Históricamente el cine mainstream no ha sido muy propenso a retratar en detalle escenarios de subordinación de índole psicológica y/ o física, y las pocas veces que encaró una faena de estas características lejos estuvo de brindar un opus satisfactorio, capaz de habilitar múltiples lecturas. Si dejamos de lado la industria del porno y sumamos dos requisitos más a la mixtura, pronto llegaremos a la conclusión de que sólo algunos exponentes aislados, pertenecientes a etapas específicas, cumplieron las condiciones de lo que podríamos definir como un análisis extremo y a conciencia del tópico en cuestión: fijemos como primera cláusula que la enajenación de turno deba adquirir la inefable modulación sexual, y como segunda que la susodicha deba estar emparentada con algún tipo de destrucción corporal o amputación, producto por supuesto de ese afán vinculado con el control total del ser amado.
En el trajín de la selección caprichosa de un puñado de ejemplos que nos parecen notables, cada uno dentro de su ramo en particular, aquí tomaremos tres arquetipos de neto anclaje hollywoodense, lo que a su vez conlleva la necesidad de obviar películas análogas aunque más cercanas a la “vertiente arty” del rubro, concretamente pensamos en obras como la maravillosa e impredecible Zoo: Una Zeta y Dos Ceros (A Zed & Two Noughts, 1985) de Peter Greenaway. Así las cosas, no está de más aclarar que resulta gratificante establecer un cerco conceptual alrededor de The Beguiled (1971), Misery (1990) y Boxing Helena (1993), tres propuestas intensas que nos permiten sopesar el sometimiento -respectivamente- desde la irreverencia contracultural/ intra géneros de la década del 70, la ebullición de los thrillers pasionales de los 80 y el surgimiento de ese trash semi erótico tan representativo de los 90.
Ahora bien, el orden cronológico en esta oportunidad se condice con una escala de mayor a menor en términos cualitativos, empezando por la extraordinaria The Beguiled de Don Siegel: la realización combina de manera perfecta un entorno sintomático del western (la Guerra de Secesión), una premisa extraída del porno softcore (un soldado unionista herido, interpretado por Clint Eastwood, queda a merced de nueve mujeres que viven en una “escuela de señoritas” enrolada en la Confederación), y un pulso símil horror asfixiante (la manipulación masculina y la represión femenina derivan en un clima de celos y rencor in crescendo). La enorme vitalidad del convite, y su originalidad de base freudiana/ nihilista, terminan de cristalizarse cuando la directora le amputa una pierna al protagonista luego de su caída por las escaleras, un castigo por jugar a varias puntas y abusar de la hospitalidad.
Un rasgo en común del trío de propuestas es su desarrollo paulatino, con un comienzo que parece guiarse por un cierto sentido de “normalidad”, un nudo que desmenuza el carácter de cada personaje y un tercer acto en donde ya está configurada la dinámica de la víctima y el victimario, siempre en línea con el sadomasoquismo. Misery de Rob Reiner es sin duda la más claustrofóbica del grupo porque transcurre casi por completo en la cama del escritor compuesto por James Caan, quien -como consecuencia de un accidente automovilístico- se ve obligado a soportar los cuidados de su “fanática número uno”, una enfermera demente bajo la piel de la gran Kathy Bates. Mientras que en el libro original de Stephen King nos topábamos con un pie cortado, de acuerdo a otra sanción por transgredir los códigos del hogar, en el film debemos conformarnos con la rotura de los tobillos de este novelista rosa.
La fantasía latente a través del tiempo, la pedantería social, la objetivación del cuerpo del ser amado y la alteración a conveniencia de terceros son algunos de los elementos que se unifican en la bizarra Boxing Helena de Jennifer Chambers Lynch, quizás la obra menos recordada dentro de un lote de por sí revulsivo, alejado del conservadurismo que enmarca a gran parte del cine de nuestros días. Este pantallazo por la soberbia de la alta burguesía nos presenta la obsesión de un cirujano, interpretado por Julian Sands, con una ninfa agraciada con la voluptuosidad de Sherilyn Fenn, la Helena del título: el susodicho pasa de salvarle la vida, amputándole sus extremidades inferiores después de que una camioneta la atropellase, a transformarla explícitamente en un torso humano, todo en función de ese viejo problema del género masculino vinculado a negarse a aceptar un “no” como respuesta ante el avance.
Obviando la colorida parafernalia del bondage o los facilismos del melodrama de corazón blando, los films aquí examinados se juegan por el apuntalamiento de una relación cercana a la convivencia tradicional, con vistas a poner de manifiesto esa clásica dialéctica de la oposición, esperando que la perversión posterior a ese puntapié idílico golpee más duro en la psiquis del espectador (un recurso retórico que actualmente está en desuso -aun en el mismo terror- gracias a la cobardía omnipresente y su liturgia ATP). La puesta en escena de la pulsión de muerte, reconvertida en una atracción que tiende a fagocitarse a la contraparte, está al servicio de un compartir fallido homologado a la petrificación, ese afán de cercenar los detalles nocivos del objeto del deseo para que cuadre con nuestro ideal (hoy sublimado a su vez de una manera brutal, léase el destruir el cuerpo para impedir el final del “affaire”).
Como en la variedad está el gusto, las herramientas utilizadas para esta suerte de autopsia del placer esclavo cambian según el opus: The Beguiled se sumerge de lleno en el campo del odio bélico para metamorfosearlo en una debacle personal, Misery vuelca la admiración al terreno de la sobrevida agridulce y Boxing Helena hace lo propio con una fascinación que deja paso al esquema onírico. El nexo entre ambos extremos es el castigo de base sensual, uno que despierta verdadero dolor ya que se deriva de un desarrollo de personajes preciso y visceral, de una enorme valentía. Sinceramente se extrañan películas de esta envergadura, capaces de encausar las sorpresas de la progresión dramática hacia la utopía del sometimiento absoluto, en la que la maldad constituye el mayor acto de anarquía porque implica la renuncia a la perfección exterior, con el coletazo de la cosificación de la pareja…
The Beguiled (Estados Unidos, 1971)
Dirección: Don Siegel. Guión: Albert Maltz y Irene Kamp. Elenco: Clint Eastwood, Geraldine Page, Elizabeth Hartman, Jo Ann Harris, Darleen Carr, Mae Mercer, Pamelyn Ferdin, Melody Thomas Scott, Peggy Drier, Patricia Mattick. Producción: Don Siegel. Duración: 105 minutos.
Misery (Estados Unidos, 1990)
Dirección: Rob Reiner. Guión: William Goldman. Elenco: James Caan, Kathy Bates, Richard Farnsworth, Frances Sternhagen, Lauren Bacall, Graham Jarvis, Jerry Potter, Thomas Brunelle, June Christopher, Julie Payne. Producción: Rob Reiner y Andrew Scheinman. Duración: 107 minutos.
Boxing Helena (Estados Unidos, 1993)
Dirección y Guión: Jennifer Chambers Lynch. Elenco: Julian Sands, Sherilyn Fenn, Bill Paxton, Kurtwood Smith, Art Garfunkel, Betsy Clark, Nicolette Scorsese, Meg Register, Bryan Smith, Marla Levine. Producción: Philippe Caland y Carl Mazzocone. Duración: 107 minutos.