El Descuartizador de New York (Lo Squartatore di New York, 1982) representa la faceta más hardcore de la idiosincrasia y la carrera del gran Lucio Fulci, un señor que en esta oportunidad decidió dejar de lado tanto las que habían sido sus marcas registradas en el terreno de sus dos giallos históricos, léase aquel dejo onírico enrevesado de Una Lagartija con Piel de Mujer (Una Lucertola con la Pelle di Donna, 1971) y el contexto agreste anticatólico de El Extraño Secreto del Bosque de las Sombras (Non si Sevizia un Paperino, 1972), como todos esos deliciosos latiguillos sobrenaturales -y bien surrealistas y morbosos- que supo utilizar en ocasión de la llamada Trilogía de las Puertas del Infierno, Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes (Paura nella Città dei Morti Viventi, 1980), El Más Allá (E tu Vivrai nel Terrore! L’Aldilà, 1981) y La Casa Cercana al Cementerio (Quella Villa Accanto al Cimitero, 1981). Lejos de la multitud de pistas falsas de antaño y todavía más de los zombies de cadencia lovecraftiana, aquí estamos ante lo que podríamos definir como una interpretación a la italiana del subgénero en boga del período, el slasher, el cual sin duda había sido una derivación directa de aquellos giallos primigenios y su colección de asesinatos con misterio rimbombante de fondo, todo un juego metadiscursivo de influencias recíprocas en el que nuevamente terminan ganando los europeos porque el tremendo Fulci demuestra ser diez veces más sádico y valiente en lo que atañe a los dos tópicos/ mercancías más cotizadas en el séptimo arte de la década del 80 volcado al terror, por supuesto hablamos del sexo y la violencia aunque reconvertidos en cachetadas -o golpes al estómago, quizás- contra un espectador por lo general muy conservador que desea consumir al gore y los desnudos dentro de determinados contextos tomados en solfa para disminuir su carga virulenta, algo que aquí no ocurre para nada porque el ardor lo es todo.
Como siempre sucede en el caso del director y guionista italiano, e incluso en propuestas profundamente serias como la presente, siempre nos topamos con uno o varios elementos que mueven toda la estantería retórica y le agregan imprevisión y vitalidad a un relato de por sí continuamente sorprendente, en esta ocasión es el mismo mecanismo que utiliza el asesino en serie del título de la Gran Manzana para comunicarse con todo el mundo, nada menos que una hilarante voz de pato que parece imitar la de los dibujos animados de antaño en la tradición del Pato Donald: la faena arranca cuando un hombre que está jugando con su perro tirándole un trozo de madera para que se lo devuelva termina recibiendo una mano humana semi podrida de la boca del animal, lo que motiva una investigación policial de parte del Teniente Fred Williams (Jack Hedley) y la identificación de la occisa como una stripper y modelo pornográfica que recibió una llamada de un hombre que hablaba como un patito infantil, hecho que pronto se conecta con el homicidio posterior de una chica (Cinzia de Ponti) que pretendiendo tomar un ferry termina con todo su pecho abierto vía múltiples cortes que expulsan sangre a borbotones, con el forense de turno amigo de Williams (Giordano Falzoni) confirmando que se trata del mismo asesino zurdo adepto a las navajas bien afiladas, aunque sin aparente interés en violar a sus víctimas. El teniente de inmediato busca la ayuda de un psicólogo y curioso homosexual reprimido llamado Paul Davis (Paolo Malco), el cual se dedica a la docencia universitaria, para construir un perfil del sanguinario chiflado, desencadenando una suerte de obsesión del susodicho con el policía y una burla permanente en general contra los uniformados y su inoperancia a la hora de atraparlo, a lo que se suma el devenir del principal sospechoso del caso, Mikis Scellenda (Howard Ross), un maniático sexual y narcotraficante menor al que le faltan dos dedos de la mano derecha.
Fulci va más allá de la rutinaria antología de muertes de tantas propuestas semejantes del mercado tradicional norteamericano del slasher ya que cada nuevo cadáver es una verdadera obra maestra del arte truculento y el odio misógino (a la muchacha del ferry le siguen primero una joven de un show sexual en vivo -Zora Kerova- que muere de cortes provocados con la culata de una botella rota sobre la zona vaginal y luego una prostituta a la que Williams suele frecuentar -en la piel de Daniela Doria, ya vista en Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes y La Casa Cercana al Cementerio– que es cortada con una hoja de afeitar en abdomen, pechos y hasta cara/ ojos) y porque asimismo tenemos esa esplendorosa carga sexual a la que nos referíamos con anterioridad (en el apartado de la refulgente perversión sobresale la presencia de la hermosa Alexandra Delli Colli en el rol de Jane Forrester Lodge, una burguesa fanática del voyeurismo, de grabar los gemidos ajenos, del sexo en público con extraños y hasta del sadomasoquismo, lo que la lleva a asistir a aquel peep show pornográfico de impronta teatral, a dejarse masturbar debajo de una mesa por un par de latinos que la terminan humillando sexualmente y a caer en las garras de Scellenda en una habitación circunstancial de hotel, quien le marca su cuerpo vía latigazos pero por supuesto no resulta ser el verdadero psicópata ya que a ese muchacho lo encuentra después, con la navaja ensañándose feo con su abdomen y cuello). El realizador, un militante de izquierda de siempre, no puede consigo mismo e incorpora un comentario muy negativo sobre el conservadurismo social imperante -que por cierto puede trasladarse a los espectadores mojigatos patéticos que se espantan con la violencia y los desnudos en pantalla- mediante los dardos sarcásticos y condenatorios del teniente contra el esposo de Lodge (Cosimo Cinieri), quien tenía una “relación abierta” con su mujer que permitía todas estas escapadas eróticas de la ninfómana con otros machos y quien con la susodicha recién muerta se tiene que comer la sarta de indirectas moralistas hipócritas del policía cuando él también tiene sus vicios ocultos, especialmente su afición a las meretrices de menor edad.
Otra anomalía pasa por el dejo hitchcockiano de todo el asunto, como si Fulci decidiese volcar su predilección de siempre por el gore, la carne mancillada y la imagen más explícita hacia esa comarca retórica trabajada por el británico en La Sombra de una Duda (Shadow of a Doubt, 1943), Psicosis (Psycho, 1960) y Frenesí (Frenzy, 1972), con el propio Alfred Hitchcock haciendo cada vez más hardcore el planteo morboso a medida que avanzaba su carrera y con el italiano a posteriori llevando todo al extremo: en este sentido, el clasicismo aquí toma la forma no sólo del ardid del falso culpable sino también de la víctima que pudo escapar, Fay Majors (Almanta Suska), una joven que sufre el acoso de Scellenda en el metro y luego del chiflado de turno en las calles neoyorquinas, lo que además deriva en la única desviación con respecto al realismo sucio de base, léase una excelente secuencia en la que praxis cotidiana e ilusión se funden porque la chica parece desmayarse por la pérdida de sangre para rápidamente encontrarse sentada en una butaca de un cine y verse hostigada de nuevo por manos que salen del piso y le tocan sus piernas y zona genital, con el remate de que es su propio novio, Peter Bunch (Andrea Occhipinti), el que la termina rebanando de manera brutal entre las sombras y la luz del proyector. La revelación final de que de hecho es Bunch el responsable, el mítico balazo de Williams sobre su mejilla y el motivo detrás de la carnicería, un rencor contra las mujeres sexualmente activas en plan de “justicia poética” por tener una pequeña hija internada en un hospital con linfogranuloma y dos extremidades amputadas, Susy (Chiara Ferrari), con quien gustaba de hablar como pato, constituyen la frutilla de la torta de una de las películas más apasionantes y deprimentes de la historia del cine, una que no teme meterse con el costado más mugroso del enjambre metropolitano, con las familias destruidas a puro dolor y con una algarabía sexual en la que el bondage y la lujuria extramatrimonial resultan mucho más excitantes en su peligrosidad que la triste -y aquí lunática, de secretos horrendos- vida burguesa, encarnada tanto en la moralina del teniente como en la pareja de Fay y Peter, en la que nadie conoce a nadie…
El Descuartizador de New York (Lo Squartatore di New York, Italia, 1982)
Dirección: Lucio Fulci. Guión: Lucio Fulci, Dardano Sacchetti, Vincenzo Mannino y Gianfranco Clerici. Elenco: Jack Hedley, Almanta Suska, Howard Ross, Andrea Occhipinti, Alexandra Delli Colli, Paolo Malco, Cinzia de Ponti, Cosimo Cinieri, Daniela Doria, Zora Kerova. Producción: Fabrizio De Angelis. Duración: 93 minutos.