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Prólogo: Pinturas y objetos inconclusos
Cualquier beatlemaníaco que se precie de serlo conoce en mayor o en menor medida los pormenores del primer encuentro de la artista Yoko Ono con el rockero John Lennon en una galería de arte del West End, la Indica Gallery.
Lennon había vuelto el día anterior de un viaje de siete semanas en España, donde había estado prestando sus dotes actorales para la película Cómo Gané la Guerra (How I Won the War, 1967), de Richard Lester, el director de las dos primeras películas de The Beatles. El futuro de la banda era incierto -ese mismo año habían decidido dejar de hacer giras y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band todavía no era ni siquiera un germen en la cabeza de Paul-, y cuando ese lunes 7 de noviembre de 1966 sonó el teléfono, John había estado drogado desde apenas poner un pie en su mansión llamada Kenwood, en la localidad de Weybridge, condado de Surrey, pasando las afueras del sur de Londres. La mansión, estilo Tudor, tenía una habitación favorita, una terraza acristalada usada como sala de estar a la que el joven de 26 años recién cumplidos y su esposa Cynthia llamaban el invernadero (“the sunroom”). En una repisa del invernadero había un mortero donde se molían todas las anfetaminas, los barbitúricos y las dosis de ácido lisérgico con que dealers, amigos y fans demostraban su reconocimiento al astro liverpuliano en ese Swinging London previo al Verano del Amor. A Lennon le bastaba con meterse un dedo en la boca, sacarlo mojado, meterlo en el mortero, sacarlo impregnado de un amargo cóctel de sustancias psicotrópicas y chupárselo.
El teléfono sonó y era John Dunbar, invitando a Lennon a ver, en exclusiva y antes de que se abriera al público, la exhibición Pinturas y Objetos Inconclusos, de una artista plástica y performática japonesa vinculada al grupo Fluxus llamada, sí, Yoko Ono. Dunbar (por entonces en pareja con Marianne Faithfull) era, junto con Peter Asher (el por entonces cuñado de Paul McCartney) y Barry Miles (el periodista biógrafo de McCartney y de William S. Burroughs), propietario de la galería Indica. Lennon, con la cabeza por las nubes, alcanzó a entender que lo estaban invitando a un happening, y algo excitado salió en su Mini Cooper negro hacia la galería. Cuando llegó no se encontró precisamente con una orgía psicodélica. Había gente sentada en el suelo de un sótano cosiendo tela, un tablero de ajedrez gigante con escaques blancos conteniendo piezas también todas blancas, una manzana que podías comprar por doscientas libras y mirarla pudrirse, o bien una escalera que llevaba a un lienzo en el techo en el que, usando la lupa que colgaba de una cadena, podía leerse la palabra “SÍ”. Cuando Dunbar los presentó, John le preguntó a la artista:
“¿Dónde es el happening?”
Por toda respuesta recibió una tarjeta de manos de Yoko.
“Respirá”, decía la tarjeta.
Lennon jadeó.
Más tarde, frente al panel con la instrucción “Clave un clavo”, el beatle pidió clavar uno. La japonesa se negó: no quería que nadie empezara a usar la instalación hasta la apertura del día siguiente. Ante la insistencia de Dunbar, aceptó permitirlo pero por cinco chelines. “Yo te daré cinco chelines imaginarios y clavaré un clavo imaginario”, dijo el beatle.
Yoko Ono, por entonces contando con 33 años de edad (siete más que John) había sido una adolescente suicida (sobredosis de fármacos, muñecas cortadas…) con un historial de mudanzas entre Japón y los Estados Unidos desde su primeros meses de vida, y otro de abortos durante la década de 1950. Casada con otro artista, era madre de una niña de tres años y su cabeza bullía de ideas artísticas poco ortodoxas.
Pocos recuerdan que Paul McCartney había sido el primer beatle con quien se había puesto en contacto en busca de algún tipo de mecenazgo. Su amigo John Cage estaba recopilando partituras para el que sería su libro Notations y ella quería regalarle el manuscrito de alguna de las letras de The Beatles. Involuntariamente, Paul la puso en contacto con su amigo de la vida, al esquivarla sugiriéndole que lo hablara con él.
Establecido el primer contacto en la galería Indica, Yoko no se conformaría con la colaboración de Lennon para el libro de Cage (el manuscrito de la canción The Word). Entre otros proyectos, por entonces quería envolver en lona a uno de los leones de Trafalgar Square.
Cuando la exhibición llegó a su fin el 18 de noviembre de 1966, Yoko encontró una ociosa nueva ocupación: hacer guardia en el portón de los estudios EMI en Abbey Road -todavía no existía el disco de The Beatles que generaría el bautismo de los mismos con el nombre la calle-, junto al grupo permanente de fanáticas que desde la consolidación de la beatlemanía pasaban sus días ahí, y a quienes George Harrison terminaría por denominar las Apple Scruffs (Pellejos de Manzana) cuando también empezaron a montar guardia frente al edificio de Apple Corps en 1968. En una oportunidad Yoko incluso logró escabullirse entre los guardias de seguridad y llegar al Estudio 2 en busca de John. Cuando la sacaron a la fuerza, amenazó con encadenarse al portón si no la dejaban verlo.
No tardó en conseguir el teléfono de la casa de Kenwood, y acosó a Lennon con insistentes llamadas en las que a diario intentaba convencerlo de financiar alguno de sus proyectos artísticos. A Lennon lo divertían las llamadas, pero no llegaba a tomarla en serio. O al menos no lo hizo hasta que ella amenazó con suicidarse, y entonces se vio obligado a cambiar el número de la línea.
Yoko no se desanimó, y empezó a hacer guardias en el umbral de la mansión, con tanta suerte que en un día de lluvia la madre de Cynthia, de visita en Londres, se apiadó y la hizo pasar para que usara el teléfono y llamara un taxi que la devolviera a su departamento sin muebles en el condado londinense de Marylebone, al que se acababa de mudar con su marido y su hija después de haberlo alfombrado de pared a pared. Pero lo que ella quiso que le fuera devuelto durante los siguientes días fue el anillo que había dejado “olvidado” en la casa como excusa para volver.
Una mañana el cartero dejó en Kenwood un paquete con remitente de Yoko. Cuando lo abrieron se encontraron con una caja de tampones conteniendo una taza de porcelana destrozada y manchada con pintura color rojo sangre. En el colmo de la exasperación, cuando el 24 de agosto de 1967 los Beatles salían del Hotel Hilton donde habían estado escuchando una conferencia del Maharishi Mahesh Yogi sobre Meditación Trascendental (la misma que terminaría por llevarlos en febrero de 1968 a estudiar a la India), la artista se coló en el asiento trasero del Rolls Royce psicodélico de John y se sentó entre él y Cynthia. Lennon no pudo evitar reírse de toda la situación, mientras Les Anthony, su leal chófer, conducía desde el centro de Londres hasta Marylebone para dejarla en su departamento.
Cuando en septiembre de 1967 los Beatles abrieron en el número 94 de la calle Baker la primera oficina de lo que sería la discográfica Apple, Yoko descubrió un nuevo lugar en el que acechar a su elusivo mecenas. Dio con Pete Shotton, un amigo de la infancia de John, ex-miembro también de The Quarrymen (encargado de la percusión con la tabla de lavar en la primera formación de la mítica banda). Pete por entonces se ocupaba de negocios varios generados por las inversiones de la banda y Yoko aprovechó para pedirle “un par de miles de libras” para la última exhibición que pensaba hacer: una muestra de objetos hogareños prolijamente cortados por la mitad. Consultado, Lennon aprobó con un gruñido el desembolso de libras que permitieron que en octubre y en una galería de Paddington se abriera al público Half-a-Wind (A-Medio-Viento), una muestra de arte conceptual a la que el propio benefactor no se molestó en asistir, aunque autorizó a que se le reconociera la colaboración haciendo figurar unos créditos que oraban “Yoko más Yo”.
Contra todo pronóstico, para cuando en febrero de 1968 los Beatles y sus esposas se alojaron en el áshram del Maharishi en Rishikesh (India), Yoko había pasado a ocupar un lugar interesante en la cabeza de Lennon. Tan interesante que dos semanas después éste pidió dormir en una habitación, separado de Cynthia, y empezó a pasar horas encerrado leyendo las cartas de Yoko que a diario retiraba de la oficina de correo local. La japonesa podía haber tenido métodos algo radicales para acercarse a él, pero no se parecía a ninguna de las mujeres que hasta entonces hubiera conocido. Y después de haber leído su libro repleto de instrucciones absurdas (Pomelo/ Grapefruit, de 1964) ya no tenía dudas de que estaba frente a una de las intelectuales más interesantes que se hubieran cruzado en su camino. Por entonces tanto Paul como George ya estaban barajando nombres de artistas a los que producir a través del sello Apple y John pensó que sería una buena idea producir un disco de Yoko. Por más que nada indicara que la artista tuviera algún tipo de aptitud musical, era actitud lo que le sobraba. No había en la cabeza del beatle un contenido concreto, pero sí había podido visualizar la portada del disco. La dibujó y la metió en el sobre con la siguiente carta de respuesta directo a Londres. Había imaginado a Yoko sentada desnuda sobre una bola de cristal.
Volviendo de la India, desencantado con el Maharishi y la Meditación Trascendental, desesperado por volver a su dieta de drogas psicotrópicas, Lennon se emborrachó en pleno vuelo y decidió, de la nada, confesarle a Cynthia todas sus infidelidades, calculadas en más de trescientas desde el noviazgo adolescente que los había unido. Groupies en Liverpool y prostitutas en Alemania antes de la fama, conejitas de Playboy, actrices o periodistas, la mismísima Joan Baez o incluso la vecina que había inspirado la canción Norwegian Wood.
De vuelta en Kenwood, Cynthia toleró dos semanas antes de tomarse unas vacaciones forzadas con Jenny Boyd (la hermana menor de la esposa de Harrison) y un oscuro amigo griego de John apodado “Alex el Mágico”. El ama de llaves, la señora Jarlett (Dorothy), se haría cargo de Julian, el hijo del matrimonio, mientras John seguiría haciendo lo que había estado haciendo: emborrachándose, tomando ácido, fumando marihuana y tragando anfetaminas.
La noche del domingo 19 de mayo de 1968, con Cynthia todavía de vacaciones, en Kenwood Lennon se aburría con su amigo Peter Shotton, quien por entonces se había convertido en algo así como su asistente personal. Eran ya las nueve (noche avanzada, si se tiene en cuenta que en Inglaterra se cena a las siete de la tarde) y parecía el momento perfecto para terminar de enfrentar el desafío que había resultado ser Yoko Ono para él. Levantó el teléfono y la invitó a pasar. Podía enviar a Les a buscarla. Yoko aceptó. Su marido, Tony Cox, estaba en Francia con su hija.
Vestida de negro, como era su costumbre, la artista bajó del Rolls Royce dos horas después. Pasada la medianoche, la timidez había invadido hasta tal punto a ambos seducidos que ni siquiera las dos ingestas que habían hecho de la mezcla del mortero en el invernadero les estaban permitiendo soltarse y pasar un buen rato.
Incómodo y nervioso, John la invitó a conocer su estudio.
En el estudio casero que había montado en el ático de Kenwood estaban sus guitarras, el mellotrón que había sonado en Strawberry Fields Forever, un órgano eléctrico, un piano, un violín, un amplificador… Contaba además con varias grabadoras de cinta conectadas por Paul para que pudieran hacerse mezclas de sonido en dos canales para los demos del beatle de anteojos.
Conociendo el espíritu radicalmente vanguardista de Yoko, John vio la oportunidad de mostrarle los experimentos sonoros que había estado haciendo últimamente, demasiado extremos incluso para el nivel de experimentación que estaban alcanzando The Beatles. Pete, que los acompañó durante un rato, se encargó de poner y sacar las cintas del reproductor. Él mismo había estado durante las últimas semanas experimentando con su amigo famoso, creando los mismos loops (“bucles”, fragmentos o segundos de notas o ruidos aislados y/ o agrupados para ser ejecutados de manera repetida y sin solución de continuidad) que ahora estaban escuchando.
No tardó Shotton en aburrirse e irse a dormir, y fue entonces cuando Yoko propuso: “Hagamos algo nosotros”.
Pasaron el resto de la noche grabando y mezclando una cacofonía electroacústica plagada de ataques físicos a instrumentos convencionales, efectos de sonido y manipulación de cintas, gritos, silbidos, cánticos e imprecaciones. Era la primera vez que John grababa con alguien que no fuera uno de sus compañeros de banda.
El amanecer marcó el final de la sesión, y cuando Lennon acompañó a Yoko al cuarto de huéspedes tuvieron sexo por primera vez. Llamaron a la cinta que juntos habían producido, por lógica, “Dos vírgenes”.
Cuando la tarde del 22 de mayo de 1968 Cynthia, acompañada por sus compañeros de viaje Jenny y Alex, llegó de sus vacaciones, se encontró con los dos desflorados sentados en el invernadero, tomando el té en el refugio favorito del beatle: un sillón Reina Ana de dos cuerpos, de mimbre, donde a diario pasaba las horas leyendo, mirando TV y escuchando música, drogado, como siempre. Pete Shotton se había ido a Londres esa misma mañana, cumpliendo una orden de su amigo: buscar una casa donde pudiera mudarse con Yoko.
John vestía una bata de felpa y estaba particularmente mugriento. Ella se había puesto un kimono de seda negra propiedad de la recién llegada. Lo único que se le ocurrió a Cynthia fue invitarlos a cenar con Alex y Jenny, lo cual era un plan real, ya que habían desayunado en Grecia y almorzado en Roma, y la idea de cenar en un tercer país tenía su gracia. O lo había tenido hasta ese mismo instante.
“No, gracias” fue todo lo que recibió como respuesta de un Lennon completamente dopado.
Esa noche la pasó en el departamento de Alex el Mágico, el monje negro de esa etapa en la vida de John Lennon. A la luz de una vela, sentados a la mesa, tomaron vino mientras hablaban toda la noche, conmocionada Cynthia por el desmoronamiento que su vida afectiva no dejaba de sufrir, ahora con una infidelidad cometida en su propia cara. Y al amanecer, siguiendo el ejemplo de los dos vírgenes de Kenwood, ella se acostó con Alex. Es decir, con uno de los mejores amigos de su esposo.
Cuando regresó a Kenwood al día siguiente Yoko ya no estaba. La actitud de Lennon era la de “no ha pasado nada, y si pasó no lo recuerdo”. Se reconciliaron, y él aseguró amarla más que nunca. Pero la grabación del próximo disco de The Beatles con todas las canciones que habían compuesto en la India estaba a punto de empezar, e iba a ser mejor que ella volviera a tomarse unas vacaciones ahora que él iba a estar tan ocupado. Decidieron que lo mejor sería otro viaje. Esta vez sería Pesaro, Italia, con su madre y Julian.
John y Cynthia nunca volverían a verse.
El resultado del encargo que John Lennon le había hecho la mañana del 20 de mayo a su amigo de la infancia y asistente personal Peter Shotton no debió ser auspicioso, porque menos de dos semanas después él y Yoko, fugitivos o auto-exiliados de sus propios matrimonios, dormían en el cuarto de huéspedes de la casa de tres pisos del número 7 de la avenida Cavendish, que desde hacía dos años era el hogar de Paul McCartney en el barrio de St John’s Wood, en el noroeste de Londres. El 30 de mayo habían empezado las sesiones de grabación de lo que sería conocido como el Álbum Blanco (el único disco homónimo y doble de The Beatles) y no solo era de su leal amigo Paul de quien John podía esperar una ayuda, sino que la ubicación del hogar transitorio era incluso funcional, a menos de cinco minutos de caminata de los estudios de la EMI en Abbey Road.
Fue durante los días de estadía en esa casa cuando Lennon comprobó que esta vez McCartney no estaría dispuesto a respaldarlo. Ni en su divorcio, ni en su relación con Yoko, ni en la más grande de las locuras que hasta ahora le había visto hacer. Y eso era bastante decir, si se tiene en cuenta que lo había visto dormir en un ataúd en los días de la escuela de arte en Liverpool o salir desnudo y con una tabla de inodoro colgada del cuello al escenario del bar en que los Silver Beatles tocaban en Hamburgo. “¿Hay verdadera necesidad de esto?”, fue lo que le preguntó cuando se enteró de la intención de poner a la venta la grabación que había hecho con Yoko. Tampoco ayudaba que John la llevara al estudio todos los días, como si fuera un beatle más.
Las discusiones entre los amigos se convirtieron en una tensión que reventó en una nota anónima que encontró John una mañana en la cocina: “Vos y tu tilinga japonesa se creen muy porongas”. Contrariado, no tardó en deducir que el autor no podía ser otro que Paul. Era hora de irse a otro lado.
La pareja pasó algunos días en el departamento del director ejecutivo de Apple Peter Brown, el mismo que se menciona en la canción The Ballad of John and Yoko, también coautor de The Love You Make: An Insider’s Story of The Beatles, el libro que a mediados de los ochenta reveló algunos de los más jugosos secretos de la historia de la banda. Después de esa estadía fueron, por una semana, huéspedes de Neil Aspinall, otro colaborador de The Beatles desde los días en Liverpool, pero volvieron a Kenwood cuando Ringo se ofreció a hospedar a Cynthia y al pequeño Julian en un departamento que había alquilado para vivir con su familia algunos años atrás y que desde que se habían mudado a un lugar más espacioso y tranquilo había mantenido solo para subalquilarlo. Era el mismo departamento en el número 34 de Montagu Square (barrio de Marylebone) que había usado Lillian Powell, la suegra de Lennon, a fines de 1967, para evitar, durante una de sus visitas, vivir bajo el mismo techo que la conflictuada pareja. Y el mismo que había deteriorado seriamente Jimi Hendrix un poco antes, para jaqueca de Ringo. Tenía dos plantas: una al nivel de la calle, la otra en un subsuelo que había sido parte del sótano de la casa original.
A John, por su parte, el amor no lo había hecho menos drogadicto. El jueves 4 de junio de 1968, llegó al estudio 3 de Abbey Road a las dos de la tarde para grabar de nuevo su voz sobre la toma número 18 de Revolution 1, pero necesitó acostarse en el piso para poder hacerlo, obligando al ingeniero de sonido a reubicar el micrófono. Fotos existen de esa sesión, aunque la versión oficial solo afirma una intención experimental en la posición del cantante, un poco como lo haría diez años después Lindsey Buckingham durante la grabación del Tusk de Fleetwood Mac. El hecho de que durante los días de Revolver mandara a un asistente (Mal Evans) a buscar una soga para colgarse cabeza abajo del techo del estudio y cantar mientras oscilaba (hazaña que no llegó a materializarse porque Mal no consiguió la soga) refuerza la versión oficial, por cierto.
A fines de julio de ese 1968 John y Yoko intercambiaron lugares con Cynthia y Julian. Y fue en el departamento de Montagu Square donde la heroína entraría por primera vez en la vida de la nueva pareja. Casi una especie de adicción por contagio, si tenemos en cuenta que fue el mismísimo William S. Burroughs, escritor de la novela Junkie y adicto a los opiáceos consuetudinario, quien un par de años antes había pasado una buena cantidad de tiempo en ese mismo departamento.
El primer subinquilino del departamento había sido Paul McCartney, en 1965, con la intención de usarlo como estudio de grabación para los demos de sus propias canciones. Encargó la instalación de los equipos a un geniecillo adolescente llamado Ian Sommerville, quien había resultado ser por esos días el novio de Burroughs. Pronto el escritor estaba usando el estudio como cuartel general para la experimentación con cintas, poniendo a prueba una vez más la técnica literaria que con el pintor Brion Gysin habían desarrollado: el cut-up. De esta manera, Burroughs resultó ser una de las primeras personas en escuchar a Paul componiendo Eleanor Rigby, dando el visto bueno para una de las mejores letras que hubiera dado el rock hasta entonces.
La droga de elección del escritor resultaba una de las pocas drogas recreativas que Lennon no había probado a la fecha. Una de las más temidas, incluso por los drogadictos. Cuando le transmitió su curiosidad a Yoko, ella le confesó que la había probado en una fiesta durante los días que él había pasado meditando en la India. Solo había aspirado un poquito, y se había sentido bien. No había habido vómitos ni un mal viaje. Eso tranquilizó a John, que le tenía una particular aversión a las jeringas.
No fue difícil para la pareja conseguir heroína y, disipado el efecto de las primeras esnifadas, el beatle pudo describir la sensación del consumo como la de ser “un bebé envuelto en algodones y flotando en agua tibia”. En cuestión de días ya estaban enganchados, enterrados vivos en la adicción, y, mientras la grabación del Álbum Blanco proseguía, el departamento de Montagu Square pronto adquirió las características ineludibles de un hogar junkie. Ropa, vajilla y pisos mugrientos, diarios y revistas acumulados, ventanas cerradas y atmósfera acre.
Así pasaron ese verano, tirados entre las sábanas revueltas del sótano del número 34 de Montagu Square. Fue en ese estupor heroinómano que Yoko descubrió que estaba embarazada.
6. “…if you become naked” (“…si te desnudás”)
Durante junio de 1968 John y Yoko, con ayuda de George y Ringo, habían grabado Revolution 9, una versión libre de la coda extraída de la versión original de Revolution 1. Esta canción, que sería incluida en el Álbum Blanco para supuesto desagrado de Paul, era casi tan vanguardista como la grabación que la pareja había hecho en Kenwood en la madrugada del 20 de mayo. De hecho, y al igual que The Continuing Story of Bungalow Bill o que el descarte del mismo disco What’s the New, Mary Jane?, incluso contó con la participación de Yoko, cuya voz es claramente identificable cuando en primer plano se la escucha decir “if you become naked”, en lo que parece ser un fragmento aleatorio del diario oral que por entonces la artista grababa en cintas magnetofónicas.
Es imposible saber si ese fragmento correspondía a un parlamento sobre la portada del disco que para comienzos de octubre Lennon seguía insistiendo en poner a la venta, pero lo cierto es que el detalle de una portada con la pareja desnuda era una idea que el beatle no estaba dispuesto a abandonar. Otros aspectos de la edición ya habían sido puestos en tela de juicio por John y Yoko, desde publicar la espontánea grabación con los seudónimos “Doris and Peter” o solo mandar a fabricar algunas copias en vinilo para amigos e intelectuales interesados.
Durante octubre las ausencias de Lennon fueron frecuentes en el estudio, y el día nueve, el del cumpleaños número 28 del beatle heroinómano, no fue la excepción. Mientras los otros tres grababan Long, Long, Long y Why Don’t We Do It in the Road? (esta última sin George), John llamaba por la tarde a Tony Bramwell y le pedía que fuera para Montagu Square.
Tony Bramwell era un amigo y compañero de escuela de Paul y George, se conocían desde que él tenía cinco años de edad, en el barrio liverpuliano de Speke. Con el tiempo había terminado por convertirse en el manager de gira de The Beatles y, por esos días, era el encargado de la división cinematográfica de Apple Corps.
Cuando Tony llegó al mugriento y desordenado departamento John lo llevó al sótano, donde había instalado sobre un trípode una cámara fotográfica profesional. Quería que su amigo le enseñara a usar el disparador automático, el de efecto retardado. Extrañado por el pedido, Tony le enseñó cómo programar la cámara y, tomando el agradecimiento de la pareja como una señal de despedida, los dejó. Ahora ya podían dedicarse a sacar las fotos que necesitaban para la tapa y la contratapa de Unfinished Music No. 1: Two Virgins (Música Inconclusa Nro. 1: Dos Vírgenes), tal era el nombre que habían decidido ponerle al disco de la primera noche que habían pasado juntos, ahora que Apple había aprobado su publicación.
John le entregó el rollo con los negativos de las fotos que habían sacado en el sótano a un adolescente que trabajaba de “chico de los mandados” para Apple llamado Jeremy, con la orden de revelarlo lo antes posible y entregárselas al gerente de la discográfica, Neil Aspinall, otro viejo compinche de los días en Liverpool.
“Van a volarte la cabeza”, le adelantó Jeremy a su jefe, y Neil no pudo menos que pensar “Todo le vuela la cabeza a este chico…”. Pero debió retractar todo dejo de ironía cuando abrió el sobre y sacó las fotos que Lennon le había ordenado usar para el arte de tapa de ese disco inescuchable que había grabado con la japonesa esa y que pensaba poner a la venta usando nada más ni nada menos que el sello discográfico de The Beatles. En las fotos, en blanco y negro, el beatle y su novia estaban completamente desnudos, de pie, de frente y de espaldas. Lo único que llevaba puesto John, además del prepucio, era un collar de cuero, artesanal, del que colgaba un talismán de piedritas y anillos y flores de cristal. El mismo que por esa época jamás se sacaba, jurando que le daba buenas energías. (Varias décadas más tarde, Noel Gallagher lo compraría en una subasta como regalo para su hermano Liam).
El desnudo frontal sería para la tapa, abrazados; la foto con la pareja dando los traseros y mirando hacia la cámara por sobre los hombros, tomados de la mano, para la contratapa. No había forma de que una portada así no les trajera problemas. Para colmo, había serias posibilidades de que Two Virgins terminara siendo el primer larga duración que Apple Records publicara en su catálogo (Wonderwall Music de George y el Álbum Blanco ganarían por algunos días).
Neil cajoneó las fotos todo el tiempo que pudo, retrasando el diseño de arte de la funda. Pero cuando EMI Records, la discográfica encargada de distribuir a Apple en Gran Bretaña, y su subsidiaria Capitol (en Estados Unidos) se negaron a comercializar el disco, fue Paul McCartney quien acompañó a la pareja a entrevistarse con Sir Joseph Lockwood, el presidente de EMI. Paul, pese a lo que la historia reflejaría más tarde, era tanto o más entusiasta que John en lo referido a vanguardia artística, y si el problema era que John involucrara en sus proyectos en común a una artista ignota, ahora había terminado por aceptar a Yoko como nueva mujer de su amigo. O al menos, eso intentaría mientras su lealtad tuviera sentido. Sentados en la oficina, los tres intentaron persuadir al millonario ejecutivo para que, como tantas otras veces, intercediera por ellos, la gallina de los huevos de oro, ante la empresa.
“No entiendo por qué quieren publicar algo así”, insistía Lockwood.
“Es arte”, respondía Yoko.
“Sí, ya sé que es arte”, respondió el ejecutivo. “Pero entonces pongan un desnudo de Paul. Es mucho más lindo”.
Humoradas aparte, Sir Joseph Lockwood prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance, pero tan pronto como el trío dejó la oficina se encargó de enviar circulares a todas las oficinas comerciales de EMI ordenando no aceptar la distribución del disco.
El apoyo de Paul llegaría un poco más lejos incluso. En la contratapa se incluiría una enigmática frase especialmente donada para la ocasión: “Cuando dos grandes Santos se conocen, es una lección de humildad. Las largas batallas para probar que él era un Santo”. Esas palabras habían sido sacadas de un contexto por completo ubicuo: una noticia del Sunday Express elegida al azar. Paul, al parecer, quiso mantenerse a tono con la impronta absurda y vanguardista de la grabación contenida en el disco.
Cinco minutos antes del mediodía del viernes 18 de octubre de 1968, el timbre de la puerta del piso superior del departamento de Montagu Square sonó. John y Yoko dormían. Yoko fue la primera en levantarse ante los insistentes timbrazos. Por el intercomunicador una voz femenina le dijo que traía un mensaje de las oficinas de Apple.
Cuando abrió la puerta se encontró con una mujer y cinco hombres, todos desconocidos para ella. Pensando que se trataría de fans de The Beatles, les cerró la puerta en la cara. Al mismo tiempo, alguien golpeaba la ventana de la pared posterior del departamento. Cuando Lennon se levantó, intrigado, asustado, preocupado, y ya ofuscado, se encontró con que el intruso gesticulaba y apoyaba una orden de allanamiento contra el vidrio. No eran fans, eran siete miembros del escuadrón Antidrogas de la Scotland Yard, todos vestidos de civil. Pero la pareja seguía sin saberlo.
John llamó por teléfono a su abogado. Desde afuera se decidieron a anunciarse legalmente, pero a esa altura de las circunstancias (menos de ocho minutos, por cierto), nada parecía ser lo que era: una redada organizada por el sargento Norman Pilcher, un policía obsesionado con el consumo de drogas de los rockeros famosos. “No me importa quienes sean, no van a entrar acá un carajo”, les gritó el beatle.
Pero la puerta ya estaba siendo forzada, y, en el colmo de la confusión, Lennon decidió abrirles. Resultó que el apuro de los efectivos policiales había sido innecesario, toda vez que los perros encargados de rastrear y detectar las drogas que buscaban no habían llegado. Y no llegarían hasta media hora después, dando tiempo a que el abogado del beatle se hiciera presente.
La situación era por demás tensa, pero John estaba tranquilo: ya había sido advertido por un periodista del peligro que corría (no era el primer rockero que caía dentro del radar de Pilcher), y tres semanas atrás se había encargado de limpiar cualquier rastro de droga que hubiera en el departamento que no fuera lo que inmediatamente estaban consumiendo con Yoko. Y durante esos ocho minutos de obstrucción a la autoridad se había encargado de tirar por el inodoro la heroína que les quedaba del día anterior.
Finalmente llegaron los perros antinarcóticos, dos sabuesos llamados Yogi y Boo-Boo que olfatearon con desesperación cada una de las cuatro habitaciones. Cuando hubieron terminado, Pilcher llamó a Lennon y le mostró un estuche de cuero para binoculares. “¿Esto es suyo?” Inocentemente Lennon respondió que sí. No recordaba haber usado ese estuche para nada ilegal.
Pero adentro había casi doscientos gramos de marihuana.
John y Yoko fueron inmediatamente arrestados, y al día siguiente comparecieron ante la corte de Marylebone. John sopesó las alternativas que su abogado le brindó y decidió comportarse como un caballero: se declaró único culpable de la posesión. Si en el juicio oral encontraban culpable también a Yoko, por no ser ciudadana del Reino Unido era casi seguro que sería deportada.
Escucharon los cargos, pagaron la fianza y dejaron los juzgados sabiendo que en diez días tendrían que comparecer para recibir la sentencia.
9. Una temporada en el hospital Reina Carlota
La misma noche del allanamiento Yoko empezó con molestias en el útero. A medida que el malestar se acentuaba, se hizo evidente que convenía blanquear el embarazo a la prensa, algo que hicieron el 26 de octubre de 1968, y que le ahorró el escándalo cuando la salud de Yoko empeoró y tuvo que ser internada en el hospital Queen Charlotte del barrio londinense de Hammersmith, el 4 de noviembre. Tuvieron que transfundirle sangre varias veces debido a las hemorragias que estaba sufriendo. John pidió quedarse a su lado, ocupando la cama vecina como un internado más, aunque pegándola a la de su amada.
Mientras tanto, proseguían las negociaciones por el divorcio que Lennon había iniciado contra Cynthia, acusándola de haber cometido adulterio con Alex el Mágico. Ella también lo había demandado, y afirmaba haber sido víctima de la magia negra que Alex había puesto en práctica con ella esa noche que pasaron juntos.
Yannis Alexis Mardas (tal era el verdadero nombre del griego) realmente era un personaje tenebroso. Instalado en Londres con 23 años de edad y desde 1965, conocido por los rockeros gracias a una exhibición de esculturas electrónicas (cajas de luz parpadeantes y otras chucherías) llevada a cabo en el mismo lugar donde John había conocido a Yoko (la galería Indica), no era más que un reparador de televisores que tuvo la suerte de ser llevado de gira por The Rolling Stones como iluminador, gracias a la amistad que tenía con Brian Jones. Afirmaba estar en condiciones de construir campos magnéticos a prueba de fanáticos, pintura que te volvía invisible y parlantes tan finos que podían ser usados como papel tapiz. Bajo la promesa de poder construir una grabadora de 72 canales (cuando lo usual era grabar en cuatro o en ocho) había terminado por fascinar a Lennon, quien lo convirtió en el director de Apple Electronics, la división de electrónica de la discográfica, donde despilfarró todo el dinero que pudo a cambio de no hacer nada. Alguna vez el propio John reconoció los créditos de Alex en la coautoría de What’s the New, Mary Jane?.
La sentencia del divorcio entre John y Cynthia fue dictada el 8 de noviembre de 1968, previo acuerdo conciliatorio entre las partes, y algo similar ocurría con el matrimonio de Yoko -parte de este acuerdo incluyó a Lennon saldando las deudas monetarias de Tony Cox, que mantuvo la tenencia de Kyoko, la hija de Yoko-. Para entonces, la otra cama del cuarto número 1 del Pabellón Segundo Oeste del hospital había sido requerida por un paciente. John debió dejar su lugar y se instaló en suelo, a la izquierda de Yoko, en una bolsa de dormir.
10. En una mañana campestre empujé un cochecito de bebé vacío por toda la ciudad
El 21 de noviembre de 1968 los médicos del hospital informaron a la pareja que el feto no iba a sobrevivir por mucho tiempo más. Durante los días previos habían estado usando una grabadora portátil Nagra para registrar de diferentes maneras los tiempos de incertidumbre que estaban viviendo, acosados por la prensa y rechazados por los amigos. Esta vez, Lennon, usando un micrófono estetoscópico, grabó varios minutos de los latidos desaforados del corazón del bebé moribundo.
Al día siguiente se confirmó el aborto natural. Como el feto ya tenía cinco meses, edad suficiente como para tener legal y obligatoriamente un certificado de defunción, al llenar los formularios pertinentes John, mientras Yoko dormía reponiéndose, tuvo que improvisar un nombre para su hijo. Lo llamó John Ono Lennon II. Más tarde mandó a comprar un ataúd diminuto y enterró el cadáver en un lugar cuya ubicación sólo él y Yoko conocieron. Esa noche el beatle se durmió llorando en su bolsa de dormir, en el piso de la habitación Nº 1.
Richard Branson era, en enero de 1968, un muchacho londinense de 17 años que había dejado el colegio para empezar lo que sería la primera de sus empresas exitosas, la primera de muchas, que lo llevarían a ser en su adultez un excéntrico multimillonario. Por entonces era el editor y único propietario de una revista orientada al público universitario llamada, precisamente, Student.
Student ofrecía artículos de interés general, focalizados en la cultura rock y los temas de moda, desde el antibelicismo hasta el feminismo, pretendiendo ser una versión híbrida entre las revistas Rolling Stone y Time. De familia humilde, había empezado contactando auspiciantes y arreglando ventas desde un teléfono público Richard, para terminar vendiendo 50.000 ejemplares del primer número de Student.
Para el número de navidad Richard tenía pensado incluir abrochado un disco flexible de 45rpm con algún tipo de mensaje pacifista contra las guerras de Vietnam y Biafra. De alguna manera adelantándose por algunos meses a la cruzada pacifista que el año siguiente emprendería el matrimonio Ono-Lennon, en septiembre de 1968 se comunicó con el agente de prensa de Apple (Derek Taylor) para analizar la posibilidad de que John colaborara con alguna canción o mensaje hablado. Por una de esas acepciones del destino, Taylor había dado el visto bueno para la colaboración: Lennon lo haría gratis.
El otoño avanzaba, y para fines de noviembre de 1968, con 100.000 ejemplares de la revista ya impresos y con el disco de regalo con el mensaje de John prometido desde el número anterior, el joven Branson empezó a inundar con llamadas la oficina de Derek.
Lo cierto es que Derek Taylor no había olvidado el compromiso, pero a él mismo le estaba siendo imposible encontrar a Lennon. Apenas salidos del hospital Reina Carlotta el 25 de ese mismo mes e imposibilitados de volver al departamento de Montagu Square, Ringo, a pesar de los problemas legales que le estaba trayendo para ese alquiler el arresto de su amigo, les ofreció que ocuparan la casa estilo Tudor que el 19 de noviembre habían desocupado él y su familia. Sunny Heights, tal el nombre de la mansión del beatle baterista, estaba a menos de un kilómetro de Kenwood.
Pero nadie atendía el teléfono en Sunny Heights, hasta que Derek comprobó que a principios de diciembre habían dejado la casona de Ringo y habían vuelto a Kenwood, para empacar muebles y poner la propiedad a la venta.
Branson no podía esperar más. Se presentó en el número 3 de Saville Row, las oficinas de Apple y, pese a ser todavía menor de edad, amenazó al agente de prensa con recurrir a un abogado. En Kenwood, Taylor logró que alguien del personal doméstico le pasara con John. Este se puso al teléfono y no sonaba bien. Era obvio que la pareja nunca había dejado la heroína. Taylor le rogó que al menos aceptara grabar un mensaje por teléfono. “Creo que tengo algo para darles”, le dijo Lennon. “Vengan a buscarlo”.
Cuando llegaron Richard y Derek a Kenwood, John y Yoko los recibieron con sus dos pares de pupilas contraídas. Los invitaron a tomar asiento y los hicieron escuchar la cinta que le ofrecían a la revista como saludo navideño. De los parlantes del equipo salieron los latidos que John había grabado en el hospital horas antes del aborto. Los de John Ono Lennon II. Explicaron a los recién llegados de qué se trataba el audio.
“Esto debe ser algún tipo de broma de mal gusto, ¿no?”, dijo el editor adolescente.
“No”, se apuró a decir Derek, leal a su amigo. “No es ninguna broma. Es la contribución de John y Yoko que pediste. Es un producto auténtico, no hay forma de negarlo. Y es además gratis, para tu revista”.
Richard Branson se fue de la propiedad enfurecido, y mandó a destruir las 100.000 copias del número de diciembre de Student. Derek, temiendo algún tipo de represalia de tipo legal o mediática por parte de la revista, envió al directorio de Apple Corps un memorándum detallando lo ocurrido y haciéndose cargo de las consecuencias: “Si me consideran responsable, descuéntenlo de mi sueldo”.
Más tarde, en frío, Richard le escribió asegurándole que no iniciaría acciones legales de resarcimiento, pese a que prácticamente había quedado en bancarrota. “Muchas gracias”, fue la respuesta por escrito de Taylor. “Todo lo que necesitás es amor”. Varios años más tarde Branson se arrepentiría de haber rechazado el regalo de Lennon. Porque al poco tiempo se puso a vender discos, llamó a la empresa Virgin y a la apertura de la disquería le sumó un sello discográfico con el mismo nombre. Tubular Bells, de Mike Oldfield, fue el primer disco editado, y un éxito instantáneo que terminó en la banda sonora de otro éxito mundial, la película El Exorcista (The Exorcist, 1973). De haber editado los últimos latidos del corazón de John Ono Lennon II, ese simple habría pasado a la historia como el primer disco de una discográfica que terminó convirtiéndose en un verdadero imperio comercial.
Por cierto, para cuando los Sex Pistols alcanzaron su pico máximo de infamia, Richard había dejado de ser un adolescente idealista y había aprendido la lección. Y la edición de Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols (1977) fue la confirmación.
12. Dos vírgenes adentro de una bolsa marrón
Enfrentando la causa por posesión de drogas, el 28 de noviembre la pareja compareció ante la Corte de Magistrados de Marylebone, donde Yoko quedó libre de cargos y John pudo quedar en libertad pagando una multa de 150 libras. Y el 29, contra todo pronóstico, Dos Vírgenes fue puesto a la venta. Finalmente había conseguido distribuidoras: el sello Track (propiedad de los managers de The Who), para Gran Bretaña, y Tetragrammaton Records, para los Estados Unidos (un sello que un par de meses atrás había puesto a la venta el primer disco de una nueva banda llamada Deep Purple). Como parte de la negociación, Apple propuso vender el LP envuelto en una funda de papel madera que solo permitía ver las caras de la pareja. Al ser consultado, la siguiente orden de John fue dirigida al jefe de prensa de Apple Derek Taylor, otro viejo amigo de Liverpool. Había que elegir algún fragmento bíblico para incluir en la funda del disco. Derek consideró obvia la opción, y mandó a copiar los versículos 21 a 25 del capítulo 2 del Génesis:
“21- Entonces el SEÑOR Dios hizo que cayera un profundo sueño sobre Adán, y él se durmió; y Él tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. 22- Y de la costilla que el SEÑOR Dios había tomado del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. 23- Y Adán dijo, Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne: ella será Mujer, porque fue sacada del hombre. 24- Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. 25- Y estaban ambos desnudos, el hombre y su esposa, y no se avergonzaban.”
La tarea de envolver los discos con sus portadas en las fundas de papel madera fue encargada a un grupo de Apple Scruffs, quienes pasaron unas buenas horas ocupadas en el sótano de la boutique de la discográfica, en la esquina de las calles Baker y Paddington, cerrada para siempre desde julio de ese año. “Hecho en la Alegre Inglaterra”, oraría el álbum en sus créditos.
13. Música Inconclusa Nro. 1: Dos Vírgenes
El disco fue presentado por la pareja como la obra de dos completos inocentes, como algo incompleto que el oyente debía terminar con su propia escucha. Pero lo cierto es que la media hora que dura Dos Vírgenes, distribuida en los dos lados del vinilo, tiene más de inquietante que de inocente, y su escucha invita al temor antes que a las ganas de colaborar. Las frases sin sentido son lo más inteligible del contenido vocal (“Verás que no hay un puto abrelatas”, “Solo soy yo, Hilda, ya estoy en casa para el té”, o bien “Es verdad, cariño, te has ganado un importante premio”). El estado de intoxicación lisérgica de los intérpretes es patente, con algunos muy interesantes pasajes de órgano improvisado y acompañado de gritos durante lo más parecido a una apoteosis que pueda encontrarse en la obra.
El enredo de ruidos, gritos y bucles electroacústicos grabados durante esa primera noche de coqueteo en persona y sin restricciones aparece, en la etiqueta central de cada faz del disco, dividido en cinco respectivas y supuestas pistas, pero nada indica que esas divisiones realmente existan como parte de la obra. Pete Shotton dijo reconocer entre el caos sonoro algunas de las cintas que él había grabado con John, y si de apropiación o intertextualidad se puede hablar, de todos los sampleos usados, los fragmentos de dos discos de 78rpm son reconocidos en los créditos. En el lado 1 aparece, lentificada, la canción Together, grabada en 1928 por Paul Whiteman y su Orquesta, y en el lado 2, acreditados como Hushabye Hushabye, se escuchan algunos segundos de I’d Love to Fall Asleep and Wake Up in My Mammy’s Arms, el lado B de un simple del cantante Fred Douglas que data de 1921.
Algo menos inquietante es un fragmento descartado que más tarde apareció como grabación pirata bajo el nombre de Holding a Note, donde la tensión sexual de la futura pareja adquiere un primer plano por sobre el desafío mutuo que la vanguardia les imponía.
La batalla de la edición de Two Virgins había sido ganada, pero no había forma de que John y Yoko dejaran de convertirse en dos parias dentro del ambiente rockero. Algo que, por cierto, a un amigo desastroso como Brian Jones poco podía importarle, cuando los invitó a formar parte del Circo de Rock and Roll de The Rolling Stones, un especial para televisión que nunca llegó a ser emitido por decisión de la banda de la casa, disconforme con los resultados. Con participaciones de Jethro Tull, Marian Fathfull y The Who, entre otros, durante el 11 y el 12 de diciembre de 1968 se llevaron a cabo las grabaciones de las respectivas actuaciones. The Rolling Stones Rock and Roll Circus devino en la primera actuación en vivo de John y Yoko juntos. Lennon había decidido aceptar la invitación en calidad de miembro de una superbanda ad-hoc llamada The Dirty Mac (título que no era más que una burla suya a la nueva sensación del blues local, Fleetwood Mac). Completaban la formación Eric Clapton, Keith Richards (en bajo) y el baterista de Jimi Hendrix, Mitch Mitchell. Tocaron un cover de la recién editada por The Beatles Yer Blues -con Yoko arriba del escenario pero adentro de una bolsa de tela- y un original llamado Whole Lotta Yoko, en el que la artista del título sumó sus característicos alaridos catárticos a los fraseos de un violinista israelí.
Para año nuevo de 1969 decidieron abandonar Kenwood para siempre y mudarse al Hotel Dorchester, en Londres, mientras se definía la compra de una propiedad llamada Tittenhurst Park, en el condado de Berkshire. Eran los días de los ensayos filmados del material que un año después se publicaría, fuertemente editado por Phil Spector, bajo el nombre de Let It Be, el disco póstumo de The Beatles.
En febrero la pareja se entretuvo con la edición de Rape (“Violación”), el último film que había brotado de la mente a menudo genial de Yoko. Luego de llegar a un acuerdo con la hermana de una actriz húngara llamada Eva Majlata, un camarógrafo y un sonidista contratados se acercaron a la joven mientras caminaba por un cementerio londinense y empezaron a seguirla de cerca. Incómoda aunque coqueta, Eva intenta conservar el buen humor y obtener explicaciones sobre la persecución, pero ninguno de los dos acosadores le contesta. Su inglés no es bueno, por lo tanto, a medida que su desesperación va en aumento, intenta interpelarlos en su lengua natal, en italiano y en alemán. Mientras sale del cementerio y avanza por las calles va perdiendo el control. Es claro para ella que está siendo parte de algún tipo de experimento mediático, pero nadie parece dispuesto a darle una explicación. Cuando llega al departamento que comparte con su hermana, cómplice de la filmación pero sin participar en la misma, se encuentra con que el equipo de filmación ya está adentro esperándola. A partir de ahí el espectador asiste a una cruel lucha interna por parte de la actriz, a medio camino entre la pérdida de control y la calma que sospecha debería sacarla de esa situación.
Revelado el ardid una vez que la cámara se apagó, la muchacha aceptó con gusto que el metraje se usara y que su nombre la incluyera en los créditos como única protagonista.
En febrero de 1968, con John en la India, Yoko había dado un concierto de free-jazz en el Royal Albert Hall acompañando al saxofonista Ornette Coleman (quien esta vez tocó la trompeta) y a su banda. Semanas más tarde, Yoko fue invitada a un concierto de free-jazz y música avant-garde que el año siguiente tendría lugar en el Lady Mitchell Hall de la Universidad de Cambridge. Quizás por desidia, nunca respondió.
Cuando los organizadores insistieron con la invitación, Yoko y John ya eran pareja. Pero esta vez la cantante no contaba con una banda que quisiera acompañarla, tal como lo ameritaba la ocasión. Y fue el propio Lennon quien la convenció de que se presentara. “Yo seré tu banda. No se los digas, pero yo seré tu banda.”
El domingo 2 de marzo de 1969 llegaron junto a Mal Evans, el eterno asistente de los Beatles. Había unos 500 espectadores, todos intelectuales universitarios que no olvidarían la experiencia. Cuando subieron al escenario, Yoko se ubicó delante del micrófono y John se sentó de espaldas al público, con las piernas cruzadas, delante de un amplificador Fender. Mal colocó encima un reloj despertador y puso la alarma para media hora después. “Esta es una pieza llamada Cambridge 1969”, anunció Yoko antes de dar un primer alarido controlado, en apariencia eterno. El beatle enchufó su guitarra y generó el primer acople, que dio lugar a un vómito de feedback que no se detuvo hasta que sonó el despertador, diez minutos después de que se les hubieran unido el saxofonista John Tchicai y el percusionista John Stevens (casualmente baterista en la formación de Coleman para la fecha con Yoko), a quienes al llegar la pareja había invitado a improvisar en el momento de la actuación que creyeran conveniente, y quienes siguieron con su música después de que la cantante y el guitarrista hubieron abandonado el escenario.
Más tarde, un periodista de la revista Rolling Stone describiría la actuación de Yoko como la de “una niña severamente retardada siendo torturada”.
16. Matrimonio y ocupaciones de cama
El resto de ese mismo mes tuvo a John convirtiéndose en el tercer marido de Yoko -contrajeron matrimonio en el Consulado Británico de Gibraltar el día 20-, cambiando legalmente su nombre a “John Ono Lennon” e iniciando con su flamante esposa la primera de sus “Bed-ins” (“Ocupaciones de Cama”), que a modo de Luna de Miel tuvo lugar entre el 25 y el 31 en la suite presidencial del Hilton Hotel de Ámsterdam. Fueron siete días que pasaron acostados recibiendo a la prensa y a invitados ocasionales, en protesta contra la guerra.
Repetirían la experiencia a fines de mayo en Montreal, con el segundo volumen de Música Inconclusa ya editado.
El mismo jueves 22 de abril de 1969 en que John cambió su nombre en una ceremonia en la terraza de Apple (el mismo lugar donde The Beatles habían dado un par de meses antes su última actuación en vivo) el matrimonio llegó a las once de la noche a los estudios EMI en Abbey Road y estuvo hasta las cuatro y media de la madrugada grabando. Trabajaron sobre una versión evolucionada de los gritos de Yoko, clamando el nombre de su amado, que habían tenido lugar durante una zapada grabada con The Beatles en enero, ensayos que por entonces estaban recibiendo sus primeras mezclas, las cuales nunca verían la luz (no al menos bajo el nombre definitivo de Let It Be, editado más de un año después).
Habían conseguido que un hospital local le prestara un micrófono de alta precisión como el que habían usado para grabar el feto el año anterior, uno que podía auscultar y amplificar los latidos del corazón hasta incluso dejar oír el movimiento de fluidos y procesos corporales varios. Acostados en el suelo del estudio 2, grabaron sus respectivos latidos. Después, de pie, grabaron sus voces repitiendo sus respectivos nombres. Gritando, llorisqueando, susurrando, rogando, riendo, jadeando… Los matices y las entonaciones fueron múltiples.
El domingo siguiente volvieron y pasaron varias horas grabando por segunda vez los latidos. Lennon se encargó de editar todo el primero de mayo, con una voz en cada parlante del estéreo, sobre un colchón de latidos también en estéreo.
John and Yoko se llamó el mareante resultado, y duraba casi veintitrés minutos.
18. Música Inconclusa Nro. 2: Vida con los Leones
Unfinished Music No. 2: Life with the Lions, editado apenas seis meses después que el primer volumen de la serie, toma su nombre de un show radial de la BBC llamado Vida con los Lyons, uno que en su niñez Lennon había disfrutado a menudo. La paráfrasis por homofonía no necesita explicación, dadas las circunstancias que la pareja documentaba en esta nueva entrega de sus aventuras.
Vida con los Leones, también “Hecho en la Alegre Inglaterra”, fue editado por Zapple, un sello subsidiario que Apple pensaba destinar para el material más experimental de la discográfica, aunque su catálogo empezó y terminó con este disco y otro de George Harrison editado en simultáneo (Electronic Sound).
La portada del disco es una instantánea tomada por la fotógrafa irlandesa Susan Wood, quien se había encargado de dejar un documento fotográfico de la pareja durante el atribulado mes de noviembre de 1968. En la foto está Yoko recostada en su cama del hospital Reina Carlota, mientras John hace lo mismo en el suelo, a su derecha, apoyado en almohadones. Ambos miran al vacío, agobiados por la vida que les ha tocado en suerte.
La contratapa no es mucho más alentadora. Es la foto que había mostrado el Daily Mirror de la pareja llegando a la Corte de Marylebone el 19 de octubre de 1968, escoltados de policías en medio del tumulto que encontraron al salir del vehículo que los traía. John la abraza en actitud protectora, Yoko intenta ocultar la cara en el pecho del padre del hijo que lleva en el vientre. La contratapa contiene, de manera análoga a la de Two Virgins, una frase provista por una celebridad musical. En este caso fue George Martin, el legendario productor de casi la totalidad de la obra de The Beatles, el elegido. Se limitó a colaborar con dos palabras que sin duda resumían su opinión respecto del disco: “Sin comentarios”.
El lado Uno contenía los primeros veintiséis minutos de la presentación de marzo en la Universidad de Cambridge.
El lado Dos reproducía parte del material que habían grabado en el hospital en noviembre del año anterior.
Empieza con No Bed for Beatle John (“No Hay Cama para el Beatle John”), un canto gregoriano a cargo de Yoko en primer plano y John en segundo, cada uno entonando diferentes noticias con las que los diarios y las revistas locales habían estado cubriendo los recientes escándalos del dúo.
Le siguen cinco minutos de Baby’s Heartbeat (“Los Latidos del Corazón del Bebé”), la grabación que la revista Student había despreciado.
La siguiente pista del disco, Two Minutes Silence (precisamente, “Dos Minutos de Silencio”), es un homenaje a la pieza 4’33» de John Cage, cuya instrucción para el intérprete de cualquier tipo de instrumento musical es no tocarlo durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, con el objetivo de que el contenido de la obra sea el sonido del ambiente. En el caso de la edición en vinilo, el propósito se cumpliría con la fritura inevitable al pasar la aguja por los surcos.
El disco termina con Radio Play, doce minutos de la aguja de una radio moviéndose espasmódicamente por el dial, brindando microfragmentos aleatorios de voces y música de diferentes estaciones, casi todos imposibles de discernir, con la excepción de un fortuito segundo de Ob-La-Di, Ob-La-Da.
Aquellos pocos que para entonces habían adquirido algún ejemplar del número 7 de la revista norteamericana Aspen (correspondiente a la edición Primavera/ Verano de 1969) ya habían podido ser testigos de gran parte del material grabado en el hospital. Las ediciones de Aspen eran obras de arte en sí mismas, multimedias, conteniendo desde discos hasta cintas de video, pasando por supuesto por material escrito. El número 7 llevaba por nombre La Caja Británica, y literalmente era una caja que con su contenido volvía tridimensional a la revista. Además de contener, entre varios ensayos, un fragmento en exclusiva de una novela inédita de J.G. Ballard (que vería la luz recién en junio de 1973), la caja incluía un disco de plástico flexible de ocho pulgadas para ser escuchado a 33⅓ revoluciones por minuto. En el lado A estaba contenida una suite de tres movimientos llamada Song for John, interpretada por Yoko y compuesta por las canciones Let’s Go On Flying (“Vayamos a Volar”), Snow Is Falling (“La Nieve Está Cayendo”), ambas a capela, y Mum’s Only Looking for Her Hand in the Snow (“Mamá Sólo Está Buscando su Mano en la Nieve”), con Lennon acompañándola con su guitarra acústica. Esta última, dedicada a la pequeña Kyoko, pasaría a formar parte del repertorio de la artista, editada más adelante por la Plastic Ono Band bajo el nombre Don’t Worry, Kyoko (“No te Preocupes, Kyoko”), con Eric Clapton, Klaus Voormann y Ringo Starr sumándose al dúo.
Con créditos compartidos con John, el lado A se completa con la misma versión de No Bed for Beatle John que aparece en Life with the Lions. Siete minutos de Radio Play ocupan la totalidad del lado B del disco flexible.
Entre junio y octubre de 1969 la vida de John y Yoko no resultó una excepción a la regla.
En el primer día de julio, viajando por Escocia en un auto Austin Maxi con Lennon al volante, Kyoko, Julian y Yoko terminaron en una zanja al costado del camino. Todos salvo Julian sufrieron contusiones y heridas cortantes que requirieron puntos. Cuando el día 9 John se presentó en el estudio para unirse a la grabación de Abbey Road empezada una semana antes, hizo colocar una cama para Yoko, que además de tener la espalda lesionada por los golpes en el auto estaba embarazada otra vez.
En agosto se mudaron a la mansión Tittenhurst Park que meses antes habían comprado, e hicieron instalar el auto chocado como decoración en uno de los jardines. Aprovecharon el cambio para intentar dejar la heroína sin ningún tipo de tratamiento terapéutico, y la experiencia fue tan terrorífica que Lennon decidió inmortalizarla en la canción Cold Turkey (literalmente “Pavo Frío”, expresión que usan los heroinómanos para denominar al acto de dejar de un día para el otro la droga).
En septiembre, además de anunciarle a Paul que dejaba The Beatles, John vio estrenada en el Instituto de Artes Contemporáneas de Londres (ICA) la película que su pene protagonizaba, Self-Portrait (“Autorretrato”), dirigida por Yoko. Durante los cuarenta y cinco minutos que dura el mediometraje el miembro flácido del beatle empieza a adquirir lentamente consistencia hasta terminar por completo erecto, con incluso una gota de pre-semen que brota sobre los minutos finales.
El efecto de la lentísima erección no había sido fácil de lograr. Habían usado una cámara Milliken de aceleración de 16 milímetros. Colocado el rollo y encendida la cámara, la misma hace circular la cinta a toda velocidad a medida que registra la imagen, y no puede ser detenida hasta que se termina el metraje algunos minutos después. Por lo tanto, muchos rollos se gastaron esperando a que Lennon tuviera una erección. Había pensado que con sólo concentrarse iba a tener una, pero con los técnicos mirando no era fácil. Se hizo salir a casi todos del estudio y Yoko se colocó semidesnuda en posiciones eróticas, pero eso tampoco funcionó. Finalmente alguien consiguió un ejemplar de la revista Playboy y la rigidez genital fue obtenida. La idea original era que el pene se erectara y luego perdiera la rigidez hasta volver a su posición de reposo, pero el rollo se acabó antes de que lo segundo pasara.
Cuando la película fue proyectada para la prensa en forma privada, en otro evento en el barrio londinense de Mayfair, desde una puerta abierta al costado de la pantalla los esposos filmaron, sin autorización previa, las reacciones faciales de los críticos. La premisa era producir una segunda versión de Autorretrato, esta vez con la pantalla dividida: de una lado la gradual erección y del otro las expresiones de incomodidad de los espectadores. Pero algo falló en el equipo de filmación y nada se grabó.
El día en que John cumplía 29 años Yoko debió ser internada por complicaciones en el embarazo, y tres días después volvía a sufrir un aborto espontáneo.
Convencidos de que la adicción a la heroína era la causa de que Yoko perdiera cada nuevo hijo de su esposo (luego del episodio de “cold turkey” habían recaído con la excusa de los dolores que les había dejado el accidente de auto), decidieron tomarse unas vacaciones por el Mar Mediterráneo con Alex el Mágico, en uno de los últimos contactos que el embaucador tendría con un beatle. John y Yoko intentaron ayunar, sin droga, y el síndrome de abstinencia terminó en una serie de golpizas mutuas y destrozos varios en la embarcación.
Se suponía que Wedding Album sería puesto a la venta a mediados de año, pero su elaborado arte de tapa hizo que recién ganara la calle en noviembre de 1969.
Atribuido simplemente a “John & Yoko” (sus apellidos no aparecen en lugar alguno), el disco venía en una lujosa caja (costaba el doble que cualquier otro LP promedio) que fue esbozada por el mismo diseñador gráfico de La Caja Británica de la revista Aspen (John Kosh) y que contenía la foto de una porción de un pastel de bodas, una historieta dibujada por Lennon relatando los pormenores de la ceremonia, un folleto de 16 páginas con reproducciones de recortes de la prensa cubriendo el evento, una postal con ellos en una de las “ocupaciones de cama” y una copia del certificado de matrimonio.
El disco en sí contenía, en un lado, la grabación de abril titulada John & Yoko. Y en el otro, una pieza de 25 minutos llamada Amsterdam, con grabaciones de la primera ocupación de cama (a excepción de una discusión en Londres con un periodista a posteriori del evento). John lee cartas de sus fans, agradece la marihuana que les han enviado de regalo, se escuchan gaviotas (la banda sonora de la zona portuaria de Liverpool), una aspiradora, un sitar frenético…
También hay varios interludios musicales, empezando por una versión primitiva y a capela de John John (Let’s Hope for Peace) (“John John (Esperemos que Llegue la Paz)”), el cierre de doce minutos que ejecutaron con Eric Clapton para el recital que darían -entre la ocupación de cama y la edición de este disco- en el Estadio Varsity de Toronto el 13 de septiembre. Después Lennon improvisa con su guitarra acústica una cancioncita con las palabras “Adiós, Ámsterdam, adiós”, y con un arpegio similar al de Because de The Beatles acompaña a Yoko cuando canta “quedate en la cama” y “dejate crecer el pelo”. Más tarde él canta a capela un poco de Good Night, la canción de cuna que le escribió a su hijo Julian y que, cantada por Ringo, cierra el último lado del Álbum Blanco.
Terminan recitando las palabras “paz de cama” y “paz peluda”, con Lennon rematando todo con fraseos de guitarra.
Epílogo: La señal de prueba del ingeniero de sonido
Antes de que saliera a la venta Wedding Album, Apple envió las copias de rigor a la prensa inglesa. Eran impresiones de prueba, en las que por algún motivo cada lado del disco salió en un vinilo diferente. Es decir que cada radio, diario o revista recibía dos discos de vinilo, cada uno con un solo lado escuchable (uno con John & Yoko y otro con Amsterdam). Los surcos de los lados en blanco (los lados 2 y 4, o C y D, de hecho) estaban aparentemente vacíos de todo sonido.
Pero hubo un reseñador que, confundido, consideró que el nuevo disco de John y Yoko se trataría de un disco doble. Y cuando puso la aguja del tocadiscos en los lados en blanco, se encontró con que no estaban precisamente en blanco. Tampoco era que contuvieran material producido por los artistas. Lo que este reseñador llamado Richard Williams escuchó fue una señal de prueba que había usado el ingeniero que había prensado el disco. Esto es: “tonos únicos sostenidos durante toda la extensión de cada lado, presumiblemente producidos de manera electrónica”.
Su reseña salió en la portada de la edición de la semana del 15 de noviembre de 1969 de la popular revista Melody Maker. Respecto de los lados 2 y 4, en medio de su confusión, el reseñador también decía que “la escucha constante revela una curiosa cuestión: el nivel de los tonos altera la frecuencia, pero sólo de a microtonos o, como mucho, un semitono. Esta oscilación produce un ritmo casi subliminar, desparejo, que mantiene el interés.”
Una semana después, un sorprendido Richard recibió el siguiente telegrama:
“QUERIDO RICHARD GRACIAS POR TU FANTÁSTICA RESEÑA DE NUESTRO ÁLBUM DE BODA INCLUYENDO LOS LADOS C-Y-D PUNTO ESTAMOS CONSIDERÁNDOLO PARA NUESTRA PRÓXIMA PUBLICACIÓN PUNTO ES POSIBLE QUE ESTÉS EN LO CIERTO AL DECIR QUE SON LOS MEJORES LADOS PUNTO AMBOS SENTIMOS QUE ESTA ES LA PRIMERA VEZ QUE UN CRÍTICO SUPERA AL ARTISTA PUNTO NO ESTAMOS BROMEANDO PUNTO AMOR Y PAZ PUNTO JOHN Y YOKO LENNON.”