Las balizas rojas de un carguero titilan en el río hasta que las pierdo de vista en el horizonte brumoso. Siento tristeza.
Suspiro mirando la otra orilla, la ciudad colonial que resplandece preciosa al caer la tarde. Escucho el murmullo de lo que pueden ser sirenas, risas, máquinas, motores de camiones y llanto. Es el murmullo del mundo que asciende cansado y apenas me llega. Asciende hasta lo alto de la torre donde estoy encerrada y donde espero, donde pienso.
El viento es tan suave a pesar de la gran altura donde me encuentro.
Yo, la perpleja criatura con cabeza de vaca, la Minotauro de la modernidad, no sé hacer nada más que rumiar pensamientos. Ellos, los perfectos hombres que me envían ofrendas, no saben de nada más que la adoración al miedo. Y yo soy el Miedo. Nadie ha pensado más allá del miedo y yo sólo rumeo.
Otro buque se despide del puerto y toca su bocina. Es una terrible imagen de despedida, no puedo soportar su hermosura. No puedo soportar lo que se va. Escribo un poema.
Soy la monstruosa hija de la infamia que rumea y escribe. Tengo de todo para el arte literario: escribo en ordenadores, escribo en tabletas, en papeles, en papiros, sobre las mesas blandas de madera. En las paredes. Los hombres me han traído todo como ofrenda, todo. ¿Qué no tengo? ¡Cuán inmenso es el vacío en este laberinto lleno de objetos!
Ellos trabajan toda la vida para hacerme tributos. Viven catorce años y completos me los entregan. Se sacrifican por mí, para mí. Los primeros siete años son instruidos en la religión que me adora y en la técnica alimenticia. Los últimos siete años se dedican exclusivamente al trabajo de sustentarme.
Desde que era novilla me alimentaron en sobreabundancia, me llenaron de dádivas: pasto, mucho pasto y leguminosas. La taurofilia es la industria que gobierna el mundo. Yo todo lo consumo. Los barcos navegan hacia mí, los caminos conducen hacia mí, las capitales de las naciones: hacia mí. Toda la energía del planeta está destinada a mi sustento. Soy la bestia hermosa, el único animal fantástico. Hembra soy, mujer soy.
Me tumbo y me yergo veinte veces al día en las camas que suben hasta estas alturas para que yo no está estresada. Sí, camas para una vaca. Mi leche debe ser la más deliciosa. Mi leche es el alimento de los Dioses. ¡Ay, de los hombres que no ofrenden su vida entera para alimentarme! ¡Ay, de los hombres que algún día olviden que mis ubres son el motor del mundo!
Todo para mí, un monstruo. Todo para mí, el pavor. Y estoy tan sola en este laberinto de objetos. Y ellos están tan solos allí afuera. Todo lo tengo y moriré de vacío. Nada tienen y morirán de vacío. ¡Deseo tanto un sol verdadero! Una pradera verde que huela a tierra. Una muerte de acero que me bese el corazón.
Mujo de tristeza y escribo de nuevo: se va otro hombre, se ha ido en silencio. Rumeo un pensamiento que será de olvido, que será de viento.