Qué mal que estaremos en materia de la calidad del ecosistema cultural y específicamente cinematográfico que una propuesta menor del inefable Aki Kaurismäki, Hojas de Otoño (Kuolleet Lehdet, 2023), se transforma en una maravilla en este desierto de la nada misma que suele ser la cartelera mundial de hoy en día, donde al espectador dedicado no le queda otra opción más que rastrear anomalías que nos saquen de la catarata de bodrios anodinos del mainstream y el indie contemporáneos, mega usina de chatarra audiovisual. La última película del célebre realizador y guionista finlandés, uno de los pocos autores verdaderos que continúan trabajando en Europa, funciona como una coda decididamente tardía de aquella Trilogía Proletaria de los comienzos de la carrera del cineasta, la compuesta por Sombras en el Paraíso (Varjoja Paratiisissa, 1986), Ariel (1988) y La Chica de la Fábrica de Fósforos (Tulitikkutehtaan Tyttö, 1990), tres joyas que analizaron las desventuras, la explotación, los amores, las familias y las diversas decepciones de los sectores marginales del país, un planteo retórico por un lado en parte similar al de la Trilogía de Finlandia de Nubes Pasajeras (Kauas Pilvet Karkaavat, 1996), El Hombre sin Pasado (Mies Vailla Menneisyyttä, 2002) y Luces al Atardecer (Laitakaupungin Valot, 2006), trabajos un poco más volcados al existencialismo en torno a la curiosa idiosincrasia vernácula, y por el otro lado un tanto diferente con respecto a ese tríptico informal galo de Contraté un Asesino a Sueldo (I Hired a Contract Killer, 1990), La Vida Bohemia (La Vie de Bohème, 1992) y El Puerto (Le Havre, 2011), en términos prácticos los coqueteos del director con el realismo poético francés de la década del 30 correspondiente a Jean Renoir, Marcel Carné, Julien Duvivier y el inconmensurable Jean Vigo, esquema narrativo que siempre lo influenció en su devenir profesional en función de una melancolía homologada a la desilusión y el dolor.
Como siempre en el caso de Kaurismäki la historia es microscópica y se centra en el amor entre primero Ansa (Alma Pöysti), una repositora de mediana edad de un supermercado que es despedida por llevarse un sándwich vencido y luego consigue trabajo de lavaplatos en el Pub California, que termina cerrado por la policía por vender marihuana, y en una fábrica, donde adopta a una perra callejera que pedía comida, y segundo Holappa (Jussi Vatanen), un obrero metalúrgico alcohólico y también cuarentón que es echado de su trabajo a raíz de un accidente que su jefe le achaca a la bebida cuando en realidad el asunto se debió a una manguera deteriorada que estaba para cambiar y a la que la gerencia no le prestó atención alguna para economizar, a posteriori consiguiendo un trabajo en una obra en construcción como albañil y nuevamente siendo expulsado porque el capataz lo ve tomando de una petaca a escondidas. Los protagonistas se conocen en un bar cuando estaban acompañados por sus respectivos amigos y/ o colegas, Ansa con Liisa (Nuppu Koivu) y Holappa con Huotari (Janne Hyytiäinen), después ella se lo topa desvanecido en una parada de ómnibus mientras unos chicos le revisaban la ropa para robarle y finalmente pueden hablar en serio en el momento en el que el cabecilla del Pub California, Raunio (Martti Suosalo), es subido a un patrullero por los esbirros de la ley, así ambos toman un café y ven un film juntos, Los Muertos no Mueren (The Dead Don’t Die, 2019), aquella obra fallida de Jim Jarmusch. A la salida del cine él pierde el papelito con el número de teléfono de ella y el percance deriva en un bache en la relación que se compensa cuando tiempo luego se vuelven a cruzar en el mismo lugar, no obstante una velada en el hogar de Ansa desemboca en discusión porque la mujer le aclara que le gusta como pareja aunque no pretende lidiar con un borracho porque su padre y su hermano fallecieron por las bebidas espirituosas y su madre murió de pena.
Todos los latiguillos del realizador dicen presente en Hojas de Otoño, título que alude a la versión en inglés, Autumn Leaves, de Las Hojas Muertas (Les Feuilles Mortes, 1945), la famosísima canción de Jacques Prévert y Joseph Kosma popularizada por Yves Montand que se cuela en la pantalla con la voz de Olavi Virta y una letra traducida al finlandés por Tapio Kullervo Lahtinen, pensemos para el caso en el pulso pausado, los diálogos de humor seco, las tomas fijas cuasi teatrales, las crónicas de desencuentros, una fotografía sombría de film noir, expresionismo o realidad paralela, el rock símil ZZ Top de Hurriganes & Toni Buckman y la acepción indie de Maustetytöt, esas actuaciones inexpresivas, barrocas o deliciosamente absurdas, un clima claustrofóbico eterno, el marco narrativo semejante al cine mudo más minimalista, los personajes solitarios de dejo obrero/ popular, la fascinación por lo retrocultural y lo yanqui ridículo, la criminalidad entre mafiosa y enigmática, una nostalgia sutilmente ritualizada y por supuesto ese lirismo tragicómico de lo mundano que se abraza con un romanticismo de vieja cepa que puede parecer cínico aunque adora los corazones extasiados, el masoquismo y las paradojas conscientes del día a día, como esa falacia circular que Huotari señala en lo que atañe a Holappa y su círculo vicioso de nunca acabar, léase el hecho de estar deprimido porque bebe demasiado y de beber demasiado porque está deprimido. Con la excusa de las secuencias en la sala de cine, Kaurismäki aprovecha para bombardearnos con múltiples referencias a sus directores favoritos como por ejemplo Jean-Pierre Melville, Robert Bresson, John Huston, Luchino Visconti, Jacques Becker, David Lean, Jean-Luc Godard y el amigote Jarmusch, todos artistas de un linaje intelectual extraordinario y casi extinto en el Siglo XXI por la mediocridad internacional que trajo aparejada la globalización y la caterva de lobotomizados que le rinden pleitesía.
En gran medida Hojas de Otoño funciona como una fábula chaplinesca y muy sincera sobre los excluidos sociales que poco y nada pueden hacer contra los esbirros de la plutocracia del empresariado, las corporaciones y el Estado, apenas ponderar una solidaridad y un cariño recíprocos que nos hablan de una resistencia porfiada contra el acoso, la indiferencia y las estrategias hambreadoras y represoras del poder capitalista y sus lacayos de la política y los mass media. Estas pinturas vivientes/ tableaux vivants del querido Aki, un verdadero prócer del cine independiente hoy con 66 años de edad, giran alrededor de la búsqueda más básica de alimento, refugio, trabajo, compañía, dignidad, sosiego, amistad y un propósito en la vida que vaya más allá de la rutina de la explotación cotidiana alienante y cosificadora, en este sentido el autor finlandés maneja la previsibilidad del relato -tan folletinesca como descontracturada y semi hipnótica- de manera brillante porque esculpe el melodrama freak de probeta como ninguno y hace del ascetismo bressoniano su bandera ideológica, una jugada que no se queda exclusivamente en la dimensión formal, sin duda el vicio de tanto cine festivalero sin alma, sino que además abarca las actitudes y la identidad de todo lo exhibido en pantalla, desde los bípedos y su coyuntura inmediata hasta la trama en sí y las alegorías que habilita. Si las noticias radiales permanentes de fondo sobre la guerra entre Ucrania y Rusia simbolizan a un coro griego que ignora el afecto y ofrece una lectura muy ominosa de la posmodernidad y la Europa del nuevo milenio, por el otro lado el azar (un número de teléfono perdido o el hecho de ser atropellado por un tranvía, como le sucede a Holappa) y los desacuerdos (con el alcohol en el centro) se nos aparecen como los estorbos del amor en la madurez, amén de la precarización laboral y la inestabilidad que genera en lo referido a maltratos, despidos, miseria, angustia y un laberinto kafkiano deshumanizador…
Hojas de Otoño (Kuolleet Lehdet, Finlandia/ Alemania, 2023)
Dirección y Guión: Aki Kaurismäki. Elenco: Jussi Vatanen, Alma Pöysti, Janne Hyytiäinen, Nuppu Koivu, Martti Suosalo, Alina Tomnikov, Sakari Kuosmanen, Maria Heiskanen, Sherwan Haji, Eero Ritala. Producción: Aki Kaurismäki. Duración: 81 minutos.