El Cuerpo (Cegador II), de Mircea Cărtărescu

Un zigurat cegador

Por Martín Chiavarino

En El Cuerpo (Orbitor: Corpul, 2002), la segunda parte de la trilogía Cegador que lo consagró, el escritor rumano Mircea Cărtărescu regresa a su pasado para adentrarse en su niñez bajo el manto del continuum realidad, alucinación y sueño, una construcción de escenas y situaciones acontecidas en Bucarest y Ámsterdam que van cobrando forma con una prosa exuberante, voluptuosa, barroca e hipnótica que invita a la ensoñación literaria.

 

Iniciado como poeta, Mircea Cărtărescu cultivó el onirismo, una variante neovanguardista que utiliza las imágenes del subconsciente y los sueños como acceso privilegiado hacia la realidad. El Cuerpo continúa las disquisiciones y la catarata de imágenes oníricas con la que concluye El Ala Izquierda (Orbitor: Aripa Stângă, 1996), la primera parte de Cegador, una trilogía en forma de lepidóptero que abre sus alas y se extiende por la historia y las calles de Bucarest a lo largo del Siglo XX describiendo una ciudad exultante y estimulante donde todo es posible.

 

En las páginas de El Cuerpo la realidad, los sueños y las alucinaciones se abren paso como metáforas vívidas e imágenes difusas que cobran sentido a medida que una espesa bruma se disipa, abriendo paso a una fusión entre realidad e imaginación alrededor de la niñez del autor en un desarrollo narrativo con un estilo desbordante en el que la visión de un niño de ocho años une el pasado y presente alrededor de personajes extravagantes que habitan la pintoresca capital de Rumania.

 

Si El Ala Izquierda acontecía alrededor de circos errantes y sociedades secretas, ángeles bizantinos que combatían muertos vivientes en éxodo, los bombardeos a Bucarest durante la Segunda Guerra Mundial y la instauración del régimen socialista, El Cuerpo mantiene esta recuperación de la historia rumana a partir de una historia secreta de los Balcanes, de la antigua Valaquia, las leyendas de los Cárpatos y el Danubio, esas que se funden con la narración de la niñez del protagonista, el joven Mircisor, de ocho años de edad, hijo de un periodista afiliado al Partico Comunista y de una tejedora de alfombras.

 

Tanto El Ala Izquierda como El Cuerpo están atravesados por la ciudad de Bucarest como un lugar desde el que todos los espacios pueden ser vividos, un arquetipo urbano en el que los mismos actos cotidianos, las mismas fantasías y las mismas percepciones se suceden y se retroalimentan como un remolino inabarcable. La otra cuestión que surca ambas novelas es el papel de lo cegador, una palabra que se repite como mantra, nunca redundante, que siempre regresa para remarcar que la ceguera es constitutiva de la condición humana, un componente esencial de la naturaleza incompleta del hombre, que no puede ver más allá de lo que le permiten sus órganos sensoriales.

 

La prosa de Mircea Cărtărescu es plena en simbolismos. Aquí el tejido de una alfombra que la policía secreta considera un peligro para el régimen socialista representa al cosmos y a la creación. La araña a su vez simboliza a la creadora de ese tejido universal e inescrutable en el que el autor se pone en trance para adentrarse en su pasado y ofrecerlo a un lector que también debe ser capaz se caer en ese trance para penetrar en la obra y apropiársela. Pero por sobre todo es lo cegador del mundo que no permite ver la realidad en la fantasía o las potencialidades de lo fantástico en la realidad lo que predomina en esta mitología que recorre las calles de Bucarest como un laberinto o una telaraña llena de pistas que llevan hacia mundos desconocidos, hacia pasajes en el tiempo y en el espacio.

 

En descripciones exhaustivas, plenas de un lenguaje científico que apela a los procesos fisiológicos y neuronales, Mircea Cărtărescu narra recuerdos fractales, memorias poéticas, una reconstrucción vívida y onírica del mundo que habitó con una sensibilidad literaria en la que la realidad se vuelve una ensoñación que nunca pierde su crudo realismo. La realidad y lo onírico se funden así creando una nueva instancia, un vórtice que transporta al autor transfigurándolo, convirtiendo a la realidad en un plano de la imaginación, dando cuenta de que la realidad es tan sólo una instancia más de la ficción, una de sus tantas variantes literarias.

 

Desde su cuarto en un edificio de una de las principales avenidas de Bucarest, mientras escribe su novela en manuscrito y observa y sueña con su ciudad, el autor regresa a su niñez para recordar cada rincón de Bucarest bajo su percepción infantil, rememorando su apertura al mundo en una reflexión recargada de artificios que remiten a algunos de los autores que Cărtărescu más admira, como James Joyce, Franz Kafka, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Esta es la trama de una novela que se ramifica en innumerables subtramas cegadoras que proponen a las mariposas como metáfora y fantasía del despertar a la vida, símbolo también de la metamorfosis del cuerpo, de la realidad en sueño y de la ensoñación de la escritura en ficción que se torna real. La vida aparece en la novela como una sucesión de ritos mágicos donde la realidad converge con la fantasía en plena década del sesenta del Siglo XX. Cada hilo narrativo desarrolla ramificaciones que se expanden al infinito en una obra donde la memoria de Bucarest, sus calles y sus edificaciones construyen una mirada del mundo y una forma de aprehenderlo.

 

Ya sea bajo el registro de la sátira política, la fantasía gótica o de la ensoñación onírica, el narrador relata su infancia desde la inocencia de su niñez, las calles, los juegos, la relación con los adultos, el asombro ante los animales salvajes del circo, las fantasías oníricas entre el sueño y la realidad, en suma las posibilidades infinitas que se abren durante la niñez al ser humano en su etapa de crecimiento y descubrimiento del mundo, descendiendo a lo más hondo de sus temores y anhelos infantiles. Cărtărescu reflexiona en este sentido sobre sus vivencias personajes para indagar en el sentido del mundo, en la esencia humana, y analiza así cómo cada mirada es distinta de la anterior, cómo cada objeto y cada persona cambia a cada segundo, adentrándose en la complejidad de los procesos de la percepción y la imaginación para encontrar un sentido en el caos de las formas. Las travesuras de la niñez, recuerdos imborrables en la memoria, el primer día que fue al dentista, los programas de televisión de El Santo, los alardes de los amigos y la evocación de la práctica yogui ejemplifican estos procesos de la construcción de la memoria, el pasaje del recuerdo a la imaginación.

 

El Cuerpo marca la transformación de la crisálida en mariposa, una transfiguración donde la concupiscencia tiene un lugar central. El sexo es aquí, al igual que lo onírico, parte de un proceso literario, de una composición narrativa que tiene su momento culmine en las escenas de desenfreno sexual de las bacanales o de descubrimiento de la sexualidad. El sexo es en Cegador una puerta hacia lo sublime, un ritual en el que los cuerpos inician una comunión con el cosmos.

 

La narración de la gestación del libro, una odisea sobre la percepción humana, el manuscrito en el que la vida del autor queda esculpida en el papel va tomando cuerpo en medio de los recuerdos de la cultura comunista, la importancia de la afiliación al partido, el amor materno y el respeto paterno, la amistad con el vigilante nocturno borracho, Herman, la movilidad social que le permite a su padre dejar de ser un obrero para convertirse en periodista y el sueño de a su vez convertirse en periodista como su padre.

 

Los recuerdos de la niñez signada por el éxito de las políticas sociales durante la década del sesenta son tamizados por los abusos del régimen personalista de Nicolae Ceaușescu, la persecución del parasitismo social y la vagancia, un sistema ultra conservador que se engullía a sí mismo mientras el mundo se transformaba en un clima de falta de libertad. El sentimiento de comunidad de la década del sesenta producto del éxito de las políticas socialistas durante la niñez da paso a la juventud marcada por el detrimento en la calidad de vida, el mal funcionamiento de los servicios públicos y las agresivas políticas de racionamiento para reducir la deuda externa que conducirán al colapso del sistema comunista de Ceaușescu. Para Mircea será una época de persecución y arresto, de reclusión psiquiátrica y de confiscación del manuscrito por parte de la policía secreta, otra etapa del simulacro de la vida y de la creación de Cegador.

 

Cegador es una trilogía que se retroalimenta, una sola obra dividida en tres partes que transporta al lector a los lugares más sórdidos de Bucarest, Ámsterdam o Nueva Orleans, tugurios subterráneos donde personajes ficticios crean una secta para encontrar y manipular a un autor con el objetivo de crearlos e introducirlos en la novela, donde alas de mariposa crecen en las espaldas, yoguis se transforman en serpientes y arañas habitan en el cuerpo humano.

 

El Cuerpo, la segunda parte de la monumental obra magna de Mircea Cărtărescu, la trilogía Cegador, fue publicada en castellano por la editorial Impedimenta al igual que la primera parte, El Ala Izquierda, en una bella edición traducida por Marian Ochoa de Eribe, especialista en literatura comparada que ganó el Premio Estado Crítico de Traducción en 2012 por su traducción de Nostalgia (1993), el libro de relatos cortos de Mircea Cărtărescu que incluye el cuento El Ruletista, una de las piezas más elogiadas del escritor rumano. Impedimenta también ha traducido al castellano El Levante (Levantul, 1990), una epopeya poética bizantina, Nostalgia, Lulu (Travesti, 1994), Las Bellas Extranjeras (Frumoasele Străine, 2010), Solenoide (2015) y el volumen de relatos autobiográficos que se retroalimenta con Cegador, El Ojo Castaño de Nuestro Amor (Ochiul Căprui al Dragostei Noastre, 2012), todos traducidos por Ochoa de Eribe. Sin duda alguna la trilogía Cegador le propone al lector una pérdida de conciencia a través de la literatura, convirtiendo a la novela en una serie de pruebas llenas de trampas y túneles, una cosmogonía que enfatiza la idea del autor de que cada libro tiene un lector ideal y la función del texto es provocarlo para adentrarse en el laberinto literario y encontrar la única pregunta pertinente que subyace a toda la producción artística, un significado que desata el sentido escondido de una obra imponente.

 

El Cuerpo (Cegador II), de Mircea Cărtărescu, Impedimenta, 2020.