El Bígamo (The Bigamist)

Un gesto tan galante como insensato

Por Emiliano Fernández

Desde Lois Weber, Leni Riefenstahl y Roberta Findlay, pasando por esas Lina Wertmüller, Catherine Breillat, Kathryn Bigelow y Margarethe von Trotta, hasta llegar a Sofia Coppola, Rose Glass y Julia Ducournau, entre muchísimas otras, las realizadoras mujeres nunca fueron particularmente numerosas en la historia del cine, machismo y conformismo rosa de por medio, y siempre aportaron una mirada/ perspectiva distinta con respecto a la estándar masculina, ya sea oponiéndose, complementándola o quizás imitándola a escala identitaria. No obstante una de las grandes pioneras del universo femenino de la dirección, producción y escritura de guiones suele pasarse por alto en el nuevo milenio por pura ignorancia del público contemporáneo -tiene todo a su disposición en Internet pero vive consumiendo las mismas cosillas- y una fuerte tendencia al conservadurismo cultural que en buena medida anuló la curiosidad de otras épocas, hablamos por supuesto de Ida Lupino, una artista que empezó en el gremio de la actuación y especializándose en papeles dramáticos variopintos como aquellos de Las Aventuras de Sherlock Holmes (The Adventures of Sherlock Holmes, 1939), de Alfred L. Werker, La Pasión Manda (They Drive by Night, 1940) y Altas Sierras (High Sierra, 1941), ambas de Raoul Walsh y con Humphrey Bogart, El Lobo de Mar (The Sea Wolf, 1941), de Michael Curtiz, Damas Retiradas (Ladies in Retirement, 1941), de Charles Vidor, El Mar es Testigo Mudo (Out of the Fog, 1941), de Anatole Litvak, Una Mujer Perdida (The Hard Way, 1943), de Vincent Sherman, El Valle de las Sombras (Deep Valley, 1947) y La Taberna del Camino (Road House, 1948), las dos de Jean Negulesco, Día sin fin (Beware, My Lovely, 1952), opus de Harry Horner, Infierno 36 (Private Hell 36, 1954), de Don Siegel, Intimidad de una Estrella (The Big Knife, 1955), de Robert Aldrich, y Mientras Nueva York Duerme (While the City Sleeps, 1956), de Fritz Lang, amén de un par de obras tardías, Hijo del Torbellino (Junior Bonner, 1972), de Sam Peckinpah, y La Lluvia del Diablo (The Devil’s Rain, 1975), de Robert Fuest, y de la exquisita En Terreno Peligroso (On Dangerous Ground, 1951), faena de Nicholas Ray con Robert Ryan que Ida terminaría dirigiendo por los problemas de salud de Ray relacionados con su alcoholismo.

 

Lupino, quien efectivamente detestaba aquel encasillamiento cómico de los comienzos de su carrera en los años 30 y adoraba sus múltiples trabajos de los 40 y 50 en el film noir, justo antes de saltar definitivamente hacia la televisión en los 60 y 70, desarrolló el grueso de su trayectoria como realizadora cinematográfica entre 1948 y 1955, de hecho el período en el que estuvo operativa The Filmakers Inc., una productora que fundó junto a su marido Collier Young y que comenzó a funcionar dentro del proto Hollywood independiente con Madres Solteras (Not Wanted, 1949), trabajo encomiable a cargo de un Elmer Clifton que tuvo un infarto en pleno rodaje y así adelantó el marco pirotécnico de una Ida sin acreditar, ya que la obra giraba alrededor de la maternidad sin padre, la sombra del aborto, la entrega del hijo a terceros y los traumas del caso, un esquema que recordaba su embarazo producto de una relación con el actor Howard Duff -mientras todavía estaba casada con Young- y el carácter prematuro de la beba, Bridget, nacida a los siete meses. El debut en solitario, ya acreditado como corresponde y también en el terreno de una Clase B que trataba temáticas escabrosas para la época que los exponentes del mainstream ni osaban tocar, se produce de la mano de La Tragedia del Temor (Never Fear, 1950), propuesta correcta y autobiográfica, acerca de esa poliomielitis que padeció cuando púber, y antesala para la seguidilla de muy buen nivel de Ultraje (Outrage, 1950), una de las primeras películas en trabajar de manera honesta la violación y todos sus correlatos psicológicos, Madre contra Hija (Hard, Fast and Beautiful!, 1951), convite ameno de abuso y manipulación intra familiar en el que las ambiciones profesionales no coinciden con las privadas, El Autoestopista (The Hitch-Hiker, 1953), mega clásico del thriller y las road movies de toma de rehenes inspirado en el raid delictivo de Billy Cook entre 1950 y 1951, El Bígamo (The Bigamist, 1953), suerte de film noir melodramático de triángulo amoroso que una vez más incluía ribetes autobiográficos porque estaba producida y escrita por Young y estelarizada por su ex, Lupino, y su esposa de entonces, Joan Fontaine, y Las Diablillas del Convento (The Trouble with Angels, 1966), una epopeya farsesca por encargo que hace gala de una picardía adolescente muy sesentosa.

 

Si bien The Filmakers Inc. realizó otras películas maravillosas, como por ejemplo Día sin fin e Infierno 36, y algunas que eventualmente cayeron en el olvido, nos referimos a Padres Delincuentes (On the Loose, 1951), de Charles Lederer, y Enojado con el Mundo (Mad at the World, 1955), de Harry Essex, las mejores sin duda se condicen con la trilogía de alto impacto de Lupino, aquella compuesta por Ultraje, El Autoestopista y El Bígamo, trabajos que claramente la emparentan a la visceralidad minimalista, sincera y semi documental de colegas como Siegel, Aldrich, Peckinpah, Ray y Samuel Fuller, autores que como ella le sacudieron la modorra narrativa al Hollywood Clásico y de este modo permitieron relatos nada impostados y más cercanos a la mundanidad y desesperación del grueso del pueblo, para el cual los alicientes cotidianos son exiguos. El Bígamo, como siempre en el caso de Ida, en términos retóricos es simple y se centra en un largo racconto a partir del momento en el que un agente encargado de las adopciones en California, el Señor Jordan (Edmund Gwenn), descubre que un burgués que se postula para acoger a un purrete, Harry Graham (Edmond O’Brien), no sólo está casado con una mujer en San Francisco, Eve (Fontaine), sino también con otra ninfa pero de Los Ángeles, Phyllis Martin (Lupino), con la que para colmo tiene un hijo recién nacido. Harry encabeza con su esposa una empresa de venta de congeladores/ freezers y se siente solo tanto porque viaja incansablemente por motivos comerciales como porque Eve está dedicada en cuerpo y alma a la compañía sin percatarse de que descuida su matrimonio, por ello Graham termina en los brazos de una camarera de un restaurant chino que llegó desde un pueblo de Pensilvania, la susodicha Phyllis, a la cual empieza a cortejar hasta que finalmente tienen sexo el día del cumpleaños del varón y ella queda embarazada, detalle que contrasta con la infertilidad de una Eve que con el tiempo acepta aminorar la carga laboral y desea adoptar a un niño pero el destino vuelve a meter la cola porque debe viajar a Florida para estar con su padre moribundo, una situación que a su vez lleva al hombre a casarse con Phyllis y a posponer el divorcio de Eve hasta después de la hipotética llegada del mocoso, algo que nunca sucede porque es arrestado por bigamia.

 

El desenlace abierto del guión de Young, asimismo célebre por Acto de Violencia (Act of Violence, 1948), de Fred Zinnemann, Infierno 36 y las otras dos faenas de la trilogía de oro de Ida, Ultraje y El Autoestopista, está inspirado en una historia de base de Lou Schor y Lawrence B. Marcus y apuntalado en Graham esperando la sentencia judicial y sin saber a ciencia cierta si alguna de las dos féminas osará recibirlo a la salida de la cárcel, solución narrativa salomónica que por un lado satisface las exigencias punitivas/ moralizantes del Código Hays, el sistema de censura de la época de Hollywood, y por el otro lado viene a simbolizar la paradoja de la trayectoria de Lupino, una figura en simultáneo conservadora y vanguardista porque los planteos rupturistas de los primeros actos de casi todas sus tramas suelen derivar en finales de “vuelta al redil comunal” que ratifican el sustrato castrador aunque con el regalito de habernos paseado por el Lado B de la sociedad falsamente idílica de posguerra, en este sentido sus estudios para nada solapados en torno a los traumas y la hipocresía de mediados del Siglo XX han resistido muy bien el paso del tiempo debido a que tienden a poner en tensión los factores y procesos culturales de fondo hasta hacerlos implosionar en pantalla, algo típico de la Clase B y en la carrera de Ida homologado tanto a la bigamia o mentiras en la pareja como a la maternidad no buscada, la poliomielitis, la violación, el maquiavelismo doméstico o laboral y el surgimiento de los asesinos en serie a raíz de la frustración de la América Profunda. La película que nos ocupa no sólo pone patas para arriba el recurso de la femme fatale, aquí adjudicándole la destrucción de la burbuja burguesa endiosada al macho del excelente O’Brien, sino que además construye una versión más compleja y conceptualmente superadora de aquel modelo dual de la existencia rosa en los 50 de Madre contra Hija, la hembra de carrera versus la ama de casa, hoy decretando un empate que castiga la ingenuidad del proyecto del hombre, léase el divorcio luego de la adopción o en palabras de Jordan, “un gesto tan galante como insensato”, y que deja abierta la elección a los personajes de las estupendas Fontaine y Lupino, la primera una workaholic que quiere “curarse” con un nene ajeno y la segunda una ama de casa de influjo bucólico…

 

El Bígamo (The Bigamist, Estados Unidos, 1953)

Dirección: Ida Lupino. Guión: Collier Young. Elenco: Ida Lupino, Edmond O’Brien, Joan Fontaine, Edmund Gwenn, Kenneth Tobey, Jane Darwell, Peggy Maley, Jerry Hausner, John Maxwell, Mack Williams. Producción: Collier Young. Duración: 80 minutos.

Puntaje: 9