una inusitada fisonomía policial, léase ese capitán que vive presionándola para que delate a los mafiosos si es que realmente desea dar con el paradero de su esposo, círculo vicioso en el que el mutismo alimenta al poder del establishment y éste sigue haciendo lo que quiere en materia de dictaminar sobre negocios, castigos, moral y el mismo imperio del silencio. En su condición de proto poliziottesco con fuertes pinceladas de melodrama, thriller testimonial y comedia costumbrista de ímpetu sutilmente farsesco, el opus de Damiani cuenta con una exquisita fotografía de Tonino Delli Colli y retoma del film noir el envilecimiento general y del chanbara o cine de samuráis el fetiche hipócrita con valores como el honor, el decoro y el respeto hacia los popes sociales, sobre todo si el asunto implica ratificar en su lugar a los oligarcas hediondos de siempre…

 

El Día de la Lechuza (Il Giorno della Civetta, Italia/ Francia, 1968)

Dirección: Damiano Damiani. Guión: Damiano Damiani y Ugo Pirro. Elenco: Claudia Cardinale, Franco Nero, Lee J. Cobb, Tano Cimarosa, Nehemiah Persoff, Serge Reggiani, Fred Coplan, Ennio Balbo, Ugo D’Alessio, Giuseppe Lauricella. Producción: Ermanno Donati y Luigi Carpentieri. Duración: 109 minutos.

Puntaje: 9