¡Daaaaaalí!

Un talento excepcional

Por Emiliano Fernández

El cine contemporáneo, como prácticamente todo el arte y la cultura, ya no tiene nada de iconoclasta o rebelde o siquiera imaginativo a nivel esencial, por ello mismo genera hastío con tanta facilidad porque la heterogeneidad y riqueza de antaño mutaron en un montón de profesionales torpes e insulsos que se dedican a seguir los criterios del marketing y los algoritmos para filmar una y otra vez exactamente lo mismo, globalización lobotomizadora mediante, obras casi siempre homologadas a “contenido” cuya única función es oficiar de pasatiempo ya que el sustrato artístico ambicioso del pasado se licuó. Por suerte no todo está perdido y siempre existen excepciones de autor que nos ofrecen un poco de aire fresco y disruptivo, ya sea en la televisión, como por ejemplo El Simpatizante (The Sympathizer, 2024), la gran serie de Park Chan-wook para HBO, o en el séptimo arte propiamente dicho, hablamos del entrañable Quentin Dupieux alias Mr. Oizo, su seudónimo correspondiente a la pata musical de su carrera, un artista francés que ya supera la docena de películas desde comienzos del nuevo milenio y que suele entronizar un estilo de humor absurdo/ ridículo/ surrealista/ alucinante que parece extinto en el Siglo XXI, como él mismo asevera porque el exceso de lógica de hoy en día -tanto en dramones como en comedias y todos los géneros derivados del marco hollywoodense- está limitando las posibilidades creativas e ideológicas del mainstream y del indie como si la inmunda razón instrumental capitalista de siempre banalizase y uniformizase cada una de las películas estrenadas a lo largo del planeta, esas que hasta cuando pretenden ser graciosas resultan pueriles y/ o redundantes gracias a una picardía y una inteligencia ya inexistentes o incapaces de “sacudir” la modorra del público.

 

Como recientemente ha conseguido una suerte de respeto que lo llevó a presupuestos más cuantiosos y a rodar guiones que tenía acumulados y no habían conseguido financiamiento alguno en su momento, nos toca atestiguar un ritmo de trabajo de dos películas por año, por ello después de la fantasía satírica de Incredible But True (Incroyable Mais Vrai, 2022) y Smoking Causes Coughing (Fumer Fait Tousser, 2022) ahora nos topamos con la reflexión artística metadiscursiva de las esplendorosas Yannick (2023) y ¡Daaaaaalí! (2023), la cual a su vez nos reenvía a los planteos semejantes de Nonfilm (2002) y Reality (Réalité, 2014) y a algunos ingredientes en esta misma dirección de Rubber (2010) y Keep an Eye Out (Au Poste!, 2018), todas siempre jugando con el proceso convulso de la creación cultural y/ o su recepción por parte del público. ¡Daaaaaalí! redobla la apuesta no sólo metiéndose con el legendario pintor surrealista español del título, casi un lugar común viniendo de un Dupieux tan pero tan adepto a dicha vanguardia de principios del Siglo XX, sino además burlándose, precisamente, de la lógica rancia, estéril y comercial detrás de un formato narrativo muy de moda en el nuevo milenio, las biopics, en esta oportunidad ofreciendo su interpretación desde el desvarío más hermoso y desde la inventiva más acorde con el propio Salvador Dalí (1904-1989), un tremendo delirante que supo concebir aquel Método Paranoico-Crítico, su estrategia de trabajo favorita buscando correlaciones entre factores a priori discordantes, y que por cierto hace poco fue objeto de una de esas biopics poco felices o un tanto insípidas o banales de hoy en día, Dalíland (2022), opus con Ben Kingsley que fue dirigido por la cineasta canadiense Mary Harron y escrito por su esposo estadounidense John C. Walsh.

 

Se podría decir que lo más parecido a una trama tradicional en ¡Daaaaaalí! tiene que ver con los reiterados intentos por parte de una farmacéutica de los suburbios de París devenida en periodista, Judith Rochant (Anaïs Demoustier), en pos de entrevistar en algún momento de los años 70 e inicios de los 80 a Salvador (gran desempeño colectivo de Edouard Baer, Jonathan Cohen, Gilles Lellouche, Pio Marmaï y Didier Flamand), reportaje que primero se cae a pedazos porque la chica trabaja para una revista y el artista plástico quiere cámaras, segundo en el contexto de un documental, financiado por Jérôme (Romain Duris), que también se va al demonio cuando Dalí en una playa choca con su “automóvil aristocrático” la pobre cámara de turno, tercero cuando el pintor nuevamente se levanta de golpe, ahora con todo un equipo cinematográfico a su disposición, porque se aburre del maquillaje sobre su rostro, y cuarto en una coyuntura aún más insólita ya que de repente Salvador quiere entrevistarla a ella pero se muestra disconforme con la situación debido al tedio provocado por las respuestas de la muchacha, lo que a la postre genera que el productor cancele el proyecto ya que el español ni siquiera tenía puesto un micrófono. Con múltiples pinceladas de surrealismo como un pasillo larguísimo de hotel, una lluvia de perros muertos, unos huevos fritos que desaparecen en la sartén, una escena culinaria en reversa y algunos viajes en el tiempo vía el encuentro entre un Salvador joven y otro senil, Dupieux se da el gusto de abrir y cerrar su epopeya minimalista con una reconstrucción meticulosa símil tableau vivant de Fuente Necrofílica Manando de un Piano de Cola (1932) y hasta escenifica desde la enajenación total el célebre óleo sobre lienzo El Arpa Invisible, Fina y Mediana (1932).

 

El realizador y guionista francés por un lado juega de manera muy astuta con su caricatura ampulosa de Dalí, en pantalla un demente megalómano y caprichoso aunque también una fuente inagotable de osadía, desconcierto, carisma, talento excepcional y una efervescencia ingeniosa que naturaliza lo inaudito, y por el otro lado utiliza al film en su conjunto como una gran excusa para homenajear implícitamente -y por añadidura, en función de Un Perro Andaluz (Un Chien Andalou, 1929) y La Edad de Oro (L’âge d’or, 1930)- a su ídolo de siempre y gran colaborador de Salvador en sus comienzos, Luis Buñuel, hoy mediante los diversos actores que componen al pintor a lo Ese Oscuro Objeto del Deseo (Cet Obscur Objet du Désir, 1977) y a través de esa estructura del “sueño dentro de un sueño” -aquí también una película dentro de una película- de El Discreto Encanto de la Burguesía (Le Charme Discret de la Bourgeoisie, 1972), amén de la presencia de un motivo recurrente buñueliano, la repugnante curia católica, bajo el ropaje de la ironía del galo, pensemos en aquella cena de Dalí, su esposa Gala (Catherine Schaub-Abkarian), un tal Georges (Laurent Nicolas) y el Padre Jacques (Éric Naggar) que habilita los sucesivos asesinatos oníricos del cura por parte de un misterioso cowboy (Ken Samuels). ¡Daaaaaalí!, sin duda alguna lo más cercano de Dupieux al teatro del absurdo de Esperando a Godot (En Attendant Godot, 1940), de Samuel Beckett, y Rosencrantz y Guildenstern Están Muertos (Rosencrantz and Guildenstern Are Dead, 1966), de Tom Stoppard, es una obra maravillosa e inconformista que con su dejo laberíntico, la música circunspecta de Thomas Bangalter, de Daft Punk, y sus chistes elegantes pone en vergüenza al grueso del cine y los artistas contemporáneos…

 

¡Daaaaaalí! (Francia, 2023)

Dirección y Guión: Quentin Dupieux. Elenco: Edouard Baer, Jonathan Cohen, Gilles Lellouche, Pio Marmaï, Didier Flamand, Anaïs Demoustier, Romain Duris, Éric Naggar, Catherine Schaub-Abkarian, Laurent Nicolas. Producción: Thomas Verhaeghe y Mathieu Verhaeghe. Duración: 78 minutos.

Puntaje: 9