Una Corona de Rosas, de Elizabeth Taylor

Una angustia inglesa

Por Martín Chiavarino

La escritora británica Elizabeth Taylor falleció a los 63 años en noviembre de 1975 en Inglaterra en el condado de Buckinghamshire, donde desarrolló prácticamente toda su vida y escribió sus fabulosas novelas. Hasta el año 1986, con la edición de El Hotel de Mrs. Palfrey (Mrs. Palfrey at the Claremont, 1971), por la editorial Bruguera, y Ángel (Angel, 1957), por parte de la editorial Anagrama, ni una de esas novelas tenía una traducción al español, lo cual no fue una casualidad dado que su obra tampoco había tenido una gran repercusión en Gran Bretaña, lo que cambió con la elección de Ángel como una de las mejores novelas inglesas de la posguerra por parte de la crítica británica. Aun así, para el público argentino Elizabeth Taylor no era un nombre que se asociara con la escritora inglesa hasta hace tan solo cinco años, cuando la editorial independiente argentina La Bestia Equilátera publicó Prohibido Morir Aquí (Mrs. Palfrey at the Claremont, 1971), con una nueva traducción de Ernesto Montequin. La novela cautivó rápidamente a los lectores argentinos con una prosa aguda, capaz de adentrarse en la psiquis de los personajes que la autora crea con una acidez descarnada.

 

Con otra traducción de Montequin, La Bestia Equilátera regresa a Taylor para traer Una Corona de Rosas (A Wreath of Roses, 1949), su cuarta novela, donde a través de una narración omnisciente retrata las angustias existenciales de tres mujeres inglesas durante un verano a fines de la década del cuarenta, en una pintura cruda y equilibrada de la posguerra en el Reino Unido.

 

La novela comienza con la traumática escena de un suicidio que rompe con la cotidianeidad de una estación terminal inglesa para centrarse luego en los personajes que han experimentado la impactante escena. En una conversación casual entre pasajeros, Camilla, una secretaria de un colegio de señoritas, conoce en el tren a Richard, un piloto de aviación que viaja a una ciudad de veraneo anclado en un recuerdo de juventud, sin trabajo ni perspectivas, agriado por la guerra y misterioso, que asegura haber trabajado como espía en las líneas enemigas durante el conflicto y afirma estar escribiendo sus memorias sobre esos acontecimientos que lo tuvieron como protagonista. La fémina intenta mantenerse alejada del hombre pero algo en su interior la impulsa a acercarse a Richard, que parece tener un secreto oscuro e irresistible para la mujer. Así comienza una relación que es uno de los ejes centrales de este relato. Mientras que Richard se aloja en un hotel de la ciudad con la excusa de visitar el lugar en el que creció, Camilla va a la casa de Frances, una mujer mayor aficionada a la pintura que cada vez tiene más problemas para pintar debido a su reumatismo, la cual era la nodriza de su mejor amiga, Liz, hoy casada con un vicario con el que acaba de tener un bebé, a la que conoció en un internado en Suiza durante su adolescencia.

 

Con una prosa clara y concisa Elizabeth Taylor se va adentrando en la vida, los anhelos y las angustias de cada una de estas tres mujeres. Todos los años las tres se encuentran durante el verano para disfrutar de la compañía de las otras, pero en esta oportunidad la dinámica ha cambiado. El matrimonio de Liz cruje por la distancia que el bebé abre con su marido, un hombre insensible a los afanes de su esposa. Frances cree que le queda poco tiempo de vida y ha adoptado un gran perro mastín al que a duras penas puede cuidar, que Liz y Camilla pasean a desgano. Camilla, por su parte, se lamenta por haber alejado a todos los hombres que se le acercaron en su vida y ve en este extraño que la aborda en el tren su última oportunidad de casarse y ser feliz antes de que los últimos vestigios de su belleza se desvanezcan.

 

Para romper con la dinámica de la novela y poner la pintura de Frances como expresión liberadora y artística, Taylor introduce otro personaje en la trama, Mortland Beddoes, un director de cine que admira la obra de Frances desde la primera vez que la vio y viaja expresamente para conocerla. Taylor compone este personaje como el más equilibrado, el que puede ver las redes que Richard teje alrededor de Camilla y las angustias de Liz en toda su dimensión. Taylor puede desmenuzar el sentido filológico de las palabras de los personajes para sacar a la luz su verdadero significado, golpeando con fuerza a unas criaturas que han guardado sus sentimientos encerrados y reprimidos por mucho tiempo, suavizados por las convenciones y la repetitiva cotidianeidad. Beddoes es el personaje que reflexiona, que ve cómo la belleza y la podredumbre se tocan en el mismo lugar, cómo la búsqueda de la verdad también revela la fealdad del mundo, pero es Frances la que completa con su sabiduría y su obra la gran reflexión sobre la necesidad de escuchar la voz interior para crear, sin intentar complacer a nadie.

 

Pero Una Corona de Rosas va mucho más allá de una historia sobre tres mujeres, traza una reflexión muy profunda sobre la vida, la guerra, la posguerra y la primera mitad del Siglo XX, sobre la necesidad de pequeños placeres después de un evento tan traumático como la guerra. Para los personajes de la novela la rebeldía y la alegría de los años veinte ha quedado sepultada por la crisis de los años treinta y por la contienda y las penurias de la década del cuarenta, que han convertido los idílicos años de bonanza que vivieron tras la Primera Guerra Mundial en una especie de sueño demasiado bueno para ser verdad después de los traumáticos recuerdos recientes.

 

La autora se adentra en la psicología femenina de fines de los años cuarenta descarnadamente pero con conmiseración y empatía, analizando la relación entre el deseo y la culpa, desde la mirada de la mujer que anhela algo que la sociedad le ha vedado. Si hay un sentimiento que sobrevuela todo el relato es la soledad. Camilla, fémina que ha crecido en un ambiente intelectual masculino donde lo femenino siempre estaba relegado, no quiere convertirse en una solterona como Frances, una pintora que ve cómo todas sus oportunidades han pasado. Liz se ha dado cuenta muy tarde que no quiere ser la esposa de un párroco, que no quiere cumplir con el rol que él necesita y le exige, como si se hubiera casado para escapar de la severidad paterna, sin embargo la necesita para sobrellevar el matrimonio y la maternidad. A la vez, esta severidad y la culpa católica la llevan a experimentar una gran angustia ante la posibilidad de no poder cumplir las expectativas que se posan sobre ella como madre y esposa.

 

Los personajes intentan abordar el sinsentido de la vida y las desdichas que procura la relación con el prójimo a partir de fragmentos que permitan aislar esos pequeños momentos, convirtiéndolos en bellos recuerdos, cuadros significativos que permiten mantener la cordura y apreciar que todas las desventuras tienen su lado resplandeciente. Las tres mujeres discuten sobre el matrimonio, su significado y responsabilidades, la soledad, la soltería y los embarazos fuera del matrimonio, para preguntarse por el lugar de la mujer en la sociedad británica de fines de la década del cuarenta. Una de las cuestiones más interesantes de la novela son las erróneas suposiciones que cada una de las mujeres y los hombres hacen del otro, siempre esperando algo de ellos, siempre reflejando sus propios temores y deseos, nunca entablando una verdadera comunicación, siempre callando lo importante y concluyendo en conversaciones anodinas que les impiden conectarse. Por supuesto, cuando esa comunicación se produce también ocurre el cortocircuito, la imposibilidad de la comunicación, del estar juntos.

 

Elizabeth Taylor congela el tiempo en cada párrafo para ofrecer ricas y expresivas descripciones de personajes mortificados por el devenir de sus vidas. Con una prosa exquisita la autora traza este espacio que las mujeres habitan, el pesimismo y el malestar como sensaciones de la adultez ante los sueños no cumplidos, esas fantasías irrealizadas en la juventud que conducen a un presente desapasionado de amargura y arrepentimiento. La novela comienza y termina con esta desesperación, con el matrimonio como una especie de fantasía idealizada que se convierte en pesadilla cuando el otro se convierte en un extraño, la pasión y el anhelo en monotonía y hastío y la compañía trastoca en soledad.

 

Una Corona de Rosas, de Elizabeth Taylor, fue publicada por primera vez en castellano por la editorial La Bestia Equilátera con una impecable traducción de Ernesto Montequin y la corrección de Virginia Avendaño y Luz Rodríguez, para continuar con la recuperación de una autora de una gran sensibilidad que puso en evidencia cómo el mundo femenino era relegado a un segundo plano en la segunda mitad del Siglo XX, aunque asimismo vislumbrando cómo las mujeres iban tomando conciencia de ese desplazamiento para encontrar resquicios que les permitan llegar hasta un centro comunal que parecía propiedad del ámbito masculino. En una cuidada edición con una intervención de Juan Pablo Cambariere en la tapa sobre un cuadro del pintor italiano renacentista Sandro Botticelli, El Nacimiento de Venus (1482-1485), La Bestia Equilátera vuelve a encontrar una obra perdida para el lector argentino de una escritora redescubierta por la crítica literaria y admirada por sus pares por su profunda sutileza y sofisticado ingenio.

 

Una Corona de Rosas, de Elizabeth Taylor, La Bestia Equilátera, 2023.