Los Aventureros (Les Aventuriers)

Una amistad honesta

Por Emiliano Fernández

Los Aventureros (Les Aventuriers, 1967), de Robert Enrico, es una de esas pocas películas difíciles de definir porque si bien a primera vista parece una historia algo liviana sobre un triángulo amoroso tácito y la búsqueda de un tesoro tan llamativo como improbable, en realidad resulta un retrato tragicómico de la amistad, los sinsabores de la vida y todas esas quimeras que la motivan al punto de justificarla en el trajín diario de una manera quizás un tanto grotesca o estrambótica pero también valerosa por lo quijotesca. La propuesta, con una primera mitad sutilmente enmarcada en una comedia de fracasados adorables y una segunda parte ya más seria con debacle macabra de por medio, reproduce -o si se quiere, anticipa- lo que sería el devenir de su director porque Enrico, quien ganó una enorme fama en el comienzo de su carrera por una trilogía de cortometrajes sobre la Guerra Civil de Estados Unidos o Guerra de Secesión (1861-1865), léase El Río del Búho (La Rivière du Hibou, 1961), El Ruiseñor (L’Oiseau Moqueur, 1962) y Chickamauga (1962), que después serían recopilados en un film antológico, En el Corazón de la Vida (Au Coeur de la Vie, 1963), protagonizaría en el campo de los largometrajes un derrotero semejante de la mano de una seguidilla de opus iniciales con ingredientes cómicos, en sintonía con la odisea que nos ocupa, Los Bocones (Les Grandes Gueules, 1965) y El Boulevard del Ron (Boulevard du Rhum, 1971), las tres estelarizadas por su actor fetiche de las comienzos, Lino Ventura, que a su vez dejaron todo servido para la eclosión del tono más grave de la madurez, ese que quedó en primer plano en su interesante retahíla de tres thrillers con Philippe Noiret como presencia englobadora, hablamos de El Secreto (Le Secret, 1974), El Viejo Fusil (Le Vieux Fusil, 1975) y Destino a Cara o Cruz (Pile ou Face, 1980), faenas que le ganaron al señor la fama de “cineasta comercial” aunque sin nunca lograr igualar la hipotética carrera de autor que todos auguraron en un principio para este galo hijo de inmigrantes italianos.

 

De hecho, el estigma del éxito inicial lo perseguiría toda la vida porque El Río del Búho se llevó el premio al Mejor Cortometraje en Cannes y en los Oscars e incluso fue comprado para formar parte de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964) y así fue transmitido como Un Suceso en el Puente de Owl Creek (An Occurrence at Owl Creek Bridge, 1964), título que duplicaba el del cuento original de 1890 de Ambrose Bierce en el que estaba basado. El carácter errático de Enrico como creador tampoco lo ayudó a trepar en la estima cinéfila a lo largo de los años y esto se puede ver tanto en la estructura de Los Aventureros, como decíamos a mitad de camino entre una comedia de compañerismo cuasi hippón y una gesta existencial de acción a lo John Huston o Sam Peckinpah, como en el hecho de que a ciencia cierta en su trayectoria sólo pueden rescatarse los cortos señalados, sus dos primeras colaboraciones con Ventura y la trilogía con Noiret, porque los productos fallidos son mayoría como lo demuestran Tía Zita (Tante Zita, 1968), ¡Ho! (1968), Cerco de Sangre (Les Caïds, 1972), La Huella de los Gigantes (L’Empreinte des Géants, 1980), Zona Roja (Zone Rouge, 1986), Compromisos del Corazón (De Guerre Lasse, 1987), La Revolución Francesa (La Révolution Française, 1989) y Suceso de Invierno (Fait d’Hiver, 1999), amén de un par de trabajos dignos y tardíos de amplitud internacional que giraron alrededor de una de sus obsesiones, la Segunda Guerra Mundial, En Nombre de Todos los Míos (Au Nom de Tous les Miens, 1983) y Viento del Este (Vent d’Est, 1993), la primera con Michael York y la segunda con Malcolm McDowell. El trío de Los Aventureros son Manu Borelli (Alain Delon), piloto al que le quitan la licencia por intentar atravesar el Arco del Triunfo con un biplano, Roland Darbant (Ventura), mecánico que intenta revolucionar la industria automotriz pero con un motor que se incendia, y la bella Laetitia Weiss (Joanna Shimkus), escultora adepta a la chatarra que recibe malas críticas luego de una exhibición.

 

El responsable crucial de que Borelli pierda su licencia de piloto es un burgués inmundo (Paul Crauchet) que quería que filmase el vuelo por el interior del Arco del Triunfo con una cámara en una jugada burlona y sádica, mismo sujeto que cuando comienza a ser golpeado en venganza por Manu y Roland les comenta que hay un tesoro valuado en 500 millones de francos bajo las aguas de la estrecha franja de mar que posee el Congo, nación por entonces independizada de Bélgica desde 1960 y bajo la demencial, cleptócrata y larga dictadura de Joseph-Désiré Mobutu alias Mobutu Sese Seko (1965-1997), en esencia una colección de monedas de oro y diamantes que formaban parte de la carga de unos oligarcas capitalistas galos transportada por un avión que se perdió en las aguas del enclave africano. Como no tienen demasiado que perder y tienen mucho por ganar, incluso habiendo probado una martingala en la ruleta de un casino, Borelli abandona a su novia, Yvette (Odile Poisson), Darbant vende su taller y depósito de chatarra para comprar un barco y ambos se marchan al Congo junto a Weiss, donde comienzan el rastrillaje de la zona hasta que se presenta ante ellos el piloto original de la aeronave caída (Serge Reggiani), el cual los conduce hacia el lugar exacto del desastre. Con el botín en sus manos la alegría dura muy poco porque llegan unos mercenarios dispuestos a robarse el tesoro y en la balacera resultante fallece Laetitia, por ello los dos amigos expulsan al que disparó primero, aquel piloto del avión caído, y regresan al pueblito francés donde vivieron los progenitores de la chica hasta que fueron asesinados por los nazis, donde encuentran a unos tíos abandónicos (Jean Darie y Thérèse Quentin) y al primo de corta edad de la finada (Jean Trognon), a quien deciden dejarle la parte de Weiss vía un escribano sin saber que están siendo seguidos de cerca por la banda de aquellos mercenarios asesinos, los cuales capturan y matan al piloto cuando se niega a identificar a Manu durante un encuentro pasajero con Yvette, encargada de un bar parisino.

 

Con un guión de Enrico, su colaborador habitual Pierre Pelegri y el célebre Joseph Damiani alias José Giovanni, por entonces un escritor que ocultaba su pasado y anteriormente un colaborador nazi y “criminal de carrera” especializado en secuestros, tortura, extorsión y homicidios, Los Aventureros forma parte de un ciclo de tres adaptaciones de novelas de Giovanni que se completa con Los Bocones y ¡Ho!, obras que como la presente trabajaron grandes fetiches de José en línea con los códigos de honor, los gremios herméticos, los sueños de ascenso plutocrático y por supuesto esa infaltable amistad masculina que aquí incluye a la ninfa de Shimkus, actriz canadiense que reincidiría con Enrico en Tía Zita y ¡Ho! para después trabajar en ¡Boom! (1968), opus fallido de Joseph Losey con Richard Burton y Elizabeth Taylor, y retirarse del cine a principios de los años 70. Mientras que el encanto de Shimkus justifica la mínima tensión que se produce entre Manu y Roland, el primero queriendo profundizar la relación y siendo rechazado y el segundo ganándose su corazón sin insinuar nada al respecto, el carisma de Ventura y Delon magnifica la tragedia escalonada que construye el film, Lino permitiéndose una pausa en la serie de papeles de “tipo duro” que lo hicieron famoso y Alain aún atravesando la heterogeneidad previa al vuelco a esa comarca policial que dominaría su trayectoria después del Affaire Marković de 1969, el escándalo por el asesinato mafioso de su guardaespaldas Stevan Marković y unas supuestas orgías de alto perfil -con fotos de por medio- que incluyeron al futuro presidente Georges Pompidou y su esposa Claude. Además de la belleza de la música de François de Roubaix, el compositor preferido de Enrico, y del Fuerte Boyard, legendaria construcción militar francesa rodeada de agua, Los Aventureros también se sostiene en su honestidad ideológica y un desenlace majestuoso, el de la muerte de Borelli, cual monumento al peso retórico de las catástrofes, algo que Hollywood y sus “finales felices” nunca entendieron…

 

Los Aventureros (Les Aventuriers, Francia/ Italia, 1967)

Dirección: Robert Enrico. Guión: Robert Enrico, José Giovanni y Pierre Pelegri. Elenco: Alain Delon, Lino Ventura, Joanna Shimkus, Serge Reggiani, Thérèse Quentin, Jean Darie, Jean Trognon, Odile Poisson, Hans Meyer, Paul Crauchet. Producción: Gérard Beytout y René Pignières. Duración: 113 minutos.

Puntaje: 8