El Cuervo (The Crow)

Un mimo del Infierno

Por Emiliano Fernández

El cineasta australiano Alex Proyas, de estirpe egipcia y chipriota, fue sin duda una de esas promesas de la generación del videoclip de los años 80 y 90 que nos regaló un puñado de películas apasionantes y después se secó a nivel creativo, en parte por malas decisiones profesionales y en parte por la gran incomprensión estándar del mainstream anglosajón y su política de “tolerancia cero” hacia lo diferente, siempre más preocupado por lo comercial previsible que por la coherencia artística y sus necesidades, en el fondo algo muy similar a lo sucedido con otros directores que vieron sus respectivas carreras marchitarse o perdieron la legitimidad cinematográfica/ cultural/ ideológica de sus comienzos por distintas razones, pensemos para el caso en la mediocridad galopante de Tim Burton luego de La Leyenda del Jinete sin Cabeza (Sleepy Hollow, 1999), de Michel Gondry después de Soñando Despierto (La Science des Rêves, 2006) y de Tarsem Singh a posteriori de la extraordinaria The Fall (2006), o en propuestas que desconcertaron al público y/ o la crítica y por ello fueron leídas de manera automática como “desastres destruye carreras”, panorama que sufrió el Richard Kelly de La Caja Mortal (The Box, 2009), ese Vincenzo Natali de Splice: Experimento Mortal (Splice, 2009) y aquel Richard Stanley de La Isla del Dr. Moreau (The Island of Dr. Moreau, 1996), luego terminada por John Frankenheimer, por cierto todo un experto en completar rodajes que quedan a medias por la expulsión del realizador en cuestión, pruebas irrefutables de ello son La Celda Olvidada (Birdman of Alcatraz, 1962) y El Tren (The Train, 1964), antes a cargo de Charles Crichton y Arthur Penn, respectivamente. Proyas se hizo conocido en la década del 80 e inicios de los 90 mediante una serie de videoclips para gente como Fleetwood Mac, Mike Oldfield, INXS, Yes, Cutting Crew, Rick Springfield, Alphaville, Sting, Crowded House y Steve Winwood, entre otros, lo que cimentó el terreno para la llegada de su ópera prima ultra independiente, la fábula postapocalíptica Espíritus del Aire, Criaturas de las Nubes (Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds, 1987), film que ya anticipaba su principal marca registrada porque lo visual y lo sonoro decididamente le ganaban la pulseada a la trama, los diálogos y todo el desarrollo conceptual de la epopeya.

 

No le llevaría mucho tiempo trepar a otro nivel de producción gracias a unos cuantiosos capitales hollywoodenses que financiarían sus dos propuestas más conocidas y celebradas, de hecho lo único que rodó en el campo de los largometrajes durante los años 90, El Cuervo (The Crow, 1994) y Ciudad en Tinieblas (Dark City, 1998), la primera una adaptación del personaje creado por James O’Barr y nacido en 1989 de la mano de la editorial Caliber Comics, uno de impronta autobiográfica porque le sirvió al autor para lidiar con el óbito de su prometida a fines de los 70 por culpa de un conductor ebrio, y la segunda una relectura a lo film noir tétrico del motivo de la ciencia ficción de la identidad maleable y la simulación o realidad paralela de World on a Wire o El Mundo Conectado (Welt am Draht, 1973), la legendaria miniserie de Rainer Werner Fassbinder, toda una obsesión de la época como lo demuestran Abre los Ojos (1997), de Alejandro Amenábar, The Truman Show (1998), de Peter Weir, Amor a Colores (Pleasantville, 1998), de Gary Ross, eXistenZ (1999), de David Cronenberg, ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999), de Spike Jonze, The Matrix (1999), de Larry y Andy Wachowski, y esa errática El Piso 13 (The Thirteenth Floor, 1999), faena de Josef Rusnak que también adaptaba -con resultados mucho menos satisfactorios- la novela de Daniel F. Galouye que supo inspirar a Fassbinder, Simulacron-3 (1964). El resto del derrotero artístico de Proyas cae varios escalones por debajo y en esencia lo llevó al olvido de la mano de una épica exótica exagerada, la mediocre Dioses de Egipto (Gods of Egypt, 2016), y una retahíla de productos correctos que podrían haber sido bastante mejores si el realizador le prestase al relato la misma atención que le dedica a la faceta estética de sus odiseas, nos referimos desde ya a Cuenta Regresiva (Knowing, 2009), trabajo apocalíptico ameno con un Nicolas Cage atrapado por la numerología, Yo, Robot (I, Robot, 2004), banalización del acervo literario de Isaac Asimov con el bobo de Will Smith ensuciándolo todo, y Días de Garaje (Garage Days, 2002), simpática anomalía rockera que fue ninguneada en su momento de estreno y certifica el cariño del convite de 1994 hacia el glam, el rock gótico, el trash, el rock industrial, el punk y la escena alternativa de entonces.

 

El Cuervo, en gran medida, anticipa vía el latiguillo de ultratumba y el marco de violación y venganza/ “rape and revenge” aquella obsesión con la memoria fragmentada y los planos de la existencia de Ciudad en Tinieblas, un esquema retórico que Proyas dejaría de lado a futuro, optando en cambio por adaptarse a los requisitos más “luminosos” u optimistas del mainstream yanqui, y que en algún punto también estaba presente en la locura tácita o el grotesco surrealista/ onírico de la desolación de Espíritus del Aire, Criaturas de las Nubes. Top Dollar (Michael Wincott) es un mafioso de Detroit que adora generar incendios en la jornada nocturna previa a Halloween, llamada Noche del Diablo (Devil’s Night), y que se suele apoderar de edificios de zonas marginales echando a los inquilinos, por ello le ordena a su pandilla de energúmenos, una histérica compuesta por el líder T-Bird (David Patrick Kelly) y sus secuaces desaforados Tin Tin (Laurence Mason), Funboy (Michael Massee) y Skank (Angel David), que amedrente a una pareja que venía quejándose por los desalojos forzosos y planeaba casarse al día siguiente, en Halloween, esa de Shelly Webster (Sofia Shinas) y el guitarrista Eric Draven (Brandon Lee), miembro de la banda de rock La Broma del Ahorcado (Hangman’s Joke), lo que deriva en la violación en grupo y fallecimiento de ella por las heridas y en una caída desde el sexto piso del loft de turno por parte de él, justo luego de ser acuchillado y acribillado a tiros. Un cuervo ignoto se lleva el alma de Draven a la tierra de los muertos pero como no puede descansar en paz la regresa a la comarca de los vivos para que el cuerpo ahora indestructible de Eric, proto CGIs de por medio, desate su revancha contra los verdugos, así las cosas nuestro antihéroe amigo del látex, el cuero y el maquillaje darky llena de cuchillos el cadáver de Tin Tin, con el drogadicto Funboy hace lo propio pero sirviéndose de jeringas, a T-Bird lo ata a su automóvil para después hacerlo estallar con una granada y finalmente a Skank lo encuentra en el aguantadero del terrorífico Top Dollar, quien tiene de lugarteniente a Grange (Tony Todd) y mantiene una relación incestuosa con su hermanastra asiática Myca (Bai Ling), una cocainómana como el villano excluyente que mata a sus amantes y está obsesionada con extirpar los ojos de sus presas.

 

Condimentaba con secundarios interesantes como el propietario cómplice de una casa de empeños, Gideon (Jon Polito), el prototípico “policía bueno” que simpatiza con el justiciero zombie, Daryl Albrecht (Ernie Hudson), una nenita pícara y marginal que la pareja solía cuidar, Sarah Mohr (Rochelle Davis), y la madre drogadicta de la anterior y semi novia de Funboy, Darla (Anna Thomson), la historia es tan simple como disfrutable y forma parte de un collage símil videoclip con elementos del videoarte, la publicidad, los cómics, el policial negro expresionista, los dibujos animados y sobre todo el cine de acción (aquí se destacan la cámara lenta, la imagen congelada y el montaje esquizofrénico) y el terror (a la dinámica del slasher de desquite se suman las tomas subjetivas desde el punto de vista de Draven y el cuervo que siempre lo acompaña, dos miradas fusionadas). Además del preciosismo visual exuberante de Proyas y su tendencia a unificarlo de maravillas con el soundtrack, hoy vía canciones de The Cure, Stone Temple Pilots, Violent Femmes, The Jesus and Mary Chain, Rollins Band, Nine Inch Nails, Pantera y Rage Against the Machine, el desempeño de Lee resulta perfecto como este “mimo del Infierno” -Albrecht dixit- y va más allá de la mística macabra que arrastra la película por su muerte accidental durante el rodaje a los 28 años de un disparo de su colega Massee, a posteriori de productos menores de acción como Furia de Venganza (Rapid Fire, 1992), de Dwight H. Little, y Masacre en el Barrio Japonés (Showdown in Little Tokyo, 1991), de Mark L. Lester, episodio que duplicó lo ocurrido con su padre, Bruce Lee, fallecido también de repente en 1973 de un edema cerebral enigmático a sus 32 años de edad. El Cuervo no supera a sus influencias por cierta redundancia, como el diseño de producción sombrío de Batman (1989) y El Joven Manos de Tijera (Edward Scissorhands, 1990), ambas de Burton, aquella distopía urbana de Blade Runner (1982), de Ridley Scott, y RoboCop (1987), de Paul Verhoeven, o el romanticismo sobrenatural de Highlander (1986), de Russell Mulcahy, e incluso Drácula (Bram Stoker’s Dracula, 1992), de Francis Ford Coppola, no obstante el film funciona como un artefacto posmoderno bello que compensa con energía y humor negro lo que le falta en inteligencia y en profundidad…

 

El Cuervo (The Crow, Estados Unidos, 1994)

Dirección: Alex Proyas. Guión: David J. Schow y John Shirley. Elenco: Brandon Lee, Ernie Hudson, Michael Wincott, David Patrick Kelly, Angel David, Laurence Mason, Michael Massee, Bai Ling, Sofia Shinas, Tony Todd. Producción: Jeff Most y Edward R. Pressman. Duración: 102 minutos.

Puntaje: 8