12 Hombres en Pugna (12 Angry Men)

Una duda razonable

Por Emiliano Fernández

Mientras que la enorme mayoría de las películas está sujeta a las condiciones específicas de producción y recepción de la época que marcó el nacimiento que nos compete, léase ese conjunto de rasgos industriales, formales, temáticos, sociales y simbólicos que determinan los pormenores de la realización y de la llegada que la propuesta de turno tendrá entre el público y la prensa, siempre hay excepciones que arrastran una pátina de atemporalidad que puede deberse al “detalle” de analizar tópicos que no perdieron vigencia, entregarse a un minimalismo más o menos neutro, ponderar la visceralidad de dramas y/ o dilemas tan antiguos como la humanidad o quizás atesorar cierto poderío retórico y discursivo difícil de explicar e imposible de cuantificar que garantiza con eficacia la renovación infinita de la experiencia cinematográfica en cuestión, a veces sin importar cuantas veces regresamos al film a lo largo de los años. Una de estas joyas eternas es 12 Hombres en Pugna (12 Angry Men, 1957), el debut en el séptimo arte de Sidney Lumet luego de saltar de la actuación a la dirección y del circuito teatral Off-Broadway a la naciente TV, donde trabajó desde inicios de la década del 50 y se ganó una fama de realizador veloz, riguroso, eficiente, intenso, de muy buena calidad y respetuoso para con la labor de los actores, típicas características que tendría de allí en más su devenir para la gran pantalla. Sin lugar a dudas la fuerza de 12 Hombres en Pugna, una de las mejores óperas primas de la historia, reside en el hecho de que pone el dedo en la doble llaga -con maestría y vehemencia- de la testarudez humana más necia y la dificultad para reconocer errores o siquiera cambiar de parecer, lo primero generalmente vinculado a la trivialidad antiintelectual del grueso del vulgo y los estratos dirigentes y lo segundo hermanado a un pensamiento binario de anclaje deportivo o bélico u hogareño conflictivo que todo el tiempo desencadena batallas y separa a los mortales en bandos que nunca dan el brazo a torcer, como si algún trofeo los esperase al final del túnel.

 

La película se basa en una trama autobiográfica de Reginald Rose, quien había formado parte de un jurado por un caso de homicidio y definitivamente se tomó a la crónica legal resultante como un proyecto multiplataforma porque primero escribió un guión televisivo para un episodio en vivo de 1954 de la antología Westinghouse Studio One (1948-1958), capítulo dirigido por nada menos que Franklin J. Schaffner que constituiría la base para una relectura teatral que fue presentada por primera vez en San Francisco en 1955. Rose, señor que en su carrera trabajaría además con Don Siegel en Crimen en las Calles (Crime in the Streets, 1956), Anthony Mann en El Hombre del Oeste (Man of the West, 1958), Michael Curtiz en Hombre Atrapado (The Man in the Net, 1959), John Badham en Al Fin y al Cabo es mi Vida (Whose Life Is It Anyway?, 1981), Ian Sharp en La Opción Final (The Final Option, 1982) y Andrew V. McLaglen en las recordadas Los Gansos Salvajes (The Wild Geese, 1978) y Los Lobos Marinos (The Sea Wolves, 1980), concentra la acción en una sala de un juzgado de Nueva York donde en un día de calor sofocante se decide el veredicto en un caso de homicidio en el que un joven de 18 años aparentemente asesinó a su padre símil “punto de ebullición” de una existencia de miseria, palizas, orfanatos y crímenes menores. El único de los doce jurados que cree en su inocencia es el Número 8 (ese glorioso Henry Fonda, aquí produciendo junto a Reginald), un arquitecto humanista y padre de tres hijos que en esencia se enfrenta a su homólogo Número 3 (el pirotécnico Lee J. Cobb), un sujeto furibundo que está distanciado de su vástago y se obsesiona con la culpabilidad del púber, sin embargo de a poco el asunto se invierte porque el pregonero del disenso constructivo consigue una “duda razonable” acerca de la competencia de los dos testigos principales de la fiscalía, vecinos de los involucrados, un anciano con necesidad de atención y dificultades para desplazarse y una mujer que necesita anteojos y quizás no los utilizó la fatídica noche.

 

Más allá de los argumentos entre casuales y plausibles que se van esgrimiendo de manera colectiva para revelar las inconsistencias de la acusación, no sólo los dos testigos sino también el paso de un tren elevado que taparía gritos e impediría ver lo sucedido y un puñal retráctil del muchacho con un diseño “orientalizado” en su mango que parece raro aunque en realidad no es tan difícil de hallar en tiendas del ramo, amén de cortes hacia abajo en el cadáver cuando navajas de ese estilo se utilizan apuñalando siempre hacia arriba, el encanto de 12 Hombres en Pugna pasa por la sublime dirección de actores de Lumet, por la tensión que se genera entre bípedos de orígenes muy distintos, por esa claustrofobia altisonante de entorno cerrado que va mutando desde el drama clásico al film noir de violencia citadina y por el excelente desarrollo de personajes basado en esta misma heterogeneidad de fondo en cuanto a doce jurados que deben llegar a un veredicto unánime para que todo el proceso se justifique ya que lo que está en juego es la vida de un joven marginal que de declarárselo culpable pronto será ejecutado; pensemos en este sentido en el resto del grupete, el Número 1 (Martin Balsam), ese presidente del jurado y entrenador de un equipo de fútbol americano de un colegio secundario, el Número 2 (John Fiedler), un tranquilo cajero de banco, el Número 4 (E.G. Marshall), un corredor de bolsa que simboliza el racionalismo burgués, el Número 5 (Jack Klugman), un hombre que creció en un barrio pobre y ataca la aporofobia de sus semejantes, el Número 6 (Edward Binns), un pintor que no soporta abuso alguno, el Número 7 (Jack Warden), un vendedor muy irónico de mermeladas y gran fanático de los New York Yankees, el Número 9 (Joseph Sweeney), un anciano que demuestra ser un observador brillante, el Número 10 (Ed Begley), un energúmeno racista y xenófobo dueño de tres garajes, el Número 11 (George Voskovec), un relojero e inmigrante de Europa del Este, y el Número 12 (Robert Webber), un ejecutivo publicitario hiper tontuelo y baladí.

 

Aquel período inicial de la trayectoria cinematográfica de Lumet anticiparía sus futuros desniveles y el sustrato completamente imprevisible de la vasta carrera del artista porque uno a continuación siempre podía toparse con cualquier cosa menos la pensada a priori por el público y la crítica, demostrando un gran talento para la sorpresa que lamentablemente no dejaría escuela ni en el cine norteamericano ni tampoco en el internacional, dos enclaves redundantes y aburridos a más no poder desde fines del Siglo XX en adelante: luego de la monumental 12 Hombres en Pugna se aparecería con dos propuestas semi fallidas, las hoy olvidadas Sed de Triunfo (Stage Struck, 1958) y Esa Clase de Mujer (That Kind of Woman, 1959), etapa en la que continuó trabajando para la televisión hasta que se vuelca de manera definitiva al séptimo arte de la mano de las geniales Piel de Serpiente (The Fugitive Kind, 1960), Panorama desde el Puente (A View from the Bridge, 1962) y Largo Viaje de un Día hacia la Noche (Long Day’s Journey Into Night, 1962), trilogía escrita por los legendarios dramaturgos Tennessee Williams, Arthur Miller y Eugene O’Neill, respectivamente, que inauguraría una fase ya cien por ciento cinematográfica -sin las constricciones del teatro y desde géneros alternativos como el thriller y las faenas bélicas- de la mano de otro tríptico, ese ampuloso de El Prestamista (The Pawnbroker, 1964), Límite de Seguridad (Fail Safe, 1964) y La Colina de la Deshonra (The Hill, 1965). Volver a presenciar los intercambios verbales entre Fonda y Cobb, las arengas desquiciadas de Begley, el sarcasmo de Warden y las sutiles intervenciones de Balsam, Sweeney, Marshall, Klugman y Webber significa una experiencia religiosa para el cinéfilo de ayer, hoy y siempre que no pudo ser igualada por las dos remakes venideras, las dignas de William Friedkin de 1997 y Nikita Mikhalkov de 2007, lo que magnifica todo el encanto del film original y su radiografía de la metamorfosis dolorosa señalada al inicio, esa de opiniones fundamentalistas que se agotan o modifican…

 

12 Hombres en Pugna (12 Angry Men, Estados Unidos, 1957)

Dirección: Sidney Lumet. Guión: Reginald Rose. Elenco: Henry Fonda, Lee J. Cobb, Martin Balsam, Ed Begley, E.G. Marshall, Jack Klugman, Edward Binns, Jack Warden, Joseph Sweeney, Robert Webber. Producción: Henry Fonda y Reginald Rose. Duración: 96 minutos.

Puntaje: 10