Back to Black

Turbulencia emocional

Por Emiliano Fernández

El breve paso por este mundo de la cantante británica Amy Winehouse, fallecida en 2011 por una enorme ingesta de alcohol a los 27 años, justo la misma edad en la que murieron Jimi Hendrix, Brian Jones de The Rolling Stones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison de The Doors, y su diminuta carrera musical, en esencia condensada en sus dos álbumes de estudio, el correcto Frank (2003) y la obra maestra Back to Black (2006), sirvieron para reforzar dos situaciones que a la distancia se hacen más que evidentes: la sinceridad de la chica, una fanática del jazz que empezó trabajando con el productor Salaam Remi para luego abrirse paso hacia el neo soul de la mano de Mark Ronson, chocaba a principios del Siglo XXI con la cultura mainstream de los reality shows musicales en la tradición de Pop Idol (2001-2003) y su versión norteamericana, American Idol (2002-2024), programas televisivos que hacían un espectáculo de la hipocresía y del sustrato anodino de la música chatarra de compositores, productores y ejecutantes intercambiables o quizás fantasmas, sin embargo su éxito repentino y planetario a partir del lanzamiento de la monumental Rehab, aquel primer corte de difusión del Back to Black, puso en evidencia no sólo el rechazo de cierto público al arte prefabricado baladí sino también la vigencia de un antiguo estereotipo del rock y de la locura alrededor de la celebridad y la fama, hablamos por supuesto de la prensa, los admiradores y el círculo cercano de turno como un puñado de catalizadores de una espiral autodestructiva cuando el artista no puede o no sabe sobrellevar este estado de cosas, lo que hace que la estampita venerada se transforme en un ser humano vulnerable incapaz de lidiar con las presiones del acoso mediático y de una estructura de explotación económica montada sobre su espalda. Dicho y hecho, los verdugos de Winehouse fueron señalados con nombre y apellido en el excelente documental póstumo del cineasta inglés Asif Kapadia, Amy (2015), por un lado su ex marido Blake Fielder-Civil, un payaso que la introdujo en las drogas duras, y por el otro lado su padre Mitchell Winehouse y su manager Raye Cosbert, otros dos parásitos que la hicieron trabajar con la salud y la psiquis en crisis.

 

Desde que Kapadia repartió culpas en su film, por cierto obviando la participación en la debacle de la compañía discográfica de Winehouse, una Island Records bajo el control de esa Universal Music Group que financió Amy, además parte constituyente de una trilogía de biopics documentales del amigo Asif que se completa con Senna (2010) y Diego Maradona (2019), el progenitor de la muchacha ha venido amenazando con vengarse del retrato poco favorable en cuestión construyendo directamente una “biografía autorizada” -por más que el opus del 2015 contó con su colaboración inicial- aunque ahora en términos ficcionales/ hollywoodenses, de este modo Back to Black (2024), obra dirigida por Sam Taylor-Johnson y escrita por Matt Greenhalgh, respeta al pie de la letra tanto lo que uno podría esperar del séptimo arte industrial, léase un melodrama dulcificado con poco y nada de la peligrosidad y el caos de la vida real, como lo que uno podría esperar del impresentable de Mitchell, en pantalla un padre amoroso y siempre atento y en la realidad otro vividor más que en gran medida facilitó el triste desenlace, primero porque impidió que entrase en rehabilitación por su alcoholismo cuando en el ínterin entre Frank y Back to Black, momento en el que estaba muy deprimida debido a que Fielder-Civil había regresado con su novia anterior, aceptó sus ridículas promesas de mantenerse sobria de allí en más, segundo porque cuando en 2009 estaba disfrutando de unos meses de paz en Santa Lucía, en el Mar Caribe, el progenitor se apareció con un insólito equipo de filmación para armar un proyecto narcisista que eliminó la posibilidad de alejarse del hostigamiento de las cámaras y sirvió de excusa para terminar de reemplazar a las drogas duras de antaño con las bebidas espirituosas, esas mismas que terminarían matándola, y tercero porque junto a Cosbert, aquel manager chupasangre que sustituyó a Nick Shymanksy, un amigo que trabajaba para 19 Management del creador de American Idol, Simon Fuller, la hicieron girar incansablemente por el mundo durante cinco largos años presentando Back to Black hasta el escandaloso recital del 2011 en Belgrado, la capital de Serbia, donde para colmo fue obligada a actuar por sus propios guardaespaldas.

 

Si bien la película en líneas generales no pasa de ser un trabajo simpático y respetuoso que no le cambiará la vida a nadie, en simultáneo cayendo en la medianía de Rocketman (2019), opus de Dexter Fletcher sobre Elton John, y esquivando los bajos fondos de Bob Marley: One Love (2024), de Reinaldo Marcus Green, y Elvis (2022), de Baz Luhrmann, y las cúspides estilísticas del rubro rockero de Bohemian Rhapsody (2018), exitosísimo trabajo de Bryan Singer alrededor de Freddie Mercury y Queen, Back to Black por lo menos no ningunea al “elefante en la habitación” y se mete tanto con el carácter vehemente de la señorita, aparentemente sacado de su padre adúltero y taxista y de la madre de este último, esa abuela Cynthia que ofició de figura femenina a imitar porque su madre era un cero a la izquierda, Janis Seaton Winehouse, como con su personalidad autodestructiva, una que fue potenciada por su condición de celebridad internacional y que abarcó una colección de vertientes entrelazadas en sintonía con la bulimia, la promiscuidad, el trastorno bipolar, el masoquismo, la ira y las consabidas angustia y drogadicción, con la cocaína, el crack y la heroína concentrando las miradas y quemándole una a una sus neuronas, de allí la extensa espiral descendente de turbulencia emocional y conciertos en los que no quería cantar o se olvidaba de las letras o arremetía contra el público, amén del hecho de que la hicieron exprimir hasta el cansancio los temas del Back to Black sin dejarle un momento de reposo para componer cosillas nuevas en serio, de allí el trasfondo heterogéneo/ incoherente de Lioness: Hidden Treasures (2011), disco póstumo de canciones inéditas, covers y demos que pretende suplir la falta de un necesario “tercer movimiento” en la escueta carrera de Winehouse. La encargada de la tarea, Marisa Abela, sinceramente está bastante bien y a diferencia de Kingsley Ben-Adir, el elegido para interpretar al protagonista de Bob Marley: One Love, sí le pone corazón y garra al rol porque se lo toma como lo que realmente es, la oportunidad de saltar a la popularidad ya que sus papeles cinematográficos previos fueron pequeños y cubrieron las pobres Rogue Agent (2022), She Is Love (2022) y Barbie (2023).

 

Marisa no se conforma con actuar y “habita” a Amy llegando al extremo de copiarla en materia del canto, precisamente lo más difícil, no obstante queda un poco relegada frente a lo hecho por Jack O’Connell como Fielder-Civil, el magistral actor de Eden Lake (2008), de James Watkins, Starred Up (2013), de David Mackenzie, 71 (2014), de Yann Demange, Unbroken (2014), de Angelina Jolie, Money Monster (2016), de Jodie Foster, Trial by Fire (2018), de Edward Zwick, y la miniserie The North Water (2021), de Andrew Haigh. Eddie Marsan, como este Mitchell mentiroso y santificado, y Lesley Manville, en la anatomía de la nona Cynthia, acompañan con dignidad y se podría decir que la propuesta compensa un final apresurado digno de la idiotez hollywoodense, dando a entender que el masoquismo, la presión mediática y el abandono de Blake la llevaron a un cuasi suicidio etílico, a través de un interesante aprovechamiento dramático de la metamorfosis crucial de su trayectoria, la del jazz que se convierte en soul modelo Motown y la Pared de Sonido (Wall of Sound) de Phil Spector, así las cosas el eventual fallecimiento de una Cynthia fanática de Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Sarah Vaughan y Tony Bennett funciona como un péndulo que la lleva a los intereses del Fielder-Civil semi demonizado, aquellos girl groups de los 50 y 60 con The Ronettes y The Shangri-Las a la cabeza, la primera una banda en la que cantaba Ronnie Spector, gran modelo para el look de Winehouse y en especial su peinado colmena/ beehive, y el segundo colectivo funcionando de horizonte espiritual del Back to Black junto con The Blossoms, Martha and the Vandellas, The Crystals y otros clichés como Aretha Franklin, Ike & Tina Turner y Marvin Gaye. La memoria de Winehouse, a su vez la madre conceptual de Adele, Duffy y Lana Del Rey, halla la horma de su zapato en un Greenhalgh que había explorado la vida de Ian Curtis de Joy Division en Control (2007), de Anton Corbijn, y de John Lennon en Nowhere Boy (2009), su otra colaboración con una Taylor-Johnson que también filmó la olvidable A Million Little Pieces (2018) y la trasheada Fifty Shades of Grey (2015), dupla creativa que hoy evita el cataclismo aunque no logra brillar…

 

Back to Black (Estados Unidos/ Reino Unido/ Francia, 2024)

Dirección: Sam Taylor-Johnson. Guión: Matt Greenhalgh. Elenco: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville, Juliet Cowan, Bronson Webb, Harley Bird, Ansu Kabia, Sam Buchanan, Matilda Thorpe. Producción: Alison Owen, Debra Hayward y Nicky Kentish Barnes. Duración: 122 minutos.

Puntaje: 6