3x1 de Ringo Lam

Un juego de supervivencia

Por Emiliano Fernández

A pesar de que el grueso de la crítica y del público contemporáneos, a pura ignorancia e idiotez, suelen identificar al cine de acción con gente como Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Jean-Claude Van Damme y Steven Seagal, lo cierto es que hubo tanto estrellas previas indiscutibles del formato, como por ejemplo Charles Bronson, Lee Marvin, Steve McQueen y James Coburn, como directores especializados tanto en aquella generación ochentosa/ noventosa anglosajona, en línea con John McTiernan, Walter Hill, Michael Mann y Andrew Davis, como en la previa de los 60 y 70, pensemos para el caso en paladines del gremio como Robert Aldrich, Sam Peckinpah, Michael Winner y J. Lee Thompson, en este último caso en la fase ya final de su carrera. Ahora bien, lo que la mayoría desconoce, como decíamos antes porque son unos lelos inmundos y unos pelmazos dominados por el imperialismo cultural norteamericano, es que el enclave asiático posee una tradición incluso más larga en el cine de acción bajo sus diversas modalidades, desde el chambara o cine de samuráis y las películas de yakuzas del Japón hasta el wuxia o cine de artes marciales y las propuestas de gangsters o tríadas de China, Taiwán y Hong Kong, este último territorio núcleo de una verdadera revolución a mediados de los 80 de la mano de la luego denominada Matanza Heroica/ Heroic Bloodshed de realizadores muy variopintos como Ringo Lam, Joe Cheung, Ronny Yu, Yuen Woo-ping, Lau Kar-wing y John Woo, movimiento a su vez encabezado por el Woo de Un Mañana Mejor (Ying hung boon sik, 1986), El Asesino (Dip huet seung hung, 1989) y Duro de Vencer (Lat sau san taam, 1992) y el Lam de Ciudad en Llamas (Lung foo fung wan, 1987), Prisión en Llamas (Gam yuk fung wan, 1987) y Punto de Impacto (Xia dao Gao Fei, 1992), todas protagonizadas por el multifacético y talentoso Chow Yun-fat. Mientras que el estilo lírico y muy pirotécnico de Woo generaría el llamado gun fu o mixtura de artes marciales, acrobacias y armas de fuego, esquema que sería popularizado en todo el mundo luego del clásico robo hollywoodense en ocasión de Matrix (The Matrix, 1999), de los hermanos Larry y Andy Wachowski, el enfoque más contenido y seco de Lam en materia de los gangsters, también cercano al polar o cine negro francés, sería igualmente influyente en la comarca indie de todo el globo -una vez más- después de la para nada sutil reapropiación estadounidense vía Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), del cleptómano bobalicón de Quentin Tarantino, quien nunca quiso reconocer al cien por ciento que su debut era una remake explícita de Ciudad en Llamas. Considerando que los pocos espectadores que saben qué demonios es la Matanza Heroica o Revolución Hongkonesa de los 80 y 90 tienden a homologarla a Woo por la visibilidad de su período hollywoodense desde 1993 al 2003, etapa para colmo bastante mediocre en la que sólo se destaca Contracara (Face/ Off, 1997), en el presente dossier recuperaremos las tres realizaciones citadas de Lam, sus opus más conocidos y los mejores tanto por méritos propios como porque lograron perpetuar su genialidad a lo largo de las décadas posteriores, en un intento por sumar un granito de arena en el rescate del amigo Ringo, fallecido en el 2018 a la edad de 63 años, dentro de la memoria histórica cinéfila reciente. Como tantos otros directores de Hong Kong que con el devenir de los años se hicieron famosos como cineastas especializados en alguno de los subgéneros de la superacción, Lam empezó rodando comedias y dramas románticos que fueron rubricando su valía como profesional, recurso típico de legitimación en cinematografías marginales aunque también en buena parte del mainstream yanqui y europeo del Siglo XX, hasta que finalmente se le permitió dirigir los que serían sus primeros proyectos verdaderamente personales, aquel díptico de 1987 de Ciudad en Llamas y Prisión en Llamas, puntapié inicial para la reestructuración y el relanzamiento subsiguiente del film noir más agitado que tanto queremos y analizamos.

 

 

Ciudad en Llamas (Lung foo fung wan, 1987):

 

A diferencia del cine de acción hollywoodense de la década del 80, ese que retomaba las piruetas ridículas del período mudo, las carnicerías sin freno del cine bélico, los motivos por demás estrambóticos de los thrillers de la Guerra Fría tardía y por supuesto aquellos villanos del film noir de los 40 y 50, la Matanza Heroica/ Heroic Bloodshed de Ringo Lam recupera literalmente la obra en su conjunto de Jean-Pierre Melville, la cual a su vez era una reinterpretación proto posmoderna del cine negro de John Huston, Alfred Hitchcock, Jules Dassin y Jacques Becker, entre otros, todos señores que en mayor o menor medida fetichizaron al hampa como un mecanismo romántico y artístico antiinstitucional que les permitió señalar la antigua y querida verdad de que en muchas ocasiones es preferible un ladrón a un policía, amén de que comparten ecosistema social a diario. Dicho de otra forma, mientras que los tanques norteamericanos de los 80 se la pasaban ensalzando a los adalides o representantes institucionales más estúpidos y fascistas, sean éstos militares, agentes federales, mercenarios o simples agentes de azul, los asiáticos loquitos de Lam y su colega John Woo estaban encandilados por la acepción melvilleana del bushido o código de ética de los samuráis, ese basado en ingredientes del confucianismo, el budismo y el sintoísmo y orientado en sí a garantizar la lealtad entre pares y apuntalar valores como por ejemplo la honestidad, la valentía, la rectitud y el honor, siendo precisamente esta última dimensión la que será aplicada incansablemente dentro del marco creativo hongkonés ya que se dejará en claro en cada una de las películas del período que uniformados y forajidos son semejantes o intercambiables y que el carácter solitario de los delincuentes, en la tradición del western y el wuxia, despierta más simpatías que toda la fanfarria estatal, engreída y semi mafiosa de los policías que los persiguen o los acosan. Ciudad en Llamas (Lung foo fung wan, 1987) es un típico ejemplo del formato porque nos presenta a un oficial encubierto, Ko Chow (Chow Yun-fat), que no sólo pretende dejar de ser policía sino que parece muy feliz moviéndose en el entramado del juego ilegal y el prestamismo, no obstante su tranquilidad se ve atacada por los dos vórtices disruptivos paradigmáticos del policial negro, primero una bella mujer llamada Hung (Carrie Ng), novia que lo presiona para que se case con ella si no quiere que se mude a Canadá con otro macho, y segundo el Inspector Lau (Sun Yueh), un superior amigo suyo que le pide que vuelva a trabajar para él primero vendiendo unos revólveres a una banda de asaltantes de joyerías y luego integrándose como un miembro más para poder conocer sus planes y arrestarlos con las manos en la masa. El film juega de manera brillante y permanente con el condicionamiento social externo y los vaivenes del destino debido a que el meollo del relato puede resumirse como una espiral de acontecimientos que escapan al control de los personajes, pensemos en este sentido que el veterano Lau debe pedirle a Chow que vuelva al ruedo porque su otro agente secreto infiltrado en el hampa, Chan Kam-wah (Elvis Tsui), un proxeneta y corredor de apuestas, es acuchillado por tres sujetos en un mercado callejero, del mismo modo Lau inspira la piedad del renuente Chow porque está a punto de ser reemplazado por un oficial más joven y virulento, el Inspector John Chan (Roy Cheung), que fue traído por el jerarca de ambos, el Inspector Chow (Lau Kong), para forzar la sustitución generacional cuanto antes. El guión de Shum Sai-shing alias Tommy Sham, desarrollado a partir de una idea original del propio Lam, asimismo se hace un festín con la psicología atribulada del personaje del genial Chow Yun-fat, el cual además de la presión femenina y de su homóloga laboral de Lau tiene que manejar un problema muy serio de conciencia en función de lealtades tirantes ya que estando infiltrado entre los malhechores se hace amigo de un tal Fu (Danny Lee Sau-yin), criminal de toda la vida y de muy pocas pulgas al que salva en la balacera final con la policía al punto de que recibe un disparo y mata -a pura visceralidad y efervescencia truculenta- a un oficial en el caos de los balazos cruzados, lo que encima funciona como una versión invertida y redentora de un episodio del pasado de Chow, quien provocó la detención de un usurero y traficante de heroína, Shing, que luego terminó asesinado, dejándole una culpa importante porque el susodicho lo había ayudado e incluso recibió dos puñaladas por Ko. El esquematismo lelo y la pose indie cool de la remake norteamericana nunca del todo asumida, la simpática pero inferior Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), de Quentin Tarantino, no tiene nada que ver con la algarabía fatalista y de Clase B furiosa de Ciudad en Llamas, nos referimos a ese sustrato de film noir humanista con chispazos de melodrama y thriller de espionaje que nos regala a un protagonista muy bien construido, un Chow atrapado en la zona limítrofe de mundos opuestos, un conflicto de poder que se mueve indiferente a la distancia, aquel entre Lau y Chan en pos de eliminar de lleno la influencia del otro sobre el superior directo de ambos, y finalmente excelentes secuencias gore y/ o de acción y nerviosismo como la introductoria del homicidio de Kam-wah, la del asalto inicial a la joyería del edificio, la del cementerio con la grabadora oculta a la altura del cinturón del pantalón, la muy recordada de la entrega de las armas, el casamiento frustrado en el registro civil y las tácticas callejeras para eludir a los oficiales, la de la tortura en el baño de la comisaría por parte de los esbirros de Chan para con Chow, todo el segundo robo en su totalidad y desde ya el legendario remate en el aguantadero de la pandilla y ese duelo a la mexicana que es interrumpido por la policía, la cual -fiel a su costumbre- asesina a todos salvo a Fu, quien salva su vida sin poder matar a su amigo Chow luego de enterarse de que siempre fue un agente encubierto y puso de sobre aviso al enjambre institucional acerca del atraco. Desde las cuchilladas en el estómago de Kam-wah del comienzo, pasando por el carácter adolescente de Chow vía las graciosas secuencias que comparte con Hung, hasta el ladrillazo del desenlace en la cabeza de Chan por parte de un exasperado Lau que explota anímicamente ante el cadáver de su querido subalterno, la joya de Lam funciona como un pequeño huracán que no detiene su marcha en ningún momento y desparrama un pesimismo de impronta poética que rara vez volvería a verse dentro del cine de acción mundial, basta con tener presente esa gloriosa toma final del cuerpo de Chow apilado junto con los demás fallecidos y superponiéndose en simultáneo a los haces de luz que se filtran en el aguantadero a través de las paredes agujereadas por los disparos y a las imágenes de un Ko feliz y lúdico de tiempos pasados, cuando todavía no había sido devorado al cien por ciento por la lacra institucional y sus “grandes planes” para derribar sindicatos delictivos que ellos conforman, asisten y financian desde la hipocresía.

 

Ciudad en Llamas (Lung foo fung wan, Hong Kong, 1987)

Dirección: Ringo Lam. Guión: Shum Sai-shing. Elenco: Chow Yun-fat, Danny Lee Sau-yin, Sun Yueh, Carrie Ng, Roy Cheung, Maria Cordero, Chan Chi-fai, Victor Hon, Kwong Leung Wong, Elvis Tsui. Producción: Ringo Lam. Duración: 105 minutos.

 

 

Prisión en Llamas (Gam yuk fung wan, 1987):

 

Filmada poco después de Ciudad en Llamas (Lung foo fung wan, 1987), Prisión en Llamas (Gam yuk fung wan, 1987) es el segundo eslabón de una suerte de trilogía conceptual que Ringo Lam encararía con motivo del análisis de las contradicciones, injusticias, desvaríos y sobre todo violencia de la sociedad hongkonesa de aquellas postrimerías del Siglo XX, estado de cosas que por supuesto no cambió mucho en el período que va desde el estreno de las películas, siendo la tercera la inferior aunque muy digna Escuela en Llamas (Hok hau fung wan, 1988), hasta nuestro presente del Siglo XXI. Como hiciese con la mugre policial en Ciudad en Llamas y como haría prontamente con su homóloga del entramado educativo en Escuela en Llamas, en esta oportunidad el director explora el sistema carcelario asiático y vuelve a equiparar a los representantes institucionales de turno por un lado, en este caso el alcaide y el jefe de seguridad del presidio pesadillesco en cuestión, y los exponentes paradigmáticos de las mafias locales por el otro, ahora reclusos que responden a las tríadas, las organizaciones delictivas por antonomasia de la China continental, Taiwán y las dos regiones administrativas especiales de la República Popular China, hablamos de la ex colonia portuguesa de Macao, transferida al Estado autóctono en 1999, y de la ex colonia británica de Hong Kong, cuya administración pasó a los chinos en 1997, ambos territorios todavía gozando al día de hoy de un nivel de autonomía insólito, bastante más volcados al capitalismo tradicional -en oposición para con el comunismo de apertura al mercado típico de la República Popular China- y dominados por el cantonés en términos idiomáticos, clara diferencia en materia cultural ya que en el resto del país prevalece por lejos el mandarín, amén de la existencia de muchos dialectos en pequeñas zonas aisladas. En vez de centrarse en el recurso narrativo característico de las películas de martirio de prisión, léase la fuga planeada con mucho sacrificio en tanto venganza tácita para con una fauna gubernamental que elige a psicópatas como guardiacárceles y a personajes maquiavélicos como jerarcas máximos del confinamiento, Lam y su hermano y guionista, Nam Yin, se dedican a retratar el día a día de un par de reclusos que se hacen amigos con la meta de sobrevivir y conservar su dignidad en medio de faltas de respeto, amenazas, palizas y signos varios de prepotencia territorial orientados a mantener privilegios o directamente desligarse de culpas señalando a un chivo expiatorio del montón, el más facilista por cierto. Los protagonistas son Lo Ka-yiu/ Prisionero 51910 (Tony Leung Ka-fai), un diseñador publicitario con una condena de tres años por homicidio involuntario al matar por accidente a un pandillero que robó la tienda de comestibles de Hong Kong de su padre (Leung Ming), delincuente al que empujó hacia una calle y por ello fue atropellado por un ómnibus, y Chung Tin-ching/ Prisionero 41671 (Chow Yun-fat), quien tiene una sentencia ignota pero definitivamente más larga por haber asesinado sin querer a su esposa infiel, a quien encontró in fraganti cuatro años atrás con otro macho. Ambos se conocen durante una breve estadía de Chung en la enfermería de la cárcel, donde Lo trabaja como asistente/ enfermero/ maestranza, debido a una pierna rota que de paso le sirve para “mover” la principal moneda de cambio de las mazmorras chinas, los cigarrillos, escondidos en el voluminoso yeso. Lo, todavía un novato, denuncia a Chung ante el matasanos a cargo de la enfermería, el insoportable y puntilloso Perro Loco (Frankie Chi-hung Ng), no obstante luego confraternizan cuando el veterano le explica al recién llegado que el alcaide o Superintendente (Nam, en una de sus escasas intervenciones como actor) es un funcionario cómodo que se borra siempre que puede ante cualquier conflicto y el que maneja en sí la prisión de primera mano es un tal Oficial Hung alias Caracortada (Roy Cheung y su semblante de desquiciado eterno), apodo que recibió por una cicatriz en el rostro provocada por un cuchillo de un miembro de las tríadas, lo que a su vez motivó que considere a todos los internos como potenciales enemigos a pura paranoia. Gran parte de la acción se centra por un lado en la angustia de Lo por el alejamiento de su novia, Mimi (Wong Man-gwan), quien se marcha a Inglaterra por nueve meses para estudiar, y por el otro lado en cómo el muchacho termina convirtiéndose en chivo expiatorio del robo en la lavandería de unas tijeras de Chung, codiciada arma para refriegas o motines, que fueron sustraídas por un hombre de Micky (William Ho Ka-kui), capo mafioso que mantiene un equilibrio inestable de poder con un colega de otro bando, Bill (Kwong Leung Wong). Micky arregla con Caracortada el traslado de algún que otro dolor de cabeza a cambio de que le entregue un culpable por el hurto de las tijeras y de una lima en la carpintería, quien resulta ser Ka-yiu, así se come una buena paliza de Bill y luego se transforma en objeto de amenazas permanentes de un Micky al que finalmente termina pegándole, lo que genera una batalla campal en la lavandería que desencadena el traslado del cabecilla a otro penal. Un año después un Micky más sosegado aunque igual de maldito regresa al presidio del dúo, el cual pasa de la lavandería a cortar el pasto y a desmontar los terrenos lindantes e incluso pide en vano ser llevado a otra penitenciaría para evitar represalias de las tríadas. Cuando Bill, el cual eventualmente se hace amigo de Lo y Chung, se suma a una huelga de hambre en protesta por la suba de los precios de los cigarrillos oficiales que las autoridades les venden a los reos, todos optan por no tocar el alimento en el comedor para despertar la furia de Caracortada, quien pretende reproducir la táctica del episodio de las tijeras pero ahora inculpando a Tin-ching como un informante que señaló a los cabecillas mafiosos como los ideólogos del pacífico motín, frente a lo cual Chung se defiende estampándole un plato de comida en el rostro a Hung. El cobarde Micky rompe la huelga, comenzando a comer ante los ojos del idiota del Superintendente, y todos son encerrados en la mazmorra colectiva reglamentaria, donde estalla una pelea entre los protagonistas y un Micky que sin sus soldados, retenidos por el resto de la población carcelaria, es un mediocre absoluto en combate. Los guardias tratan de detener el enfrentamiento con agua a presión ya que no pueden ingresar, debido a que Caracortada se llevó la única llave de la celda, hasta que finalmente entran y la batalla se extiende a una lucha entre prisioneros y guardias, llegando a su punto final vía una patada voladora que Tin-ching encara saltando de cama en cama para golpear la mollera del Oficial Hung, a quien además le arranca la oreja izquierda con los dientes. La película, dentro de un marco retórico prosaico que va desde la revisación rectal del inicio hasta la liberación de Ka-yiu del desenlace, su reencuentro con su padre y novia y el saludo afectuoso a un Chung recuperado de los golpes que regresa al presidio para cumplir el resto de su condena, construye un nerviosismo en verdad inmaculado que no fuerza ninguna situación ya que nos obliga a presenciar cada una de las etapas de Ka-yiu dentro del infierno de una rehabilitación comunal farsesca que no rehabilita a nadie, en esencia un típico burgués bienintencionado aunque bastante buchón, soberbio y metiche por naturaleza que debe ser salvado sistemáticamente por nuestro representante de la sabiduría callejera dentro del relato, Tin-ching, compañero con una especie de destreza política que sabe cómo quedar bien con todos -o por lo menos cómo neutralizar los posibles embates- al extremo de que congenia con Bill, no ocasiona ningún problema ante Madly (Shing Fui-on), otro mandamás de temer de las tríadas, y trata de llegar a algún tipo de paz con Micky, un anteojudo como Lo que asimismo pretende abarcar más de lo que su cintura le permite. Como siempre en el cine de Lam, las secuencias de acción y suspenso de Prisión en Llamas alcanzan un nivel de excelencia majestuoso y pruebo de ello son la del primer intento de motín en el patio, la de la pelea en la lavandería y el remate anarquista con vidrios rotos, toda la escena de la huelga de hambre en el comedor y desde ya el legendario desenlace en la celda general, sin lugar a dudas una de las contiendas más brutales y desgarradoras jamás filmadas ya sea que consideremos el séptimo arte de Oriente u Occidente, en gran medida los minutos responsables de la fama y popularidad del presente opus de Lam tanto entre los fanáticos del cine de acción como entre los amantes de las epopeyas de encierro atroz, una tradición narrativa mucho más larga y abarcadora. Así como en lugar del saxo popero y el soul encarado desde el cantopop de Ciudad en Llamas ahora tenemos un country lánguido y meditabundo que se combina con chispazos de blues y rock, Tony Leung Ka-fai está muy bien como Lo pero los que realmente se destacan son intérpretes que ya habían participado en el neo film noir anterior, como Roy Cheung, Kwong Leung Wong y el inconmensurable Chow Yun-fat, actor fetiche de los comienzos del realizador hongkonés y su gran socio en materia de incluirse a sí mismo en la trama cual álter ego que hace las veces de campeón quijotesco que -en parte por voluntad inconformista y en parte por esta espiral de sucesos que escapan a su dominio- termina enfrentado a esos esbirros parasitarios, egoístas y/ o sádicos que transforman la vida en un “juego de supervivencia”, como muy bien le dice Chung a Lo en los instantes iniciales. Una vez más se da cita una noción de lo femenino como un ideal de belleza placentera, aunque también como una condena que amarga a la masculinidad y lleva a la enajenación, mientras que la picardía del pueblo parece ser el único remedio ante el fantasma de la traición, gran cuco del acervo melvilleano de Lam, y ante el acoso, la extorsión y la violencia de las mafias estatales y civiles y su contubernio de silencio a lo corporativismo de la hegemonía salvaje por gremio que garantiza su propia impunidad en tanto precepto máximo de la organización, algo que queda reflejado en el metraje mediante la humillación permanente de ponerse en cuclillas frente a los guardias y la costumbre de mirar para otro lado del alcaide y del juez de paz que periódicamente visita el penal para escuchar posibles quejas o planteos varios de los detenidos adelante de sus principales verdugos, nos referimos a los carceleros y una fauna criminal que en términos oficiales no existe pero en la praxis administra la convivencia cotidiana en la penitenciaría.

 

Prisión en Llamas (Gam yuk fung wan, Hong Kong, 1987)

Dirección: Ringo Lam. Guión: Nam Yin. Elenco: Chow Yun-fat, Tony Leung Ka-fai, Roy Cheung, William Ho Ka-kui, Kwong Leung Wong, Leung Ming, Frankie Chi-hung Ng, Nam Yin, Wong Man-gwan, Shing Fui-on. Producción: Karl Maka y Catherine S.K. Chang. Duración: 102 minutos.

 

 

Punto de Impacto (Xia dao Gao Fei, 1992):

 

Mucha agua pasó bajo el puente de la Matanza Heroica/ Heroic Bloodshed de Ringo Lam entre aquellos primeros y queridos films con Chow Yun-fat y la inevitable metamorfosis posterior que sobrevino con el éxito, hablamos en primer lugar de los ataques que recibió el realizador por osar criticar/ desmenuzar a la sociedad hongkonesa en su trilogía de Ciudad en Llamas (Lung foo fung wan, 1987), Prisión en Llamas (Gam yuk fung wan, 1987) y Escuela en Llamas (Hok hau fung wan, 1988), trabajos que estuvieron cerca de convertirlo en un paria en Hong Kong al mismo tiempo que explotaban la taquilla vernácula gracias a su prodigiosa popularidad, y en segunda instancia de una especie de crisis creativa que le impidió recuperar el excelente nivel de antaño y nos dejó con una seguidilla de películas olvidables entre las que sólo se destaca Prisión en Llamas 2 (Gam yuk fung wan II: To fan, 1991), en esta ocasión de nuevo protagonizada por Chow pero sin la intervención de Tony Leung Ka-fai. El panorama cambia de manera bien rotunda cuando Lam encara Punto de Impacto (Xia dao Gao Fei, 1992), no únicamente una de las mejores propuestas de toda la trayectoria del hongkonés sino para muchos una de las mejores faenas de acción de la historia del séptimo arte, una obra maestra también muy exitosa que le permitió dejar atrás el discurso abiertamente político de sus opus más célebres previos, adaptarse dignamente a las exigencias cada día más pirotécnicas de la superacción de la década del 90 y al mismo tiempo continuar siendo fiel a su estructura narrativa de siempre de cadencia melvilleana, esa que nos ofrecía sucesivos policiales negros disfrazados de un convite de persecuciones, balaceras y peleas salvajes aunque con la paradoja permanente de fondo de contar con un corazoncito Clase B y presupuestos bastante generosos, gran sabiduría comercial/ artística/ ideológica de Lam de por medio. Si bien, como decíamos, Punto de Impacto puede leerse como una típica odisea de transición entre dos etapas profesionales, en esta oportunidad entre aquella efervescencia sociológica de los comienzos y un despegue comercial que le permitió coquetear con Hollywood en una trilogía de colaboraciones entre el director y nada menos que Jean-Claude Van Damme, esa compuesta por las simpáticas y no mucho más Máximo Riesgo (Maximum Risk, 1996), Replicante (Replicant, 2001) y Salvaje (In Hell, 2003), la verdad es que el film que nos ocupa cuenta con un estatuto muy propio que lo diferencia a nivel simbólico de ambas fases y vuelve a vincular a Lam con su colega John Woo en materia de ser la inspiración indisimulable de casi todo el cine de acción posmoderno mundial y en lo que atañe a un desparpajo estilizado desde la poesía visual, las piruetas de los actores, los personajes bizarros que pueblan la pantalla y las implicancias melodramáticas extasiadas de la historia en sí, una conjunción entre cine negro, epopeya de venganza, truculencias dignas del horror y hasta un sustrato camuflado y más conceptual que práctico que gusta de jugar con el western y el wuxia, entre otros géneros que se suman a la mezcla desde un escalafón menor o más contenido. Como en Prisión en Llamas, el guión está firmado por el siempre astuto Nam Yin y ahora se centra en Gou Fei (Chow), un pandillero hongkonés que gusta de las balisong o navajas mariposa y trabaja de encargado de seguridad en un local nocturno de Bangkok en donde baila su bella novia, Mona (Ann Bridgewater), señor que de inmediato debe marchar al rescate -a bordo de su vistosa motocicleta y calzado en su chaleco y mitones o guantes sin dedos de cuero- de Sam Sei (Anthony Wong Chau-sang), amigo que le pidió prestado dinero a un cruel usurero, Hung (el propio Nam), para darle un servicio fúnebre digno a la madre de Gou Fei y por ello terminó de rehén del susodicho. Luego de vencer a los secuaces de Hung y salvar el pellejo de Sam Sei, el protagonista y los suyos, un grupo que también incluye a Chung (Lee Kin-sang), decide encarar un robo a un banco que muta en una operación en sociedad con el primo mafioso cuentapropista de Sam Sei, un psicópata homosexual con habilidades de mago conocido como el Juez (Simon Yam), quien siempre tiene a algún trolo o mariquita grasiento a mano con el que divertirse y a su vez posee de lugartenientes a una pareja tan colorida como él mismo, esa de una ninfómana hiper putona, Lau Ngang (Bonnie Fu), y un forzudo de muy pocas pulgas, Deano (Frankie Chan Fan-kei), gran amante del cuero, las ametralladoras y el corte de pelo mohicano. Mientras que Mona regresa a Hong Kong con planes de reencontrarse después con su pareja, Gou Fei se asocia con el Juez para robar en Bangkok un camión con un suculento cargamento de armas que Tailandia le compró a la milicia norteamericana, no obstante el primo de su amigo lo traiciona a instancias de Hung y primero asesina a Chung y luego le corta el pulgar y el índice de la mano derecha a Gou Fei en un enfrentamiento con armas blancas. El Juez consigue que Sam Sei le pegue un tiro en un hombro a Gou Fei pero no lo remata y simula que lo mató, así la víctima escapa en medio de una gigantesca explosión provocada por el Juez que deja con quemaduras de tercer grado a una chica de una casa vecina, a quien el personaje de Chow rescata junto con un bulldog francés. Sam Sei se incorpora a la pandilla de su primo, la cual se traslada con las armas a Hong Kong para dominar el mercado específico, y no sólo le miente a Mona diciéndole que su novio falleció sino que la enamora y la convierte en su flamante pareja. Gou Fei recibe ayuda de un monje budista, aprende a disparar paulatinamente con la mano izquierda usando de blanco botellas de agua Perrier y finalmente regresa a Hong Kong para saldar cuentas primero con su otrora amigo, al cual de todos modos no asesina porque lo utiliza para conocer dónde están ocultas las armas robadas por el Juez, y segundo con el mismo archivillano, quien hizo de la aún colonia británica su centro de operaciones cual magnate del armamento ilegal que no acepta competencia alguna, como lo demuestra con claridad el secuestro y rauda desaparición del traficante de armas Kau (Victor Hon Kwan). Sam Sei fusila a Hung bajo influencia de Gou Fei y asimismo, pretendiendo redimirse, le consigue el dato sobre la localización del botín, un barco en el muelle de Hong Kong, para ello se acuesta con la loca de Lau y la engatusa en la intimidad para que revele el secreto. El personaje de Chow le pide al Juez diez millones de dólares por las armas y le comenta que Lau tuvo sexo con Sam Sei a espaldas de Deano para que deduzca que la ninfómana lo traicionó, por ello eventualmente la mata de un disparo adelante de su sorprendido novio. Mona descubre la verdad de fondo, eso de que Gou Fei recibió un tiro de Sam Sei y éste se unió a los sádicos que mataron a Chung, y rápidamente opta por abandonar tanto a Gou Fei como a Sam Sei, éste encima con un disparo en una pierna cortesía de su primito gay y debiendo quedarse en el departamento del protagonista junto al diminuto bulldog mientras el vengador marcha campante al encuentro con el Juez, batalla ya definitiva en la que el personaje de Chow revienta a Deano, queda con su mano izquierda inutilizada, hace estallar el mentado cargamento de armas -escondido en una retahíla de automóviles que explotan en secuencia- y se sirve de unas prótesis en sus dedos derechos faltantes para dar de baja a su enemigo tracción a pistolas y navajazos voladores. Como siempre ocurre en el cine más personal y fascinante de Lam, el tópico excluyente del relato es el binomio de lealtad/ perfidia y por supuesto esa zona gris intermedia que abarca los intentos de purgar las culpas y recuperar la estabilidad honrosa de la cofradía de turno, esquema retórico que incluye por un lado la relación ambivalente entre Gou Fei y su amigo doblemente traicionero, porque no sólo le dispara y se va con los psicópatas sino que hasta le roba la hembra, y por el otro lado el derrotero del propio adalid de la revancha, ya que él también tiene la conciencia algo sucia por haberse sumado al polvorín en potencia, léase la pandilla del Juez, y haber provocado de manera indirecta el incendio que quemó sin piedad a la muchacha esa de Bangkok que quedó desfigurada de por vida, algo que la película subraya mediante la idea final del protagonista, efectivamente materializada vía su alejamiento arriba de la moto en el cierre del film, de entregarle los diez millones de dólares a la chica cual resarcimiento por las quemaduras y los detalles adicionales de la masacre de toda su familia y el robo del adorable perrito, este último más un homenaje al polar o film noir galo -junto con el fetiche de Gou Fei con las aguas Perrier- que un simple ingrediente cómico para relajar la tensión. De todas las colaboraciones entre Lam y Chow Punto de Impacto es quizás la más redonda desde la perspectiva estrictamente actoral ya que aquí el legendario intérprete hongkonés consigue lucirse a pleno por toda esta iconografía de antihéroe solitario, tan apasionado como cerebral, que arrastra su Gou Fei, desde ya recibiendo una gran ayuda de Bonnie Fu y Frankie Chan Fan-kei, dos acólitos efervescentes de antología, de Anthony Wong Chau-sang, suerte de doppelgänger ético que le perdona la vida así como su posible verdugo se la perdona a él en última instancia, y del maravilloso y caricaturesco Simon Yam, cuyo Juez se la pasa tirándole piropos a su némesis a lo largo del metraje para reforzar esa noción tácita de los convites de acción, nunca del todo asumida por la pata occidental del rubro y su machismo ortodoxo, en lo referido a la atracción homoerótica entre el protagonista y el malvado en cuestión, hoy por hoy dos figuras que hasta las postrimerías de la trama se complementan mutuamente como si se tratase de una angustia libidinosa explícita aunque platónica, sin llegar más allá de las palabras si uno como espectador no considera al derramamiento de sangre bajo la lluvia del desenlace como un episodio equivalente a una sesión de sexo a la distancia mediante esta descarga de fluidos que cada uno provoca en el otro. Lo hecho por Ann Bridgewater merece una mención aparte ya que el desempeño de la actriz logra elevar a su Mona a un pedestal memorable poco habitual dentro de la fauna femenina estándar del cine de Lam, no porque el señor no les haya prestado atención a las hembras en el pasado, de hecho todo lo contrario debido a que siempre forman parte de manera fundamental de las condenas y/ o alegrías de los machos protagónicos, sino porque en general el cineasta eligió a intérpretes un poco anodinas que no supieron aprovechar el generoso volumen de escenas que el realizador les dio en cada obra en particular, muy por encima del promedio del enclave de la superacción del período. En este sentido, hoy las secuencias vertiginosas que consiguen sobresalir son la introductoria del asalto a la casa de antigüedades para llevarse los Budas de Oro, el rescate de Sam Sei de las garras de Hung, aquella magistral del robo del camión y la perfidia del Juez, la del secuestro de Kau en el restaurant, la de la toma de posesión de las armas en el barco, aquella de la balacera en el club nocturno llegando el final y ese duelo en el estacionamiento del muelle de los últimos minutos, estas dos últimas escenas haciendo un uso brillante de la animación para unas balas en cámara lenta que vuelan de aquí para allá destrozando cristales y cuerpos, efecto óptico visceral que sería copiado hasta el hartazgo a posteriori por Hollywood y todos los otros retrasados mentales del resto del planeta a los que tampoco se les cae una idea nueva ni por casualidad. A mitad de camino entre la denuncia solapada del imperialismo yanqui, a través de esas armas que van a parar a la dictadura militar genocida aliada de Tailandia, y el gracioso despropósito de la época a escala de los motivos exagerados repetidos, como por ejemplo la profusión de granadas, ametralladoras, motos chopperas, mucho cuero, putas de buena calidad, anteojos oscuros, espejos, risotadas maquiavélicas, cigarrillos, tics físicos ridículos -como la manía de secarse el rostro con un pañuelo estrafalario del Juez o la de mojarse con saliva el pulgar izquierdo de Gou Fei- y esa tensión psicosexual permanente que señalábamos con anterioridad, Punto de Impacto constituye una amalgama perfecta de forma y contenido ya que incluso la exquisita banda sonora, repleta de rock entre épico y melancólico y de proto house de boliche símil aguantadero de delincuentes vip, acompaña la efusividad imparable de las imágenes de esta epopeya ultra apesadumbrada como todo el cine en su conjunto de Lam, donde la contingencia de la redención está presente pero sin ese halo mágico todopoderoso del mainstream porque aquí el dolor siempre permanece, las fatalidades no pueden deshacerse con nada y en suma la muerte jamás podrá convertirse en una experiencia vivificante digna de una etapa previa más feliz, ya extinta y/ o petrificada.

 

Punto de Impacto (Xia dao Gao Fei, Hong Kong/ Tailandia, 1992)

Dirección: Ringo Lam. Guión: Nam Yin. Elenco: Chow Yun-fat, Simon Yam, Anthony Wong Chau-sang, Bonnie Fu, Ann Bridgewater, Frankie Chan Fan-kei, Nam Yin, Lee Kin-sang, Victor Hon Kwan, Chun Hung. Producción: Ringo Lam. Duración: 99 minutos.