Everything Now, de Arcade Fire

Un mundo de cenizas de cigarrillo

Por Emiliano Fernández
“Keep you waiting, hour after hour
Every night, in your lonely tower
Looking down at all the wreckage
When we met you’d never expect this
And you said ‘maybe we don’t deserve love’
Maybe we don’t deserve love…”
 
“Sigues esperando, hora tras hora
Todas las noches, en tu torre solitaria
Mirando desde lo alto los restos de la destrucción
Cuando nos conocimos no esperabas esto
Y dijiste ‘tal vez no merezcamos el amor’
Tal vez no merecemos el amor…”
 
We Don’t Deserve Love, Arcade Fire.

 

Un largo camino ha recorrido Arcade Fire -quizás la banda más importante del nuevo milenio- hasta llegar a Everything Now (2017), su quinto y muy interesante disco de estudio, un trabajo que habla tanto de la idiosincrasia batallante de los canadienses como del contexto de la industria cultural contemporánea, en una doble faceta que abarca por un lado al contenido en sí del álbum y por el otro las reacciones que el susodicho ha venido generando desde su lanzamiento por parte de una prensa facilista y manipuladora que tiende a santificar cualquier producto estéril que venga bendecido por el mainstream pero que se mancomuna para atacar a cualquiera que pretenda socavar su posición u ose criticarla. Pero antes de profundizar en cada una de estas aristas conviene sopesar brevemente el derrotero de los muchachos hasta el presente para comprender dónde estamos parados.

 

Formada en Montreal, la banda es un colectivo indie comandado por el matrimonio compuesto por Win Butler y Régine Chassagne, cantantes y principales compositores, al que suelen acompañar un promedio estable de otros cuatro integrantes que en vivo se pueden expandir a siete u ocho. Luego de un correcto EP homónimo de 2003 que ofrecía apenas un chispazo del talento de la banda, el ya mítico Funeral (2004), su primer disco de estudio, confirmó su predilección por un rock enrevesado, melodioso y sutilmente dramático inspirado sobre todo en David Bowie y Roxy Music, aunque siempre tendientes a incorporar cuerdas, algunos pasajes bien lánguidos y hasta momentos de explosión punk. El extraordinario Neon Bible (2007) fue una obra más rockera y exuberante -con detalles de esplendor góspel posmoderno- en cuanto a la inclinación general de las canciones, las cuales parecían tomar la forma de una suerte de continuación de sus homólogas del álbum anterior pero a veces acercándose a The Cure y Echo & the Bunnymen: si antes las letras estaban concentradas en los sueños adolescentes, la vida en la casa paterna, los primeros amores, la angustia de la claustrofobia familiar, la frustración ante la mediocridad del vecindario, la necesidad de buscar nuevos horizontes y las primeras muertes en el seno del clan, los temas del segundo álbum en cambio se metían de lleno en la violencia -tanto la simbólica como la real- de la vida metropolitana, esa plagada de velocidad, ruidos, paranoia, medios de comunicación nauseabundos y gobiernos cínicos, fascistoides y genocidas, como si el protagonista del Funeral hubiese crecido y se hubiese mudado a un gran urbe contemporánea, encontrando allí un huracán impensado durante aquellos inocentes días del pueblo natal. El cierre de esta especie de trilogía conceptual llega con el excelente The Suburbs (2010), un disco con un fuerte dejo folk a la Neil Young aunque a la vez manejando una paleta heterogénea de influencias que incluyen un pop cada vez más barroco, las primeras -y bien leves- incursiones en el terreno de los sintetizadores símil new wave, una ralentización tenue de los arrebatos de furia, una mayor presencia de los momentos surrealistas/ autobiográficos/ lisérgicos/ existencialistas y finalmente un puñado de mantras a mitad de camino entre el reggae y el dub. En lo que atañe a las letras, el trabajo le da un desenlace a la vida del hipotético protagonista de los discos previos, ahora trasladándose con su parentela a los suburbios del título para escapar de la locura de la ciudad -y su entorno extremadamente agresivo para la vida- pero la “solución” también resulta frustrante, en esencia porque la apatía, la violencia y la hipocresía también están presentes en los márgenes. Todas las tendencias más radicales de The Suburbs encuentran su punto de ebullición en Reflektor (2013), un disco doble en el que participa el propio Bowie y que permite a la banda en buena medida dejar de lado la visceralidad del rock tocado en vivo en el estudio y llevar al extremo su inclinación hacia los pasajes dilatados, en esta oportunidad volcados hacia un mashup dance/ glam/ disco/ pop/ dub con elementos camuflados de hip hop y post punk vía la disposición hiper compleja de la técnica utilizada. Entre el mito de Orfeo, las parodias al cristianismo, los misterios de la nocturnidad más mágica y los dardos contra la banalidad y el egoísmo de nuestros días, Reflektor fue un trabajo ambicioso y despampanante que demostró ser divisivo para los fans de antaño de la banda y que -por cierto- les ganó una nueva tanda de conversos.

 

Así llegamos al Everything Now, disco que como todos los anteriores toma un rasgo determinado de la creación inmediatamente previa y la lleva hasta sus últimas consecuencias en lo que podemos definir como la marca registrada pasional de la banda, centrada en jugarse a todo o nada por su decisión artística de turno y su postura ideológica, una suerte de izquierda inusualmente radicalizada para una agrupación ya asentada en el mainstream internacional. Aquellos sintetizadores que apenas si asomaron la cabeza en The Suburbs y que estaban mayormente ocultos en Reflektor bajo la estructura mutable de las composiciones, aquí pasan al frente con toda la fuerza en los mejores y más movedizos temas del álbum, el cual a su vez está enmarcado en un discurso irónico que señala continuamente la naturaleza comercial del producto que tenemos en nuestras manos y el objetivo de toda la industria cultural en su conjunto, léase llenarse los bolsillos a través de obras en las que el presupuesto destinado a la publicidad supera holgadamente a su homólogo dedicado a la realización concreta del opus. Con una enorme inteligencia, Arcade Fire montó una campaña de marketing web muy hilarante -principalmente de posicionamiento de marca- que se condice con las citas a una corporación homónima falsa y con el arte en sí del disco en físico, con logotipos para cada tema y un desplegable interno en el que se vende la música y se le asigna un “precio” que equivale a la duración de cada track, una movida general que recuerda a lo hecho por The Who en la tapa y contratapa de The Who Sell Out (1967), aquella otra parodia protagonizada por Pete Townshend y los suyos vendiendo productos a través de eslóganes tan fatuos como graciosos.

 

De la misma forma en que hoy por hoy ya prácticamente no existen en los medios grandes los periodistas a la vieja usanza (lo que queda son operadores políticos/ económicos/ culturales al servicio de la derecha repugnante en el poder) ni mucho menos aquellos expertos de otras épocas que “iluminaban” al público sobre el rumbo de la disciplina en cuestión (sólo basta encender la televisión o la radio o navegar por cualquier versión on line de los antiguos tabloides para encontrarse con una legión de lobbistas, suerte de perros falderos/ esbirros del capital financiero, los grupos económicos concentrados y sus secuaces de la política), ahora Everything Now pone en evidencia la perfidia de base y sus numerosas careteadas orientadas a lobotomizar al mayor número posible de ciudadanos reducidos a consumidores bobos que compran lemas simplistas en vez de proyectos, un ejército de minusválidos mentales que curiosamente se muestran hiper soberbios y agresivos ante cualquier diatriba que critique este estado de cosas y/ o su propia enajenación, pedantería, estupidez e hipocresía. Allí mismo reside -y en función de ello se explican- los ataques que ha recibido el disco en muchos medios del mainstream: el discurso de denuncia del álbum los incluye y ya sabemos que el corporativismo del gremio se suele manifestar en arremetidas para nada sutiles que hablan más de las flaquezas y la mediocridad de quien escribe -y de sus “dueños”, los mandos gerenciales- que de la obra de arte supuestamente analizada.

 

Ya dejando de lado la patética idiotez de los sicarios del capital concentrado, esos que se sintieron tocados por Butler, Chassagne y compañía, y transcurrido un tiempo prudencial desde la salida del álbum, es momento de sopesarlo en su justa medida para despejar la paja del trigo. Con una formación estable que sigue condensada en Win (voz, guitarra, piano y teclados), Régine (voz, acordeón, percusión, piano y teclados), Richard Reed Parry (guitarra, bajo y sintetizadores), William Butler (sintetizadores, guitarra y percusión), Tim Kingsbury (bajo) y Jeremy Gara (batería), ahora el colectivo reclutó como productores a Thomas Bangalter de Daft Punk, Steve Mackey de Pulp, Geoff Barrow de Portishead y el recurrente Markus Dravs, con quien ya habían colaborado en The Suburbs y Reflektor; todo bajo una lógica típicamente contemporánea en la que el combo de apellidos varía de tema en tema, circunstancia que afortunadamente no afecta para nada la integridad del disco, el primero sin intervenciones en francés, dicho sea de paso (dato curioso).

 

El primer y el último track, intitulados Everything_Now (Continued) y Everything Now (Continued), determinan la naturaleza circular del disco, otro detalle sardónico que obedece a la parodia general ya que el álbum está pensado para una escucha infinita en la que el comienzo se amalgama con el final y viceversa, un coletazo de la cultura del hedonismo de nuestros días y su exigencia de simultaneidad perpetua como si estuviésemos hablando de androides productores y no de seres humanos con vidas y afectos. En ambos, sobre una base rítmica a la vez fracturada y repetitiva y sonoridades lejanamente psicodélicas, Win repite su mantra “estoy en el vacío otra vez, no puedo regresar/ podemos simplemente fingir que volveremos a casa desde el todo ahora”, lo que funciona además como una intro para la primera canción propiamente dicha, la que le da el título al disco. Everything Now es una muestra cabal de perfección pop por parte de un grupo que ha pulido su propuesta hasta el máximo, llegando a una madurez que privilegia el formato canción por sobre el apego experimental/ desestructurado -cercano al house y los vaivenes macro de la música electrónica- del Reflektor, en esta oportunidad con una melodía bien pegadiza y un piano adorable que le deben mucho a ABBA. Los pros y los contras de la ubicuidad cultural actual constituyen el eje conceptual del tema, una de las joyas insuperables del disco, remarcando esa facilidad para el acceso a los contenidos audiovisuales que lleva a la saturación y a un consumo muy banal que busca entretenimiento inmediato y nunca se toma el tiempo de examinar lo visto/ escuchado con la suficiente paciencia, esa misma que utilizó el autor al momento de la creación (Butler recuerda la época precedente a este colapso y lo hace saber). El tema es algo así como una síntesis del álbum y nos presenta un andamiaje narrativo férreo -al fin y al cabo, los Arcade Fire son la banda estructuralista por antonomasia del presente- con una magistral primera estrofa de índole descriptiva: “cada pulgada de cielo tiene una estrella/ cada pulgada de piel tiene una cicatriz/ supongo que ahora lo tienes todo/ cada centímetro de espacio en tu cabeza/ está repleto de las cosas que lees/ supongo que ahora lo tienes todo/ y cada película que hayas visto/ llena los espacios en tus sueños”. La redundancia de todo tipo, la desinformación y esa clásica levedad de las redes sociales -léase la omnipresencia de los comentarios superpuestos que se canibalizan entre sí porque jamás salen de las burbujas retóricas ad infinitum- aparecen en versos como “cada pulgada de camino tiene un letrero/ y cada niño utiliza la misma línea/ juro lealtad al todo ahora/ cada canción que alguna vez escuché/ está reproduciéndose al mismo tiempo, es absurdo/ y me recuerda, ahora lo tenemos todo/ subimos los parlantes hasta que estallan/ ¡porque cada vez que sonríes es falso!/ Deja de fingir, lo tienes todo ahora/ (¡todo ahora!) Lo necesito/ (¡todo ahora!) Lo quiero/ (¡todo ahora!) No puedo vivir sin el todo ahora”. Respetando las preocupaciones de siempre de la banda, la canción incluye además una bajada al ámbito privado familiar porque uno de los principios inclaudicables de los canadienses siempre ha sido -precisamente- combinar las premisas de denuncia general con las repercusiones que los aspectos negativos de la sociedad de nuestros días desencadenan en el hogar, ahora enfatizando que la supuesta utopía que profetizaban todos los gurúes de Internet de la década del 90 se cayó a pedazos por la mediocridad promedio de los contenidos compartidos hasta el hartazgo y la alienación que éstos pueden llegar a generar en unidades sociales como las familias con una idiosincrasia diferente, basada en el afecto y no en esa confrontación eterna de la web; pensemos para el caso en frases como “cada pulgada de camino tiene una ciudad/ papá, ¿cómo es que nunca estás cerca?/ Te extraño, como todo ahora/ mamá, deja la comida en el horno/ deja tu coche en el medio de la ruta/ una familia feliz con todo ahora/ sube los parlantes hasta que estallan/ ¡porque cada vez que sonríes es falso!”, o ese detalle fulminante llegando el final, “todo ahora hasta que cada habitación de mi casa esté llena de mierda que si me faltase no podría vivir”.

 

Signs of Life continúa la aventura disco setentosa y profundiza la intervención de unos sintetizadores que acompañan a un bajo groovero y súper bailable, en esta ocasión disparando munición gruesa contra la infantilización de la cultura mediante la permanente ponderación de una euforia de cartón pintado consagrada al consumismo, la trivialidad, el no compromiso verdadero, la intolerancia y el escapismo transitorio, ingredientes que rápidamente derivan en una frustración y una desidia que abren la puerta para que el círculo vicioso de los cooptados por el autobombo capitalista empiece de nuevo al día siguiente. La búsqueda fútil de la felicidad en el desapego y la distancia emocional está protagonizada tanto por imberbes de carácter vintage como por pendeviejos decadentes, los dos blancos predilectos de Win en la canción, tomemos como ejemplos el leitmotiv y el estribillo: “esos chicos geniales atrapados en el pasado/ en un mundo de cenizas de cigarrillo/ ¿a dónde vamos? ¿A quién le preguntaste, a quién le preguntaste?/ Buscando signos de vida, buscando signos cada noche/ pero no hay signos de vida, así que lo hacemos de nuevo”. El individualismo bobalicón, los ataques gratuitos por “diversión” y la ruina de la ética, asimismo, se dan cita en estrofas como “lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, a veces domingo/ El amor es duro, el sexo es fácil/ Dios en el cielo, ¿podrías complacerme?/ Crees que inventaste la vida, te resulta difícil definir/ pero lo haces todo el tiempo, entonces lo haces de nuevo”.

 

Indudablemente la mejor composición del disco es la siguiente, Creature Comfort, un temazo con todas las letras que recupera un aire símil ABBA para -otra vez- mutar aquel sustrato leve y meloso de los suecos en un alegato digno del punk inglés de la década del 70, aunque adaptado a la querencia depresiva, miserable y suicida de los tiempos que corren, en los que la mayoría de los adolescentes -y unos cuantos gansos que sobrepasaron hace mucho esa fase de la vida- están obsesionados con tratar de cumplir las metas más delirantes impuestas por el mainstream cultural en materia de éxito económico, reconocimiento, belleza, carrera y una aceptación a ojos del resto de la plebe que se condice con los discursos berretas/ maniqueos/ homogeneizadores/ asquerosamente comerciales de los imbéciles del gremio de la publicidad, lo que desde ya genera un grado supremo de insatisfacción popular porque el 99,9% de los seres humanos no alcanzan ni alcanzarán nunca el poder concreto de los representantes de los oligopolios que venden -vía mentiras y pavadas de distintos colores- esos símbolos tan ridículos como ampliamente consensuados a nivel de las sociedades capitalistas. Arcade Fire señala de manera perfecta, sobre una furiosa programación de sintetizadores del enorme Geoff Barrow, el trasfondo freudiano del asunto y el complejo de Edipo en particular: “algunos chicos se odian a sí mismos/ pasan sus vidas culpando a sus padres/ algunas chicas odian sus cuerpos/ paradas frente al espejo y a la espera del feedback/ diciendo a Dios, ‘hazme famosa’/ ‘si no puedes, simplemente hazlo sin dolor, sólo hazlo sin dolor’”. La mala interpretación del primer disco, el Funeral, se cuela con la anécdota -vaya a saber si es real, por el mundo en que vivimos es probable que así lo sea- de una fan que le comentó a Butler cómo ese álbum jugó un papel central en su intento de suicidio, algo que queda retratado en los versos “suicidio asistido/ ella sueña con morir todo el tiempo/ me dijo que estuvo muy cerca/ llenó la bañera y puso nuestro primer disco”. La anorexia, los trastornos alimenticios en general, la automutilación y la egolatría paradójicamente masoquista aparecen en la estrofa “algunas chicas se odian a sí mismas/ se ocultan debajo de las sábanas con pastillas para dormir/ y algunas chicas se cortan a sí mismas/ paradas frente al espejo y a la espera del feedback/ algunos muchachos reciben demasiado, demasiado amor, demasiado contacto/ algunos muchachos se mueren de hambre/ parados frente al espejo y a la espera del feedback”. Como suele ser común en la estructura de los temas de la agrupación, el puente funciona como una bajada a la realidad, ahora subrayando que los protagonistas de la canción son los sectores privilegiados del Primer Mundo y el grueso de los burgueses del resto del globo: aquí por un lado se les restituye a pura ironía la identidad a los que padecen este tipo de desórdenes y se subraya la ceguera e insensibilidad de los ricos -su incapacidad de ver la belleza de la vida a su alrededor- en líneas como “las criaturas de confort lo hacen indoloro/ entiérrame sin dinero y sin nombre/ nacido en una mina de diamantes/ está a tu alrededor pero no puedes verlo/ nacido en una mina de diamantes/ está a tu alrededor pero no puedes tocarlo”, y por el otro lado se retoma la idea de que en varios versos se habla de personas reales conocidas por la banda, como por ejemplo “nunca es indoloro/ ella era una amiga mía, una amiga mía/ y nosotros tenemos nombres”. Precisamente, esas “criaturas de confort” a las que se refiere la canción son los placebos emocionales (comida, dinero, apariencia, etc.) que en la sociedad de la impaciencia y la banalidad derivan en adicciones, las cuales muchas veces desembocan en la muerte más estúpida, ahora mismo un suicidio por no agradarle al otro por esta fantasía macro de perfección marketinera capitalista. La moraleja llega al final cuando Win pone en interrelación todo este entramado contemporáneo con las geniales pretensiones mordaces del disco en su conjunto: “somos los huesos debajo de tus pies/ la mentira blanca de la prosperidad estadounidense/ queremos bailar pero no podemos sentir el ritmo/ soy un mentiroso, no dudes de mi sinceridad”.

 

Las dos canciones siguientes, Peter Pan y Chemistry, son quizás las menos interesantes a nivel musical (la primera está apuntalada en una programación correcta de influjo dub y la segunda es un simpático cocoliche símil reggae con chispazos disruptivos de rock indie), no obstante a través de sus letras refuerzan con perspicacia las dos vertientes principales de Arcade Fire. Peter Pan es un tema entre oscuro y esperanzador que conjuga la muerte de los padres, el saberse un adulto -y con el detalle de ser el siguiente en la línea en encontrarse con la parca- y finalmente la quimera de vivir eternamente como el personaje de James Matthew Barrie al que hace referencia el título. El fallecimiento del ser querido y el fantasma acechante de la mortalidad aparecen desde el inicio: “en mis sueños te estás muriendo/ me despiertan y no puedo dejar de llorar/ sólo quiero vivir para siempre/ cumplir mis promesas, mantenernos unidos/ en mis sueños estás vivo/ abro los ojos y me despierto perdonado/ sólo algo para diluir la sangre/ ¿cómo puedo vivir con tanto amor?/ Canto ‘sé mi Wendy, yo seré tu Peter Pan’/ Vamos, nena, toma mi mano/ podemos caminar si no tienes ganas de volar/ podemos vivir, no tengo ganas de morir/ sé mi Wendy, yo seré tu Peter Pan/ vamos, nena, no tienes planes/ niños y niñas cuentan con todas las respuestas/ hombres y mujeres siguen haciendo crecer sus cánceres”. La soberbia infantil de los versos previos, aquella inocente de verdad porque nos habla de la etapa preadolescente, pronto muta en la distancia insalvable entre la vida y la muerte y en la imposibilidad ya de limar asperezas y de decir lo no dicho en su momento, un combo que asimismo se vincula a las promesas huecas y mentirosas del sueño americano porque todo se posterga para un futuro ideal que nunca llega: “en mis sueños nos estamos besando/ me despiertan pero has desaparecido/ nacidos tan cerca pero nos distanciamos/ y toda enfermedad nace en el corazón/ en mis sueños te estás muriendo/ me despiertan y no puedo dejar de llorar/ porque es una cita nocturna, un sueño americano de ojos muertos/ y te abandona, nena, si permites que se vaya”. Chemistry, en cambio, da de baja la sensibilidad a flor de piel de Peter Pan y apuesta al sustrato más lúdico de la banda en función de unos versos sencillos a conciencia que pueden retratar tanto una típica relación amorosa obsesiva o el acercamiento -igual de insistente y protopsicopático- de una corporación a un potencial cliente/ consumidor/ autómata con billetes para gastar; consideremos la muy graciosa apertura: “yo tengo el dinero y tengo el tiempo/ tengo un secreto: voy a hacerte mía/ puedo sentir que me estás mirando/ nena, lo puedes intentar pero no podrás negarla/ química, química”. La alternativa retórica del acoso marketinero queda mucho más firme en las dos últimas estrofas, dos joyitas de la ironía sutil: “ve a la ciudad, ve a una tienda/ pide un préstamo en otro banco/ llama a tu madre, inventa una excusa/ voy a tenerte, nena, no sirve de nada/ (química) te conozco/ (química) chica, te conozco/ (química) siente cómo te conozco/ bueno, tienes una opción, tal vez dos/ puedes venir conmigo o yo iré contigo/ sé que aún no nos hemos encontrado/ pero me vas a amar, nena, cuando te acostumbres a mí”.

 

Por su parte los tracks Infinite Content e Infinite_Content conforman una misma canción dividida en dos partes, la primera rockera y con un pulso punk condimentado con cuerdas y la segunda mucha más sosegada y de impronta baladística, un esquema que remarca la naturaleza paródica detrás de la estructura del disco -su andamiaje en espiral- y las aspiraciones monetarias -ante todo- de la industria desde la cual la banda nos dispara sus tan necesarias misivas contraculturales: “contenido infinito, contenido infinito/ nosotros estamos infinitamente contentos/ todo tu dinero ya se gastó en él/ todo tu dinero ya está gastado/ contenido infinito, contenido infinito”. La postal mordaz, que incluye una coda final con sonidos de centro comercial y una caja registradora, empalma de inmediato con otra de las obras maestras del disco, Electric Blue, la única incursión como vocalista principal de Chassagne del Everything Now. A partir de una base rítmica hiper dance/ disco y una línea de sintetizador muy contagiosa, ella canta con su vocecita procesada una letra que combina la alusión del título a Sound and Vision, exquisitez del monumental Low (1977) de Bowie, y un relato en torno a una ruptura romántica en la que la muerte de la relación de turno pone de relieve la imprevisibilidad de los sentimientos, cierta inocencia en creer que el vínculo duraría para siempre y la misma soledad del tener que autoexcluirse de todo para llevar adelante el duelo necesario. La intercambiavilidad del mercado, ese opuesto exacto del amor verdadero, el que elige un afecto recíproco real, aparece desde el vamos: “el verano se fue y tú también/ miro al cielo electrocutarse/ mil muchachos que se parecen a ti/ cubro mis ojos, tristeza eléctrica/ ahora no puedo entenderlo/ pensé que lo encontré pero descubrí que no sé una mierda/ ahora no puedo entenderlo/ pensé que lo encontré pero descubrí…/ mil chicas que se parecen a mí/ mirando hacia el mar abierto/ repiten las palabras hasta que se hacen verdad/ cubro mis ojos, tristeza eléctrica”. La estrofa final en especial parece funcionar como una elegía/ homenaje al propio Duque Blanco, gracias a los bellos versos “ahora me tienes tan confundida/ porque no sé cómo cantar tu pena/ Jesucristo, ¿qué puedo hacer?/ no sé cómo cantar tu pena”.

 

Good God Damn, construida en torno a un bajo de cadencia funk y una guitarra que apoya entre una entonación macabra y la pista de baile, expande la historia de la fan que estuvo a un paso de suicidarse con el Funeral de fondo, aquella de Creature Comfort, ahora utilizando un juego de palabras con la expresión anglosajona “God damn”, que suele traducirse como “maldición” pero que aquí adquiere otro significado al interponer una coma y sumarse el “good” inicial, una estructura que va mutando según progresa la letra como bien contextualiza el principio de la canción: “¿querés arruinarte?/ Cuando los tiempos se ponen difíciles/ pon tu disco favorito, nena/ y llena la bañera/ quieres decir adiós a tus amigos más viejos/ con ese buen y maldito Dios/ elige tu ropa, es tiempo de irse/ siempre es más oscuro antes del amanecer/ el sol nunca sale/ yo podría decir adiós a tus amigos más viejos/ tal vez haya un buen Dios, maldición/ ¿podría haber un buen Dios? ¡Maldita sea!/ Tal vez haya un buen Dios, maldición”. De hecho, es esa vertiente esperanzadora la que va tomando preeminencia durante el segmento ulterior del tema en tanto reafirmación de la propia identidad, el dejar de lado las amistades nocivas/ banales/ destructivas y cortar con el rollo suicida para reconvertir el escenario de muerte del comienzo en un contexto de disfrute y placer, sobre todo respetándose a uno mismo y a su vida: pensemos en la estrofa espejo e invertida del final, “¿dejarme arruinarme?/ Cuando los tiempos se ponen difíciles/ pon tu disco favorito, nena/ llena la bañera/ podrías decir adiós a tus supuestos amigos”, y en la mínima frase del outro, muy reveladora en lo que atañe a su apuesta a la vida y a lo que sea que represente para cada persona la existencia de una entidad mística supraterrena, “tal vez haya un buen Dios, si él te hizo”.

 

La anteúltima canción también examina un estado depresivo pero en este caso el asunto termina muy mal, invirtiendo el dejo positivo de Good God Damn. Put Your Money on Me es la síntesis perfecta entre el dance del Reflektor y el disco setentoso altisonante del Everything Now, con una base rítmica más movida y una línea de teclados que marca el espíritu acechante/ vigilante del tema, hoy apuntalado en una letra que recupera las metáforas mercantiles para crear una historia de un amor obcecado al extremo, con un protagonista que le implora a la receptora que vuelva a sus brazos -luego de lo que parece ser una separación por un cariño casi caníbal- vía la repetida frase “pon todo tu dinero en mí”, autoreduciéndose a una especie de producto que ella debería comprar en su totalidad y sin puntos medios, algo que de paso nos reenvía a aquella lógica -ahora en versión tétrica- detrás de Chemistry. La canción juega todo el tiempo con la doble dimensión de esta idiosincrasia, léase los elementos positivos (incondicionalidad, valentía, compromiso sin alicientes, etc.) y negativos (tendencia a la debacle, a la obsesión, a un vínculo de tipo adictivo, a la cosificación, al delirio persecutorio, a exponerse demasiado hasta llegar al nivel del maltrato en manos de la contraparte, etc.), lo que puede percibirse en líneas como “pon tu dinero en mí porque apenas puedo respirar/ pon tu dinero en mí/ si crees que te estoy perdiendo, debes estar loca/ todo tu dinero en mí/ nunca te dejaré ir, incluso aunque sea lo más fácil/ pon tu dinero en mí/ o méteme en la cama y despiértame cuando esté muerto/ sé que tienes que ser libre pero nunca te voy a dejar ir”. La súplica se va oscureciendo cada vez más cuando Win, dándole la voz al obseso en cuestión, reconoce que sufre un ninguneo muy doloroso y hasta se homologa a sí mismo con alguna clase de demonio que viene siendo reclamado por los otros representantes del averno; consideremos versos prodigiosos como los siguientes: “todos mis regalos son destruidos antes de ser abiertos/ y las promesas, en el mismo segundo en que son dichas/ sé que he estado raro, mi piel está mudando/ mi madre lloró el día de nuestra boda/ las trompetas de los ángeles reclaman mi cabeza/ lucho a través del éter y sólo renunciaré cuando muera/ si quieres saber quién estará allí al final/ cuando me entierres, nena, todavía seré tu amigo cantando ‘pon tu dinero en mí’”.

 

Un mantra sonoro apacible aporta los cimientos para el final, We Don’t Deserve Love, otra de las mejores canciones del disco, una composición lánguida cuyo estribillo adquiere un carácter semejante a los himnos existencialistas clásicos de la banda y que en términos generales resume muchas de sus preocupaciones, ahora eligiendo como eje central a la incomunicación entre los seres humanos en nuestra era digital, esa que al tiempo que nos permite simultaneidad y una generosa transferencia de datos, suele condenarnos a un marasmo producto de la información basura, la mediocridad de buena parte del arte contemporáneo, la hipocresía de las alocuciones “legitimadas” por las instituciones, los discursos promercado que hablan de la muerte de las ideologías (lo que por supuesto constituye otra ideología más, una funcional a los oligopolios y sus esclavitos patéticos de la sociedad civil), la futilidad consumista cíclica, el aislamiento de las redes sociales, la omnipresencia de la publicidad, los intentos por suprimir toda lucha desde la independencia de criterios y los márgenes del sistema, la tendencia a la concentración capitalista de siempre, la estupidez apática de los bípedos con dinero, la falta de ideas verdaderamente novedosas y la poca “visión a futuro” de los adeptos al cortoplacismo, un ejército de paparulos silenciosos en la vida real y muy gritones -pensemos en la cobardía de los trolls- en el ámbito web. El inicio nos ofrece un retrato alucinado/ onírico de este estado de cosas: “mantengo ambos ojos en el camino esta noche/ porque me dirijo hacia ti/ una canción horrenda en la radio/ nena, ¿qué más hay de nuevo?/ no quieres hablar, no me quieres tocar/ ni siquiera quieres ver televisión/ dices que no puedo ver el bosque por los árboles/ así que quémalos todos y tráeme las cenizas”. Esta frase nos retrotrae a la poesía visceral de Jarvis Cocker en The Trees, del We Love Life (2001), cuando el británico nos comentaba “tomé un rifle de aire comprimido, le disparé a una urraca hasta que cayó al suelo/ y murió sin emitir ni un sonido/ tu piel tan pálida contra las hojas caídas del otoño/ y nadie nos vio salvo los árboles/ sí, los árboles, esos árboles inútiles/ producen el aire que estoy respirando/ sí, los árboles, esos árboles inútiles/ nunca dijeron que te ibas”, una serie de versos estupendos en los que la incorrección política toma la forma de una metáfora natural que parafrasea el discurso execrable, irrespetuoso e intolerante de la derecha para volcarlo -todo depende del parecer del que escucha o lee- hacia la denuncia de la enajenación y la falta de piedad de nuestra sociedad o en cambio hacia una “simple” disputa amorosa que deriva en asesinato e -ironía poética- una bella ponderación del acervo silvestre en tanto productor por antonomasia de la vida, muy lejos de las burbujas digitales y demás estratagemas del capitalismo y sus subproductos. Expresiones como “disparar a la urraca” o “quemar los árboles” comparten el recurso retórico aunque varían en cuanto a su intencionalidad: así la primera frase está orientada al retrato descarnado de lo negativo/ destructor y la segunda a su opuesto, léase al darle la espalda al enclave de los desechos comunicacionales/ informativos/ digitales, en lo posible destruirlos y hasta celebrar contemplando sus cenizas, esas mismas que componían el mundo en el que estaban inmersos aquellos palurdos protagonistas de Signs of Life. La oposición entre el sustrato romántico y un exterior condenado a la repetición de ciclos nefastos del pasado, hoy metamorfoseados vía el entramado de mentiras y manipulación de Internet, alcanza su cenit en el mencionado estribillo: “sigues esperando, hora tras hora/ todas las noches, en tu torre solitaria/ mirando desde lo alto los restos de la destrucción/ cuando nos conocimos no esperabas esto/ y dijiste ‘tal vez no merezcamos el amor’/ tal vez no merecemos el amor”. Esta extraordinaria noción de que el afecto es algo que debe ganarse implica que requiere responsabilidad, compromiso, trabajo, meticulosidad y paciencia, sin los facilismos hedonistas que se agotan en sí mismos y en general ese “todo ahora” que nuestra contemporaneidad ha convertido en una religión informal con sus santos de turno, hablamos de cualquier elemento/ factor de la vida que sea susceptible de venta… siempre y cuando se pueda suprimir su naturaleza revulsiva/ cuestionadora para con la sociedad y sus corolarios más negativos, en especial esa colección de arbitrariedades, injusticas, atropellos y fantasías escapistas hermanadas a la consolidación automática del capital (así vemos cómo se castran a la niñez, la adolescencia, el sexo, la rebeldía, el inconformismo y demás tópicos con el único objetivo de sulfatar sus engranajes batallantes en pos de conservar sólo lo considerado conveniente para el mercado, la superficie más trivial y anodina). El tramo posterior de la canción arremete con una parodia muy hilarante en primera instancia alrededor de la figura de María Magdalena en tanto descubridora de la tumba vacía de Jesús, quien se marchó vaya uno a saber hacia qué lares, y en segundo término sobre los llorones y quejosos eternos que pululan hoy en la web, con el cinismo y la pasividad de fondo como únicas banderas a defender: “María, mueve la piedra/ los hombres que amas siempre te dejan sola/ Bueno, vamos María, mueve la piedra/ los hombres que amas siempre te dejan sola/ oyes a tu madre gritar, oyes a tu padre vociferar/ intentas entenderlo pero nunca lo comprendes/ tu madre está gritando que no mereces amor”. El desenlace abre la puerta a la promesa de un futuro mejor -con una sonrisa sarcástica en la boca- a condición de que se acepte la falacia de lo imperecedero y que uno se cuestione a sí mismo y deje de depender de profetas de cotillón, ya sea los de miles de años atrás o los infelices del presente: “si no mereces amor, y si no merezco amor/ ¿podríamos llegar a merecer?/ Desciende de tu cruz y dime/ siempre son los hombres semejantes a Cristo/ María, mueve la piedra/ el que amas te dejará sola/ particularmente los hombres semejantes a Cristo”.

 

Recapitulando todo lo anterior, Everything Now es un disco que no llega a ser tan parejo como los dos primeros álbumes de Arcade Fire y en el fondo respeta a rajatabla -ni más ni menos- lo que viene siendo la carrera de los canadienses desde entonces, léase un combo mínimamente errático al que canciones maravillosas se les superponen otras correctas y/ o buenas, pero nada de ello nos acerca siquiera a la falta casi total de sustancia del mainstream actual o a las pavadas de su prensa asociada, esa que llegó a hablar del “peor disco” del grupo (recordemos que es la misma gente que se la pasa sobrecalificando cuanto bodrio popero o rockero empaquetado para el consumo masivo más veloz ande dando vueltas por ahí, símil Coldplay o Foo Fighters o cualquier mamarracho de esos cuya mediocridad legitima todos los clichés demagógicos del género de turno; lo mismo sucede con el cine y la literatura… caso contrario no existirían las películas de superhéroes o los libros de autoayuda). La banda se ubica a kilómetros de la pose lavada -y por cierto cercana al maquiavelismo berreta- de U2 y tantas otras agrupaciones de la industria musical con un enorme aparato propagandístico detrás, adalides de una especie de “conciencia social” y un conveniente silencio en determinadas temáticas que afectan económicamente sus intereses o que ponen al descubierto su doble moral, ya que en cambio la meta fundamental de los canadienses es denunciar el sustrato repugnante de una obsecuencia digital sin frenos y la complicidad de las mayorías en este estado de cosas. El anonimato y su contracara, el quedar expuesto a través de la ignorancia que los cobardes dejan entrever en cada uno de sus posteos (todos en consonancia con los discursos prefabricados por los sectores concentrados y sus testaferros mediáticos), aparecen como telón de fondo del Everything Now, un trabajo sumamente necesario para la coyuntura que padecemos, en donde esa ubicuidad de los textos y las imágenes simbólicas de las sociedades del nuevo milenio a la que nos referíamos con anterioridad no trajo aparejadas mejoras reales y concretas en el mundo cotidiano sino más bien todo lo contrario, debido a que el asunto derivó en una catarata de egos en lucha sin ningún diálogo de por medio y -por supuesto- en una herramienta más del poder para manipular a sus vasallos, ahora homologados a loros que repiten alegres la prédica de un mercado capitalista que favorece todo tipo de abusos, injusticias y exclusiones en nombre de la capacidad adquisitiva de los individuos, la cual trasluce su falta de piedad a la hora de ayudar al prójimo o considerarlo un igual… y ni hablar del ascenso de una nueva oligarquía política empresarial a los gobiernos de todo el globo, una estirpe que ya ni siquiera se ve en la obligación de tener que “comprar” a los payasos populistas o a la derecha hiper conservadora de siempre: ellos mismos se aseguran desde el filofascismo marketinero, cristiano, burgués y oscurantista el control de los estados. Los locos lindos de Arcade Fire cuentan con la valentía suficiente para escupir todas estas verdades al unísono vía composiciones celestiales que no ocultan su ideario de izquierda libertaria y esa petición dirigida a los energúmenos de todas partes del planeta vinculada a que retomen de una buena vez el control de sus propias vidas, aflojen con la cantinela del lobotomizado babeante de derecha y salgan a pelearla desde la humildad de la posición en la que se encuentran (sea ésta cual fuese). Desde ya que si no escupen las cenizas que se vienen tragando desde hace -mínimo- tres décadas, la cosa se pondrá cada día más espesa porque dicha “lógica” mercantil sólo genera dos consecuencias a mediano y largo plazo: el enriquecimiento escalonado del mainstream cultural, siempre asociado al capital financiero y las industrias extraccionistas más contaminantes (los dos fetiches del capitalismo actual, a los que van a parar los activos de todas las ramas de la economía), y el suicidio colectivo de todos estos tilingos que jamás salieron del termo virtual en el que viven, en un constante ciclo de redundancias destinadas a la frustración ad infinitum (cuanto más egoísmo y más diatribas filtradas desde el poder tenga la burbuja en cuestión, más soberbios y tajantes se ponen en sus sermones de facho desdentado con rabia). Así las cosas, el Everything Now es un pequeño mojón en esta lucha general y por ello mismo un ejemplo de que no todo está perdido en el arte porque incluso dentro del poder se puede cuestionar sus recursos y su itinerario bajo esa antigua máxima nihilista -y por demás vigente y oportuna- de los Sex Pistols modelo Anarchy in the U.K.: al enemigo siempre hay que usarlo con el objetivo final de destruirlo.

 

Everything Now, de Arcade Fire (2017)

Tracks:

  1. Everything_Now (Continued)
  2. Everything Now
  3. Signs of Life
  4. Creature Comfort
  5. Peter Pan
  6. Chemistry
  7. Infinite Content
  8. Infinite_Content
  9. Electric Blue
  10. Good God Damn
  11. Put Your Money on Me
  12. We Don’t Deserve Love
  13. Everything Now (Continued)