Memento Mori, de Depeche Mode

Truculencias líricas deliciosas

Por Emiliano Fernández

Depeche Mode, nacidos en 1980 bajo el nombre de Composition of Sound, es una de esas bandas electrónicas en las que la dinámica interna está completamente subordinada al rol específico de cada integrante, así Dave Gahan es el cantante, Martin Gore el guitarrista, tecladista y principal compositor y Andy Fletcher oficiaba de manager y bajista ocasional del grupo, alineación estable a la que debemos sumar la participación de Vince Clarke en un único disco, tecladista y breve compositor de cabecera, y del inefable Alan Wilder, un pianista/ baterista que tomó la posta del anterior y se encargó del grueso de los arreglos y programaciones durante la fase más productiva y fascinante de la agrupación, entre mediados de los 80 y principios de la década siguiente. La personalidad de la banda ha sido tan potente e imperecedera a lo largo de los años que uno no puede más que admirar la coherencia de una propuesta estética y conceptual que fue metamorfoseándose desde el pop bailable adolescente hacia una solemnidad techno que resulta en igual medida misteriosa, macabra y apabullante, siempre con un pie en el glam rock más autoconsciente y el otro en los sintetizadores de Kraftwerk y de la Trilogía Berlinesa de David Bowie, esa de Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979). A pesar de que los señores jamás fueron tan experimentales como otros “padrinos espirituales” varios de la talla de Brian Eno de Roxy Music, Prince, Suicide, Iggy Pop, Ron Mael de Sparks, The Velvet Underground y Cabaret Voltaire, siempre lo compensaron con una actitud aguerrida y una selección de canciones magistrales que fueron entregando trabajo a trabajo, con las que conquistaron en simultáneo al público bobalicón del pop radio friendly y a las legiones de rockeros que en el enjambre musical ochentoso se sentían desencantados con los dinosaurios de los 60 y 70, ya transformados en empresas destinadas fundamentalmente a facturar, y con el trasfondo pueril, inofensivo o muy vacuo de la música masiva de entonces. Depeche Mode ha sabido sobrevivir a las modas y las múltiples crisis de la celebridad, los excesos y el dinerillo a montones, conglomerado de tentaciones que mataron a muchos artistas desprevenidos o con un temperamento frágil, y ello no hace más que ennoblecer la idiosincrasia oscura de la banda y dejarnos todo servido para repasar sucintamente el largo derrotero que los condujo a su último álbum de estudio.

 

Speak & Spell (1981), el disco debut, siempre dará testimonio del hecho de que Depeche Mode fue en sus comienzos un proyecto del inquieto Clarke y precisamente por ello se mueve en sintonía con lo hecho por el señor en sus otras aventuras como compositor y mandamás absoluto de cada formación, hablamos por supuesto de Yazoo, The Assembly y Erasure, lo que por cierto no debe hacernos olvidar que si bien el tono light y dance de las composiciones del primer álbum puede espantar a muchos fans posteriores, algo que responde a la sensibilidad electropop de Vince y de buena parte de la new wave de la época, el repertorio de Speak & Spell cuenta con una frescura y/ o efervescencia que no posee nada de lo realizado por Clarke a futuro con la honrosa salvedad de Yazoo, aquel dúo de un insólito synth-pop soulero con la contralto Alison Moyet que parió dos placas memorables, Upstairs at Eric’s (1982) y You and Me Both (1983). Ese post punk sintetizado y con una sensibilidad bailable a flor de piel del año anterior desaparece por completo en A Broken Frame (1982), ahora con Clarke marchándose para fundar Yazoo y con Gore pasando a controlar la banda por la sencilla razón de que era el único con la capacidad de componer canciones, como lo certifican Tora! Tora! Tora! y el instrumental Big Muff, ambas del debut, así las cosas el amigo Martin construye un digno álbum de transición hacia el nihilismo, la melancolía, el erotismo y las meditaciones espirituales que convertirían al grupo en cabeza de la dark wave, de hecho la variante gótica y meditabunda de la new wave de entonces y una categoría que pretendía despegar a colectivos apuntalados en sintetizadores, como Eurythmics, Soft Cell, The Human League, New Order y Orchestral Manoeuvres in the Dark, de bandas más abiertamente rockeras en línea con Siouxsie and the Banshees, The Cure, Bauhaus, Magazine, The Sisters of Mercy y Joy Division. Depeche sorprende a propios y extraños por la madurez profesional del adictivo Construction Time Again (1983) y sobre todo por la utilización de sampleos y el mítico Synclavier, un proto sintetizador con el que el flamante miembro y “director musical” del grupo, Wilder, definitivamente se enamoró desde el comienzo, logrando composiciones que van desde el dance lúgubre y el electropop ultra intenso a la música industrial y esos collages post punk disimulados mediante el generoso eco de los años 80, amén de truquillos adicionales como levantar las voces al máximo y jugar con la accesibilidad/ sustrato melodioso de los estribillos, casi siempre deprimentes o pesimistas.

 

Si bien el entrañable -y por momentos hilarante- enamoramiento con el Synclavier aún está en primer plano, instrumento que sería exprimido al extremo por Frank Zappa en álbumes como Thing-Fish (1984), Francesco Zappa (1984), Jazz from Hell (1986) y el doble póstumo Civilization Phaze III (1994), Some Great Reward (1984) es sin duda alguna la primera obra maestra de los ingleses porque por fin logran redondear una colección magnífica de canciones que combinan el synth-pop rimbombante del período con pinceladas de post punk edulcorado y una clara influencia del dream pop y aquella ethereal wave, propia de bandas como Cocteau Twins, Dead Can Dance y This Mortal Coil, en las baladas y/ o temas más reposados que Gore siempre se reserva para sí mismo, dando por resultado un popurrí de epopeyas sonoras esquizofrénicas que adoran autosubdividirse en movimientos que van de menor a mayor y luego se repliegan de repente hacia la tranquilidad cuasi ambient del inicio. Black Celebration (1986), segunda obra maestra del grupo, inaugura una estrategia artística que Depeche Mode reproduciría sistemáticamente a futuro en materia de profundizar una tendencia previa para reconducirla hacia sus últimas consecuencias, precisamente por ello el disco que nos ocupa puede leerse como una versión hiper dark y mucho más coherente de Some Great Reward en la que las composiciones y la desolación de las letras ya no son en parte fagocitadas por los sampleos, las programaciones, los efectos ochentosos y las capas de eco, todos elementos que desde ya continúan diciendo presente pero alcanzando un balance que le escapa al acervo musical más comercial/ cutre de la época y enaltece la majestuosidad de las canciones de Gore, quien ya venía cantando desde Any Second Now (Voices), de Speak & Spell, aunque ahora interviene en más de la mitad del disco e incluso se podría aseverar que en la memoria melómana llega a desplazar del centro de la escena al mismísimo frontman, Gahan, el cual asimismo se acopla de manera brillante al proyecto con vocalizaciones que amplifican sustancialmente lo que tiene para ofrecer frente al micrófono.

 

La sociedad con Daniel Miller, el productor de todos los discos de la banda hasta este punto, se viene abajo con Music for the Masses (1987), por ello las personalidades muy fuertes de los miembros del grupo llegan a un acuerdo en eso de elegir a David Bascombe como reemplazo inmediato y eventualmente efímero, planteo que deriva en otra joya esplendorosa de la dark wave que por un lado profetiza desde el título el resultado comercial de la aventura, ya llegando a conquistar el grueso de los charts del planeta, y por el otro lado metamorfosea el fatalismo del álbum anterior en la primera odisea verdaderamente contemplativa y autorreflexiva de Depeche, aquí curiosamente atrapados en la paradoja de comenzar a hartarse del acoso de la fama justo en el momento de una masividad in crescendo que se les escapa por completo de las manos y los conduce hacia una decadencia elegante, sostenida en los sublimes arreglos de Wilder. De los diversos discos en vivo de los británicos el único fundamental es 101 (1989), registro doble de la mejor etapa en directo de la banda a través del tramo final del Music for the Masses Tour (1987-1988) y específicamente el show del 18 de junio de 1988 en el Rose Bowl de Pasadena, en California, excusa además para el documental Depeche Mode: 101 (1989), film que incorporó la energía contagiosa de los admiradores y fue dirigido por D.A. Pennebaker con la colaboración de su esposa Chris Hegedus y el asistente David Dawkins, en sí un legendario especialista en el rubro rockero como lo demuestran Bob Dylan: Don’t Look Back (1967), Monterey Pop (1968), John Lennon and the Plastic Ono Band: Sweet Toronto (1971) y Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1979), aquella concert movie que puso en imágenes el último recital de 1973 del querido Bowie como Ziggy Stardust. En ocasión del extraordinario Violator (1990), primero de los dos trabajos del colectivo con Mark Ellis alias Flood como productor, no sólo se da un salto gigantesco en popularidad, todo a tracción de hits mundiales como Personal Jesus, Enjoy the Silence, World in My Eyes y Policy of Truth, sino que a nivel creativo comienzan a operar dos compulsiones muy marcadas dentro de la banda, en primera instancia una tendencia hacia el minimalismo, esquema que implica el reemplazo de los sintetizadores pomposos de los 80 por los beats y mantras hiphoperos y muy cerebrales de los 90, y en segundo lugar una atracción más o menos solapada hacia la estructura compositiva y la intensidad del rock, macro género aquí estrechamente vinculado a la escena alternativa naciente y todavía leído desde lo espiritual/ lejano, en este sentido pensemos que la placa respeta el “synth-pop para estadios” de Black Celebration y Music for the Masses aunque lo hace más sutil o más cercano al dance digital del primer software para estudios profesionales y computadoras hogareñas, de allí mismo se entiende la revolución desencadenada por Violator y la honda crisis que generó en la banda en lo inmediato, la cual claramente se autopercibía como incapaz de superar semejante techo creativo o bola de nieve comercial.

 

Más allá de la colección de anécdotas que sobrevolaron al Songs of Faith and Devotion (1993) desde su génesis hasta los años inmediatos posteriores, como por ejemplo el colapso mental de Fletcher, el pico del alcoholismo de Gore, la sensación de “no reconocimiento” suficiente que arrastraba Wilder y la adicción a la cocaína y la heroína de Gahan, con arrestos, intentos de suicidio, experiencias casi mortales y rehabilitaciones de por medio, lo cierto es que el estupendo álbum ya cierra definitivamente la fase de gloria incuestionable de Depeche y constituye la última obra maestra al hilo dentro de esta pentalogía de oro que también incluyó a Some Great Reward, Black Celebration, Music for the Masses y Violator, ahora exacerbando el discurso de siempre sobre la espiritualidad maltrecha, quizás más autosacrificial y deseosa de redención que nunca, y empardando la dimensión sonora a una mixtura bizarra pero armoniosa de grunge, dream pop, gospel, rock industrial, post punk y el electropop modelo dark wave del pasado. La salida por lo bajo de Flood y especialmente de Wilder en 1995, quien por cierto comenzaría a privilegiar lo que nació como un proyecto experimental paralelo, Recoil, dejó al siempre polémico Ultra (1997) en manos del productor Tim Simenon, quien no tuvo mejor idea que reencauzar la banda hacia regiones ya transitadas, aquí sobre todo la pata rockera industrial, y reemplazar los arreglos celestiales de Wilder con pinceladas orquestales, guitarras en primer plano y muchas programaciones triphoperas que a veces parecen una copia poco lúcida -o poco inspirada, en piloto automático- de lo realizado en la época por gente como Massive Attack, Portishead y Tricky, jugada que genera un disco con muy buenas canciones mal producidas y una situación contradictoria porque Depeche aquí parece reversionar temas inéditos de Nine Inch Nails desde un conservadurismo que, por ejemplo, no estaba para nada presente en Outside (1995) y Earthling (1997), trabajos de Bowie asimismo muy influenciados por Trent Reznor y compañía. En esta oportunidad producido por Mark Bell de LFO, aquel dúo electrónico con Gez Varley, Exciter (2001) abre la etapa neoclasicista de los ingleses y lleva adelante un intento apenas potable en pos de incorporar de manera más armoniosa el trip hop de Ultra, hoy con beats semejantes a las hojitas de afeitar de 100th Window (2003), de Massive Attack, mientras el asunto se amalgama con chispazos automatizados de ambient, krautrock, dream pop y ese techno otrora futurista de Violator, no obstante los temas de Gore tampoco ayudan demasiado y sin proponérselo subrayan una sequía creativa que se tiende a maquillar mediante un enfoque musical que podría definirse como minimalista y desprovisto de verdadera inventiva valiosa.

 

Último disco realmente interesante en mucho tiempo, Playing the Angel (2005) incluye las primeras composiciones para Depeche de un Gahan que sigue el ejemplo de Gore, así con el correr de los años tendríamos dos álbumes solistas de este último, los muy accesorios Counterfeit² (2003), un disco de covers, y MG (2015), una colección de instrumentales electrónicos, y la friolera de cinco placas de parte del inefable Dave, dos olvidables en solitario, Paper Monsters (2003) y Hourglass (2007), y tres con el dúo rockero intrascendente Soulsavers, compuesto por Ian Glover y Rich Machin, léase The Light the Dead See (2012), Angels & Ghosts (2015) e Imposter (2021), este último otro surtido de covers, sin embargo la anomalía colaborativa de este primer período de independencia de los miembros del colectivo resulta mucho mejor que Exciter por la sencilla razón de que optan por un enfoque sonoro más crudo/ menos ornamental y por una partición bien explícita y eficaz, la primera mitad jugando con el synth-pop blueseado modelo Songs of Faith and Devotion y la segunda decidiéndose por una actualización de la faceta más apacible de lo hecho durante los “años Synclavier” de Construction Time Again, Some Great Reward y Black Celebration. En términos prácticos la segunda de la errática trilogía de discos con Ben Hillier en la silla del productor, Sounds of the Universe (2009) por momentos parece seguir la senda del álbum previo, precisamente apostando por arreglos rockeros tradicionales y algunos hasta disonantes, y en otras ocasiones derrapa en la ciclotimia de querer redondear una especie de art pop de base dance, baladística o triphopera, pronto terminando en una sobreproducción que no le hace justicia a las canciones de un Gore ya veterano que saca a relucir su oficio aunque no su maestría, panorama semejante al de Ultra pero ahora con temas no tan inspirados como aquellos y encima sostenidos en una producción menos imaginativa. Lo tan temido finalmente ocurre en Delta Machine (2013), sin duda alguna el peor disco de la banda y en esencia una placa que parece duplicar a nivel artístico los horribles padecimientos de salud de Gahan de 2009, esos que incluyeron un desgarro en la pantorrilla, una fuerte lesión en las cuerdas vocales que le afectó permanentemente el canto y un tumor maligno en la vejiga que por suerte pudo ser extirpado, pesadillescos tratamientos posteriores contra el cáncer incluidos, por ello la placa tiene mucho de excusa para seguir en el ruedo y poco y nada del típico disco inconformista de Depeche, aquí cayendo sin cesar en el tedio, la mediocridad compositiva y un automatismo que acentúa el hecho de que ya pasó la fecha de vencimiento de la pretendida rusticidad/ frescura de Hillier al mando de las consolas del estudio.

 

Cuando todo parecía perdido el ansiado renacimiento se produce de la mano de James Ford, el flamante productor, y de Spirit (2017), disco que recupera la mejor versión de los británicos y pone en evidencia su desprecio hacia la nueva derecha payasesca, fascista, hambreadora y represora del nuevo milenio, en esta oportunidad coqueteando con ganas con el techno ochentoso de los comienzos y ofreciendo un repertorio heterogéneo que sabe saltar del pop barroco, el trip hop y el blues sintetizado al rock industrial, el dub y el synth-pop de estadios, sin olvidarnos de arreglos mucho más armoniosos que saben evitar tanto la desnudez expresiva como aquel marco sónico inflado reciente que llevó al empalagamiento y a la falta de honestidad. Ya sin Fletcher, fallecido por una disección aórtica en 2022, y con un Ford cada vez más solicitado, señor que supo colaborar con Pet Shop Boys, Arctic Monkeys, Florence and the Machine, Blur, The Last Shadow Puppets, Klaxons, Peaches, Fontaines D.C., Haim, Kylie Minogue, Gorillaz y Beth Gibbons de Portishead, entre muchos otros artistas, el exquisito Memento Mori (2023) nos regresa en partes iguales a la dark wave de los inicios y los planteos rockeros/ industriales de Songs of Faith and Devotion y Playing the Angel, mejorando incluso lo realizado en Spirit ya que logra transmitir la sensación de una reciprocidad creativa hasta ahora ausente entre Gore y Gahan, dúo que primero se abre a una más que importante participación de Richard Butler en cuatro canciones, el cantante y letrista de la agrupación post punk, new wave y art rock The Psychedelic Furs, y segundo explora de manera sistemática la idea de la propia mortalidad y la del prójimo, concepto apuntalado en el óbito de Fletcher, la pandemia del coronavirus (2020-2023), la invasión rusa sobre Ucrania de 2022, el conflicto entre Hamás o Movimiento de Resistencia Islámica y el enclave igualmente terrorista de Israel, desde 2023 en adelante, y finalmente los desastres que se acumulan en todas partes por el cambio climático y el rol destructivo del ser humano en el planeta.

 

Desde un mantra dream pop intoxicante, un beat espaciado y tétrico a lo trip hop y una guitarra distorsionada símil Playing the Angel que pronto queda tapada por capas y capas de teclados, My Cosmos Is Mine, la genial apertura firmada por Gore, recupera uno de sus motivos letrísticos preferidos, el aislamiento defensivo del sujeto vía un “santuario” particular del alma frente a un mundo que dispara el calvario que los versos del maravilloso puente -por cierto, cantado a dos voces por Gahan y el compositor de cabecera- describen de un modo muy preciso, hablamos de las guerras, el miedo, la lluvia, las nubes, el dolor, las mortajas, los últimos suspiros y todas esas muertes sin sentido. Wagging Tongue constituye la síntesis perfecta de la propuesta sonora de Memento Mori, por un lado la accesibilidad del new romantic bien melodramático y lúgubre circa Black Celebration o Music for the Masses o Violator y por el otro lado el costado rockero e industrial que los marcó en gran medida desde los años 90 hasta el presente, ahora vía una canción cuya autoría pertenece a los dos miembros de Depeche -ambos, además, entonando el estribillo- y gira alrededor de una metáfora muy poderosa, el hecho de “ver morir a otro ángel”, en sí un pretexto para pensar en simultáneo el morbo del Siglo XXI, léase esa tendencia a privilegiar el impacto por sobre el conocimiento o saber, y la impotencia cultural, en este caso apuntando a una apatía masiva que tantas veces tiene más que ver con el desconcierto o la simple estupidez que con el derrotismo o una modorra lobotomizada por el poder capitalista, éste en la letra a su vez sinónimo de mentiras, demagogia, división, secretos sucios, corporativismo e intentos repetidos de silenciamiento de las voces opositoras. Gahan y Gore vuelven a encargarse del estribillo en ocasión de Ghosts Again, la primera de tres composiciones al hilo de Martin y el líder de The Psychedelic Furs, un tema hermoso que sigue la veta melodiosa del anterior y en parte recuerda a Suffer Well o Precious, los himnos de Playing the Angel, mientras el insomnio del narrador pronto deja paso a la idea de que “seremos fantasmas otra vez”, de hecho reforzando la fijación mortuoria del álbum aunque también dejando un mínimo espacio para la esperanza entre el amor desperdiciado, las lágrimas y despedidas, una fe atávica, lo efímero de la vida y sobre todo su falta de sentido último, crucial.

 

Don’t Say You Love Me, tracción a una referencia a It’s No Good de Ultra, funciona como una reformulación del sustrato bluesero de la banda que nace en Songs of Faith and Devotion, aunque en aquella ocasión más vinculado al gospel y el soul, y luego muta en las interpretaciones mucho más literales de Delta Machine y el inmediatamente previo Spirit, aquí jugando con una relectura entre orquestal y rockera industrial muy predispuesta al discurso del afecto astillado y los reproches a raíz de la ausencia de verdadero amor en la pareja, cariño tanto pasado como futuro hermanado a arcanos, promesas rotas, fantasías, coartadas varias y un posible suicidio/ asesinato ulterior, planteo que a la postre se la pasa reforzando dos conceptos que siempre le interesaron a Gore en materia de sus crónicas amargas del corazón, primero la intercambiabilidad de los roles del dominante y el dominado y segundo la complementariedad, precisamente, que se deriva de semejante situación, siempre con un amante controlando al otro hasta que el mundo vuelve a ponerse patas para arriba y surge la esperable venganza. Cruza no tan imposible entre The Velvet Underground, Joy Division, Bauhaus y Public Image Ltd., My Favourite Stranger retoma el post punk más crudo y cuasi funkeado que los ingleses cultivaron en algunos pasajes de sus discos del nuevo milenio con vistas a ofrecer su versión del primer pop gótico y el primer art rock, lo que genera una burbuja temporal inmaculada que desconoce el paso del tiempo y opta por recuperar un motivo muy trabajado por el avant-garde de los 70 y 80, la esquizofrenia, hoy por hoy mediante un narrador que hace gala de su psicopatía -o cuanto menos, trastorno bipolar o ciclotimia- comentándonos cómo una especie de doppelgänger muy malvado, “mi extraño favorito” del título, lo sabotea una y otra vez poniendo en su boca palabras ajenas, robando su sombra, parándose delante del espejo, inmiscuyéndose en sus sueños, acompañándolo a todas partes e incluso matando en su nombre símil aquel Hyde de El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886), famosa novela gótica del británico Robert Louis Stevenson.

 

Llega el momento de la balada dreampopera de Gore y Soul with Me es un ejemplo supremo de esta subcategoría tan gratificante del repertorio de Depeche Mode, suerte de secuela más amable/ menos pesadillesca de My Cosmos Is Mine ya que la letra nos invita a dejar atrás los problemas individuales y los desastres del mundo para -desde el típico solipsismo de Martin en modalidad ethereal wave- trepar hacia esa bóveda celeste donde viven y vuelan los ángeles, las preocupaciones no existen y podemos ver la belleza del otoño desde unas alturas que de todos modos no abandonan el fetiche macabro porque aquí las “jaulas terrenales” del alma se intercambian por unas “escaleras doradas” que, una vez más, implican el óbito del cantante. Entre referencias aisladas a Clean, de Violator, la canción homónima de Station to Station (1976), de Bowie, y la recordada Needles and Pins de Meet The Searchers (1963), versión norteamericana del debut del cuarteto inglés The Searchers, Caroline’s Monkey, la última composición de Gore y Butler, es un tema synth-pop que no tiene ningún problema a la hora de explicitar la influencia de Lou Reed en forma y contenido, nos referimos en primer lugar a la costumbre del neoyorquino de titular los temas con nombres propios, algo que a veces -como aquí mismo, de hecho- iba acompañado de versos que tomaban al título como un latiguillo o leitmotiv, y en segunda instancia a la obsesión del mandamás de The Velvet Underground con sus problemas con las drogas, temática que muta en la fragilidad corporal/ psicológica y el síndrome de abstinencia o “mono” de una muchacha llamada Caroline, quien sufre, suda, se retuerce, siente frío y llora mientras trata de desintoxicarse y se repite a sí misma que “desvanecerse es mejor que fallar/ caer es mejor que sentir/ plegarse es mejor que perder/ reparar es mejor que curar/ por lo menos a veces”. Before We Drown, canción compuesta por el vocalista y dos de sus socios recurrentes en muchos temas de antaño, Christian Eigner y Peter Gordeno, este último el tecladista oficial de Depeche en vivo desde 1998 en plan de reemplazar a Wilder con un buen sesionista, es una aventura electropop muy funky y a priori sensual que versa acerca de una pareja ya distante/ en proceso de implosión y proclive a “ahogarse” en el mar de los corazones adoloridos por no poder avanzar o siquiera mantenerse en pie sin caerse de repente, sobresaliendo en especial un break instrumental portentoso en el último tramo que no tiene nada que envidiarle a Cocteau Twins o al shoegaze hipnótico de My Bloody Valentine circa Loveless (1991).

 

Primera de tres canciones seguidas craneadas por Gore en solitario, People Are Good nos retrotrae musicalmente a discos superlativos como Music for the Masses y Violator, vía programaciones estupendas y elegantes, y discursivamente al trabajo previo, Spirit, en especial por el sarcasmo o burlas políticas implícitas para con el grueso de la humanidad contemporánea, cada día más idiota y conservadora y por ello llevando a Martin a “continuar engañándose” sobre la pretendida bondad de la gente y el hecho de que hacen lo que pueden, están sufriendo por dentro, ya no tienen paciencia, en el fondo rebosan amor y en suma no ventilan su desinterés por el prójimo y no quisieron decir eso que efectivamente dijeron en la calle o en las urnas, cuando en realidad son unos masoquistas o ilusos que se identifican con los oligarcas y las mentiras de los mass media, se tropiezan mil veces con la misma piedra y recurren al odio contra el inocente sin reclamar un castigo contra el verdadero culpable, el parásito promedio que desde el empresariado, la banca financiera o el Estado les carcome la vida. Regreso espiritual a la pata más minimalista de Ultra y Exciter, Always You es un bello tema que sigue la línea de aislamiento protector de My Cosmos Is Mine y Soul with Me aunque ahora reposicionándola en lo romántico idealista y en flamantes dardos contra la sociedad del Siglo XXI, donde “la realidad está rota”, “reina la locura” y “no existe tierra firme” porque la dialéctica mitómana y manipuladora de la posverdad decreta que “no hay más hechos” y sólo importan los sentimientos más caprichosos, absurdos, delirantes y/ o infantiles, frente a lo cual la pareja amada se transforma en un refugio de sabiduría y sensatez que mantiene al espíritu respirando y nos insta a seguir creyendo en un futuro mejor.

 

Con una base rítmica cercana al big beat de The Chemical Brothers, Fatboy Slim y The Prodigy y más guitarras furiosas en sintonía con la primera mitad de Playing the Angel, Never Let Me Go desparrama también capas de sintetizadores que sostienen una letra homologada al existencialismo sombrío de siempre de Gore, en la canción que nos ocupa indagando en el hedonismo compensatorio, la aleatoriedad de la vida, la incertidumbre cotidiana, el sadomasoquismo, lo fugaz de cada instante, los anhelos autoimpuestos, la eterna desconfianza que inspiran nuestros sentidos y por supuesto esa clásica voluptuosidad amatoria que reclama pasión y desenfreno, hoy comparada con “balizas brillando tan intensamente como estrellas en la oscuridad para los amantes nocturnos”. Speak to Me, punto final del álbum compuesto por Gahan y Eigner más el productor Ford y la ingeniera italiana de sonido Marta Salogni, resulta sin duda una de las mejores canciones del vocalista porque sabe combinar el ambient épico de los soundtracks de gente como Tangerine Dream y Evangelos Odysseas Papathanassiou alias Vangelis con un desenlace apocalíptico in crescendo a lo A Day in the Life, el célebre cierre a cargo de Lennon de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), de The Beatles, aquí adoptando la forma de un monólogo que retoma la esquizofrenia de My Favourite Stranger a través de una falsa conversación del narrador con un tercero asimismo apócrifo que es él mismo, núcleo conceptual que sirve de excusa para remarcar la necesidad de pedir ayuda a tiempo y la propensión de los sujetos a sabotearse símil pulsión de muerte que reclama a gritos volver al vacío primordial, ese prenatal del que venimos y al que nos dirigimos poco a poco, día a día, amén de una escena en general que los versos pintan de un modo bastante explícito y claramente reenvía al infarto de Gahan de 1993 en Nueva Orleans, justo arriba de un escenario, a su intento de suicidio de 1995, cuando se cortó ambas muñecas, y a su sobredosis de 1996 en el Sunset Marquis Hotel de Los Ángeles, episodio en el que su corazón literalmente se detuvo durante la friolera de dos minutos y luego volvió al ruedo gracias a la intervención urgente de unos paramédicos.

 

Así como la conexión entre Memento Mori, frase latina que equivale al adagio “recuerda que morirás”, y la espiritualidad atribulada y extremadamente rigurosa de Songs of Faith and Devotion y Playing the Angel no es fruto del azar, como señalábamos más arriba un planteo hermanado a la catarata de debacles que nos regala el ecosistema humano de hoy en día, el último disco de Depeche Mode recupera en términos musicales la astucia en arreglos y presentación general de Spirit, de por sí una obra muy equilibrada entre el minimalismo y el maximalismo de la banda, y al mismo tiempo sustituye aquel discurso político de barricada por uno más introspectivo aunque igual de nihilista e inteligente, quizás en cierta medida más “natural” dentro de la trayectoria e idiosincrasia de los británicos, sin embargo tampoco podemos pasar por alto el hecho de que desde la placa de quiebre de 1993 los señores vienen ensayando temáticas mundanas y profundamente adultas/ comprometidas con la realidad si las comparamos con las abstracciones más juveniles de la etapa previa, la de la década del 80. Memento Mori, en este sentido, es el mejor disco del grupo del nuevo milenio y un trabajo en verdad fascinante ya que cualquier otro colectivo musical del presente o futuro inmediato -sea rockero, industrial o electropop- caería con facilidad en lo insoportable o burdo si se propusiese materializar prácticamente todo un disco en torno a la parca, sus truculencias líricas deliciosas y correlatos en la existencia cotidiana, no obstante el dúo de Gore y Gahan no sólo sale airoso de tamaña misión, una que como aseverábamos con anterioridad se siente sincera según los parámetros melancólicos y taciturnos de siempre de la agrupación, sino que además logra repensar dicha temática en función de distintas variantes, como por ejemplo la soledad, las drogas, el amor alicaído, la celeridad del tiempo, la efervescencia sexual, el marxismo, lo fantasmal apesadumbrado de algunas conductas de autosabotaje y el esquema simbólico hoy dominante del voyeurismo morboso, la abulia ideológica y la imbecilidad de unas mayorías y una industria cultural a las que les resulta más fácil concebir el fin del mundo que exigir un cambio para mejor -igualdad y justicia de por medio- en este capitalismo globalizado y horrendo que nos rodea.

 

Memento Mori, de Depeche Mode (2023)

Tracks:

  1. My Cosmos Is Mine
  2. Wagging Tongue
  3. Ghosts Again
  4. Don’t Say You Love Me
  5. My Favourite Stranger
  6. Soul with Me
  7. Caroline’s Monkey
  8. Before We Drown
  9. People Are Good
  10. Always You
  11. Never Let Me Go
  12. Speak to Me