Y -como era de esperar- Lucrecia Martel vuelve a filmar la misma película por cuarta vez consecutiva, pero ahora con dos diferencias significativas que aportan un colorcito propio a la experiencia que nos ocupa: en Zama (2017) cambia la óptica femenina por la masculina y toda la historia se sitúa en un contexto de época con ecos de los tres opus sudamericanos del dúo compuesto por Werner Herzog y Klaus Kinski, léase Aguirre, la Ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987), aunque por supuesto sin llegar al nivel de ninguno de ellos. En lo que respecta a los elementos constitutivos del combo, aquí reaparece un relato basado en un desarrollo fragmentado de personajes, instantes de contemplación preciosista, algunos chispazos oníricos casi surrealistas, la crudeza de la naturaleza en todo su esplendor y ese extrañamiento narrativo marca registrada de la salteña, el cual suele martillar la paciencia del espectador de turno.
La premisa reproduce al pie de la letra su homóloga de la novela original de Antonio Di Benedetto, con el oficial judicial español del título asentado en un puesto desolado de Asunción durante el siglo XVIII, en eterna espera de ser trasladado a Buenos Aires vía un estoicismo que se va cayendo a pedazos a medida que sus esperanzas de abandonar el lugar se desvanecen gracias a las mil vueltas que le presenta el gobernador de la ciudad, su superior. Martel hace maravillas con los pocos recursos expresivos de los que dispone o en los que gusta encerrarse, vaya uno a saber cuál es la opción correcta… por un lado consigue un desempeño magnífico de Daniel Giménez Cacho (un actor que interpreta a Don Diego de Zama desde la economía de los gestos y las posturas corporales defensivas/ paranoicas) y por el otro lado aprovecha cada minuto de este festín de tiempos muertos (hoy la aflicción y la incomodidad de los argentinos y europeos ante el calor sofocante resultan impagables).
Si bien no se puede negar que el tiempo transcurrido entre La Mujer sin Cabeza (2008) y Zama a fin de cuentas fue más que excesivo porque ésta última se mantiene en el mismo escalafón cualitativo de siempre y para colmo sufre de un metraje igualmente dilatado e injustificable en función de una serie de redundancias distribuidas a lo largo de las casi dos horas, a decir verdad -y en simultáneo- la directora redondea un muy buen trabajo en lo que atañe a retratar una faceta en especial de la idiosincrasia masculina, hablamos del dolor vinculado a la angustia, lo que en términos prácticos deriva en silencios apáticos, relámpagos de violencia gratuita y un “afán reparador” que paradójicamente destruye todo a su paso y traiciona desde un maquiavelismo que coquetea con la cobardía y el desenfreno más egoísta. En este sentido, el convite en ocasiones parece parodiar esa típica frustración de los hombres que termina canalizada hacia martirizar a quienes no merecen dicho castigo.
Otro punto a destacar es la puesta en escena del film en general, decididamente la mejor de toda la carrera de Martel: aquí cada toma está craneada con una meticulosidad insólita para el cine argentino, habilitando en todo momento una gran riqueza plástica y conceptual (en la dialéctica entre lo que sucede en primer plano y lo que ocurre en el fondo se juegan muchos factores centrales de la propuesta, la cual disfruta de reservarse información acerca de los acontecimientos). Si se hubiesen emparejado un poco mejor el nivel macro de las actuaciones y los acentos del elenco caucásico, la obra podría haberse convertido en lo que estaba destinada a ser, léase la película definitiva sobre la fase histórica del Virreinato del Perú -y el posterior Virreinato del Río de la Plata- y asimismo un pantallazo demoledor en torno a la estupidez de la burocracia homicida, alienada y corrupta de las nacientes sociedades sudamericanas, muy en sintonía con un pulso pesimista de inflexión kafkiana.
Zama (Argentina/ España/ Francia/ Países Bajos/ Estados Unidos/ Brasil/ México/ Portugal/ Líbano/ Suiza, 2017)
Dirección y Guión: Lucrecia Martel. Elenco: Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Nahuel Cano, Mariana Nunes, Daniel Veronese, Carlos Defeo, Rafael Spregelburd. Producción: Santiago Gallelli, Benjamín Doménech y Vânia Catani. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 115 minutos.