Zorba, el Griego (Alexis Zorbas)

Un poco de locura

Por Emiliano Fernández

Considerada a la distancia honestamente resulta increíble que una película como Zorba, el Griego (Alexis Zorbas, 1964) haya salido del mainstream norteamericano, casi siempre bobalicón y bastante castrado, algo que de seguro tiene que ver con el hecho de que el director y guionista de turno, el greco-chipriota Michael Cacoyannis, era amigo de Darryl F. Zanuck, por entonces todavía cabeza máxima del estudio responsable del film, 20th Century Fox. La película está basada en la novela Vida y Aventuras de Alexis Zorbas (Víos kai Politeía tou Aléxē Zorbá, 1946), de Nikos Kazantzakis, escritor muy conocido en el ámbito cinematográfico porque además aportó los relatos en los que se basaron El que Debe Morir (Celui qui Doit Mourir, 1957), de Jules Dassin, y La Última Tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), de Martin Scorsese, y a priori el libro parece una fuente de inspiración muy poco probable para una epopeya hollywoodense porque si por un lado se la puede vender como una exégesis acerca del mutuo descubrimiento entre opuestos y la revelación del significado hedonista de la vida en la mente de un intelectual gracias a un campesino y obrero golondrina de origen greco-macedonio, como de hecho se vendió al film en ocasión de su estreno, por el otro lado resulta indudable que gran parte de la película se desentiende del asunto -o lo deja flotando en el limbo del segundo plano- y nos presenta una verdadera andanada de catástrofes prosaicas en todos los campos posibles que tienen que ver tanto con el choque entre ambas mentalidades, léase en este caso la burguesa de izquierda aunque muy almidonada y pusilánime y esa proletaria arrolladora que responde a una especie de derecha tácita que toma la forma de tradiciones enquistadas en el sentido común de la zona, como con -precisamente- el funcionamiento en sí de los rituales, la angustia, la pobreza y la cultura de los lugareños del contexto principal de la faena, la Isla de Creta, circunstancia que nuevamente nos reenvía al devenir de Cacoyannis porque el señor era un gran fanático de la tragedia griega e incluso le dedicó una trilogía de adaptaciones que tomaron como base textos de raigambre muy teatral de Eurípides, aquella de las recordadas Electra (1962), basada en la obra del año 413 a.C., Las Troyanas (The Trojan Women, 1971), inspirada en la tragedia homónima de 415 a.C., e Ifigenia (Ifigeneia, 1977), genial reinterpretación de Ifigenia en Áulide de 409 a.C., de hecho sus mejores y más célebres propuestas junto con la primigenia Stella (1955), clásico del cine heleno que lanzó a la fama a Melina Mercouri, luego pareja del citado Dassin hasta el fin de sus días.

 

Los dos protagonistas, Alexis Zorba (Anthony Quinn) y Basil (Alan Bates), se conocen en el puerto de El Pireo de Atenas en algún momento de la década del 30 del Siglo XX, a la espera de abordar un barco hacia Creta, y entablan una relación laboral cuando el segundo es contratado como capataz por el primero gracias a su efusividad, brío y vitalismo. Zorba es un cocinero y músico especializado en el santur de aproximadamente unos 50 o 60 años que viene de trabajar como minero y de ser echado por haberse peleado con su patrón, un hombre que estuvo casado y tuvo un vástago que murió, Dimitri, y luego participó en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y particularmente en la secuela que el conflicto tuvo en la región, la Guerra Greco-Turca (1919-1922), donde mató a soldados enemigos, quemó aldeas y violó a mujeres en plan de limpieza étnica entrecruzada, y Basil, por su parte, es un escritor treintañero de poesía y ensayos que se crió en el Reino Unido y está atravesando un bloqueo creativo, por ello optó por usar sus ahorros para tratar de poner en funcionamiento una mina de lignito que perteneció a su padre, un griego, y que se ubica en tierras de un pueblito menesteroso y olvidado de Creta. Ambos llegan juntos al lugar y se hospedan en el llamado Hotel Ritz, una construcción muy precaria que pertenece a Madame Hortense (Lila Kedrova), una francesa veterana y ex artista de cabaret que supo mantener un romance con cuatro almirantes durante la guerra, uno británico, uno galo, uno italiano y uno ruso. La mina es inviable a menos que se apuntalen las paredes y así el astuto Zorba concibe un plan que consiste en “ganarse” a los monjes de un monasterio cercano, emborrachándolos, y utilizar los árboles del terreno lindante para bajarlos con un cable aéreo, para lo que marcha hacia la metrópoli de La Canea con vistas a comprar suministros, donde se enreda con una prostituta, Lola (Eleni Anousaki), a pesar de mantener una relación con la posesiva y frágil Hortense. Basil también se mete en problemas e incluso más serios cuando cae rendido ante una bella viuda local (Irene Papas) que es odiada por todos porque jamás volvió a casarse, provocando que un muchacho enamorado de ella se suicide por celos y el padre del joven, Mavrandoni (Giorgos Foundas), eventualmente le corte el cuello a la pobre hembra con un cuchillo. Hortense al final muere de una neumonía luego de un casamiento improvisado con Zorba, a raíz de una cruel mentira de venganza de Basil por haber despilfarrado sus ahorros en la meretriz y regalos varios, y el mentado cable aéreo deriva en desastre porque al tercer tronco bajado desde la montaña toda la estructura se viene abajo de modo ultra estrepitoso.

 

El film recurre a viejos motivos de los relatos centrados en comarcas bucólicas asfixiantes que no dejan mucho margen para salirse del patrón social estándar porque el malestar y la paranoia funcionan en conjunto bajo el andamiaje simbólico de los castigos, la burla, el ninguneo y el exilio interno, todos rituales correctivos que padecen tanto la francesa dueña del hotel, más por su condición de extranjera aparatosa que por haber sido media putona durante el conflicto bélico, como esa viuda hermosa que todos los machos de la región quieren disfrutar y las otras hembras envidian a más no poder, algo así como la adalid de un orgullo de independencia de criterios que está muy mal visto en comunidades endogámicas y chismosas que están siempre a la espera de la más mínima falta -directa o indirecta, como en este caso- para suprimir de una buena vez al miembro díscolo que pretende introducir el germen del individualismo narcisista moderno en una zona muy proclive a defender su solidaridad basada en la pobreza y la condición de parias eternos de sus habitantes, amén de la presencia de diversos ingredientes conocidos y otros insólitos a ojos de los occidentales tradicionales como por ejemplo el infaltable “idiota del pueblo”, ese Mimithos (Sotiris Moustakas) que no margina a la viuda y llora su muerte porque le ofrecía comida y no se burlaba de él como los demás, y la ceremonia del saqueo a la que es sometida post mortem Hortense a instancias de las viejas de la aldea y buena parte del resto de los pobladores, todo porque no tiene herederos y sus posesiones irían a parar al mismo Estado repugnante del que no reciben absolutamente nada. Más allá del excelente desempeño del director de fotografía Walter Lassally y el querido compositor Mikis Theodorakis, cuyo leitmotiv se ha transformado en un himno internacional símil embajador musical turístico implícito de la cultura helena, el trabajo adicional de Quinn, Bates, Kedrova y Papas asimismo resulta crucial para apuntalar la complejidad del costumbrismo nihilista de fondo y su tendencia a no romantizar a absolutamente nadie ya que todos tienen miserias negadas en su haber y el derrotero en pantalla se parece trágicamente a cómo son las cosas en la praxis de muchas sociedades semejantes a lo largo y ancho del planeta, destacándose en especial el breve y casi mudo aporte de una Papas que se transformaría en la actriz fetiche de Cacoyannis por sucesivas colaboraciones en Electra, Las Troyanas, Ifigenia, Dulce País (Sweet Country, 1987), sobre el Golpe de Estado en Chile de 1973, y Arriba, Abajo y Lateralmente (Pano, Kato kai Plagios, 1992), parodia algo demencial sobre la siempre agitada vida de Atenas.

 

Ahora bien, el encanto de la película, ese que compensa sus imperfecciones cortesía de un Cacoyannis que se hizo cargo de la edición y se nota porque al film le sobra una media hora de metraje ya que unas cuantas escenas se extienden más de lo conveniente, radica en las idiosincrasias contrastantes de los dos personajes principales, por un lado un Zorba que puede haber sido un carnicero durante la Guerra Greco-Turca pero a posteriori aprendió a vivir al máximo al confundir de manera semi inconsciente -como hacen todos los estratos pauperizados desde siempre- las alegrías con las tristezas y viceversa, algo simbolizado en pantalla mediante sus bailes repentinos que empiezan tranquilos y van aumentando en intensidad cual descarga de energía acumulada que no pudo o no supo explotar del todo hasta ese momento, y por el otro lado un Basil que se comporta como un señorito inglés pero en general es pedante, bastante aburrido y cobarde al extremo de la exasperación, recordemos en este sentido que se rehúsa una y otra vez a hablar con la viuda por más que le sonrió cuando le prestó su paraguas bajo una lluvia torrencial, que su gesto de mentirle a la francesa al leerle palabras apócrifas de una carta de Zorba prometiendo casamiento deriva en frustración y en esa espera de la mujer bajo la lluvia sinónimo de neumonía y óbito, que el forastero no levanta ni un dedo al momento de defender a la viuda en la piel de Papas del acoso del pueblo y en el eventual homicidio a manos de Mavrandoni, a pesar de haberse acostado con la fémina justo la noche anterior, y que tampoco hace nada a la hora de echar a los buitres sociales que empiezan a desvalijar la morada de Madame Hortense cuando todavía respiraba. Sinceramente muy pocas películas que adoptaron la perspectiva típicamente occidental del outsider, ese personaje blanquito y anglosajón que le permite al público de clase media y clase baja identificarse y simpatizar con su periplo, han sido tan críticas de manera solapada con el formato como Zorba, el Griego ya que la criatura de Bates termina siendo bastante repulsivo a escala moral/ ética debido a que sintetiza lo peor de Europa del Oeste y por elevación de yanquilandia y Occidente, léase la petulancia, el egoísmo, el miedo paralizante y cierto oportunismo general vinculado a la torpeza y la malicia que provoca debacles silenciosas en las que mueren las dos mujeres centrales del relato. El opus de Cacoyannis sin duda aprovecha el majestuoso histrionismo de Quinn, en suma otro detalle hollywoodense impostado porque tenemos a un mexicano haciendo de griego rústico pero sincero y por ello querible, y no se anda con peroratas posmodernas acerca del machismo de la colectividad cretense porque el asunto no puede ser reducido a los varones ya que el asesinato de la viuda se ejecuta con la complicidad pasiva aunque extasiada de las féminas del lugar y a nivel macro queda sin sanción gracias a la impunidad de la que siempre goza el verdugo cuando se considera a escala comunal que la justicia ha sido servida al eliminar el foco de la discordia -o de la soberbia, como en este caso- para que lo sucedido no vuelva a ocurrir nunca más, linchamiento fervoroso mediante. El film incluso demuestra ser insólitamente comprensivo con la heterogeneidad femenina porque al carácter delirante y quebradizo de la francesa se opone la voluntad férrea y dominante de una viuda que le hace frente a los energúmenos de la comarca tanto para que la dejen en paz como para diferenciarse de la sumisión y/ o autocomplacencia maquillada de las otras mujeres que aceptan el mandato habitual de seleccionar sí o sí a un macho que reemplace al anterior, el fallecido, sin embargo la susodicha también deja ver un costado sensible cuando en la intimidad con Basil aflora su cansancio y su soledad y se lanza a llorar antes del sexo. El latiguillo ideológico del convite a lo poesía de un fracaso jocoso que trae a colación una lección aprendida, sintetizado en ese inmortal baile del desenlace de Quinn con Bates coreografiado por Giorgos Provias y luego bautizado sirtaki, tiene que ver no tanto con los intentos más o menos infructuosos de colaboración entre el intelecto gélido y el corazón populista, el británico y el griego respectivamente, sino con ese “poco de locura” que le reclama Zorba a Basil durante los minutos finales y que en la mente del escritor muta en la danza, hablamos de un sustrato imprevisible que le permite al sujeto cortar las cuerdas conceptuales que lo atan a lo que sea que esté atado para llevarlo a regiones inexploradas empardadas con la libertad, noción clásica del ámbito de las aventuras que por cierto tampoco es romantizada -por lo menos no del todo- por la película ya que la locura puede ser liberadora pero después hay que hacerse cargo de las facturas que la realidad le pasa a los diletantes de la autonomía irrestricta y alegorías aledañas, pensemos no sólo en las muertes de las dos hembras sino también en el cable aéreo cual quimera destruida ante la mirada de un pueblo que está en las buenas, aquí con una fiesta con cordero asado y la bendición de la Iglesia Ortodoxa de Grecia ante lo que prometía ser una futura industria forestal y minera que daría empleo, pero desaparece en las malas, en la trama de modo bien literal porque todos se borran de inmediato cuando la estructura montada se viene abajo después del tercer tronco. Cacoyannis arruinaría a lo bestia el envión del éxito global de Zorba, el Griego con la ridícula El Día que Salieron los Peces (The Day the Fish Came Out, 1967), su siguiente y último trabajo al cien por ciento en el marco productivo yanqui, una comedia de ciencia ficción en verdad impresentable, no obstante el director en última instancia lograría difundir en el mundo como ningún otro colega la cultura griega en función de la trilogía de Eurípides, los problemas de su Chipre natal vía Attilas 74 (1975), sobre la Operación Atila de ocupación del ejército turco en la isla y la fundación de la República Turca del Norte de Chipre, y en general la paradójica mentalidad y las eternas crisis tercermundistas de Grecia a través del devenir del inefable Zorba y de aquel agente de un imperialismo rojo que se debate entre el humanismo y el socialismo, Basil, metáfora camuflada sobre ese comunismo que perdió la batalla en la Guerra Civil Griega (1946-1949) y con el tiempo dejó paso a la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), régimen de extrema derecha que se cayó precisamente con la invasión de 1974 de Turquía sobre Chipre en una relación de espejo histórico para con el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) de Argentina, ya que los militares imbéciles griegos querían consolidarse en el poder con una victoria militar anexionándose la isla, al igual que sus homólogos sudamericanos con las Malvinas, aunque terminaron haciendo el ridículo al extremo de sellar su colapso…

 

Zorba, el Griego (Alexis Zorbas, Estados Unidos/ Grecia/ Reino Unido, 1964)

Dirección y Guión: Michael Cacoyannis. Elenco: Anthony Quinn, Alan Bates, Irene Papas, Lila Kedrova, Giorgos Foundas, Sotiris Moustakas, Anna Kyriakou, Eleni Anousaki, Yorgo Voyagis, Takis Emmanuel. Producción: Michael Cacoyannis. Duración: 142 minutos.

Puntaje: 9