PJ Harvey, nacida Polly Jean Harvey, es uno de esos pocos artistas inclasificables que todavía quedan trabajando en el mainstream planetario del nuevo milenio, una creadora realmente única que ha sabido reinventarse de manera incansable a lo largo de los muchos años desde que empezase su carrera allá en las postrimerías de los 80 como guitarrista y saxofonista de la banda Automatic Dlamini, un colectivo hoy olvidado del que formaron parte futuros socios como John Parish y Rob Ellis. Esta vocación por la metamorfosis incesante por parte de Harvey, en consonancia con un gen que es posible hallar en otros especialistas de los cambios como David Bowie y The Beatles, tiene mucho que ver con la necesidad de no repetirse de disco a disco e ir transformando la imagen pública y habituando a la prensa y los admiradores a un movimiento que ya en la década del 90 constituía una mala palabra para la gran industria cultural y casi nunca era tolerado por el público rockero estándar y los periodistas, muy adeptos a tachar al intérprete de turno como carente de estilo propio o quizás hasta inmaduro, de ropajes intercambiables al paso sin un eje firme. Si bien sinceramente jamás gozó de la popularidad de otros monstruos sagrados de su época, la última en generar ídolos que abarcaban todas las clases sociales y rangos etarios, algo que por supuesto tiene que ver con el carácter enrevesado, desconcertante y de por sí agresivo de buena parte de su producción musical, PJ igualmente se ha ganado un lugar más que crucial en la escena rockera de culto gracias a una inconformidad pocas veces vista y esta misma costumbre de autosabotearse de la mejor manera posible, apostando a la novedad intrincada que llama a la reflexión y sobre todo a una escucha con paciencia y sin la pretendida instantaneidad que tanto reclama el capitalismo del Siglo XXI y que tanto mal le ha hecho a la otrora calidad del arte masivo, sin que realmente importe qué punto del mapamundi estemos señalando porque la crisis aludida cubre todo el globo.
El interesante debut de PJ, Dry (1992), por un lado está enmarcado en el grunge de la época de Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Stone Temple Pilots y Alice in Chains, además del indie y el noise previo de Dinosaur Jr., Sonic Youth, R.E.M. y Pixies, entre otras bandas, y por el otro lado supera a los géneros de turno incorporando la urgencia del blues, el post punk y sobre todo aquel cowpunk de Violent Femmes, Meat Puppets y los Social Distortion de Prison Bound (1988), Social Distortion (1990) y Somewhere Between Heaven and Hell (1992), en esencia un subgénero del punk que le escapaba al fundamentalismo y optaba por fetichizar al country, el folk y el mismo blues. Rid of Me (1993), un trabajo ampuloso por donde se lo mire que fue atractivo en su momento aunque no envejeció del todo bien, continúa el camino de power trío del disco previo, sustentado en Harvey en guitarra y voz, Ellis en batería y Steve Vaughan en bajo, pero ahora volcándose aún más hacia el contrapunto entre la tranquilidad depresiva y la ferocidad rockera en la tradición de Pixies, Sonic Youth y Nirvana, un rasgo que sería una de las marcas registradas de la inglesa a futuro junto con la estructuración esquizofrénica de las canciones y de las mismas letras, casi siempre acerca de almas torturadas y siguiendo los pasos de Patti Smith, Neil Young y Bob Dylan de manera muy literal, aquí llegando a incluir un cover de la gloriosa Highway 61 Revisited (1965), de Dylan. La primera colaboración con los productores Parish y Mark Ellis alias Flood, To Bring You My Love (1995), no sólo subraya la influencia de esos dos socios de peso sino que funciona como el primer volantazo musical importante de PJ luego de la separación de su banda estable, panorama que nos deja con un álbum heterogéneo y poderoso que combina las excentricidades de Tom Waits y Captain Beefheart con el post punk y el rock gótico de Siouxsie and the Banshees, The Cure y Nick Cave and the Bad Seeds, de todos modos nuevamente haciendo eje en el rock alternativo de los 90 y una filosofía punk que le guiña el ojo al blues, el folk y la música autóctona/ tradicional de Irlanda.
Después de un trabajo olvidable a dúo con Parish, Dance Hall at Louse Point (1996), que le sirvió a Harvey para seguir experimentando con las voces y con la arquitectura de las canciones y los arreglos a lo The Velvet Underground y Frank Zappa aunque sin nunca llegar ni remotamente a ese nivel de calidad, Is This Desire? (1998), coproducido por Flood y Marius De Vries, apuesta por un nuevo cambio sin abandonar la potencia bluesera/ noise y el enfoque art rock de siempre, lo que implica acercarse a una sensibilidad pop más mainstream e incorporar algunas pinceladas triphoperas sacadas del catálogo de moda de gente de la talla de Massive Attack, Portishead, Björk, Tricky y Lamb. Como cabía de esperar de una camaleona eterna como Harvey, el disfrutable Stories from the City, Stories from the Sea (2000) vuelve a poner el mundo patas para arriba porque la placa apuesta por un pop guitarrero que coquetea con la new wave, la escena alternativa y el soft rock, todo de la mano del descubrimiento del eco y de la estructura tradicional de composición, y que recuerda a Debbie Harry de Blondie y Chrissie Hynde de The Pretenders, entre otras divas más “amigables” que nuestra PJ promedio del pasado, presente y futuro. Uh Huh Her (2004) fue autoproducido por la artista abrazando el lo-fi más minimalista y grabado con ella tocando casi todos los instrumentos en la más absoluta soledad, perspectiva semejante a la de Animal Collective, el primer Beck o aquel monumental Something/ Anything? (1972), de Todd Rundgren, por ello no cuesta mucho leer a la placa como un repliegue a la seguridad freak del hogar y como una respuesta punk, a la vez madura y fascinante, contra la prolijidad de Stories from the City, Stories from the Sea, casi como si estuviésemos frente a una curiosa celebración de la intimidad y la brevedad contracultural cual imitación del “primal scream” detrás de Plastic Ono Band (1970), de John Lennon.
Contra todo pronóstico White Chalk (2007) deja de lado completamente el enfoque roquero clásico y se sumerge en un pop barroco y espectral, muy melodioso, que rejuvenece su obsesión estándar con los aspectos menos placenteros de la vida, las tragedias compulsivas y los amores que derivan en cataclismos, ahora un núcleo dependiente de un pianito que es tocado por Eric Drew Feldman y ella misma a pesar de no tener experiencia en el rubro, un signo más de la osadía artística y bien material/ mundana de la británica. A Woman a Man Walked By (2009), la segunda colaboración con Parish luego de Dance Hall at Louse Point, por suerte obvia la idiosincrasia áspera de aquel trabajo e incorpora pinceladas del minimalismo de Uh Huh Her y el pop atormentado de Is This Desire? y Stories from the City, Stories from the Sea, dando por resultado un disco vital que no sólo sobrepasa por mucho al previo sino que se ubica con facilidad entre las obras más extrañas en solitario de Harvey y entre las mejores de un Parish que supo colaborar con artistas tan diversos como Tracy Chapman, Goldfrapp, Aldous Harding, Sparklehorse, Dry Cleaning y M. Ward de She & Him, a su vez hermano de la actriz Sarah Parish y pareja durante la década del 80 de Maria Mochnacz, ésta a la postre la encargada de muchos videoclips y tapas de discos de PJ. Enmarcado en un discurso político furioso antichauvinista, antiimperialista y antibelicista, Let England Shake (2011) retoma el fetiche de antaño con la música folklórica de Irlanda, suma el insólito interés de Harvey por la autoarpa y para colmo encuentra a la artista cantando como si fuese una mixtura imposible de Janis Joplin, Marianne Faithfull y Joni Mitchell, así las cosas el disco ofrece una experiencia sonora apasionante en la que se amalgaman el pop de cámara, el rock alternativo, la psicodelia, el reggae y el folk de protesta dylaniano con la coyuntura de las campañas militares de rapiña de yanquilandia y el Reino Unido en Afganistán e Irak.
The Hope Six Demolition Project (2016) oficia de resumen de todas las vertientes trabajadas en el pasado por la inglesa, desde el indie bizarro y el rock/ noise bien aguerrido hasta el pop fatalista y el cowpunk empardado al folk y a algunos vuelcos musicales imprevistos a lo Bowie, ahora además jugando con muchos coros, un cuasi ambient y una bossa nova de impronta hipnótica y analizando el amplio espectro de injusticas sociales del Siglo XXI, cortesía del darwinismo social del mercado y la ausencia -o en muchos casos complicidad- del Estado capitalista posmoderno, gran garante de todos los atropellos. I Inside the Old Year Dying (2023), inspirado en un poema épico/ clasicista de su propia autoría, Orlam (2022), y producido por Rob Kirwan y una vez más sus dos colaboradores estables desde el lejano To Bring You My Love, Parish y Flood, recupera el trip hop de Is This Desire? y lo unifica con su interés de larga data para con el blues, el folk y el post punk con el claro objetivo de crear un álbum más introspectivo que Let England Shake y The Hope Six Demolition Project y en alguna medida similar al minimalismo de White Chalk, no obstante en I Inside the Old Year Dying al mismo tiempo termina la reconversión hacia la madurez de los dos trabajos discográficos anteriores ya que aquí no se abandonan los coros y las letras místicas, pesadillescas y socialmente/ ideológicamente cargadas de nihilismo.
La hermosa apertura del álbum, Prayer at the Gate, ofrece una mínima percusión cuasi triphopera pero tocada en vivo sobre la que deambulan teclados espectrales, la voz de Harvey imitando a Annie Lennox circa Diva (1992) y Medusa (1995) y unos versos misteriosos que exploran algunas temáticas favoritas de la artista como la infancia, el amor expectante, la religión, la necesidad de reinventarse -y autoanalizarse en pasado y futuro- y por supuesto la sombra de una guerra porque reaparecen los soldados y “la vida llama a las puertas de la muerte”. Autumn Term es otra de esas reinterpretaciones al paso del acervo compositivo exótico de genios como Captain Beefheart o Tom Waits aunque en versión bastante light y preciosista, aquí con PJ haciéndose coros a ella misma y tocando el piano mientras Parish aporta otra base de batería tranquila y la letra juega con imágenes sueltas de por un lado árboles, niebla y espinas, símbolo de la naturaleza sabia, y por el otro lado brujas, maldiciones y el mismísimo Infierno, representación de una tentación maligna para una muchacha joven y por demás susceptible a ser cooptada por una perversidad acechante mientras viaja en un autobús escolar que a su vez sube una colina símil película de horror. Cruza estándar de blues y folk dentro de la producción artística de Harvey, Lwonesome Tonight retrata una escena pastoril semejante a un picnic de despedida entre un par de amantes, por ello una Pepsi Fizz, unos sándwiches de maní y banana y muchas plantas y árboles, como por ejemplo helecho, haya, abedul, sauce, álamo y alerce, se combinan con la idealización del varón, Wyman/ Guerrero, por parte de la ninfa protagonista, Ira, quien le pregunta si es un “rey soldado”, un enviado de Dios o quizás Elvis reencarnado, excusa para que PJ cite las monumentales Love Me Tender (1956) y Are You Lonesome Tonight? (1960), dos de los grandes éxitos de Presley.
Seem an I empieza a cappella y luego muta en una canción sesentosa a medio tiempo, con coros y algún que otro efecto de sintetizadores, que como los temas anteriores hace uso del ignoto dialecto de Dorset, uno de los condados del extremo sur del Reino Unido, con vistas a repasar una retahíla de detalles de un pueblito bucólico de antaño tapado de niebla, Underwhelem, sobre todo un huerto, una cocina, un granero, un cementerio, una iglesia, una enorme plantación y un popurrí de nueces, ovejas, aves, cerdos, niños, madres, trabajadores y borrachos varios de ocasión. Después de otra intro casi sin música aunque ahora recitada muy por lo bajo y centrada en un proverbio de Dorset sobre el maridaje entre la salud y el clima, The Nether-edge refrita otra base de percusión a lo trip hop para unas estrofas tranquilas que derivan en un estribillo melodioso de piano que recuerda a la new wave modelo ese new romantic etéreo de Duran Duran, Culture Club, Soft Cell y Simple Minds, una vez más entre versos enigmáticos que apuntan a Juana de Arco, el canto del chotacabras, el “Edén inferior”, un jinete fugaz, el Hamlet shakespeariano, los “higos de la sucia libertad” y una pluralidad de personas que nacen, contraen matrimonio o mueren. Mientras que I Inside the Old Year Dying es una canción muy breve de menos de dos minutos emparentada con el rock acústico guitarrero más simple, ahora acerca de nuestra niña pastora adolorida y una tierra famélica observada por tordos, alondras y estorninos, All Souls es una composición minimalista y de tono lúgubre porque viene a representar la certeza por presagio de la muerte del amante/ homólogo espiritual de Elvis en el frente de batalla y su eventual regreso al hogar como cadáver, algo simbolizado sin medias tintas en la primera y estupenda versión del semi estribillo, “al principio, una niebla carmesí/ en la segunda ceniza, insomnio/ a la tercera, una cita romántica rota/ en la cuarta, soledad”.
A Child’s Question, August está cantada a dúo con el actor Ben Whishaw, conocido especialmente por Perfume: La Historia de un Asesino (Perfume: The Story of a Murderer, 2006), de Tom Tykwer, Paddington (2014), de Paul King, y En el Corazón del Mar (In the Heart of the Sea, 2015), de Ron Howard, y es otra canción de duelo, sobre “la noche creciente y el día menguante”, en la que la inocencia se deshace al calor de la extinción de la vida del ser amado, la desaparición del verano y la pérdida del sentido último del arte de jugar, todo nuevamente enmarcado por Love Me Tender, de Presley, y la súbita migración de los estorninos, los cucos, los mirlos, los vencejos, los chotacabras y los acentores. En I Inside the Old I Dying es el actor Colin Morgan quien dice presente, visto no hace mucho tiempo en Belfast (2021), de Kenneth Branagh, y Corsage: La Emperatriz Rebelde (Corsage, 2022), de Marie Kreutzer, para otra elegía folk muy dulce dedicada al amante desaparecido mientras Ira canta en el bosque y se desviste entre las ranas y los sapos pero también los fresnos, las hayas y los erizos, amén de un lirismo esplendoroso en sintonía con “la tierra espera y los matorrales muertos albergan las cuentas sangrientas del acebo/ ellos son su corona de espinas: él se levantará de nuevo”.
Si August invoca ese dream pop de impronta freak y tenebrosa que tanto aprecia Harvey y permite la reaparición de Whishaw personificando a Wyman y de hecho entonando Love Me Tender, en esta oportunidad para retratar el regreso de la depresión con árboles que lloran porque la “temporada de mortificación” no quedó atrás y los recuerdos pesan en la mente, la siguiente e hipnótica canción, A Child’s Question, July, recupera a Morgan y lo hace susurrar el estribillo para en esencia metamorfosearlo en aquel Tricky que en el Angels with Dirty Faces (1998) supo colaborar con PJ en la excelente Broken Homes, aquí oponiendo la sabiduría del seto con respecto a un “Diablo excitado” cuya apariencia terrenal se homologa a un millón de ojos gigantes, léase esa vigilancia social que destruye la privacidad y en este caso la posibilidad de asimilar la pérdida. Con una intro y un outro apacible y meditabundo, A Noiseless Noise, el cierre de la placa que nos ocupa, sorprende con una base de batería disonante post punk a lo The Flowers of Romance (1981), de Public Image Ltd., condimentada con capas de noise que recuerdan a Sonic Youth y The Jesus and Mary Chain circa el mítico Psychocandy (1985), además de la referencia del título al “ruido silencioso” del poeta romántico inglés John Keats y una letra que cae en la misantropía, juzgando retrospectivamente lo hecho por “una chica hueca y un chico falso”, y que parece reclamarle al fantasma del amante fallecido que se vaya para poder seguir viviendo en el bosque en relativa paz, ya sin insomnio ni pesadillas ni lágrimas ni dolores de estómago.
I Inside the Old Year Dying puede no abrir terreno nuevo para PJ Harvey pero su obsesión con el dialecto de Dorset y con el contexto narrativo del poema Orlam convierten al álbum en una pieza cautivadora dentro de la trayectoria general de la británica, una artista que casi siempre explora el costado nebuloso o negativo de la vida y por ello en estas doce canciones opta por hacer su mejor esfuerzo en lo que ella de seguro interpretó como un disco un poco más optimista centrado en la intensidad y los anhelos del primer amor, aquí totemizado desde la música de Elvis y coartado por la cultura de la guerra o del enfrentamiento imbécil de un tiempo remoto que sin embargo nos habla del Siglo XXI, época de divisiones tajantes, oscurantismo, mentiras y violencia tercerizada al por mayor. El primitivismo minimalista de la instrumentación e incluso las letras, tan alucinadas como sugestivas porque encarnan el punto de vista y los augurios de Ira, la protagonista de nueve años de esta crónica solapada de aprendizaje o bildungsroman, está efectivamente dividido en una primera mitad de “amor puro” de índole pastoril y una segunda parte de afecto sufriente con motivo de la desaparición terrenal de la pareja y su vuelta como espíritu acechante, cuya sola presencia mortifica a la jovencita porque no hay consuelo que valga ante la parca y porque las idealizaciones de la niñez/ adolescencia están destinadas a esfumarse con el tiempo. Tan elegante como White Chalk pero mucho más coherente y certero, I Inside the Old Year Dying hace honor al viejo y querido formato de los álbumes conceptuales de los años 60 y 70 para encauzarlo hacia la acepción de Harvey de un bálsamo contra el infantilismo cíclico de la humanidad en el nuevo milenio, incapaz de asumir la responsabilidad por sus actos o de simplemente crecer invocando la sabiduría de la naturaleza y dejando de lado la rapiña capitalista, la razón instrumental y la cosificación compulsiva del semejante, sea del bando inventado que sea.
I Inside the Old Year Dying, de PJ Harvey (2023)
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